CAPÍTULO VII. TIERRA EXTRAÑA
El alma del explorador que vivía dentro de Jasón estaba extasiada ante el descubrimiento de nuevos parajes donde enfocar su curiosidad. Seguían un sinuoso sendero apenas perceptible a través de la caverna. La llama de la antorcha que sostenía Lizeth arrojaba sombras caprichosas a su paso, descubriendo columnas retorcidas de piedra decoradas con formas imposibles. Columnas que surgían del suelo o descendían desde el lejano techo, encontrándose de forma ocasional. Imaginar el proceso por el cual se había formado algo así, escapaba a su comprensión, pero una parte de él ansiaba por asomarse detrás de cada roca grande o trepar por ellas hasta las alturas donde adivinaba nuevas aberturas y posibles caminos.
Sobrecogido y maravillado, casi había olvidado dónde estaban y hasta la sobrecogedora transformación de los ojos de Kaj.
"Ojos de cuervo, ojos de sabio", le recordó su abuelo desde algún rincón situado en un punto más allá de su nuca.
"¿Qué significa eso?", se dirigió por primera vez a la voz que poblaba su mente. Una sensación de sorpresa y alivio le llegó de ninguna parte.
"Su padre era un buen amigo mío. Luchamos juntos y mezclamos nuestra sangre en tierras cuyos nombres no podrías ni pronunciar. Él era extraordinario, pero su mujer era única".
"Continúa", conminó a la voz de su abuelo mientras sujetaba con más fuerza la parihuela. Estaban descendiendo de nuevo y la pendiente se volvía más pronunciada a cada paso.
"Su madre tenía el don de Ver. No el futuro ni estupideces por el estilo. Sencillamente, podía "ver". A través de la gente, de los engaños y, en contadas ocasiones, a través de las distancias"
"Sin embargo, ella no podía elegir cuando manifestar la visión del cuervo. Tu amigo ha ido un paso más allá. Esta luz verde que todo lo permea quizá tenga algo que ver".
"¿Cómo murieron?, ¿cómo acabó en manos de su pariente?, interrogó Jasón.
Percibió tensión, como si su abuelo luchara contra algo. La respuesta se demoró un poco y le llegó como un susurro en sus oídos:
—Pregúntale al alcalde. Pregúntale de donde salen las monedas que pagan las borracheras del tío de Bartram. Todos los perjuros tienen un precio.
—¿Abuelo? —susurró sorprendido ante el brusco silencio.
—¿Qué pasa? —Le preguntó Torben también en murmullos.
Lizeth se dio la vuelta y llevándose el dedo índice de su mano libre a los labios, les pidió silencio.
—No pasa nada —dijo Kaj en voz baja—. Esta zona es más o menos segura todavía.
Un grupo de murciélagos procedentes de alguna altura a donde la luz de la antorcha no llegaba, les sobresaltó; como si quisieran desmentir la afirmación del chico. Este hizo caso omiso de ellos, pero se giró y alargó una mano hacia el rostro de Lizeth, que se puso rígida.
—Permíteme —dijo Kaj retirando un ejemplar pequeño que se había enredado en el cabello de la muchacha sin que ella lo advirtiese—. Son inofensivos, no temas.
—No me asustan los ratones —contestó ella sin alterarse—. Ni siquiera los que vuelan.
—Bien por ti —bufó Torben—. A mí sí que me dan un poco de asco.
Kaj se rio bajito mientras se daba la vuelta y observaba las dos cavidades que se abrían ante ellos.
—Estás resultando demasiado aprensivo, herrero. No quiero ni pensar en cómo te pondrás cuando veas a las lombrices gigantes que excavan en las raíces de la montaña.
Jasón sonrió muy a pesar de sí mismo al escuchar a Torben tragar saliva. Cuando iban a pescar, siempre le tocaba a él el recoger los cebos y colocarlos. Las fobias de Torben con las lombrices y algunos animales daban para muchas tardes de discusión cuando tenían doce años. La pregunta era, ¿cómo lo había sabido Kaj?
—¿Por qué nos detenemos? —preguntó, preocupado ante la posibilidad de que el huérfano hubiera confundido el camino.
—Intento decidir por qué ruta continuamos. Ambas tienen sus pros y sus contras. Y hay momentos en los que una de ellas se vuelve impracticable debido a los vapores que surgen del suelo y de las paredes. —contestó Kaj.
—¿Venenosos?, ¿Cómo los de la montaña de azufre al otro extremo de la cordillera? —Se interesó Lizeth.
—Venenoso, no sé. Diría que no. Pero suficiente para cocerte vivo o asfixiarte si no tienes suerte. —Fue la respuesta del muchacho.
Kaj se acercó a una de las aperturas en la roca, lo bastante redondeada como para hacer pensar en el trabajo de las supuestas lombrices gigantes, y apoyó la mano en la pared.
—De normal escogería esta ruta, pero la roca se está calentando y eso puede anunciar la presencia de los vapores en breve —Se asomó a la otra—. En cambio, el aire llega frio de aquí, lo que indica que está despejada...
Un canturreo monótono le interrumpió y le hizo volverse sobresaltado.
—Es el chico del cabrero, vuelve al ataque con otra de sus malditas tonadas. —suspiró Torben.
—Intentaré hacerle callar. —Se ofreció Lizeth inclinándose sobre el joven inconsciente.
—¡No! —Alargó la mano Kaj, deteniéndola. Fue él quien se agachó sobre el herido y permaneció así un rato, escuchando.
Se alzó con el rostro demudado, sujetándose las sienes con las manos.
—¡Qué enredada madeja tejemos, Skuld! ¿A dónde pretendes empujarnos ahora? —Se lamentó.
—¿Estás seguro de eso, Bartram? —dijo quedo Lizeth, apoyando su mano por primera vez en el hombro del chico. Este se volvió hacia ella y le sujetó el rostro entre ambas manos mientras derramaba lágrimas.
—¿Seguro? —contestó con una voz en exceso aguda que comenzaba a teñirse de histerismo—. Lo estoy, mi señora. Me temo que no tenemos ni voz ni voto en todo este tema.
Se secó las lágrimas con el antebrazo con un brusco movimiento.
—El camino ha sido elegido para nosotros —dijo internándose en la penumbra del primer túnel—. ¡Hacia abajo! A la oscuridad y el terrible calor. A forjar nuestro destino o a quebrarlo en el intento.
Lizeth se volvió hacia unos perplejos Jasón y Torben.
—Coged el chico y sigámosle, rápido. Temo que en su estado se separe demasiado de nosotros.
—No estoy seguro de entender qué ocurre —expuso Jasón sus dudas—. ¿Todo esto por el canturreo de una persona en pleno delirio?
Torben asintió en silencio detrás de él. En su opinión Kaj había reconocido algo en aquella melodía que lo había trastornado pero que le colgaran si conocía la causa.
—"Blót"—dijo ella alzando la cabeza, extrañamente serena—. El sacrificio somos todos nosotros. Vayamos tras él, por favor.
Torben reaccionó antes y se inclinó para coger las asas de la improvisada camilla. Mientras Jasón, renuente, lo imitaba, pudo escucharle murmurar:
—"Nada ni nadie sobrevive una noche a la sentencia de las Nornas"
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El sudor le quemaba los ojos, los brazos le temblaban por la tensión y las rodillas insistían en fallar cuando menos se lo esperaba. El aire se había ido enrareciendo y calentando conforme corrían por el túnel. Habían cubierto sus rostros con trozos de tela arrancados de sus propias ropas y los habían humedecido con el agua que se filtraba desde el techo en algunos puntos. Aun así, el esfuerzo por continuar adelante llevando a su inconsciente carga resultaba titánico.
Llevaban horas avanzando y descendiendo a través de las entrañas de la montaña. A oscuras en los tramos y ocasiones en las que Kaj así lo exigía. Habían permanecido inmóviles con Lizeth tapando la boca del convaleciente mientras una criatura de cuerpo cilíndrico y masivo transitaba junto a ellos ocupando el túnel casi por completo. Su rastro resbaloso les había hecho caer en no pocas ocasiones hasta que lo dejaron atrás.
—Pisad solo por el lado derecho —avisó el huérfano una vez más—. Hay otro reguero de ese caldo corrosivo. Si lo pisáis, perderéis el calzado... con suerte.
—¿No se acaban las penalidades? —Se quejó Torben.—. Necesitamos reposar aunque sean solo unos minutos. Me tiemblan hasta las pestañas.
—Lo siento, pero no —contestó su guía sin volverse a mirarlos—. Debemos avanzar un poco más. Las lombrices serpiente pueden parecer terribles pero lo único de lo que debes cuidarte es de no asustarlas o te aplastarán por accidente. Y esta zona está plagada de ellas.
—Entonces, ¿Por qué tanta prisa, hombre? Jasón dice que no nos sigue nadie. —contestó el herrero.
"Eso creo. Es difícil escuchar algo que no sea este martilleo en mis sienes", se guardó para sí Jasón.
—Porque las cosas que cazan a las lombrices... ¡Esas sí son peligrosas de veras! —dijo Kaj, que se detuvo a examinar un lateral de la pared.
—Esto no debería estar aquí —Lo vieron extrañarse mientras palpaba la superficie con precaución. Se frotó los dedos entre sí y vieron que tenía una sustancia pegajosa y amarillenta entre ellos.
—Tengo tanta hambre, que hasta esa pringue me recuerda a la miel. —comentó Torben observando curioso sobre el hombro de Jasón.
—Es miel. —corroboró Kaj, provocando que Torben casi se abalanzara sobre la pared.
—¡Espera, animal! —Lo sujetó Jasón de un brazo—. No sabemos si es comestible.
Kaj se chupó los dedos distraído antes de contestar:
—Se puede consumir sin problema, pero no avancéis más. Al menos no con la antorcha encendida. Mira por dónde vas a tener tu descanso, herrero.
Y se internó en el túnel, dejando atrás la zona iluminada por la cada vez más menguada antorcha y a sus amigos con un montón de interrogantes.
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Lizeth trataba de humedecer los labios del muchacho inconsciente pero la poca humedad que lograba extraer de las paredes impregnando el jirón de tela arrancado de su falda era a todas luces insuficiente. La respiración del joven era un fuelle ansioso interrumpido por toses secas que iban a peor.
Torben la contemplaba afanarse por aliviar la fiebre y el dolor del cabrero con una mezcolanza de admiración y lástima.
—Se muere, ¿verdad? —dijo al verla dejarse caer hacia atrás y apoyarse en la pared rocosa. Tenía la muchacha el rostro sucio y empapado en sudor. Como todos ellos.
—Sí —respondió ella con un hilo de voz—. Pero no es solo por los golpes y la heridas. Su espíritu lucha por aferrarse a esta vida pero no encuentra asidero. Lo veo resbalar poco a poco hacia el otro lado y cada vez me es más difícil evitar que cruce. Lo ha perdido todo, incluida su familia. Poco puedo ofrecerle yo por retenerlo aquí, inmerso en agonía... una canción de cuna, el recuerdo de la brisa en la piel, un arco iris sobre la gran cascada...
Torben sacudió la cabeza, pesaroso:
—Las cosas que dices bien te valdrían el exilio si se divulgaran entre las gentes del pueblo, chica —Alzó las manos al ver que tanto ella como Jasón iban a protestar airados. "Jasón, tú siempre del lado de los menos favorecidos", pensó. Esbozó una media sonrisa para apaciguar a ambos:
—Paz —dijo—. Yo no tengo problemas ni con la ciencia ni con la magia. Aunque a veces desconfíe de lo que no entiendo. Doy la bienvenida a todo aquello que suponga un avance en el conocimiento del mundo.
—Pues muchas veces no lo parece —Se relajó un poco Lizeth que seguía mirándole con intensidad—. Aunque tienes la pátina de aquel que ha comenzado a penetrar en los misterios. Y eso me desconcierta, aprendiz con cabeza de alcornoque.
Torben rio y asintió ante la puya:
—E igual de dura, te lo aseguro.
Jasón se acomodó en el suelo, un poco separado de ellos, atrás en el camino por donde habían venido. Que Torben confesara abiertamente sus defectos era señal de que en realidad no tenía nada en contra de la muchacha y sus prácticas "¿religiosas?". ¿Él?, no creía en nada y, al mismo tiempo, era capaz de aceptarlo todo. "Creo en lo que necesito cuando lo necesito". Ese había sido el credo de su abuelo y él lo había interiorizado hasta hacerlo suyo. Volvió su atención a la conversación. Torben estaba explicando algo.
—La primavera pasada, estando mi maestro fuera buscando menas de hierro, me encontré ocioso y me dio por rebuscar entre esos enormes baúles que tiene almacenados en el fondo de la herrería. Encontré algo extraño entre sus posesiones de lo que nunca me había hablado.
—¿El qué? —Se interesó Lizeth.
—Libros. Pesados tomos encuadernados en cuero y metal. Tratados de metalurgia y ... —Hizo una pausa, quizá dudando si no estaría hablando de más—... runas.
—Vaya —exclamó Jasón, asombrado de veras—, que calladito te lo tenías.
Torben pareció avergonzarse ante el reproche de su amigo y bajó la cabeza como un niño pequeño pillado en una falta, lo que provocó una carcajada en Jasón.
—Era broma. Mira dónde y cómo nos encontramos, amigo mío —Abrió los brazos, como abarcando el espacio, procurando no mostrar las laceraciones de los colmillos del lobo en las protecciones de cuero de su brazo—. Sobrevivir a esto es lo importante. Todo lo demás —Y movió la cabeza a un lado y a otro—, son tonterías sin trascendencia.
—Estoy de acuerdo —afirmó Lizeth, que continuaba mirando a Torben con ojos inquisitivos—. Metalurgia y runas, entonces. Y ¿has aprendido mucho? —. Deslizó con una inocencia fingida tan evidente que desconcertó a Jasón. "¿A dónde quería llegar?"
—Mucho —Se animó de repente Torben—. No tienes ni idea de las cosas que se pueden lograr si incorporas runas a las armas o a las herramientas. Con mucho esfuerzo tallé una de conservación en mi martillo de fragua, oculta bajos las cintas de cuero del mango no fuera a advertirlas mi maestro Magnus. ¡Y ahora no se mella nunca y hasta me parece más liviano cuando lo uso!
Su amigo estaba exultante, pero a quien observaba Jasón era a Lizeth, que contemplaba a su vez el entusiasmo de Torben con la boca abierta por la sorpresa.
—¿Lizeth? —preguntó, intrigado por su actitud. Lo que contaba el herrero era sorprendente si es que era cierto, claro. No es que Torben fuese mentiroso, nada más lejos de la realidad, pero en ocasiones cuando deseamos algo con mucha fuerza acabamos por ver "milagros" donde no los hay en absoluto. Torben podría haberse hecho más fuerte y resistente con el trabajo continuado (sus músculos saltaban a la vista), y el martillo ser tan solo una buena herramienta.
"La muchacha no piensa como tú", regresó la voz de su abuelo. En esta ocasión era evidente que se estaba divirtiendo. "Tus compañeros son una interminable sucesión de sorpresas".
—No deberías haber podido leer esos tomos. Y mucho menos entenderlos o llevarlos a cabo. ¿Por qué crees que tu maestro los mantiene bajo llave? Codicia sus conocimientos pero le es imposible penetrar en ellos —Movió la cabeza riéndose, incrédula—. Madre mía, tienes sangre enana.
—¿Cómo? —Casi se atragantó Torben con las palabras—. Los enanos son cuentos de viejas para asustar a los niños en invierno y enviarlos pronto a sus camas.
—Eso sin contar que mide ya casi dos metros. —Lo apoyó Jasón.
—Claro, pero las brujas, los demonios que vienen con la niebla, hasta los oscuros ojos de pájaro de nuestro amigo... —Hizo Lizeth una pausa—...todo eso sí existe y es perfectamente normal, ¿no? ¡Por los dioses, que los hombres sois duros de mollera y funcionáis contra toda lógica!
Se había puesto en pie, erizada como un gato acorralado y los miraba como si los viera por primera vez.
—Kaj tiene razón. Nada de esto está ocurriendo porque sí. —dijo.
—Celebro que estés de acuerdo conmigo. —Surgió la voz del huérfano desde la oscuridad adyacente. Jasón ya lo venía escuchando llegar. Sus oídos aun zumbaban, pero comenzaba a ser capaz de diferenciar los sonidos reales de los ecos en aquel entorno extraño.
—Me alegro de verte de regreso. —saludó al recién llegado. Lo vio parpadear mientras sus ojos regresaban a la normalidad. Lo hacía siempre que se volvía hacia ellos.
—Sí, aunque te has tomado tu tiempo. —reprochó Torben.
—Bueno, viendo lo limpia que está la pared y que las grietas ya no supuran miel, ha sido tiempo bien aprovechado por tu parte. —rio Kaj.
—Le dimos parte al cabrero. —protestó con debilidad Torben.
—Apenas si tomó algo, por favor. —suspiró Lizeth poniendo los ojos en blanco.
—¿Qué has encontrado? —preguntó Jasón—. El chico ya casi no resiste. ¿Cuánto nos queda hasta la salida?
—Menos de lo que llevamos recorrido, la verdad —contestó Kaj—, pero esta misma miel que tanto le ha gustado a nuestro amigo resulta ser un problema algo más adelante.
—¿Por? —intervino el aludido.
—Las abejas que fabrican esta miel se han criado bajo tierra y anidado entre las grietas y cavidades, usándolas como hogar y despensa. Debe de haber enormes panales detrás de estas paredes. Quieto, quieto. Ni se te ocurra —Detuvo a Torben cuando se levantó de golpe.
—¿Sabes el tamaño y la ferocidad que tienen los miembros de esta colmena? He visto algunas grandes como mi puño. Y más listas de lo que imaginas. Tendremos que cruzar un buen trecho colonizado por ellas. Antes se limitaban a ser unos pocos cientos de individuos que pululaban en algunos tramos del otro túnel. Ahora son cientos de miles o más. Y la luz las exacerba. Tendremos que pasar a oscuras conmigo guiándoos.
—Bien, vamos allá. Una vez más —dijo Torben agachándose para coger sus extremos de la parihuela. Jasón lo imitó mientras Kaj comenzaba a apagar la antorcha con delicadeza, intentando preservar la máxima extensión posible. Lizeth sujetó a Torben por el lateral del cinturón y extendió la otra mano hacia Kaj. La oscuridad se cerró tan de repente sobre ellos que casi les dolió en los ojos.
Jasón percibió el tirón en la camilla y se puso en marcha. Sabía que el huérfano andaba de nuevo escudriñando el camino con esos portentosos ojos suyos que daban escalofríos. Al principio de su interminable periplo subterráneo había ido contando las idas y vueltas del camino, los pasos incluso, pero ya desistía de ello. Comenzaba a estar demasiado cansado hasta para escuchar y es que los sonidos de la cueva resultaban monótonos una vez los tenías todos identificados.
Uno a uno no eran nada, pero todos juntos se transformaban en una canción monocorde y repetitiva que le adormecía. Hasta el ritmo de sus pisadas sobre aquel suelo duro y alisado por la actividad de las descomunales lombrices acababa por ser uniforme.
Alzó una ceja en la oscuridad y se preparó para detenerse. Los pies de Kaj se habían parado y el posterior y suave roce de telas le indicaron que su guía se estaba agachando. Percibió como la camilla descendía desde el otro extremo y supuso que Lizeth estaba haciendo que Torben también se inclinara, así que el también quedó en cuclillas pero sin soltar la camilla. Aguardando.
Un zumbido intermitente le llegó desde la distancia, como si procediera de alguna abertura situada a la izquierda del túnel, algo más adelante. Se aproximaba a gran velocidad.
"Abejas. Y grandes, a juzgar por la intensidad con la que mueven las alas", dedujo al tiempo que encogía de forma instintiva el cuello dentro de la camisa.
Pasaron sobre ellos como una exhalación y pronto su sonido se perdió a lo lejos. Al poco reanudaban la marcha.
"Monotonía, de nuevo", suspiró en su interior.
"¿Por qué te angustia tanto, muchacho? Ansías la exploración y el descubrimiento pero cuando los haces tuyos te hartas y agobias y deseas pasar a otra cosa".
"Si tu padre no te hubiera enseñado tan bien la virtud de la paciencia durante vuestras cacerías, creo que ya habrías reventado hace rato"
Ante su silencio, la voz continuó:
"¿Qué buscas, qué le pides a la existencia? No lo supe en vida y aun ahora me mantienes en la ignorancia".
Pensar en ello sería casi lo mismo que responder a su abuelo, así que se encerró en la melodía de la cueva. Primero estaban los pasos, pesados los de Torben y algo menos los suyos, casi ocultando el caminar suave y preciso de Lizeth y el perceptible a duras penas de Kaj.
"Esos dos acostumbran a andar a hurtadillas por todos sitios. Su destreza les delata", reflexionó.
Después estaba el aire caliente procedente de las grietas, fumarolas que apenas avisaban antes de lanzarte su chorro de vapor a la cara. Zumbidos, de muy baja intensidad, que intuía a través de las paredes y la distancia. Incluido uno constante, que nunca variaba y al que parecían acercarse por momentos. Este era diferente, porque lo sentía en los huesos, casi como una vibración que lo a travesara.
Y luego, estaban las gotas. El agua que se filtraba o condensaba en el techo en algunas zonas y que caía al suelo formando pequeños charcos. Notas cristalinas, regulares...
"Espera"
Algo estaba mal. Contuvo la respiración y se frenó poco a poco para evitar que la camilla le resbalara a Torben.
"¿Qué oigo de lo que no soy consciente y me atemoriza?, ¿Por qué tengo los cabellos de la nuca erizados y esta sensación terrible?"
Sus compañeros se estaban aproximando entre sí, oía el arrastrar de sus pies, preguntándose en silencio qué ocurría.
"Sustráete a ellos ahora, solo escucha. ¿Qué ha cambiado en tu entorno?", susurró su abuelo, lejos, en su cabeza.
Jasón se obligó a relajarse. El cuello le dolía por la tensión, por eso cuando una gota de agua extrañamente fría para aquel lugar le resbaló sobre la frente desde el techo, la agradeció. Y el conocimiento llegó como en una revelación:
—Está aquí. ¡Corred!
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