Capítulo 10

Nolan

Intentar. Arriesgar.

Dos palabras que hacen eco en mi cabeza. Repitiéndose una y otra vez, sin darme tregua.

Dos palabras tentadoras. Una me incita hacerlo, la otra no piensa en las consecuencias.

Dos palabras que pueden hacerme caer en un precipicio de emociones al que no sé si podré ser capaz de salir a la superficie, pero ¿Y si...?

¿Y si todo funciona?

¿Y si no todo fue fingido y un poco de ese sentimiento que demostró cuando estábamos juntos era verdad?

¿Y si el riesgo vale la pena?

Yo estoy dispuesto a descubrirlo.

No voy a quedarme con esa duda. Cada acercamiento que tenemos, su nerviosismo, el cambio de respiración y los casi besos que hemos estado a nada de darnos son prueba de que algo —al menos un poco— de lo que vivimos fue real. Quiero creer en eso.

Esta semana en Hawaii me servirá para algo. Sin llegar a forzar las cosas, ni cruzar la línea probaré un acercamiento entre los dos. Intentar conocer sus sentimientos hacia mí o simplemente darme cuenta que soy el único que sintió y siente lo que una vez nos unió.

Aunque también hay otra vocecita en mi cabeza diciéndome que no lo intente.

—Nolan, por favor. Es una locura —sí, esa vocecita es la de Jude —Solo conseguirás que todo se vuelva un desastre. Bueno, uno más grande del que ya es.

Dejo de empacar mi ropa y le presto atención a la rubia.

—Si no lo hago no voy a estar tranquilo —confieso, me siento a su lado en mi cama —Necesito comprobar que no todo fue mentira.

—Te entiendo. Yo fui testigo de su historia, también quiero apostar que lo que dice la nota que dejó cuando se fue es mentira. No quise hablar con ella de eso porque es un tema de ustedes, pero... —guarda silencio unos segundos —Ayer cuando te fuiste ella... ella dijo que le afecta que quieras hacerla sentir.

—Entonces sí siente algo.

—Nolan, no estás entendiendo.

¿Y quién me entiende a mí? Yo ni si quiera me entiendo, pero ¿Cómo le digo a lo que se estoy sintiendo que se detenga? ¿Cómo dejo de sentir qué todavía la quiero?

—¿Hablaron algo más?

—No, solo eso y otra cosa que no entendí.

—¿Qué cosa? —pregunto con curiosidad.

—Que ustedes no son los únicos que salieron afectados en esto. No sé, creo que hay alguien más en su vida y por eso lo dijo. Lo que no entiendo es el por qué, tengo entendido que no a pasado nada entre ustedes desde su regreso.

Seguro ese "alguien" es el tal Mario. ¿Tendrá algo con él? Me dijo que era su amigo, ¿Me mintió?

Alejo ese pensamiento de mi cabeza y camino de nuevo hasta mi maleta para terminar de empacar.

—Solo no se hagan daño, vale —pide —No voy a interferir, es tu decisión. Pero no hagas algo de lo que después puedes arrepentirte.

—Algo tuvo que ser real —digo apostando por eso, necesito creerlo —Al menos un poco de lo que demostró cuando estábamos juntos debe ser verdad. Me conformo con ese poco.

Solo necesito comprobarlo. Me digo a mí mismo. Intentaría que ese poco creciera, me arriesgaría a probar. Ya lo tengo decidido. Solo espero salir ileso de esto al apostar en ese poco.

Dejo vagar mi vista por la habitación. Observando cada parte de ella, viendo como el testigo de muchos de nuestros momentos sigue como desde entonces. Nunca cambié el color grisáceo de las paredes, cada cuadro y cada foto permanecen colgados en estas, menos en la que aparecíamos juntos. Mi cama, aunque ya no viste las mismas sábanas de todas las que usamos en ese entonces, sigue siendo la misma que nos regaló nuestra primera y última vez juntos. Yo cambié, pero me negué a cambiar el único lugar donde fuimos uno.

—Es hora de irnos —le digo a mi amiga.

Conseguimos los pasajes a última hora y Jude se encargará de llevarnos al aeropuerto. Cuando llegamos al edificio de Gaia bajo del auto para ir por ella y ayudarla con su maleta, pero solo doy dos pasos cuando la veo acercarse a nosotros.

—Puedo sola —gruñe cuando intento quitar su maleta y subirla al maletero.

—Solo intento ayudar —empiezo a explicar como un idiota.

—Y yo te digo que puedo sola, gracias.

Respira Nolan. Me digo en mis pensamientos. No va a ser fácil, pero si quiero romper esa barrera invisible que a puesto entre los dos, tengo que ser paciente.

Dejo a la señorita subir sola su equipaje y regreso a mi puesto en el asiento de copiloto. Un par de minutos después Gaia monta en los asientos traseros y una vez que saluda a Jude seguimos la ruta al aeropuerto.

Sintiéndome el hombre invisible permanezco en mi puesto, escuchando a las dos mujeres que me acompañan en una charla a la que no me han invitado.

—Fotos, muchas fotos —repite la rubia por quinta vez —Todos los días y me las mandas.

—Igual debo hacerlo para el trabajo —accede Gaia —No soy una profesional en eso, pero Mario me enseñó a desenvolverme con una cámara.

Otra vez el tal Mario.

—¿Qué más te enseñó?

—Muchas cosas —su respuesta me hace darme cuenta que no solo lo pensé, también lo dije en voz alta —Gracias a él no nos faltó nada y aprendí —menciona con orgullo —Le debo casi todo lo que he logrado.

Ya entendí, Mario es especial.

Muerdo mi lengua para no decir ningún comentario al respecto. El silencio nos acompaña en el resto del trayecto y cuando llega a nuestro destino soy el primero que salgo disparo del carro y sin esperar más, arrastro nuestras maletas al interior del aeropuerto.

Una vez confirmamos el vuelo y antes de abordar Jude no pierde la oportunidad a la hora de despedirse de ser la voz de mi conciencia.

—Cuando las cosas se te estén saliendo de las manos, detente —empieza a decir seria —Paso a paso. No te dejes llevar por tus emociones y no te olvides de las de ella. Tú necesitas saber lo que ella siente por ti, pero no por eso vas a obligarla a tener una conversación que la haga sentir incómoda o confesar algo que no siente.

Asiento dándole la razón.

—Lo tengo claro —acepto dándole un último abrazo —No dejaré que nada se salga de control.

Gaia se acerca a nosotros y nos separamos para que ellas se despidan. Me alejo para darle privacidad hasta que por unos altavoces dan el último llamado para abordar al vuelo de Hawaii y me veo obligado a interrumpir a las peticiones de Jude de los lugares que quiere que visitemos.

***

No sé cuántas horas han pasado con exactitud desde que el vuelo despegó y ya quiero que aterrice. Sí, le tengo miedo a las alturas e ir en un avión no es una de mis actividades favoritas. Gaia está a tres asientos antes del mío ajena a mi estado.

—¿Desea algo de tomar joven? —pregunta una azafata.

—¿Tiene algo para dejar de sentir nervios? —cuestiono, ella ríe al observar mis manos inquietas sobre mis piernas.

—Whisky —me ofrece una bebida —No le quitará el miedo, pero al menos...

—No tengo miedo —la interrumpo, ella vuelve a reír.

—No, no lo tiene —es lo último que dice antes de irse arrastrando el carrito donde lleva las bebidas.

Bebo casi de un trago el líquido del vaso de whisky haciendo una mueca al instante. Pido uno película en la pequeña pantalla en el asiento delante de mí y adivinen de que es la película... sí, una que hace que la apague al instante de ver un avión explotar en el aire ¿A quién se le ocurre poner una película así en un vuelo?

Veo a la señora que se sienta al lado de Gaia ponerse de pie e ir hasta el baño y aprovechandome de ello, salgo de mi puesto y espero fuera de la puerta del baño para proponerle un intercambio.

—Disculpe, señora —me apresuro a decir en cuanto sale del baño para llamar su atención —Es la primera vez que viajo en avión y si le soy sincero estoy que me cago del miedo —confieso robándole una sonrisa a la mujer de avanzada edad —Estoy viajando con la joven con la que usted comparte asiento, ¿Si es tan amable podría intercambiar asiento conmigo?

Pido casi suplicante, demostrando mi miedo en mi tono de voz.

—Mi esposo también le tenía miedo a viajar en avión —me cuenta con una sonrisa nostálgica adornando su rostro —Claro que podemos intercambiar, muéstrame tu asiento.

No puedo evitar el impulso de envolverla en mis brazos, en un cálido abrazo como si la conociera de toda la vida. Agradeciendo por su gran gesto. Camino a su lado hasta llegar a mi lugar y enseñarle el puesto vacío junto a la ventanilla, le doy las gracias una vez más y sin esperar más me dirijo a mi nuevo puesto.

—Hola —saludo al instante.

—El asiento está ocupado —responde cortante —La señora fue al baño.

—Ahora lo estoy ocupado yo. Hablé con ella y accedió a un intercambio.

Sus ojos se entrecerraron en mi dirección.

—Por favor, dime que no le dijiste a ella también que estamos casados.

Niego.

—Solo le dije que viajamos juntos —cuento.

Y ahí se queda la conversación. No cuestiona nada más y yo no quise incomodar. Cierro los ojos en un intento de olvidarme que voy en un avión a no sé cuántos pies de altura, pero sin éxito. El avión empieza a sacudirse y antes de que el piloto avise que estábamos pasando por turbulencia y abrochar los cinturones, ya yo me había puesto el mío a la velocidad de la luz.  

—¿Miedo? —pregunta Gaia, la miro.

—Para nada —miento.

—Repitelo hasta que te lo creas.

—Sí, tengo miedo —reconozco, me aprovecho de la situación para tomar su mano —Mucho miedo.

Ella repara la unión en nuestras manos, pero no la aleja.

—Lo sé —suelta una risa suave —Siempre tuviste miedo a las alturas, no podías ni siquiera cruzar por un puente de dos metros sin sentir vértigo, pero tranquilo. Solo serán unos minutos.

Estoy todo menos tranquilo. Le voy a echar la culpa al miedo de mi siguiente acción, cuando dejo reposar mi cabeza en su hombro y aún cuando el avión se estabiliza del todo no tomo distancia. Cierro los ojos y me pierdo en el olor de su cabello.

Me veo obligado a abrir los ojos cuando escucho aplausos a mi alrededor y soy conciente que ya el avión está en la pista del aeropuerto de Honolulu.

—Me quedé dormido —digo en voz alta mis pensamientos.

—Dormiste casi todo el viaje. Esta noche no podrás dormir. Dormiste al menos ocho horas de las once que duró el vuelo.

Bajamos del avión junto a todos los pasajeros. La noche nos da la bienvenida en Honolulu, con un cielo repleto de estrellas y una brisa fresca. Agradezco que no nos tomara mucho tiempo obtener nuestro equipaje y media hora después estábamos en un taxi, admirando las hermosas calles y arquitectura de la ciudad de trayecto al hotel.

El Gran hotel Adele Paradise se cierne sobre nosotros con una belleza majestuosa. Entramos y en la recepción solo fue suficiente decir nuestros nombres y ya teníamos un encargado para llevar las maletas y mostrarnos la habitación.

—En unos minutos la cena será traída hasta aquí —informa el joven —El señor Shepard mandó a dejarle unos boletines con información sobre el hotel en caso de que lo necesiten. Con su permiso, me retiro.

Le doy las gracias y termino de entrar a la habitación donde ya Gaia se encontraba desde hace un minuto atrás.

—¡Genial, una sola cama! —finge entusiasmo al reparar la habitación.

—¿Qué esperabas? El señor Shepard piensa que tenemos una relación.

—Me pregunto gracias a quién tendrá esa idea tan equivocada —ironiza haciendo ademanes al aire con sus manos.

Y no me arrepiento de esa mentira. Replico para mí, sin sentirme culpable de haber mentido. Aunque no sea correcto. Espero sacarle provecho a la situación.

El timbre de la habitación suena llamando la atención de los dos. Decido ir yo y abrir la puerta dándole entrada al carrito de la comida y agradeciendo a la chica que lo trajo.

Como ya era costumbre en nosotros, si no estábamos peleando el silencio era el que reina a nuestro alrededor. Cuando terminamos de cenar, fui el primero en usar el baño y después Gaia.

Espero en la cama sin gota de sueño alguno debido a las horas que dormí en el vuelo. Tomo los boletines que están en la mesita de noche del lado que estoy ocupando en la cama y empiezo a repasar en uno de ellos la lista de los lugares dentro de Honolulu que el hotel ofrece como guía turística de su plan.

La puerta del baño se abre llamando mi atención y clavo mi vista en esta al ver a la pelinegra salir. Viste un pijama amarillo de dos piezas, con una blusa de tirantes y un short de ceda que llega hasta la mitad de sus muslos.

—Deberías ver esto, el intinetario de actividades —es lo único que se me ocurre decir para romper el silencio —Tiene un plan perfecto para recorrer la isla y con guías del hotel.

—Que bien, pero ahora solo quiero dormir —informa dejando claro que no le interesa.

—¿Qué haces? —me veo preguntando al verla tomar dos almohadas y una sábana.

—¿Ves aquel sofá que está allá? —cuestiona apuntando al mueble en una esquina de la habitación, asiento —Pues de repente se me hace el lugar más cómodo del mundo antes que dormir contigo en la misma cama.

Las palabras se quedaron presa en mi garganta y ella solo camina hasta llegar a donde pretendía pasar la noche.

Solo un idiota pensaría que podíamos dormir en la misma cama y yo, soy ese idiota.

Dejo la comodidad de la cama y arrastro mis pies hasta llegar a su lugar.

—Puedes usar la cama —le digo terminando de acomodar yo las almohadas —Yo dormiré aquí.

—No es necesario —dice como siempre llevándome la contraria —Eres el jefe, la cama te toca.

Me arrebata una de las almohadas con la clara intención de no cambiar de idea.

—Gaia —pronuncio en un tono bajo —Si no quieres dormir en la misma cama que yo, está bien. Pero no esperes que te deje dormir en un mueble incomoda por toda una semana.

Asiente entregandome de nuevo la almohada.

Tengo una semana para conseguir mi objetivo, solo tengo que jugar bien las cartas para no dormir toda la semana en un sofá, ¿Podremos compartir la misma cama? Estaba por descubrirlo.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top