16.
Alguna vez quisiera dejar de pensar. Quisiera tener un interruptor para prender y apagar sus mente parlanchina. Quisiera estar en paz sin oír una y otra vez el mismo pensamiento, quisiera dejar de recordar, quisiera dejar de sentir.
Alguna vez quería dejar de sentir tanto. Pero era un frasco lleno de emociones intensas que habían sido reprimidas por bastantes años, el frasco estaba rajado y por las rendijas escuchaba todo lo que no fue. Le atormentaba demasiado y acechaba cada madrugada.
Podría decirse que estaba harto, cansado de despertar a media noche con resequedad en su garganta y algunas lágrimas secas sobre sus mejillas. Cansado de sentarse en su balcón con la esperanza de que al voltearse a mirar su cama ella esté esperándolo para continuar su sueño, nunca pasaría, su corazón, alma y mente tenían que aceptar que Naeun estaba muerta. Se había ido.
¿Pero, cómo podría decírselo a su corazón? A un caprichoso corazón que buscaba cualquier cosa para mirar a la sombra que su difunta esposa había dejado.
Suspiro, tallo sus ojos y tomó un saco para abrigarse. Eran las seis de la tarde y el viento comenzaba a levantar las hojas que habían caído, su cuerpo se enfriará si salía sin un abrigo. Se despidió de su hija prometiéndole traerle alguna golosina, cometiendo el mismo error de siempre; tratando de compensar su ausencia con regalos que su frío dinero podían comprar.
Se detuvo en seco al volver a encontrar sus errores, estaba tan atado a un pasado que no podía ver el presente y proyectar el futuro.
Suspiro. Suspiraba demasiado en un solo día, estaba agotado de sí mismo.
Tomó un taxi y se dirigió a la dirección que se sabía muy bien de memoria, compro unas flores de un kiosko cercano y se adentro al cementerio que mantenía el reposo eterno de Naeun. Ya el sol se ocultaba en el horizonte y el ambiente se hacía más triste por la repentina noche oscura, sería muy fácil desmoronarse así.
Siempre le era fácil, era bueno llorando, recordaba y las lágrimas brotaban como una cascada. Que talento.
Al llegar a la tumba de Naeun se sentó frente a ella, dejó las flores en un buen lugar y tomó un cigarrillo para evitar el triste desenlace. Dio unas cuantas caladas y pasando unos minutos sintió el sabor salado de sus lágrimas sobre sus labios.
“¿Por qué no puedes estar con nosotros?” Preguntó limpiando sus lágrimas y calando su cigarro. “¿Qué hice para que Dios me castigará de esta forma? ¿Por que?”
Desde el día en el que Naeun murió, Jungkook creyó que era un castigo divino, pensó que había hecho algo tan malo que Dios tuvo que actuar de esa forma cruel. Dios le había abandonado con una gran herida en su pecho, le había despedazado el corazón sin razón alguna. Culpo al cielo, culpo a las esculturas y a los crucifijos que su madre tenía en su hogar.
Cuando Naeun murió, Jungkook se enojó con todo el mundo, con Dios, consigo mismo y con su hija. Renegó de su existencia, tanto, que desperdicio años valiosos del tesoro que Naeun le había dejado.
“Hayoung es preciosa, es una niña inteligente y muy parecida a ti. Me hubiera encantado que la conozcas.” Dijo. “Me hubiera encantado conocerla antes.” Apagó su cigarro en la suela de su zapato y llevó sus manos a su cabello para jalarlo. “Soy un mal padre, Naeun, lo siento mucho.” Suspiro. “Soy un egoísta que antepuso sus sentimientos al bienestar de Hayoung, ella no merecía nada de lo que le hice pasar, la abandoné por mucho tiempo y ahora no sé cómo lidiar con todo lo que provoque en su vida gracias a mi ausencia. No la merezco. Ese es otro castigo, pero uno que yo me puse.”
“Ay, Naeun.” Sollozo. “Te extraño tanto, daría mi vida para volverte a ver una vez más, aunque sea en sueños, aunque sea en alucinaciones. Aunque sea en alguien más.”
Era humillante, era doloroso llorar tanto. Quería dejar de doblar la espalda y mirar sus suelas, quería aceptar el hecho de que su esposa no estaba con él y así poder recordar todo lo vivido con una sonrisa; no con el corazón llorando. Debía levantarse, mirar al cielo y dejar de renegar tanto de todo lo que había pasado.
“Pero, te prometo que seré mejor, seré un mejor padre y hombre. Estoy yendo a terapias y pronto me recetaran algunos medicamentos para mi depresión. Te juro, hoy de rodillas que seré mejor para Hayoung y para mí.” Sonrió limpiando sus lágrimas. “Saldré del abismo en el que caí por tu ausencia, para así recordar con una sonrisa todo lo que viví a tu lado. Te amo.” Besó su palma y apoyó su mano sobre la lápida.
Se levantó del suelo, limpió sus rodillas y sin mirar atrás salió del cementerio, ya era tarde y le había prometido a Hayoung comprarle algo para su tarde-noche de caricaturas.
Caminaría hasta la tienda más cercana, compraría algunas golosinas para una noche de televisión y así distraeria su mente. Caminar siempre le funcionaba. Compro unos chocolates, galletas y gomitas, no mucho porque después Hayoung no puede dormir.
En su alocada, pesada y nostálgica tarde esperaba todo menos encontrarse con Jimin. Tampoco esperaba sentirse tan nervioso por su presencia, al punto de chocar con un mueble que contenía muchas gomitas; logrando que un par se cayeran al piso. Rojo como un tomate tomó las bolsas de gomitas y las colocó en su lugar, no podía creer que eso había pasado por culpa de su nerviosismo por Jimin.
Por un hombre.
Jimin observaba atento al actuar de aquel hombre, se sentía incómodo por su presencia e incluso nervioso. No hizo caso de su sentir y siguió de largo. Ninguno se dijo nada, mucho menos se miraron después.
Era incómodo, por alguna razón.
Su corta interacción incómoda y sin palabras se terminó cuando Jungkook dejó la tienda. Tan distraído y abrumado por sus nervios que no se dio cuenta que había dejado caer su billetera. Finalizando un día de la mejor forma.
¿Y quién mejor para hallar esa billetera? Jimin. Hasta parecía que había caído a sus zapatos, parecía que el destino jugaba algo de lo que ellos no estaban enterados.
“¿Quién es tan distraído para dejar caer su billetera?” Se dijo a sí mismo levantando el accesorio de cuero negro. Como buen ciudadano, la abrió para ver de quién era y una foto se lo dijo. “Por supuesto.”
Se quedó unos segundos mirando las dos fotos que se veían orgullosas en la billetera ajena, una de Jungkook y quien supuso era su esposa; la foto era de ellos el día de su boda donde lucían radiantes de alegría, la otra foto era de él y Hayoung ambos sonrientes en un paisaje verde. Todo muy familiar y cálido, por un segundo olvido que era el mal e irresponsable hombre que había abandonado a su hija.
Pero cuando recordó, cerró la billetera con una mueca y la guardó en su bolsillo.
“Maldita sea, ahora tendré que devolverle la billetera porque sino lo hago mi conciencia no podrá.” Negó con la cabeza y se dirigió a pagar lo que había comprado para su departamento.
Rodó los ojos, no necesitaba la dirección, ya había llevado a Hayoung a su casa un par de veces porque sus abuelos no habían podido recogerla por distintas razones. Suspiro y tomo un bus para no gastar, debió de aceptar el taxi, pero estaba orgulloso.
Le tomo unos veinte minutos llegar a la residencia de Hayoung, unos segundos para que la puerta se abra reflejando al hombre que le caía mal y a la niña que siempre le sonreía al verlo.
“Buenas noches.” Dijo y con simpleza extendió la billetera a su dueño. Por accidente sus dedos se rozaron, logrando que la escena se torne aún más incómoda que hace horas atrás.
“Muchas gracias, en serio.” Dijo con una sonrisa encantadora. Una sonrisa coqueta que el mismo Jungkook no se había dado cuenta, pero Jimin, muy extrañamente sí. “Déjame pagarte el taxi devuelta a tu casa.”
“No se preocupe.” Sonrío negando la cabeza, debería aceptar, pero era orgulloso hasta los huesos y primero se rompe el pie antes que aceptar algo de alguien que le caía mal.
“¡Maeto Jimin!” El abrazo que Hayoung le dio hizo que toda la situación deje de ser incómoda, la cargo en sus brazos y la abrazo saludándola. “¡Estamos viendo caricaturas! ¡Quédate a mirar!”
Sonrío obligado, definitivamente no aceptaría. Pero mirando los ojos redondos y brillantes de la niña, no pudo negarse. Fue así como se encontraba en la residencia de los Jeon sentado al lado de Hayoung mientras veían las aventuras de un niño con sombrero de conejo y su perro mágico amarillo de compañía.
Tenía que aceptar, que le estaba gustando reírse con Hayoung y se había enganchado de las historias de la serie. También tenía que aceptar que se sentía bien al recibir atenciones de alguien a quien no tragaba.
Porque en el momento que Jimin piso la casa de sus padres, Jungkook se puso en el papel de buen anfitrión que hasta hizo bocaditos para acompañar la noche de caricaturas, sin darse cuenta estaba haciendo muchas cosas para impresionar a su visita.
¿Por que? No lo sabía y no quería saber.
No por ahora, no cuando se sentía muy fuera de sí mismo al detenerse en seco con una bandeja de gomitas, pensando que se sentía nervioso por un hombre.
Negó con la cabeza y siguió con su camino, dejo la bandeja donde su hija y termino con su papel de buen anfitrión. Se sentó e hizo todo para no girar su cabeza hacia la dirección donde estaba Jimin.
“Basta.” Se dijo a sí mismo. “¿Qué te pasa?”
Otro episodio termino y Hayoung bostezo, dando por terminada la velada pues se fue a los brazos de su papá para que la llevara a su cama.
“¿Sin lavarte los dientes?” Le pregunto y la niña se quejó frotando sus ojos. “Te los lavaré rápido y te irás a dormir, ¿bien?”
La tierna escena dejó la sala, dejando a Jimin solo e incómodo, no sabía qué hacer, si irse entre las penumbras o esperar a que el anfitrión le despache. Así que espero.
Pasaron unos veinte minutos donde consideró irse, cuando comenzó a recoger su bufanda y abrigo Jungkook apareció de las escaleras. Era por el sueño, pero esta vez se le hizo atractivo con la camisa remangada en los brazos y su cabello despeinado.
“El sueño te afecta, ya vámonos.” Se dijo a sí mismo.
“Bien…”
“Gracias por acompañarnos.” Sonrío. “Ya es muy tarde déjeme llamar un taxi y pagarlo.”
Miro el reloj en la pared y marcaba las once de la noche, tenía que aceptar. “Está bien, mientras el taxi llega, déjeme ayudarle con las sobras.”
“No tiene porqué.” Dijo Jungkook. “Siéntese a esperar, puede seguir viendo la caricatura, note que le gustó.”
Sus mejillas se sonrojaron, pero de vergüenza. ¿Qué hacía un adulto disfrutando tanto de dibujos? Se sintió inmaduro, sobre todo cuando un hombre mayor lo señalaba.
Le cayó un poco más mal.
¿O solo buscaba cualquier excusa para encasillar su atracción por Jungkook con un ‘me cae tan mal’?
“Me voy a aburrir esperando, así pasará el tiempo rápido, déjeme ayudarle.” Dijo y sin más tomó unas bandejas para llevarlas a la cocina.
Fue trabajo en equipo, ambos tiraban las sobras y lavaban las bandejas en silencio. El taxi llegó después de unos diez minutos en un silencio asfixiante. Jimin se puso su abrigo y chalina, siendo acompañado por Jungkook hacia el taxi.
“Muchas gracias por haber aceptado la invitación de Hayoung, la hiciste muy feliz.” Dijo Jungkook abriendo la puerta del taxi.
“No hay de que, aprecio mucho a Hayoung y haría todo para verla feliz.”
Jimin se dio cuenta que los ojos de Jungkook brillaron cual estrellas al escucharlo decir eso. Pero lo pasó de largo.
“Aún así, gracias, también por mi billetera.” Rió avergonzado.
Tenía una sonrisa tan linda que hizo que Jimin mirara a sus zapatos avergonzado.
“No hay de que.” Sonrío en una mueca. “Buenas noches.”
“Buenas noches.”
El taxi partió y Jungkook regresó a su hogar con las manos en los bolsillos. Antes de entrar por la puerta, una vez más se dio la vuelta. Pero Jimin no hizo lo mismo.
¿Qué esperaba siempre dándose la vuelta después de sus encuentros con Jimin? ¿Qué haría si se encontrará de vuelta con los ojos de luna del maestro?
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