Digno de admirar
Caminábamos riendo, las mochilas al hombro. Habíamos decidido pasar la tarde juntas en el centro; hacía tiempo que no disfrutábamos un momento así. Era poco más de mediodía y el hambre comenzaba a ganar la partida. Kim sugirió detenernos a comer algo, pero nuestro presupuesto era limitado. Encontramos un puesto de tortas al borde de la banqueta, un lugar pequeño pero acogedor.
—¿Qué van a pedir? —preguntó Kim mientras mirábamos la carta pegada a la pared.
—Una torta de salchicha —respondí rápidamente.
—Yo quiero de milanesa —dijo Kim.
—Igual, de milanesa —agregó Ericka.
Nos acercamos al mostrador, y la señora que atendía comenzó a tomar la orden.
—¿Con todo? —preguntó, con una sonrisa amable.
—Con todo —respondí sin pensarlo.
—¿Cebolla? —insistió, mirándonos a las tres.
—¡No! —contestaron Kim y Ericka al unísono.
—La mía sin aguacate —añadió Kim rápidamente.
—Y la mía sin jitomate —dijo Ericka, pensativa.
Ambas se voltearon a ver y, tras una breve pausa, estallaron en carcajadas. La señora que nos atendía frunció el ceño, visiblemente confundida.
—Entonces… ¿cómo quieren sus tortas? —preguntó, ya con la pluma lista para tachar.
—A ver… mi aguacate con su jitomate y mi jitomate con su aguacate… —comenzó a decir Kim, pero se detuvo, completamente perdida.
—No, no… su jitomate con mi jitomate y mi aguacate con su aguacate… ¡ay, ya me confundí! —respondió Ericka, sin poder contener la risa.
La señora nos miraba divertida mientras intentaba descifrar lo que decíamos.
—Kimberly, por Dios… —dijo Ericka, tratando de recuperar la compostura, pero no lo logró.
Finalmente, yo intervine, riendo.
—Una de salchicha con todo y dos de milanesa sin cebolla. Una sin aguacate y otra sin jitomate. ¿Correcto?
—¡Correcto! —asentimos al unísono.
Entre risas y bromas terminamos nuestras tortas. Después de pagar y agradecer a la señora, seguimos caminando por las calles del centro, sin prisa, disfrutando del día. Fue entonces cuando algo nos dejó sin palabras.
Al otro lado de la calle, un grupo de jóvenes se burlaba de una mujer mayor que vendía artesanías en una pequeña mesa: collares, pulseras y otros adornos hechos a mano. Uno de ellos, con un gesto brusco, volteó la mesa, tirando al suelo todo lo que ella había puesto con tanto cuidado. Entre risas, se alejaron, dejando a la mujer sola y con la mirada llena de angustia.
Sin pensarlo, cruzamos la calle rápidamente, dispuestas a ayudar. Sin embargo, un chico que estaba cerca se nos adelantó. Se arrodilló junto a la mujer y empezó a recoger las cosas del suelo. Ella lo miró sorprendida, pero pronto se unió a él. Entre los dos recogieron cada pieza, devolviéndola a la mesa con cuidado.
Cuando terminaron, el joven le sonrió con calidez.
—Que tenga un lindo día —dijo, con voz serena.
—Gracias, muchas gracias —respondió la mujer, conmovida. Buscó entre sus cosas y le tendió una pequeña pulsera tejida. Él negó con la cabeza, pero la mujer insistió hasta que él aceptó el regalo. Entonces, el joven sacó algo de dinero y lo dejó en la mesa.
—No, no, por favor… —murmuró la mujer, tratando de devolvérselo.
—Es para usted —respondió él, con una sonrisa sincera.
Antes de que ella pudiera decir algo más, el chico cruzó la calle en nuestra dirección.
Kim, sin pensarlo, le habló mientras pasaba junto a nosotras.
—Es muy admirable lo que hiciste.
El joven se detuvo en seco y volteó a vernos.
—Solo hice lo correcto —respondió con sencillez, encogiéndose de hombros. Luego sonrió y continuó su camino.
Nos quedamos ahí, observándolo mientras se alejaba. Esa simple acción, tan natural para él, había cambiado algo en nosotras. Entendimos que no se necesita mucho para hacer el bien, solo disposición y un poco de empatía.
Siempre es un buen momento para hacer lo correcto. No necesitamos una razón especial para ayudar; hay muchas formas y muchos momentos para hacerlo. Solo es cuestión de aprovecharlos y actuar.
#HacerLoCorrecto
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