Capítulo 2

Nolan

Cinco años. No fue uno, ni dos. Fueron cinco putos años en los que tuve que acostumbrarme a su ausencia. A no tenerla cerca. A vivir sin ella para que ahora cuando al fin creí haberla superado, regrese.

Regresa a joderme una vez más, solo que ahora ya no tiene la máscara de inocente que tenía, antes de irse se encargó de enseñarme su verdadera cara. Esa personalidad que me hizo sentir miserable por haber creído que sentía algo por mí.

Lo peor de todo es que por más que intenté negarme a que fuera ella la que trabajara conmigo, terminé aceptando. Mi padre tiene razón. No puedo abrir una empresa desde cero y tener a profesionales trabajando para mí. Según me contó, ella se movía en ese mundo en el que ahora yo quiero expandirme y sus contactos me ayudarán a crecer.

Jodidamente tengo que tenerla cerca.

Jodidamente tengo que aplastar lo que —a pesar de los años— sentí al verla.

Y no solo la iba a tener que ver en el trabajo, también en mi casa. Cada vez que venga a visitar a sus padres, como hoy, como ahora.

—No sabes cuánto te extrañamos mi niña —le dice Amaia a su hija envolviendola en sus brazos —Estoy tan feliz de que estés aquí.

—Déjala respirar, mujer —Thomas hace que las dos mujeres rompan el abrazo y sea él quien la abrace ahora —Solo espero que con tu regreso no se repita...

Aclaro mi garganta, entrando por completo a la cocina para que noten mi presencia, interrumpiendo sus próximas palabras. Tres pares de ojos me miran, pero yo solo estoy viendo a uno de ellos, a ella.

—Ya le preparo su desayuno —deduce Amaia que por eso venía a la cocina, limpia la humedad de sus mejillas.

—Es mejor que me vaya, ya tendremos tiempo para compartir un poco más —Gaia se despide de sus padres —Los quiero.

—Que tengas un buen día mi niña —su madre le da un corto abrazo antes de dejarla ir.

Pasa por mi lado, ignorando mi existencia.

—Amaia, no es necesario que prepare nada. Comeré algo de camino a la empresa —digo rápidamente con la clara intención de irme detrás de su hija.

La señora asiente, volviendo a guardar las frutas que había sacado del refrigerador.

Iba a retirarme cuando Thomas pronuncia mi nombre con un tono fuerte y autoritario. Me giro en su dirección para verlo de frente y puedo ver sus manos hechas puños en sus costados.

—La vuelves a lastimar y te juro que esta vez no me voy a aguantar como lo he hecho en los últimos cinco años —levanta uno de sus puños como clara advertencia de lo que me hará —Una sola lágrima que derrame por ti y mi puño en tu cara será el menor de tus problemas.

Su amenaza me confunde.

¿De qué habla? Ella fue la que me lastimó a mí.

No digo nada a mi favor. De todas formas es su hija. Defenderme es una causa perdida.

Salgo de la cocina apresurando mis pasos y alcanzarla antes de que se marche.

—Vamos a la misma dirección, puedo llevarte —ni siquiera detiene sus pasos —¿Quieres dejar de actuar como si no me conocieras?

Detiene su paso, casi provocando que choquemos.

—¿Lo hago? —cuestiona —¿Realmente te conozco? —pregunta con la rabia raspando en sus palabras —Pensé que lo hacía, pero uno nunca termina de conocer a las personas y eso me pasó contigo. Me confíe y terminaste dándome un tiro de gracia.

Otra vez la confusión se sembró en mi interior. Al igual que ayer, decía cosas a las que no le encontraba sentido. Como si hubiera olvidado lo que me hizo o peor aún, se está haciendo la víctima y me está echando a mí la culpa de como terminamos.

—¿De qué hablas?

—¿Sabes qué? Ya no importa —empieza a caminar de nuevo —No vale la pena recordar lo que no merece ser recordado. Ya tuve suficiente de eso por mucho tiempo.

Definitivamente no estábamos en el mismo canal. Su forma de referirse a lo que pasó, está lejos de ser la historia que yo recuerdo.

Esa discusión no nos iba a llevar a ninguna parte. No mientras siguiera fingiendo y quitándose la culpa.

Me monto en mi carro para ir a la empresa donde se va a firmar el contrato que nos obligará a soportarnos por un buen tiempo. Paso por su lado y sigo de largo, pero no avanzo mucho cuando me detengo.

—No seas tan necia y sube —le digo bajando la ventanilla del copiloto cuando sigue caminando, la sigo con el carro —Solo tienes que montarte, no te voy a obligar a hablarme.

—No, gracias —niega, se detiene y hago lo mismo —No quiero que te vean con la hija del jardinero y la cocinera. Eso dañaría tu imágen.

Sus palabras me dejaron más confundido aún ¿Qué imágen va a dañar?

Ayer también se había negado. Prefirió irse en un taxi antes de permitir que yo la llevara.

¿Tanto me desprecia que no puede estar en el mismo lugar que yo?

—Gaia, solo montate. No te vas a morir por ir en el mismo carro que yo —termino diciendo.

Suelta un bufido y termina montandose. No dice nada, yo tampoco y nos dejamos sumergir en ese silencio incómodo, pero necesario.

Me detengo en una cafetería para comprar el café del día. Le pregunto si quiere algo, ni siquiera mueve la cabeza para negar.

Una vez dentro de la cafetería pido café y en lo que espero mis ojos se pierden adentro de la vitrina cristalizada del mostrador.

El brillo de sus ojos me hipnotiza y la sonrisa que adorna sus labios hace que inconscientemente mis labios se curven.

Enlazo nuestras manos y la invito a seguir caminando. Sintiéndome libre de estar con ella y no escondiendonos como normalmente hacemos cuando estamos en casa. Actuando como si entre los dos no pasara nada y solo fuéramos dos amigos.

De momento detiene sus pasos, obligandome a detener los míos. Sus ojos están anclados al otro lado de la calle, justo en una tienda de dulces.

Conociendo sus intenciones, antes de que las diga, la invito a cruzar la calle y entrar a la tienda.

El lugar está lleno de colores y dulces por donde quiera que se mire. Pasteles, dulces pequeños, grandes. Panes dulces y donas.

De tantos dulces para escoger, sus ojos solo están anclados en las donas.

—Buenos días —saludo al joven del mostrador —Por favor, prepareme una caja de donas.

—¿De qué sabor los desean? —su pregunta me hace mirar a la pelinegra.

—Chocolate —responde ella.

No tarda mucho en entregarnos una caja con cuatro donas con cobertura de chocolate y bañadas de chispitas del mismo sabor.

Salimos de ahí directo al parque que quedaba cerca y nos sentamos. Observando a las palomas que andaban tranquilas por el suelo y a los niños que jugaban cerca mientras ella comía una de las donas.

—Esto es realmente delicioso —dice con la boca llena —¿Estás seguro que no quieres? —niego, ella me brinda una sonrisa divertida —Más para mí.

Me acerco un poco más a ella, uniendo nuestros labios, sin llegar a profundizar el beso. Pasando mi lengua por su boca, dibujando su labio inferior.

—¿Qué a sido eso? —pregunta divertida.

—Tenías chocolate ahí —señalo en mi boca el lugar exacto —Solo lo estaba limpiando.

—Si me lo hubieras dicho, yo lo hubiera hecho.

—¿Y perderme la oportunidad de probar tus labios con sabor a chocolate?

Suelta una risa que apaga uniendo nuevamente sus labios con los míos, con movimientos sincronizados que me permiten explorar con mi lengua su boca y encontrarme con la suya.

—Ya sabes a que sabe ¿Quieres más? —susurra sobre mis labios con una sonrisa curvando los suyos.

—Junto a ti, mis deseos no tienen fin.

Dejo un beso casto en sus labios y otro en su mejilla, ganandome una mirada cargada de amor.

—Joven, su café —la voz de la señora detrás del mostrador hace que me despierte de aquel momento que no debería recordar en el presente.

—Una caja de donas con cobertura de chocolate, por favor —me escucho diciendo, arrepintiendome en el proceso.

Sin poder retractarme al ver a la señora preparando mi pedido, solo me queda esperar los segundos que le toma. Abandono la tienda después de pagar, meditando por mi reciente e inconsciente impulso.

—Son tus favoritas —digo sentándome en el asiento del piloto y dejando la caja en sus piernas.

Me mira confundida, pero su curiosidad la lleva a abrir la caja.

—Al menos recuerda algo de mí —murmura para ella, pero consigo escucharla, le da una mordida a una.

Recuerdo todo de ti. Grita mi conciencia.

—¿Por qué lo dices? —pregunto en cambio poniendo el carro en marcha.

—Cuando me viste no recordabas quien era y cuando lo hiciste lo dudaste.

Es cierto que ya no era la misma que hace cinco años, pero sí la había reconocido. Solo estaba luchando con mis ganas de caminar hasta ella y envolverla en mis brazos como si se me fuera la vida en ello. Porque inevitablemente sentí ese impulso, quería... no importa lo que yo quería, ella no quería lo mismo de mí. Mis dudas solo fue por la impresión de verla después de tanto tiempo, me estaba asegurado que en realidad estaba ahí y no era una trampa de mi imaginación.

No contradigo su conclusión. Es mejor que crea que la había olvidado. No voy a alimentar su ego haciendole creer que después de todo, todavía lo hacía.

Estaciono en el parqueo del edificio de la constructora. Ella empieza a caminar sin esperarme, pero igual la alcanzo mientras espera el elevador. Las puertas metálicas metálicas se abren unos minutos después. El silencio sube con nosotros y en un impulso llevo una de mis manos cerca de su rostro, dibujando su labio inferior con mi pulgar. Sus ojos se cierran ante mi tacto, al igual que su mano se cierra en mi muñeca, alejándome.

—Solo te estaba limpiando —muestro mi dedo embarrado de chocolate.

—Pudiste decirme y yo lo hubiera hecho —protesta colérica —No debiste hacerlo.

Pero quería hacerlo. Pienso y me muerdo la lengua para no decirlo en voz alta.

Las puertas del elevador se abren y ella sale disparada, mostrando la indiferencia que no a dejado de regalarme en las últimas horas. Refrescandome la memoria al recordarme el motivo por el que se fue del país.

Y como todo un idiota, llevo el dedo a mi boca, saboreando el chocolate como si lo estuviera probando de sus labios como en años atrás. Porque eso es lo que soy.

Solo un idiota se tortura de esa forma, sabiendo que con su regreso, todo lo que creí haber superado, empieza a recrearse como si lo hubiera vivido y sentido ayer. 

Sigo sus pasos hasta llegar a la oficina de mi padre, que ya nos espera junto con su abogada.

—¿Dónde tengo que firmar? —Gaia va directo al asunto, sin saludar a los presentes.

—Tomen asiento —ordena mi padre —Alice, los papeles.

La mencionada deja de mirarme para obedecer a mi padre, de un portafolio saca un par de papeles y se los entrega.

Nathaniel revisa el contenido impreso y cuando lo aprueba se lo entrega a Gaia, junto con un bolígrafo para que firme.

—¿No deberías leerlo antes de firmar? —cuestiono al ver sus intenciones de dejar plasmada su firma sin mirar el contenido del contrato.

—¿Tengo otra opción? —su pregunta va dirigida a mi padre.

Él niega y ella no espera más para firmar en las dos páginas del contrato que hará que pasemos tiempo juntos. Revolviendo un pasado —que hasta ayer— no creía que volvería.

Alice recoge los papeles y vuelve a guardarlos en una carpeta.

—Nos vemos a la hora del almuerzo —suelta de repente la castaña.

Sintiéndome incómodo, muevo la cabeza de arriba abajo en señal de afirmación. Alice sonríe en respuesta y se retira de la oficina.

—Deberías salir más seguido con ella —sugiere mi padre haciéndome sentir más incómodo —Ya van tres... cuatro citas ¿No?

No contesto porque sé que lo que dice es para incomodar a Gaia y al parecer funciona porque se remueve en su lugar y sus manos se cierran en la falda de su vestido.

¿Le molesta que salga con alguien? Ignoro esa pregunta, sabiendo que la respuesta claramente es: "No".

En realidad no estamos saliendo, ni siquiera son citas. Solo hemos coincidido un par de veces a la hora del almuerzo. Aunque la última vez le dije que la próxima vez que estuviera en el edificio podíamos almorzar juntos, pero no en plan de una cita, solo es un almuerzo ¿O no?

—Es de buena familia, con buenos estudios...

—Algo más o puedo retirarme —habla Gaia interrumpiendo la insistencia de Nathaniel elogiando a su abogada, se pone de pie —Ya el contrato está firmado ¿Cuándo empieza el trabajo y dónde?

Mi padre la imita poniéndose de pie.

—Las oficinas que están debajo de esta planta han sido remodeladas para la empresa —le informa —Puedes ir desde ahora a familiarizarte con el lugar. Escoger tu oficina, adornarla a tu gusto. Mañana empieza a hacer lo tuyo y has que pronto vea resultados de esta inversión.

Se va sin decir otra palabra.

—¿Eso era necesario?

—¿Qué? —responde con otra pregunta sentándose de nuevo.

—Mentir diciendo que salgo con tu abogada.

Se encoge de hombros.

—No tiene porque ser mentira —insiste.

Me pongo de pie con la intención de irme y no comenzar una discusión.

—Recuerda como terminaron las cosas hace cinco años, Nolan. No me hagas arrepentir de traerla de regreso —sus palabras hacen que me detenga antes de abrir la puerta —No te involucres con la hija de los empleados.

No abro la boca, ni hago algún gesto para negar o afirmar algo.

Bajo al piso de abajo. Al sitio todavía le falta vida. Las paredes pintadas de blanco y no hay ningún cuadro o pintura que sirvan de adorno, ni plantas naturales. La decoración se harían en esta semana.

Me encuentro con Gaia en una de las oficinas que está ya amueblada con lo necesario.

—Está será mi oficina —comenta su decisión.

—La mía es la que está justo al frente.

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