Capítulo 18
Nolan
Si hacen un concurso de idiotas yo me ganaría la medalla de oro sin ni siquiera participar. En lugar de demostrarle que no estaba jugando cuando le dije que quería otra oportunidad, la ignoro y aunque soy yo el que está perdiendo en hacerlo, no pude evitarlo. Es que estar cerca de ella y no poder hacerle lo que quiero ya es suficiente tortura.
Tenerla encima de mi escritorio fue una tentación demasiado grande a la que tuve que resistirme porque si me dejaba llevar por mis instintos primitivos, mis manos en lugar de presionar sus muslos explotarían más arriba bajo la falda de su vestido y no quiero darle a entender que solo busco eso en ella, cuando en realidad estoy buscando todo. Más... y no solo es calentura, ni pasar el momento.
Convertirnos en lo que alguna vez fuimos, solo que esta vez espero que de verdad haya amor. Al menos un poco —aunque sea egoísta conmigo mismo— ese poco que me ofrezca sería capaz de cultivarlo para que crezca fuerte como un roble.
¿Es mucho pedir un poco de amor?
Dejo de lamentarme por mi patética decisión de ignorar a Gaia cuando dan un par de toques en la puerta me hacen cortar el hilo con el que estaba tejiendo en mis pensamientos.
—Señor, aquí tiene el agua —dice Elizabeth una vez está adentro.
—Gracias, ya lo había olvidado.
Rodeo el escritorio para acercarme a ella y tomar la botella de agua que me ofrece.
—Voy a ver a mi padre —anuncio caminando a la salida —Si Gaia necesita algo de mí infórmale dónde voy a estar.
—Ella está con él —su comentario me hace detenerme justo cuando tengo un pie fuera.
—¿Desde cuándo? ¿Por qué? —cuestiono frunciendo las cejas.
—Hace unos minutos me informó que tenía que ver al señor Miller, el por qué tendrá que preguntárselo a ella.
Asiento ante su poca información y camino hasta el elevador que demora un par de minutos que se me hacen eternos en los que busco más de un motivo por el cuál están reunidos esos dos. Si bien no es un secreto todo lo que Nathaniel hizo por Gaia para que tuviera buenos estudios, desde que descubrió nuestro amor clandestino empezó a repudiarla y ella... dejó de verlo como alguien digno de admirar.
Cuando el elevador llega se abren las puertas y salgo disparado de él oír unas palabras en un tono fuerte pero ininteligibles desde la oficina de mi padre.
—Joven no puede pasar —la secretaria de mi padre se interpone en mi camino cuando estoy a un par de metros de la puerta —Su padre dijo que no lo molestaran. Joven...
Paso de ella sin importarme la orden que ha dado su jefe.
—¿Qué está pasando? —pregunto al encontrarme en una atmósfera de silencio y un duelo de miradas después del barullo que se escuchaba desde afuera.
Gaia se gira para quedar frente a mí. Los pocos pasos que nos separan me permiten ver mejor su rostro, sus mejillas están torneadas rojas y humedad. Cuando sus ojos se encuentran con los míos siento como su rostro se transforma a uno más triste, una lágrima se desliza por su mejilla derecha a la cual barre con un manotazo.
Intento acercarme, pero me esquiva.
—¿Estás bien? —hago la pregunta más idiota del mundo, es obvio que no está bien.
—No... —sentencia cuando intento limpiar la humedad de sus mejillas —No me toques.
No lo intento más, ni hago nada para impedir que se vaya. Solo doy un pequeño brinco cuando escucho el ruido de la puerta al ser cerrada de un portazo.
—¿Qué le dijiste? —exijo saber acortando la distancia.
—No le dije nada.
—Prueba de nuevo.
—¿Qué? —cuestiona confundido, se sienta.
—Mentirme —contesto rabioso —Mienteme hasta que te crea.
Me repito internamente una y otra vez que el hombre frente a mí es mi padre para no borrarle la sonrisa de satisfacción que no abandona su rostro desde que puse un pie en su oficina.
Le lanzo la botella de agua que atrapa en el aire y saco de un bolsillo de mi pantalón la tableta que me entregó Amaia antes de salir de la casa. Son las pastillas de la presión de mi progenitor que se le olvidó tomar antes de salir.
—Que no se te olviden de nuevo —comento dejando a un lado la discusión anterior preocupado por su salud.
—Y a ti que no se te olvide quien es tu padre —contesta entrando de nuevo en contienda.
—El día que me veas como un padre a su hijo y no como un títere que depende de lo que decida su titiritero para dar el siguiente paso.
Su rostro se endurece por mis palabras sabiendo perfectamente lo que quise decir con ellas. Seré yo quien decida lo que quiero para mi vida y si quiero a Gaia en ella, él no me lo va a impedir.
Me retiro dejandolo hablando palabrotas que se quedan en el aire y que ignoro. Ya le entregué sus pastillas, ahora tengo que averiguar el motivo por el que lloraba mi chica.
¿Mi chica? Rio por lo que acabo de pensar, ni si quiera a pasado algo nuevamente entre nosotros que me haga decir que es mi chica, pero la siento mía. Fue mía en pasado y es lo que más quiero para mi presente a pesar de todo el daño, los años, las lágrimas y las noches de insomnio.
Cuando me vengo a dar cuenta ya estoy frente a su oficina, ni siquiera toqué antes de entrar y me encontré con un escenario que hizo que mi estómago diera un vuelvo al ver como Gaia permanecía en su asiento, mirando a un punto fijo, con la mirada perdida y sus ojos cristalinos por las lágrimas que estaba reteniendo.
—¿Me quieres contar lo que pasó? —pido acortando la distancia.
Nada.
Silencio.
Su mirada me atraviesa como una espada cargada de dolor y rabia.
¿Soy el culpable de su estado? Me cuestiono al ver como ahora es ella la que me ignora a nivel extremo.
Rodeo su escritorio bajo su atenta mirada y me apoyo de este a unos pocos centímetros a un lado de su asiento.
—Gaia...
Niega, cierra sus ojos con fuerza de forma tal que un par de lágrimas terminan saliendo. Me arriesgo a llevar una mano hasta sus mejillas y limpiarlas. No me aleja las manos, tampoco me dice que no lo haga, pero no deja de negar.
—No me voy a ir hasta que no me digas por qué estás así —digo ante su silencio.
—Solo... solo déjame odiarte —masculla entre dientes, al fin abre los ojos —Necesito odiarte.
No sé que me duele más. Si su voz rota o sus palabras.
Las palabras mueren en mi garganta y la voz no me sale para decir... ¿Qué? ¿Qué puedo decir?
Solo busco motivos del por qué ahora quiere odiarme después de que todo entre nosotros iba más o menos bien, ¿Será por lo de ignorarla?
¿Qué le habrá dicho mi padre para que ahora esté así?
Con la mirada triste, perdida... rota.
—Sea lo que sea que te haya dicho... —el vínculo que me une a Nathaniel se queda atorado en mi garganta —No voy a permitir que te trate mal.
—No necesito que me cuides, Nolan —sisea —Puedo hacerlo yo...
—¿Y si quiero hacerlo? —la interrumpo —¿Y si quiero cuidar de ti?
—¿Y de ti? —cuestiona, se pone de pie y clava uno de sus dedos en mi pecho —¿Quién me cuida de ti?
***
No hay sentimiento peor que estar acompañado y sentirse solo.
Debería estar acostumbrado, toda mi vida a sido así. Mi padre sentado en el puesto principal de la mesa, yo a su lado izquierdo y los demás puestos vacíos.
A veces me pregunto cómo ha podido estar solo tanto tiempo. Cuando quedó viudo tendría unos treinta años y si está bien que le haya guardado luto a mi madre, no sé dió la oportunidad de estar con nadie más. No una que ocupe un puesto que ya llenaba ella, aunque esté ausente, sino un lugar nuevo. Uno con una mujer con la que compartiera su vida, una nueva oportunidad para amar.
—Amaia en cuanto termines de servir puedes irte con tu familia —la libero de su labor por esta noche —Yo recogeré la mesa.
—No es necesario, puedo esperar —se niega —Es mi trabajo.
—No lo voy a discutir. Tu familia te espera para cenar, no los hagas esperar. Yo puedo hacerlo.
Al final termina aceptando y cuando termina su labor nos deja solos.
Desde la conversación que tuve con mi progenitor en la mañana no hemos cruzado palabra en el resto del día y ahora estamos uno tan cerca del otro, pero a la vez tan lejos. El silencio se extiende a lo largo de la cena. Los únicos sonidos audibles son los que emiten los cubiertos.
—¿Por qué te quedaste solo? —decido romper el silencio para saciar mi curiosidad.
—¿Qué dices? —deja los cubiertos en la mesa y me mira con atención.
—Después de mamá... ¿Por qué no te casaste de nuevo?
—Ya la tenía a ella.
—Pero ella ya no está —digo lo obvio.
Su expresión se endurece y puedo ver como su mano se hace un puño sobre la mesa.
—Ella era mi todo. Cuando se fue una parte de mí se fue con ella —aunque intenta sonar firme en su voz raspa el dolor —Ninguna mujer podrá sustituir o llenar nunca lo que fue Céline para mí.
—¿Cómo puedes saber eso si nunca lo intentaste?
—No necesito intentarlo para saberlo. Prometí amarla hasta la muerte y todavía ese día no a llegado. Ya no está, ya no vive, pero mi amor por ella sí. No podría amar a otra, sería injusto.
¿Es irónico, no? Mi padre, Nathaniel Miller. El hombre que se pasa toda la vida con un carácter de bestia hablando de amor y no cualquiera. Habla de un amor que a pesar de estar solo lo profesa para toda su vida.
—Deberías entenderme.
—¿En qué? —investiga.
—Deberías entenderme cuando te digo que yo también conocí a ese amor. Ese como el que sientes por una mujer que ya no está. La diferencia es que la mía si está y tú te empeñas en querer alejarnos...
—No es mujer para ti.
—Eso lo decido yo —defiendo lo que siento.
—Tus decisiones son una mierda.
Prefiero guardar silencio antes de llevar esta conversación a un nivel más alto en dónde rozamos la línea invisible, olvidamos quienes somos y empezamos a defender nuestros puntos de vistas faltandonos el respeto uno al otro. Para ser honesto, ya estoy cansado de eso.
Pierdo el apetito y aguanto estar en la mesa solo por educación. Por no dejarlo solo y porque ya había dicho que recogería la mesa.
Cuando termino de limpiar la cocina salgo por la puerta que da al jardín y soportando el frío de la noche, me acuesto en una de las tumbonas que hay en el área de la piscina.
Mi vista se clava en el cielo, admirando esa belleza nocturna.
—¿Qué miramos? —escucho decir a mi lado.
Giro la cabeza en la dirección de la que provino el sonido para encontrarme con mi paradoja favorita. El motivo de mi sonrisa más bonita, la causa de mi lágrima más dolorosa.
Gaia imita mi posición en la tumbona de al lado. La luz que emite la luna me permite ver su perfil iluminado cuando su vista viaja al cielo.
—¿Qué te hice para que alguien tenga que cuidarte de mí? —me escucho decir.
En la mañana cuando me lo cuestionó no supe que decir, ni hacer, ni pensar. En mis recuerdos no había ninguno que me indicara que había hecho algo para que ella tuviera esa idea de que yo podría lastimarla en algún momento, cuando primero me lastimaría a mí antes de hacerle daño a ella.
—El cielo se ve hermoso estrellado —dice en lugar de responder cambiando de tema, dejo de mirarla para volver mi vista al cielo.
—Tú eres mi estrella favorita.
—¿Qué dijiste? —al parecer no escuchó mi susurro.
—Que es una noche muy bonita —digo en cambio.
No cuestiona mi respuesta y yo no busco otro tema de conversación. Me permito disfrutar de este silencio en el que no nos enfrentamos ni discutimos cosas sin sentido para el otro.
¿Alguna vez cuando eras un niño intentaste contar las estrellas? Estoy seguro que sí, como también estoy seguro que abandonaste la tarea cuando a penas ibas por veintiuna, tal vez cinco más, puede que una menos. Pero dejaste de hacerlo porque te diste cuenta que una noche no sería suficiente para contarlas todas, de hecho, muchas noches serían en vano intentando hacerlo.
Nosotros somos esos niños, acostados sobre una manta en el jardín intentando contar las estrellas.
—Esta es mi mitad del cielo —canturrea Gaia apuntando —La tuya es la otra.
—Son muchas estrellas —afirmo mirando al cielo.
—Tienes razón, nunca sabremos cuántas son —su voz sale triste.
—Pero al menos podemos verlas —digo en un intento de animarla —Aunque nos queden estrellas por contar.
Su mano llega a la mía entrelazando nuestros dedos.
—Y tengo la mejor compañía para verlas.
Sonrío ante ese momento cuando a penas tendríamos unos ocho años, que probablemente recuerdo por la situación en la que nos encontramos ahora, también viendo las estrellas.
—También está fría la noche —digo incorporándome —Deberíamos abrigarnos.
—Sí, yo debería irme.
Cuando se pone de pie pierde el equilibrio, pero consigo aguantarla ante de que caiga al piso.
—Tengo un calambre en una pierna —dice entre risas —Joder, es como si estuviera cubierta de concreto, me pesa.
No puedo decir nada porque estoy concentrado en el sonido de su risa que se hace muda cuando nota la intensidad con la que la estoy mirando, sus ojos viajan a mi boca.
Me inclino para acortar un poco la distancia haciendo que nuestras respiraciones se mezclen.
—Nolan... —musita antes de que mis labios alcancen los suyos.
—Admite que quieres besarme.
—Ya quisieras.
—Yo sí quiero.
Un roce sutil hace que un pequeño gemido escape de su garganta, solo necesitaba eso para poder besarla como se me antoja, pero antes de que pueda hacerlo su teléfono notifica algo y sacándolo del bolsillo de su jeans da un paso atrás haciendo que mis manos abandonen su cintura.
Una sonrisa curva sus labios cuando ve la pantalla.
—Están aquí —murmura, pero logro escucharla.
—¿Quiénes? —mi curiosidad me hace preguntar.
—Solo estaba pensando en voz alta.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top