El piano me gustó tanto que he ido todos los días a tomar clase.

Rob dice que tengo un talento innato, pero yo creo que exagera.

—Todos llevamos la música en el corazón —me recordaba cada vez que lo veía—, algunos con melodías tristes, otros, sin tanto ritmo, pero aún así la llevan. Pero tú eres diferente, Chris. ¡Es como si en todo tu cuerpo fluyera la música! ¡Eso es fascinante!

Desde voy a clases mi humor ha mejorado muchísimo. Mi padre se ha dado cuenta y siempre me recuerda que es todo gracias al piano.

—Chris —dijo una tarde que estábamos descansando en el sofá—, ¿alguna vez te conté la historia de cómo conocí a tu madre?—preguntó y yo negué con la cabeza—. Sucedió hace unos 20 años, si mi memoria no me falla. Tenía una novia, Sandy, y esa noche celebrábamos nuestro aniversario de dos años. La llevé a cenar a un restaurante elegante, y ahí estaba tu madre —sonreí ante su mención. El piano también me servía como terapia, por lo que ahora no me ponía tan sensible con el tema de mi madre—. Una hermosa pianista. Al verla y escucharla tocar me enamoré de ella. —Mi padre soltó un suspiro.

—¿Es por eso que me metiste a clases? —pregunté y mi padre solo asintió.

—Cada día te pareces más a tu madre. —No pude evitar soltar una lágrima.

—¿La extrañas? —pregunté.

—¡Claro! ¿Cómo podría no hacerlo?

En ese momento, sin saber por qué, me sentí feliz. Estaba hablando sobre mi madre sin ponerme antipática, cosa que no podría haber hecho algunos meses atrás.

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—Chris, Chris.

—¿Mamá? —pregunté, aunque ya sabía que era solo un sueño.

—Estoy muy orgullosa de ti, cariño —dijo posando una de sus manos en mi mejilla.

Desperté de un sobresalto. Me llevé la mano a mi mejilla y me decepcioné al darme cuenta que no había nada ahí. Mi madre no me había tocado. Era solo un sueño. Como siempre.

Pero sabía que mamá se comunicaba conmigo a través de mis sueños. Esta vez, el mensaje fue demasiado satisfactorio: a pesar de no estar más aquí, ella se sentía orgullosa. Y no quería que eso cambiara.