Hábitos inconscientes

—Pensé que solo Rin era el tonto— comentó Yukio mientras depositaba su maleta en el closet e ignoraba al aludido y el novio de éste quienes, rojos a más no poder, destilaban vergüenza absoluta.

El pelinegro estaba acuclillado delante de la puerta corrediza, tapándose la cara con ambas manos, mientras que el joven de piercings estaba parado a su lado, abanicándose con la diestra y evitando mirar a cualquiera de los demás presentes, pues a penas entraron al cuarto cayó sobre ellos la realidad de lo que habían hecho delante de sus padres.

—¿Qué vamos a hacer?—la voz de Rin se escuchaba apagada al salir difícilmente de entre sus dedos.

—¿De qué?— cuestionó Yukio, finalmente dándose la vuelta hacia el par y cruzando los brazos.

—Si salimos de aquí, van a hacer preguntas.

—¿Piensan quedarse encerrados toda la vida? Hermano, por favor. Eventualmente tendrán que salir. Sobre todo porque parece imposible que estés más de dos horas sin comer.

Y, bueno, el gemelo menor tenía razón, además de que Ryuji tenía cosas de las que ocuparse en el hostal; si bien eran vacaciones, no podía permitirse el holgazanear a cada segundo, por el contrario, ayudaba a sus padres a mantener todo en orden en el recinto, con las habitaciones y los visitantes que se quedaban y se marchaban, sobre todo porque no siempre eran muy educados y más de una vez se topó con cuartos hechos un real cochinero.

—Tarde o temprano iban a enterarse— trató de consolar Ryuji, aunque eso ni siquiera bastó para él mismo.

—Sería mejor que nunca lo hicieran.

Lo hecho, hecho estaba; uno tenía que entender que las acciones siempre tienen consecuencias, malas o buenas. De todas formas, Rin se quedó en el cuarto por horas, largas horas, incluso a pesar de que Yukio había regresado para avisarle de que ya estaba lista la comida y que su estómago rugía fieramente hasta ocasionar dolor; Ryuji podía lidiar solo con las burlas del resto. Pero, con el tiempo, el pelinegro cedió a las necesidades de su cuerpo y salió, esperando no toparse con alguien y que todos se hubiesen marchado del comedor, sobre todo porque era tarde.

No hubo suerte, pues el recinto estaba lleno de la gente del templo que charlaban y acompañaban a los Okumura-Fujimoto, poniéndose al corriente sobre la vida mientras bebían un poco; al menos nadie estaba borracho, o no todavía.

—Pero miren quién ha decidido salir de su escondite— comentó Kinzo, sentado junto a Juzo—. ¿Ya extrañabas a Bon?

Un sonrojo no demoró en aparecer en la cara del gemelo mayor quien, sin decir nada, se dirigió a la cocina para servirse algo de comer. Como si fuera poco, bajo el umbral de la puerta, Rin chocó de lleno contra Ryuji el cual en manos llevaba un par de bocadillos que su padre había pedido y que por poco caen hacia el suelo, ensuciándolo.

—Lo siento.

Rápidamente, el ojiazul se escabulló al interior de la cocina y el castaño, en cambio, fue sometido a los comentarios burlescos de los demás presentes, provocando, por igual, un rubor que cubrió sus pómulos; al parecer los rumores corrían veloces en su familia.

—Bon, deberías servirle a Rin— bromeaba Kinzo.

—Mhm, tienes que ser un caballero o terminará contigo— concordó Juzo.

—Tiene dos manos y dos pies, puede servirse solo.

...

Esa era una de las noches en las que Ryuji despertaba de manera intermitente a lo largo de las horas, cosa a la que ya estaba acostumbrado y a la que no le daba mayor importancia, por lo que estaba ahí tumbado, moviendo los ojos incluso al tener los párpados cerrados mientras el silencio lo envolvía y sentía las mantas rozando su cuerpo. Fue poco después que finalmente alzó las pestañas, encontrándose con la pared contigua a la cama que apenas se dilucidaba entre las penumbras de la madrugada y, tras una pesada exhalación, Ryuji giró hasta quedar sobre su costado derecho.

¿Por qué Rin no podía dormir como una persona normal? se preguntaba el castaño al ver los ojos azules casi completamente abiertos, resplandeciendo como dos estrellas solitarias en el cielo índigo, aunque la vista no era tan placentera en realidad, porque el gemelo parecía algo sustraído de un sueño bizarro o hasta de una pesadilla. Afortunadamente, Ryuji ya no se sorprendía de esto y, delicada y sencillamente, cerró los párpados ajenos con la yema de los dedos para evitar que se secaran o que le imposibilitaran conciliar nuevamente el sueño.

Sí, ya no era como la primera vez, en la que Suguro casi se orina del miedo porque decidió ir al baño en plena noche, cuando sus amigos y él hicieron una especie de pijamada en una de las habitaciones de la posada, y el mayor de los Okumura estaba sobre su futón, lánguido e inmóvil, con los ojos abiertos de par en par sin fijarse en nada y luciendo como un muerto. Era demasiado estrés para un niño que no sabía si ir a llamar a sus padres, a algún otro adulto o acercarse a ver si Rin seguía respirando, siendo que al final, hizo esto último.

Acuclillado junto al lecho, Ryuji meneó dudosamente el hombro del pelinegro ojiazul, pero éste no despertó, demasiado sumido en el mundo onírico, por lo que lo hizo una segunda ocasión, más insistentemente que la anterior, y susurrando de manera impaciente el nombre del otro. Está de más decir que un alivió inmenso se apoderó del castaño cuando Rin se quejó, los orbes azules recuperando algo de vida, y parpadeó antes de mirar extrañado al otro.

—¿Qué?— soltó el gemelo, somnoliento y molesto.

—¿Qué?— Suguro reclamó como si no entendiera la pregunta, ahora pasando de la preocupación al enojo—. Creí que estabas tieso.

—Estoy durmiendo, Ryu.

—¿Con los ojos abiertos?

—Uh... Ajá... Así duermo.

Y con eso, Rin giró, cubriéndose con las mantas hasta la barbilla y cayó de inmediato en el sueño. En cambio, Ryuji hizo lo que tenía que hacer y, al volver al cuarto, descubrió que sí, el pelinegro así dormía, porque de nuevo tenía los ojos abiertos, aunque no tanto como antes, y respiraba suavemente.

—Oh— la madre de los gemelos sentía diversión por el relato del menor, pero también algo de ternura por su compasión—. Sí. Rin suele dormir así. De vez en cuando. Lo que hacemos es ayudarle a cerrarlos. La próxima vez que lo veas así, solo trata de bajar sus párpados, no te preocupes, ese niño tiene el sueño tan pesado que parece tronco, así que no se despertará.

De vez en cuando, sí. Había buenos días en los que Okumura no dormía con los ojos abiertos, lo que preocupaba menos a Suguro; eso no perturbaba el sueño del pelinegro, pero era capaz de provocar dolores por la sequedad.

Un par de horas pasaron y el ojiazul logró despertar, solo un poco, por un ruido profundo y gutural proveniente de su costado; Ryuji roncaba de nuevo. Era raro que esto pasara y más que Rin se diera cuenta, pues hacerlo espabilar en medio del sueño REM era prácticamente imposible.

—Ryu...— la voz del menor era tranquila y airosa, casi como si estuviera suspirando en cada vocal, y cuidadosamente lo colocó sobre un lado del cuerpo, pues era más propenso a tener apnea del sueño al reposar boca arriba—. Estás roncando.

El ruido cesó tras algunos segundos y siguieron durmiendo sin mayor contratiempo por el resto de la noche y parte de la mañana al punto de que Juzo fue a buscar al menor de los Suguro porque su madre quería que ayudara con el hostal, aunque no era nada urgente. En vez de despertar a la pareja, Shima se retiró lenta y silenciosamente, para después volver con su hermano de cabello rubio y, así, poder burlarse de ellos; Ryuji, de costado, abrazaba a Rin fervientemente, como si se tratara de una almohada o un peluche, mientras que éste se encontraba tan pegado a él que por un momento los hermanos Shima ni siquiera lo lograron ver, su rostro escondido entre los brazos y el cuello del mayor, la boca abierta por donde un río de baba descendía hacia las mantas y las piernas entrelazadas con las ajenas.

—Bon— Juzo removió suavemente el hombro del muchacho—. Bon. Tu madre te está llamando.

—Cinco minutos más— ese fue Rin quejándose y arrugando las cejas.

—Bon.

Con un bufido, el joven castaño giró lentamente sobre sí mismo y llevó las manos a la cara mientras espabilaba.

—Buenos días— saludó Kinzo, empleando un tono burlón—. ¿Tuviste dulces sueños durmiendo con tu amorcito?

—Es muy temprano para esto— aseguró Ryuji, la cara roja y la voz ronca.

—Ni tanto. Casi es mediodía.

—Mhm. Tu madre te espera en la sala principal. Quiere que le ayudes con unas cosas.

—Ahí voy.

—No te demores. Ya sabes cómo se pone. Si logras despertar a Rin-kun, dile que aún hay algo del desayuno en la cocina.

Y sin más que agregar, los hermanos se retiraron, claro, no sin dejar de hacer burlas entre ellos sobre la situación. No podían culparlos porque Ryuji era como otro miembro de la familia y molestarlo era sin duda alguna divertido, sobre todo cuando era sobre un tema que nunca se había tocado con él como lo era un noviazgo y el amor.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top