ONE

Se puso los audífonos y ajustó el volumen, como cada día... como siempre hacía.

Caminaba sin rumbo bajo las cristalinas gotas de lluvia que apenas habían empezado a caer, la gente corría de un lado a otro buscando refugio, pero él, parecía ir cada vez más lento...

Sus converse blancas, estaban empapadas y tenían manchas marrones debido a los charcos que pisó, pero a él no le importaba nada más que el dolor que sentía en su corazón.

Caminó tanto, que su ropa mojada ya pesaba sobre su cansado y delgado cuerpo.

—Si cruzo el puente, ya no seré capaz de hacerlo —le susurró al cielo y este pareció responderle con un sonoro estruendo.

Sostuvo con una mano la barandilla, y siguió avanzando a paso lento, las gotas de lluvia seguían cayendo, sus manos frías, casi congeladas, se aferraban torpemente al borde. Su largo cabello cubría sus ojos, escurriendo agua mezclada con lágrimas— ¿pero y si me quedo? ¿Y si ya no me muevo?

Se detuvo un momento, observando el cielo y viendo el mar que se perdía a lo lejos.

Sus pasos se hicieron más pausados, más débiles, más imprecisos, pero su corazón palpitaba fuerte, le gritaba dentro de su pecho.

Sería tan fácil dejar de caminar, pero más fácil aún sería volar...

Lo vio por primera vez sujetando un paraguas amarillo, caminando a toda prisa con un montón de libros en la mano... cuanto más se acercaba, más lento caminaba y cuando ya casi estuvo frente a él, se detuvo. El paraguas amarillo, tenía un estampado de flores multicolor y un hermoso ruiseñor. Él levantó el paraguas, le sonrió bonito y él lo miró hacia abajo conmocionado.

No era un lugar transitado, no era un lugar para conocer a alguien, no era momento de hacer amistades, ni el tiempo propicio para enamorarse... pero todos sus sentidos le gritaban que si no avanzaba sería una decisión equivocada.

El paraguas amarillo empezó a moverse y ya estando al otro lado, los dos muchachos bajo su sombra habían dejado de ser desconocidos.

Él tuvo la iniciativa, un poco torpe y bochornosa, porque en vez de emitir palabras, graznó como un pato salvaje, pero eso no es importante, lo que importa es que su historia inició en ese preciso instante.

—Hola —dijo sin dejar de mirarlo.

—Hola —respondió él, sin dejar de sonreír y su risa se le antojo muy tierna.

—¿Parecía que llevabas mucha prisa?

—No me hubiera detenido y vuelto sobre mis pasos si no supiera que acompañarte es mucho más importante. —dijo y su voz fue demasiado melodiosa.

Parecía tan irreal, tan extraño, nunca nadie se tomó el tiempo para hablarle, para conocerlo, sin embargo allí estaba él, hablándole y sonriéndole como si se conocieran de años.

Tan acostumbrado estaba a los rechazos y a los desplantes, a que cada día de su vida estuviera envuelto en lágrimas y tristeza, que nunca ambicionó tener un amigo, pues si su familia no lo quería, mucho menos lo haría un desconocido. Aislándose y estando solo, se ahorraba los dolores de cabeza, se ahorraba los llantos y la desesperación.

Del amor ni que decir, nunca existiría, nunca para él.

Se ponía los audífonos y escuchaba canciones tristes, mientras miraba el mar y el horizonte que anhelaba alcanzar...

Cruzar ese puente era su hobby favorito —ese lugar era su habitual salida de la prisión tan cruel que era normalmente llamada vida, por todos los demás— dos tres, hasta cuatro idas y venidas, con tal de olvidar todo lo demás a su alrededor.

En un diario cada noche, escribía poemas de desamor, pues aunque sonara contradictorio, cuando hacía eso, se olvidaba por un momento del dolor.

Desde niño, había creado la fachada de ser un chico normal. A vista de todos tenía la familia perfecta, las mejores notas... y era feliz, pero indudablemente el infierno no puede verlo cualquiera, mucho menos desde afuera.

Ese puente era único testigo de su dolor, de su soledad y ahora, cuando se convertiría en testigo mudo de su inminente ocaso, con el cielo derramando lágrimas, las mismas que él había derramado por años, con una canción de desamor sonando justo antes de que la batería del celular decidiera terminarse, en aquel, su lugar, él había conocido la calidez de un ser humano que le sonrió con el corazón.

—Me alegra oírlo —se vio a si mismo sonriendo otra vez, temblaba de frío, pero dentro de su pecho una pequeñas chispa empezaba a arder.

—Me llamo Gun —dijo el más bajo, mirándolo con sus grandes y vivaces ojos.

—Soy Off —respondió a cambio.

Gun apenas había dejado la preparatoria, era menor que él, pero sus conocimientos sobre la vida y el amor, eran mayores que los de Off. Y así, poco a poco en una sola tarde, su corazón fue rompiendo la coraza que lo había apresado durante años.

Hablaron durante horas, hasta bien entrada la noche, sentados en una vereda, frente a una florida alameda. La ropa sobre su cuerpo se secó, seguro una semana le duraría el resfrío, pero Gun le prometió que sería un buen doctor.

Desde que se mudó a los cuartos de la universidad, no dejaba de dar gracias al cielo, por la privacidad, más aun ahora, que sin familia ni malos ratos... Gun libremente lo podría visitar.

Gun se convirtió pronto en su único amigo y con el paso de los días, su razón para sonreír... porque Gun era luz, era felicidad, era noches en vela escribiendo versos cortos y amaneceres cálidos tarareando una dulce canción.

Gun le enseñaba a amar las cosas y a que nunca se escondiera, Off estaba contento de tenerlo en su vida, porque fue la cura que sanó todas sus heridas. Gun cambió su forma de ver la vida, ya no era un infierno, cuanto más tiempo pasaba con él más cerca del paraíso se sentía.

Un mes rápidamente pasó y el cariño, la grata compañía, las risas de cada día, se convirtieron en algo más que amistad. Estaba seguro, no tenía duda, lo que estaba sintiendo era eso, a lo que los poetas llamaban primer amor...

𝕰𝖛𝖎𝖎𝕭𝖑𝖚𝖊 ʚĭɞ 

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Denle la oportunidad... lean hasta el final y no olviden contarme que les pareció. Gracias  

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