Capítulo 26: Abandonado (POV AUSTIN)
Para escapar, salimos corriendo ―irónicamente― hacia donde escuchábamos al patrullero llegar.
Sam se puso su gorra de lana, y su capucha antes de salir corriendo hacia la salida que ahora se encontraba cerrada por el vehículo. Me encapuché yo también, y vi a Sam saltar por encima del capó del patrullero que se frenó en la entrada. Yo imité cada uno de sus movimientos, pero la capucha se movió de su lugar en el momento de saltar.
Empezaron a dispararnos con balas de goma, pero de todos modos, no paramos hasta estar más alejados. Cuando llegamos al Jeep, nos dirigimos a un pequeño parque bastante alejado de la ciudad. La noche era fría, pero no era tarde y no queríamos ir a casa porque sabíamos que mi abuela se preocuparía al vernos llenos de sangre. Era mejor llegar cuando ella estuviera dormida.
Fumamos un gran blunt entre los dos, mientras él bebía su cerveza. Me explicó que Ben, le había dicho que las pastillas que Sam trataba de vender, no era nada más que simple placebo.
Y para los que no saben lo que es el simple placebo, les explico: es un medicamento que no tiene ningún efecto, más que psicológico. O sea, es una maldita pastilla, que medican a los estúpidos que creen que tendrá su efecto, pero carece de acciones curativas, porque se la dan a los que no tienen más que enfermedades psicológicas, y no me refiero a enfermedades o trastornos de la psiquis, sino más bien, a enfermedades que no existen realmente.
Y no es como si Sam estuvo dos horas tratando de explicarme eso, porque es obvio que ya lo sabía.
―¿Estás seguro de que Ben no te mintió? Es decir, sabes que ya tuvimos problemas con ese cretino ―le había dicho en su momento.
―Él no mintió.
―¿Por qué estás tan seguro?
―Me tragué una.
―¿Y qué tal? ―pregunté curioso.
―No seas imbécil Austin, no tienen efecto.
―Entonces, tendremos que visitarlo, ¿no? ―dije con cierto tono de molestia, odiaba tener que lidiar con él. Sam sonrió, asintiendo como un niño pequeño. A veces me asustaba, no podía predecir lo que pasaba por su mente. Y si bien, a veces eso era una desventaja, otras veces era una gran virtud.
―Así es, pequeño Austin.
Luego de un largo rato de conversaciones insignificantes, fuimos a casa a causa del frío, ya que Sam empezaba a tiritar. Yo quería seguir fumando, y él estuvo a punto de dejarme a mi suerte en esa zona tan alejada, así que lo seguí resignado. También estaba la parte en que nos dolía algunas partes del cuerpo, gracias a que nos rozaron con las balas de goma. Necesitábamos descansar.
Cuando estuvimos a un par de calles, vimos un patrullero parado frente a casa, y se me detuvo el corazón. Sabía que ellos habían visto mi cara en el momento que se me movió la capucha.
―Maldición ―dije, golpeando mi frente con mi mano.
―No, espera. ―El rubio se inclinó sobre el volante, acercando su cara al vidrio―. Mira bien eso ―dijo señalando hacia dos personas hablando.
Aparcamos el Jeep en la calle siguiente, y nos escabullimos a través de la oscuridad hasta llegar a casa. A medida que nos acercábamos, nos dábamos cuenta que el vehículo policial estaba frente a la casa de los Houston.
Saltamos la cerca de casa, para entrar y no hacer ruido, ya que, como verán, es mucho mejor cuando no interactuamos con los policías. Pero ni bien pasamos, mi abuela estaba parada frente a nosotros.
―¡Joder Marga! ¿No deberías estar durmiendo? Nos has dado un susto de muerte ―dijo mi amigo, y le miré mal.
―¡Oh, mis muchachos! ―nos abrazó y a mí me besó en toda la cara, la tuve que apartar un poco―. ¡Estaba tan preocupada! Rebbeca ha desaparecido, y la están buscando con la policía.
―Ya, calma abuela, nosotros estamos bien ―le dije acariciando su espalda. Vi de reojo a Sam que hacía gestos de exasperación.
―¿Y qué tenemos que ver en eso? Digo, para que te preocupes por nosotros. Ni que la hubiésemos secuestrado ―rió Sam, divertido.
―Sé que ustedes se saben cuidar solos. ―Mi abuela empezó a sollozar, y volví a mirar mal a Sam, el resopló, pero cambió la cara de irritación a una más... infantil―. Es que si les llegara a pasar algo... No me lo perdonaría... No pude evitar pensar en que podrían ser ustedes...
―Ya Marga, tranquila... Yo cuido de Austin, si es lo que te preocupa.
―No solo me preocupo por él, lo hago también por ti, Sammy.
Traté de disimular la inoportuna risa que salió de mi garganta, con una muy mal fingida tos, a lo que Sammy me dio un codazo.
―¡Quieto! ―pedí todavía burlándome―. Bueno, entremos. Tengo hambre.
―Está bien, la cena está lista... Pero primero vayan a ducharse, porque sus cuerpos destilan alcohol. Sabes que detesto que beban fuera.
―Sabes que yo no bebo abuela ―mentí, aunque justo ese día no había bebido.
Y como si no hubiera pasado nada, entramos.
Antes de entrar a la ducha, decidí enviarle un mensaje a Rebbeca.
La verdad es que estuve pensando si realmente le pasó algo, pero supuse que, de ser así, ya nos habríamos enterado Sam y yo. Esas cosas no se nos pasaban por alto.
Además, la reputación de los padres de Rebbeca, no dejaban lugar a dudas de que solo estaban exagerándolo todo.
Ciertamente, no estaba preocupado, jamás me preocuparía por ella. Pero, ¿y si algo le pasaba? Mi abuela se sentiría muy mal, ella le tenía mucho cariño a todos los del vecindario... solo me preocupaba por la salud emocional de mi abuela.
Mientras Sam se bañaba, me dio tiempo de espiar a los Houston, había escuchado un par de gritos ―nada normal en aquella casa de pura tranquilidad―, y noté que Rebbeca ya había aparecido... Ellos estaban discutiendo, y la verdad no entendía mucho, porque no escuchaba bien.
No era muy fan del chisme, así que no era un experto en escuchar conversaciones ajenas porque me distraía fácilmente, entonces pensé que necesitaba un cigarrillo, y despejarme de tantos gritos.
Estaba fumando un cigarrillo al frente de casa, bajo la oscuridad del poco iluminado vecindario, cuando vi que Rebbeca subía un par de maletas a un taxi, con un bolso colgando de su hombro derecho, con lo que parecía ser el peluche blanco del otro día.
Claro, y el pequeño era yo.
Ella limpió sus mejillas con la manga izquierda de su sweater, lo hizo con dificultad, y me puse a pensar en el golpe que se dio la otra vez.
Inconscientemente, o más consciente de lo que me gustaría admitir, estaba rebuscando su conversación en mi teléfono.
Inconscientemente también, le había escrito un mensaje, preguntándole si se encontraba bien.
Por un momento, pensé que iba a verla responder el mensaje, pero no pasó.
La vi voltearse para mirar su casa, la vi subir al taxi, y la vi alejarse a toda velocidad por la fría calle.
La vi...
Una angustia me invadió totalmente, y no entendía la razón. Ideas sin sentido pasaban por mi cabeza. ¿Tendría dónde pasar la noche? ¿Y si se volvía para Latinoamérica? ¿Y si se marchaba y no la veía nunca más?
Y sin darme cuenta, ya le había enviado otro mensaje. Debía controlarme un poco más, mis impulsos siempre hacían que parezca un maldito acosador. Pero si se iba, ya no podría molestarla. Y maldición, no quería que se fuera.
Pensar en eso, hacía que el hueco que se había formado en mi interior unos minutos antes, crezca desmesuradamente. No quería volver a sentir eso. Pensé que con lo de mi infancia ya había tenido más que suficiente. Me sentía solo, abandonado y totalmente estúpido.
La desesperación me ganó y la llamé.
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