Zenobia.
Para que don Julio Flores aceptará y diera la bienvenida a Lucas Neisser en su vida yo ya sabía que se necesitarían varias horas de charlas con amenazas de muerte dirigidas a Lucas, cenas en el puesto de fritanga favorito de papá y días en los que él estaría muy enojado como para tener una conversación sin gritos conmigo.
Papá no era un hombre con problemas para controlar su carácter, era una persona muy tranquila y paciente. Con su barba canosa y sus ojos oscuros; su alegría se reflejaba en sus chistes, que lograban provocar un dolor de estómago a causa de la risa. Sus palabras siempre fueron de ánimo y motivación para mí desde que era una pequeña. Casi nunca se dejaba llevar por la ira o el enojo, pero las tan hermosas cualidades de la personalidad animada de mi progenitor se marchaban en lo que tarda un suspiro si se trataba de relacionarse con los "intrusos", aquellos procedentes de otros países, como él los llamaba.
Para él no importaba si eras de Costa Rica, Perú o España; estadounidense o palestino. O si tus padres eran originarios de Nicaragua y tú habías tenido la dicha de haber nacido en Madagascar. Si te consideraba un "intruso", eras determinado automáticamente como una molestia inminente a sus ojos y al orden natural de su vida.
Don Julio Flores era inevitablemente un xenófobo.
Su rechazo y miedo ante cualquier turista o foráneo era lo que yo más lamentaba, y no por su tremendo desprecio, podía entender el origen de aquel sentimiento, aunque no estuviera de acuerdo con su profundo rencor. Al yo trabajar con extranjeros tanto en el voluntariado como en la agencia siempre escuchaba comentarios despectivos por su parte. Por lo tanto, hablar de mi trabajo no era una opción como tema de conversación con mi padre.
Aquella tormenta en medio de alta mar a la cual se lanzaba mi padre en su día a día tenía en su mayoría días soleados, días de calma pacifica donde podíamos respirar el aire marino sin temor. Nuestras cenas y paseos juntos eran perfectos. Con una caminata directo a la Catedral de León para la celebración de la misa al ponerse el sol por la tarde y luego una cena de fritanga juntos, nuestros encuentros eran momentos que yo apreciaba. Siempre evitando ciertos temas por supuesto, yo realmente disfrutaba la compañía de mi padre. Él era la única y verdadera figura paterna que había tenido durante mi niñez y mi ejemplo a seguir antes de que su verdadera felicidad se escapará de entre sus manos y predominará el resentimiento.
—Mi linda María, ¿qué tal la has pasado con Ana?
Había terminado la misa y nos encontrábamos de camino a la fritanga de doña Paya. Eran las ocho de la noche; el cielo nocturno y las calles eran iluminados por las farolas de luces anaranjadas.
—La tía Ana siempre es buena conmigo, papá. De ti es de quien más se preocupa.
—Ana es así porque es la mayor, es natural —los dos íbamos agarrados del brazo—. Pero me parece que eres tú la que está preocupada, ¿right princess?
Oh, sí. Yo era su princesa y quien estaba terriblemente preocupada por él.
—Bueno, sabes que me preocupa que vayas todo el tiempo tan lejos de la costa a mar abierto. O que te llegues a sentir muy solo. Tú sabes que siempre trato de visitarte, pero el voluntariado...—me dio un empujón que casi me tira a la calle— ¡Oye! ¡Eso es peligroso!
Su risa grave me hizo olvidar el hecho de que casi me pasó una caponera encima, y con una gran sonrisa volví a posicionarme a su lado en el camino.
—Bueno María, era justo que te callarás. Me siento más triste cuando insinúas que no estoy bien —su rostro mostraba una sonrisa manchada y su barba tenía aspecto desaliñado—. Doña Esperanza llega a visitarme los domingos y de lunes a viernes estoy con los chicos pescando. No estoy solo, mi niña.
Y lo sabía. Sabía que tenía amigos en el grupo de pescadores de Poneloya. Sabía que doña Esperanza cuidaba de papá y verificaba que el hombre se valía por si mismo. Sabía que con las visitas que él hacía, viajando veinte kilómetros hasta León casi tres veces a la semana, nos tenía a la tía Ana y a mi relativamente cerca. Era más bien una costumbre el sentirme triste por papá.
Seguramente él vio mi cara de preocupación e intento cambiar de tema tan rápido con cualquier vía de escape que no se percató el haber preguntado por mi trabajo.
—Pues estuvo muy bien, sólo llamadas y temas de organización —dije, dudosa de su reacción—. Antes de llegar, ayudé a llegar a La Hamaca a un muchacho que estaba perdido.
—¿Perdido? —De inmediato sus ojos se nublaron con la tormenta—.Sin que me lo digas, suena como un intruso.
Corté el tema de inmediato.
—Sí, pero fue algo rápido guiarlo.
A pesar de evitar hablar de estos temas, siempre salían a la luz. Y, aunque sabía el malestar que sentía mi padre, a veces no podía dejar las cosas así, aceptando cada comentario por su parte. Trataba de ser lo más tolerable posible, y después de tantos años lo había logrado con mucha dificultad.
Llegamos a la fritanga después de cruzar unas cuadras más en silencio. La gente usualmente se quedaba a comer en su casa o salía en familia a comer en lugares donde sus sueldos le permitieran disfrutar de una buena comida por la noche. El delicioso aroma de la carne asada, el caliente gallopinto, las crujientes tajadas con queso y el increíble aspecto de los tacos cambiaron el ánimo que dejo el último comentario de nuestra conversación.
La tripa nos chilló a ambos casi al mismo tiempo. Entre comentarios y risas corrimos como dos niños a hacer fila para conseguir nuestra cena en el puesto de doña Paya. La señora llevaba años cocinando para el barrio, todo el mundo la conocía y su fritanga tampoco se quedaba atrás. Era de lo más delicioso y mi padre y yo éramos clientes fieles y frecuentábamos siempre que él venía a la ciudad.
Fuera de la casa de Doña Paya se encontraba el gran asador con las brasas ardiendo y la carne humeando. Los grandes peroles de gallopinto y tajadas se encontraba tapados por trozos de telas. Habían unas cuantas sillas y mesas de plástico ubicadas en el porche de la casa y en la acera de la calle. El bullicio general era alegre y bastante alto. Usualmente siempre se mantenía lleno y nosotros pedíamos para llevar. Siempre comíamos en la posada de tía Ana.
Pedimos la orden y luego de un tiempo corto de espera, teníamos con nosotros las provisiones de supervivencia empaquetadas en bolsas plásticas. Moría por llegar a casa y comer aquella gustosa carne.
De camino a Flores'House un grupo de extranjeros que aparentaba ir a algún club nocturno paso a nuestro lado. Casi de inmeadio cambié de lugares con papá y a él lo puse al lado de la pared para que no soltará algún comentario o se notará su expresión de asco. En un momento, en el cambio de lugares, me pareció ver al muchacho perdido de la mañana, pero fue tan rápido que no pude determinar si era él o no.
Tal vez él ya se había encontrado con su grupo de amigos viajeros. Quizá el muchacho multilingüe había llegado solo y ahora ya estaba en un grupo donde no podría perderse nuevamente. No lo sabría nunca y no tendría por qué importarme, pero el preocuparme por los demás lo había desarrollado fuertemente debido a papá. En cualquier caso, no era la primera vez que ayudaba a un turista perdido en la ciudad, eran muchos cada mes y todos siempre agradecidos, pero aquel muchacho me pareció tan amigable que en verdad me preocupaba si se encontraba sin compañía por la ciudad y si estaría bien por cuenta.
Ojalá el muchacho multilingüe haya sido el chico fiestero que vi en el grupo nocturno de camino a casa. Así sabría que no estaba como un solitario en alguna parte de la ciudad, y eso me tranquilizaba, aunque fuese un poco.
Al llegar a Flores' House ya no tenía en mente al chico multilingüe. Con la tía Ana nos sentamos a degustar nuestra comida en el comedor de la posada, cada uno con su respectivo plato de fritanga. Había otros huéspedes en el comedor, pero estábamos muy contentos charlando entre nosotros que la tormenta de papá no arruinó el momento tan agradable.
La tía Ana y papá se querían mucho, lo notaba a kilómetros cuando hablaban de su infancia o me contaban las mismas anécdotas una y otra vez. Como aquella historia en la cual papá se perdió de seis años en la plaza central de mercado y la tía Ana, con trece años, lo buscaba entre la gente con desespero para que sus padres no la regañaran por haberle quitado los ojos de encima a su hermanito menor, y al encontrarlo le daba unos buenos golpes porque según ella, él era muy tonto y olvidadizo. Muy curioso viniendo por parte de mi padre.
Entre risas e historias llegó la medianoche. Don Julio Flores se quedaría a dormir aquella noche en Flores' House para partir al día siguiente con el alba a su pueblito en Poneloya y regresar junto a su barca y sus redes, volver al fondo del mar lejos de todas sus molestias.
—Buenas noches, mi bella Zenobia —él se despidió con un beso en la frente—. Te quiero mucho, hija.
Él se encontraba tan feliz como para llamarme por el nombre que me había puesto mi madre.
Tan feliz como para olvidar el cruel momento en que Victoria Baldizón le rompió el corazón y se llevó toda su alegría a un país muy lejano junto a un extraño como acompañante.
Tours Dos Palmas para todos los lectores.
Oh, exquisito platillo con diferentes sabores. ¡Tenemos la fritanga! Que es considerado parte de las comidas típicas de Nicaragua.
La mayoría de las veces está elaborado con gallopinto (arroz y frijoles), tajadas de plátano crujientes, queso asado, carne o pollo, maduro frito y ensalada. Es el platillo más pecaminoso si hablamos de dietas, pero el más delicioso que puedes encontrar en casi cada esquina de una ciudad, tanto en la capital del país como en los departamentos. Los amantes de esté platillo son por montones. ¡Fritanga lovers!
¡La caponera que casi atropella a nuestra querida Zenobia luce así!
Se trata de medio de transporte al estilo moto-taxi. Es apto para dos personas y el conductor del vehículo. Los precios son bastante accesibles (más baratos que los taxis) ¡y te llevan a lugares un poco lejanos a un buen precio! Personalmente, nunca me he subido a uno, pero no me quiero perder la experiencia.
¡Hasta aquí el tour por Nicaragua y el capítulo de hoy! Si ustedes no son de Nicaragua, ¿en su país hay un platillo similar a la fritanga? ¿Cómo le llaman? ¿También hay caponeras?
¡Me encantaría saber su opinión! Estoy para responder todos sus mensajes y dudas ❤
¡Este capítulo va dedicado a mi querida Asu, quien nos comparte fotos de sus bellas gordas en su casa en Estados Unidos!
¡Gracias! ¡Nos seguimos leyendo y espero que sigan en el viaje de Un país para compartir!
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