Gratitud y algo más...
Escucho el sonido del agua corriendo, aquel suave chapoteo emana mis recuerdos, parece que fue ayer pero ya ha pasado un tiempo, todo vuelve a mi cabeza, despertando nuevamente mi motivación...
Todo empezó con el agua, más específicamente todo inicio con una fuente, estábamos remodelando el jardín, mi madre quería que construyéramos una fuente, llevábamos gran parte de la mañana trabajando, vaya que estaba exhausto, subí a mi cuarto me di una ducha, me puse unos jeans y una playera, cogí las llaves y fui a buscar los materiales que necesitábamos para la fuente, un par de horas más tarde había conseguido casi todos los materiales para la fuente que mi madre quería, aun necesitábamos piedras , comenzaba a obscurecer, donde conseguiría las piedras a esta hora, voy camino a casa un tanto triste por no poder completar mi encomienda, estoy a unas cuantas calles de casa, cuando en ello, a lado de una vieja casa con techo de lámina noto una pequeña montaña de rocas dudo un momento, pero finalmente decido tocar, pasan un par de segundos y todo continua en silencio, estoy tentado a irme pero cuando estoy a punto de hacerlo la puerta se abre...
Una mujer de avanzada edad se asoma por el borde de la puerta—¿Puedo ayudarle en algo, joven?
Yo dudo un momento y me planteo la idea de marcharme, quizá no debí molestarla por algo así—Yo...Me preguntaba si sería tan amable de regalarme algunas piedras.
—¿Piedras? —respondió, arqueando una ceja.
Yo señalé hacia la montaña de rocas junto a la casa. Ella miró en esa dirección, y con una suave sonrisa asintió. —Claro, joven, llévese las que ocupe ¿Le puedo ayudar con algo más?
Yo me limito a negar—No, muchas gracias, que tenga buen día.
—Igualmente —dijo, mientras me veía irme con una sonrisa.
Después de coger las rocas me marcho con una sonrisa, llego a casa acomodo las cosas que he traído en el garaje y voy a la cocina a preparar algo de cenar, para esta hora mi madre ya se abra ido a trabajar, me quedo pensando en la mujer de aquella casa ¿Vivirá sola? ¿Estará bien?
Después de un rato de darle vueltas me decido a prender la tele, así más pronto que tarde el sol se ocultó. En cuanto me percate de ello me prepare algo de cenar, guarde el resto en la nevera para cuando llegasen mis padres y después me fui a acostar, mañana era sábado y probablemente trabajaríamos en la fuente todo el día, por ello era mejor que fuese a descansar.
El día siguiente amaneció temprano, y junto con mi padre y mi hermano, nos dedicamos a trabajar en la fuente. Estuvimos todo el día, pero al final, la fuente quedó como la imaginábamos. Obviamente mi madre estaba encantada con el resultado, y yo, aunque agotado, también me sentía complacido. Sin embargo, algo seguía rondando en mi cabeza: la mujer que me había dado las piedras. Sin ella, no habría podido completar la fuente. Recordé las enseñanzas de mi madre sobre la importancia de ser agradecido, y no pude evitar pensar que tenía que hacer algo por ella.
Esa misma tarde, fui a la cocina, preparé algunos emparedados y los envolví con cuidado en una servilleta. Los metí en una canasta, y decidí pasar por la tienda para comprar jugos y galletas. Sentía una mezcla de nervios y emoción mientras me dirigía a su casa. Respiré profundamente antes de tocar la puerta.
Casi al instante esta se abrió, pero...no era la mujer que me había abierto un día antes, se trataba de un chico como de mi edad, quizá uno o dos años más grande, era alto y un poco robusto, su cabello era color café obscuro y sus ojos de un peculiar verde olivo brillante, en cuanto me vio se quedó inmóvil no dijo nada, solo se limitó a observarme...
Me aclare la garganta —Disculpe, busco a la mujer que vive aquí—silencio—¡Disculpe!.-volví a insistir, esta vez un tanto molesto pero el resultado fue el mismo, el chico no dijo nada y solo me observo. Estaba a punto de darme la vuelta y marcharme cuando... una pequeña niña asomo la cabeza, su cabello era castaño, su piel tostada y sus ojos similares a los de aquel chico, quien continuaba parado observándome.
—Hola, ¿puedo ayudarte?
—Hola, busco a la mujer que vive aquí.
—Es mi abuela, ¿qué necesitas?
—Vine a darle algo, ¿está en casa?.—La niña desapareció dentro de la casa y, a los pocos minutos, regresó acompañada de la mujer.
—Buenas tardes, ¿en qué puedo ayudarte?
Al ver su confusión dude por un momento ¿Sera que esto fue mala idea? Apartando la idea de mi cabeza le aclare—Buenas tardes, no sé si me recuerde, pero hace unos días vine a pedirle unas piedras.
—¡Oh, sí, claro que te recuerdo! ¿Necesitas más? Porque si es así, puedes llevártelas.
—No, muchas gracias, no vengo por eso. Vine a agradecerle por lo que me dio, me han sido de mucha utilidad, y quiero devolverle el favor.
La mujer sonrió con dulzura, como si no le molestara en absoluto que me hubiese preocupado por ella.
—No debiste haberte molestado, pero pasa, entra, no quiero que te quedes ahí.
—No quiero ser una molestia, de verdad.
—Vamos, insisto.
Al final no me quedo de otra más que aceptar—Esta bien. -la mujer sonrío satisfecha y me abrió la puerta para que pudiese entrar, la casa era sencilla, sin muchos adornos, solo un par de fotos, llegamos a la sala, pero en esta no había sillones, solo un par de sillas acomodadas alrededor de una pequeña mesa de plástico
—Se que no es mucho, pero es nuestro hogar, todo ha sido muy difícil desde la muerte de mi hijo. —No supe que decir, ella solo sonrió y continuo su relato—Sabe hace un par de años mi hijo y nuera sufrieron un accidente en la carretera, yo quedé devastada, pero tuve que ser fuerte, tenía que seguir adelante por mis nietos, tuve que vender mi casa, mi nieto está enfermo y sus medicinas son muy caras...
Sus palabras me desgarraban el alma, como una mujer tan buena podía sufrir tanto, simplemente no era justo, entre ella más hablaba mi corazón se estrujaba más y más, yo le escuchaba atento sin saber muy bien que decir. En cuanto termino su relato la mujer sonrió—Gracias por escuchar, no sabes lo mucho que me has ayudado
—Pero... sí yo no he hecho nada
Ella río—Muchachito, pero claro que sí, me has quitado un peso de encima y en verdad te agradezco por ello, ahora dime ¿Qué es lo que me dijiste que habías traído?
Saqué los emparedados y las galletas, y las dejé sobre la mesa. El corazón me latía rápido, entre el dolor de su historia y la gratitud por poder ayudarla. No era el tipo de felicidad que se siente al recibir algo material, sino algo más profundo, más reconfortante.
Desde ese día, comencé a visitarla a menudo. Le llevaba dulces, ropa, cobijas. Siempre me recibía con una sonrisa, y a mí me llenaba de alegría saber que podía darle un poco de felicidad. Fue entonces cuando comprendí que mi vida había cambiado para siempre. Decidí que haría todo lo posible por ayudar a quienes lo necesitaran. Y hasta hoy, sigo pensando que esa fue la mejor decisión que pude haber tomado.
La vida está llena de injusticias, algunas tan grandes que parecen imposibles de enfrentar. Pero el verdadero secreto está en lo que hacemos para intentar que el mundo sea un lugar un poco más justo. Con valentía, con pequeños actos de bondad, podemos ser ese aleteo que, aunque pequeño, puede convertirse en un gran cambio.
Este relato está dedicado a un amigo que, como esa mujer, ha hecho del ayudar una forma de vida. Querer ayudar no es fácil, pero una vez que comienzas, ya no hay vuelta atrás.
La vida está llena de injusticias y por mucho que nos duela es imposible acabar con todas, el verdadero secreto está en lo que hacemos para hacerlas un poco más justas, solo es cuestión de ser valientes y atreverse a ser ese pequeño aleteo que puede convertirse en un tornado
Espero les haya gustado, este capítulo está dedicado a un amigo... quien tuvo el valor de dar ese pequeño pero gran paso que es el Ayudar
Querer ayudar no es nada sencillo, pero...una vez que empiezas ya no hay vuelta atrás.
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