Capítulo 15

Gaia

Deseo. Eso era. Cada parte de mí estaba dominada por el deseo. Quería besarlo, sin importar absolutamente nada. Sin importar que debería esperar a hablar con él, contarle antes de dar otro paso. Antes de tropezar con la misma piedra aunque dije que no caería.

Sus labios tan cerca de los míos, las palabras que salieron de su boca. Las mismas que años atrás me hacían quererlo sin límites, estaban de regreso. Igual que todo lo que intenté mantener encerrado en vano. Los recuerdos y también lo que siento por él.

Y como si estuviéramos encerrados en una burbuja. Esa burbuja que nos alejaba de todos, fue pinchada y nos hizo caer en la realidad. Una realidad a la que no quería volver. Quería engañarme, olvidar lo que nos separó, al menos por unos minutos en los que me permitía besarlo.

—¡Mierda, Jude. Justo en ese momento tenías que hacer acto de presencia! —murmuro a las cuatro paredes de mi oficina.

Dejo caer la cabeza encima del escritorio, regresando al día de ayer donde casi le ruego por un beso. Donde estuve a punto de lanzarme de la cumbre más alta, sin protección y sin miedo a la caída. Estaba dispuesta a caer, aún sabiendo que corría el riesgo de romperme si al final de la caída no estaba él con los brazos abiertos, dispuesto a sostenerme y evitar que me haga mil pedazos si caía de picada y sin frenos en el suelo.

—Permiso, ¿Estás bien? —levanto la cabeza cuando escucho a Beth —Disculpa, toqué la puerta varias veces y no recibí respuesta. Por eso entré, ¿Estás bien?

Sí, estoy bien. Solo que me quedé con ganas de besar a tu jefe. Pienso la respuesta que nunca admitiría en voz alta.

—Estoy bien, Beth —contesto, desvio mi vista un poco más abajo —¿Quién es este pequeño hermoso que nos acompaña hoy?

Rodeo el escritorio y camino hasta ella. En un cochecito está su pequeño.

—Sobre eso, yo... —guarda silencio como si le apena lo que va a decir, me agacho a la altura del niño —No tenía con quién dejarlo y...

—Eso no es problema —la interrumpo —Tú también eres bienvenido aquí, pequeño —mi voz sale algo chistosa por la pobre imitación de una voz infantil —Ven conmigo.

Estiro mis brazos a su dirección y el rubio no tarda mucho en hacer lo mismo. Aceptando que lo tenga en mis brazos, como si antes de esta vez ya lo hubiera cargado un sin fin de veces.

—Gaia... —Beth pronuncia mi nombre en a penas un susurro que llama mi atención —Necesito... necesito que me des el día libre —dice al fin, jugando con los dedos de sus manos y la voz algo quebrada —Mamá tiene tratamiento hoy, papá tenía un compromiso que no pudo cancelar y no quiero dejarla pasar sola por esto.

Sus ojos brillan de tristeza y algunas lágrimas acumuladas.

—No hay ningún problema con eso —concedo sin dudarlo —Ve tranquila, tampoco se te descontará el día.

Por un momento creí que caminaría hasta mí y me daría un abrazo para agradecerme, pero se detuvo. Solo dió un paso y me ofreció una sonrisa que deseé que le llegara a los ojos. No, sus ojos estaban sumergidos en un mar de tristeza. Y aunque no podía llegar a sentirlo como ella, lo sentía por su madre y por lo difícil que debe ser para ellos ver a un ser tan importante como día a día se va apagando.

—Mi padre tiene razón cuando dice que eres la suerte disfrazada de persona.

Sonrío ante su comentario, no soy la suerte, ni siquiera creo en ella. Solo soy una persona que hace por otros lo que quisiera que hicieran por mí o al menos lo intentaran.

—Anda, acompaña a tu madre —ella carga a su pequeño y vuelve a acomodarlo en su cochecito —Yo puedo cuidarlo.

Eso salió tan rápido de mí que puedo apostar que ni siquiera lo pensé.

—No es necesario, no quiero dejarte una carga en el trabajo —se apresura a decir, entre apenada y confundida.

—No es una molestia y menos una carga. Un niño nunca es una carga. Vas a estar por horas en el hospital —añado con obviedad —No es un buen ambiente para tener a un niño, además de que tienes que ayudar a tu madre en lo que necesite.

—Viendolo de esa forma... —mira al pequeño y luego a mí.

La entiendo. No dejaría un hijo mío con cualquiera. Solo a alguien en quién confíe mucho y sepa que lo va a cuidar tanto o mejor que yo. Una persona que me hiciera sentir segura solo con verla y me transmita tanta confianza como para entregarle una parte de mí a su cuidado.

—Puedes confiar en mí, Beth. Soy buena cuidando niños, me gano su cariño rápido —alego a mi favor —Si te hace irte más confiada, puedes llamarme tantas veces desees para comprobar que todo está bien. No me va importar que lo hagas cada cinco minutos.

Por primera vez se rió. Con una de esas risas que te llegan a los ojos y te tocan el alma. Una risa de esa a la que podemos llamar como risa sincera.

—Está bien —termina aceptando —Vendré por él en cuanto pueda —se agacha frente a su hijo —Mamá te va a dejar un rato con la tía Gaia —me sentí especial al escucharla —Portate bien en lo que regreso, Elijah.

Rodea el cochecito y de la parte trasera carga un bolso grande que me entrega.

—Aquí están los pañales, algunas ropitas de cambio. Algunas galletas para que le des de merienda. El biberón de agua y leche. El termo que mantiene a la leche caliente —empieza a decirme sin respirar —Cuando llore es porque tiene el pañal sucio y cuando tenga hambre él mismo dirá papa, en un pequeño pozuelo ya está preparada. También hay algunos de sus juguetes. Si por algún motivo no puedes tenerlo todo bajo control o olvidas algo me llamas, voy a estar al pendiente...

—Beth, lo voy a cuidar bien —la interrumpo antes de que siga su discurso y se quede sin aire —Prometo cuidarlo como si fuera mío.

La castaña le da un beso a su pequeño para despedirse.

—Estoy dejando en tu mano el tesoro con más valor que tengo en mi vida —dice antes de marcharse.

Y no sabe cuánto la entiendo. Lo que siente por dejar a lo que más ama en la vida con otra persona.

—Pasaremos un día muy divertido tú y yo, Elijah.

El pequeño de cabello dorado sonríe como si yo fuera alguien que ve todos los días.

Dejo el bolso encima del escritorio y saco los juguetes dejándolos en el piso, luego voy por el pequeño y junto a él, nos sentamos frente a los juguetes.

Si alguien me preguntara cuál es mi pasatiempo favorito mi respuesta siempre sería ser el motivo de la sonrisa de un niño. Ver como sus ojos se humedecen por la risa, justo como ahora el pequeño que me hace compañía. Su carcajada llena toda la habitación y el motivo soy yo, haciendo muecas sin sentido que para él, son las más graciosas del mundo.

—Yo también quiero reírme así —mi vista viaja rápidamente al dueño de esa voz —¿A quién tenemos por aquí?

—Es el hijo de Beth, Elijah.

Nolan termina de entrar y se sienta en el piso cerca de nosotros. Siento nervios en mi vientre. Su mirada conecta con la mía por un segundo en el que me ofrece una sonrisa y vuelve a poner toda su atención en el pequeño y como si nada empieza a jugar con él.

Desde que Jude nos interrumpió no volvimos a tocar el tema y actuamos como si nada hubiera pasado. Los invité a la fiesta que me habían preparado mis padres, como en años atrás para nuestros cumpleaños. Estábamos todos juntos. Pasamos todo el rato mirándonos como si de esa forma nos enviáramos mensajes, pero ninguno tuvo el valor de acercarse al otro y decirlo con palabras.

Y ahora está aquí, con una sonrisa hermosa jugando con un niño que nunca había visto antes. Mi corazón se acelera al verlo así y tengo que ponerme en pie para alejarme de ellos y no delatar mi estado.

Elijah se pone de pie unos minutos después y da un par de pasos, pero pierde el equilibrio y sus rodillas tocan el piso. Se pone de pie nuevamente.

—Eso es, campeón —celebra Nolan —No te rindas por la caída, siempre ponte de pie y da más pasos. No importa cuántas veces te caigas, lo importante es que te levantes.

Sería un buen padre. Me digo a mí misma. Intentando deshacer el nudo que se aferra con fuerza en mi garganta.

—Creo que se lastimó con la caída —dice Nolan asustado cuando el pequeño empieza a llorar, lo carga —Le debe doler.

Su instinto protector hace que una lágrima se me escape, pero rápido la barro con una mano.

—Eso o probablemente tenga el pañal sucio —digo recordando lo que me dijo su madre, saco del bolso una bolsa de plástico, un pañal nuevo y una toalla que tiendo sobre mi escritorio —Tráelo, voy a revisarlo —Cuando me entrega al pequeño lo acuesto sobre la toalla y le quito el short para después quitar el pañal —Sí, definitivamente está sucio.

Tomo el bolso el paquete de toallitas húmedas y empiezo a limpiar a Elijah, echandolas en la bolsa de plástico junto al pañal sucio. Una vez limpio le pongo el pañal limpio y su short.

—Parece que has hecho esto antes —comenta Nolan —Lo has hecho como si fuera una coreografía que te sabes de memoria.

—Lo he hecho antes —confieso cargando al rubio.

—¿Con quién?

Y como si todo hubiese pasado ayer mi mente viaja al pasado, reproduciéndose en mi presente.

No puede ser que no pueda cambiar un pañal. Me quejo conmigo misma por ser una inútil.

—No puedo hacerlo —digo con la voz quebrada —No puedo cambiarle ni siquiera un pañal.

—Sí puedes —me anima Mario a mi lado.

—Tengo miedo de romperla. Mírala, se ve tan frágil. Mejor hazlo tú.

—No se va a romper —asegura él —Inténtalo una vez más, todas las veces que hagan falta hasta que aprendas.

Sonrío ante ese recuerdo, gracias a mi amigo aprendí muchas cosas. Entre ellas limpiar a un bebé y poner un pañal correctamente.

—Lo he hecho antes —repito como respuesta a su pregunta.

No insiste en saber y agradezco infinitamente por eso.

—Venga, campeón —me quita al niño de los brazos que se va con él muy gustoso —Te voy a enseñar a caminar.

Como si fuera posible sentí mi corazón detenerse y luego bombear con fuerza. Joder, este hombre sería un buen padre y yo...

—Somos unos buenos niñeros —comenta Nolan sonriendo mientras le sujeta ambas manos a Elijah y dan pasos cortos.

—Sí, lo somos —ahogo un grito en mi garganta.

Siento que el aire me falta y me cuesta respirar. No, aquí no. Ahora no. Me digo a mí misma con miedo a romperme frente a él que todavía no lo sabe.

En un intento de escapar de esto tomo mi teléfono e intento huir por unos minutos en los que conseguía calmarme y hablar con alguien que me entienda.

—¿A dónde vas? —volteo a ver a Nolan.

—Al baño —consigo decir en un hilo de voz.

—Tienes un baño aquí —apunta a la puerta dentro de mi oficina.

—Sí... yo... voy al de los trabajadores —consigo decir —Me sentiré más cómoda allí que contigo aquí.

Asiente en señal de afirmación, aunque puedo jurar que decirle eso no le gustó. Casi corriendo conseguí llegar al baño de damas y lo primero que hice fue marcar a ese número que tenía tan gastado en mi contactos. Me miré en el espejo a todo largo de los lavamanos y sentí lastima de la imagen que veía en ellos. Sentí lastima de mí.

—Necesito hablar —me adelanto a decir cuando siento que contestan.

Te escucho —su voz relajada solo hizo que mis nervios crecieran, quise hablar, pero la voz se negó a salir —Eras conciente de que algún momento ibas a contarle, ¿Ahora a qué le tienes miedo? —cuestiona sabiendo el único motivo por el que la llamo —A pesar del daño que hizo en ti estabas dispuesta a contarle porque sabías que merece saber que...

—Quiero hacerlo, Marce —digo al fin, viendo como las lágrimas bañan mis mejillas por mi reflejo en el espejo —Se lo intenté decir, pero me acobardé. Llevo días intentando hacerlo y tengo miedo de como vaya a reaccionar. De que me odie por eso, por no contarle antes o porque no...

O porque no la quiera —dice por mí.

Y ese es mi mayor miedo. De que no la quiera. De que la rechace como hizo conmigo hace cinco años atrás y vuelva a romperme. Me dolerá más que no la quiera a ella a que no me quiera a mí.

—Él actúa como si no me hubiera escrito aquella carta —le cuento a la psicóloga que me a tratado los últimos años —A intentado besarme, me ha hecho sentir lo que creí que ya no sentía —limpio las lágrimas en vano porque no dejan de salir —Ayer casi caigo, deseé que me besara —todavía lo deseo, me corrijo en mi mente —Tengo que contarle antes de que algo pase entre nosotros. Tengo que decirle que tenemos... que tenemos una hija.

Expulso todo el aire que almaceno en mis pulmones como si me quemara. Respirar me está quemando. Decir en voz alta que en el mundo hay una personita hermosa que nació producto a lo que un día tuvimos y ser la única que pudo disfrutar de sus primeros años de vida, me quema, porque me hubiese encantado que él la viera con los ojos que yo la veo, pero cuando lo supe ya estaba en otro país y tenía tanto miedo de lo que iba a pasar con mi vida después de saber que él nunca me quiso cuando yo le había entregado mi corazón me frenó de contarle lo que siempre dije que merece saber, solo que no quería que volviera conmigo porque iba a darle una hija. No quería estar con él si no me amaba solo porque en mi vientre estaba creciendo el amor más lindo que he conocido en la vida.

Recuerda lo que siempre te digo, Gaia —habla Marce, recordándome que sigue del otro lado de la línea —Eras muy joven y aunque no lo justifica, hiciste lo que creíste que era mejor para protegerla. Ella lo sabe, ella lo entiende.

Asentí sin poder pronunciar otra palabra y escuché el sonido que hizo la llamada al ser terminada.

Pensé en ella, en todo lo que vivimos. Mis rodillas tocaron el piso cuando no fui capaz de mantenerme en pie y un manantial brotaba de mis ojos. Me llevo una mano al pecho como si de esa forma pudiera controlar el mar en tormenta que me azota con mil emociones.

Ví la puerta abrirse, a Elijah sentado en su cochecito y a Nolan mirarme con preocupación. Arrastra el coche hasta dejarlo a unos pasos de mí y se deja caer de rodillas al piso.

Me abraza como si supiera lo que escondo y me está dando consuelo. Yo solo puedo esconderme en su pecho y llorar por no tener el valor de contarle.

—Todo va a estar bien —susurra, inocente.

—Ni si quiera sabes que me pasa.

—Si me quieres contar, voy a escucharte —comenta —De todas formas, si no lo haces, también estoy aquí.

—Actuas como si te importara —dejo escapar alejándome un poco para verlo a los ojos.

Es como si el hombre que me dejó aquella carta, no fuera el mismo que tengo de rodillas a mi lado.

—Me importas, Gaia. Mírame —pide cuando ya no puedo sostenerle la mirada —Me importas.

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