CAPÍTULO V. ATARDECER SANGRIENTO

Jasón se acercó al arroyo y sumergió una mano en el agua helada para después acercársela a los labios. Era una forma muy poco eficiente de saciar la sed pero inclinarse sobre la corriente y beber directamente de la misma equivalía a quedar privado del oído por unos instantes. Y no quería que le cogieran por sorpresa.

El caudal era mayor de lo que esperaba, lo que significaba que en las cumbres la tormenta había estado descargando lluvia antes de comenzar a nevar, cosa que en ese momento hacía con gran intensidad. Al menos eso disipaba su temor a que la nieve no cuajase y el terreno se convirtiera en un barrizal. Si hubiera llegado a pasar, cubrir sus huellas se habría convertido en una misión casi imposible.

Observó el lecho del arroyo, una torrentera en realidad, y decidió que el hecho de que bajara tan crecido era una gran suerte.

—Y la suerte hay que aprovecharla. —dijo introduciéndose en el agua. Avanzaría más lento y después le picarían los pies como el demonio debido al calzado mojado, pero el lecho del riachuelo sin apenas sedimentos y la rápida corriente, harían desaparecer su rastro en poco tiempo.

"No es la primera vez que huyo por mi vida, la verdad", pensó.

Y su mente comenzó a remontarse de nuevo a casi dos años atrás, cuando él y sus amigos encontraron al fin respuestas a tantas y tantas cosas, pero sin embargo la más importante de ellas les esquivó y casi les provoca la muerte.

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La familia del cabrero había intentado huir. Torben se presentó a media tarde para sacarlo de su casa y se lo contó.

—Fue anoche, aprovechando la luna nueva. Se escabulleron uno a uno para no llamar la atención, fingiendo atender al ganado, pero el alcalde tenía hombres apostados alrededor de la casa y siempre estuvo al tanto. Los dejó marchar por la quebrada del noroeste y aguardó hasta que se reunieron todos y se creyeran a salvo para caer sobre ellos.

—¿Cómo lo sabes? No íbamos a comenzar a vigilarlos hasta esta noche —dijo Jasón caminando a su lado con rapidez—. ¿Te quedaste tú?

Torben se sonrojó un poco y contestó:

—Lo pensé, pero no esperaba que intentaran escapar la misma noche. Ha sido Lizeth la que escuchó una conversación de su padre esta mañana —Ahora palideció mientras se humedecía los labios para continuar—. Se jactaba de romper las piernas al cabrero y de "haberle dado una lección que no olvidaría jamás", a su mujer.

El rostro de Jasón se tensó ante las implicaciones que encerraba la frase. Torben casi escuchó el golpe seco de su mandíbula al encajarse con fuerza.

—Esto no puede estar pasando. ¿Se le ha ido la cabeza a esta gente?, ¿no les queda un resquicio de decencia o piedad? —exclamó Jasón enfurecido.

—¿Y el chico? —inquirió.

—Apalizado, pero vivo —respondió Lizeth surgiendo de detrás de un árbol a un costado del camino de ascenso a la colina—. Ahora mismo lo están arrastrando hacia el norte, de camino a lo que han llamado el "arco de otro mundo". No sé cierto qué lugar es ése.

–Yo sí —dijo con suavidad Kaj que hasta entonces había permanecido oculto y en silencio detrás del árbol—. Conozco bien el sitio.

Jasón no tuvo que pensarlo mucho antes de decir:

—Llévame allí.

Kaj asintió, comenzando a caminar colina arriba y Jasón se movió detrás de él. Concentrado en sus pensamientos funestos producto de la ira que lo embargaba, no advirtió la presencia de Lizeth y Torben caminando detrás de él hasta que entraron en el bosque más allá de las propiedades del cabrero.

—¿A dónde vais? —Comenzó a protestar. Aquello era algo que le atañía a él en exclusiva. Al fin y al cabo de seguro era el próximo sacrificio. No hubiera siquiera involucrado a Kaj de haberle sido conocido el camino. Sus correrías con su padre jamás le habían llevado al norte de la aldea. Ahora comenzaba a entender por qué el trampero evitaba aquella zona.

—No sé, ¿a dónde creéis que vais sin nosotros? —Le contestó con sequedad Lizeth, envuelta en una capa negra como la noche, mientras pasaba por su lado sin mirarlo. Torben se limitó a mover la cabeza, pero su mirada indicaba que estaba furioso.

—Es peligroso. —protestó Jasón, devanándose los sesos por encontrar argumentos que los disuadieran.

—Faltas al respeto a tus compañeros y amigos. —dijo Torben zanjando la discusión y dejándole también atrás. Solo con sus temores y su creciente preocupación por ellos.

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El puño descendió y el impacto sobre el rostro del muchacho lo dejó semiinconsciente y gimoteando, colgando de las ataduras de sus muñecas.

—Maldición, chico —gritó el hombre que lo había golpeado —. Te dije que cesaras en tu llanto. No me obligues a cortarte la lengua.

Soran era enorme como un oso, con una poblada y mugrienta barba que contrastaba con la ausencia de cabello y con brazos que tenían el aspecto de gruesas ramas de roble. Su simple presencia intimidaba a cualquiera, pero estaba sudando y nervioso.

Sus compañeros hacía rato que tomaron el camino de regreso al pueblo, dejándolo atrás para que cuidara de que "la ofrenda" se entregara sin novedad.

"Ese maldito de Anker debe de tener las monedas lastradas, no me lo explico", pensaba con furia. Se habían jugado a suertes la permanencia en aquel lugar impío y su fortuna había decidido esa tarde tomarse un descanso. Perdió en todas las ocasiones y contra todos sus compañeros de forma tan estrepitosa, que hasta bromearon con la posibilidad de que quizá era a él a quien debían de sacrificar.

Miraba a su alrededor de forma compulsiva, apretando el mango del hacha con tanta fuerza que los nudillos, blancos, parecían ir a saltar de un momento a otro.

Aquellos miserables, aquellos idiotas, eran más jóvenes que él y no recordaban, como lo hacía él, cuántos hombres y mujeres cayeron enfrentando a aquella cosa. Los inviernos helados, negros y terroríficos previos al acuerdo. Cuando cualquiera podía ser la presa escogida por el espanto que descendía del norte.

—Agua, por favor. —suplicó el muchacho con un hilo de voz, cometiendo el error de volver a atraer su atención.

La ira invadió a Soran que le golpeó, ensañándose con el rostro.

—¡Silencio! Es por tu culpa que me encuentre aquí hoy —Se inclinó hacia el chico, apuntándole con un dedo—. Pero creo que ya he encontrado la forma de cumplir con mis obligaciones sin tener que aguardar a ver cómo esa cosa se te lleva arrastrándote por los cabellos.

Alzó el hacha con ambas manos y descargó un tremendo golpe con la parte posterior del mango sobre la rodilla izquierda del joven. El consiguiente alarido y el crujido sordo del hueso al astillarse, lo llenaron de una extraña mezcla de placer y alivio.

—Así, aunque cediesen las ligaduras no llegarías muy lejos.

Alargó el brazo y volvió a tañer la pequeña campana de bronce que colgaba en un lateral de la extraña estructura en forma de pórtico.

Lo llamaban arco, puerta, pero en realidad era casi un círculo perfecto de metal pulido que surgía de la tierra en el centro del claro del bosque. Cubierto de intrincados dibujos e inscripciones que nadie había logrado identificar o entender, todo en el parecía ajeno al ámbito humano. Cuando rozabas su superficie por accidente, sentías dolor; una descarga y un zumbido que recorría el cuerpo de arriba a abajo, como si escapara por los pies. Tocar la campana provocaba casi la misma sensación pese a ser un añadido realizado décadas atrás con el único objetivo de anunciar la presencia del sacrificio. No siendo capaces de perforar el extraño metal, la sujetaron al mismo con cuerda y madera que cambiaban cada invierno.

Soran se frotó la mano contra el pantalón, incómodo. Estuvo muy próximo a perder el control, de manifestar puro terror cuando advirtió que la niebla se había adueñado de los márgenes más alejados del claro. ¿Cómo no se había dado cuenta?

—¿Quién anda ahí? —preguntó al aire. Le había parecido ver un rostro detrás suyo, en el linde del bosque. Cerca del camino de regreso. Casi le había parecido reconocerlo, pero...

El alboroto de una bandada de grajos alzando el vuelo de forma repentina atrajo de nuevo su mirada al extremo contrario del terreno. Los vio elevarse como una nube de moscas, graznando al cielo su estridente disgusto; lejos aún de donde se encontraban pero no era hombre que dejase de atender las señales. Y esa era una mala.

—Ya viene, chico. Tu destino se cierne bajo un manto de niebla y humedad, pero yo no me quedaré a verlo. —Fue su despedida.

Cruzó el espacio de hierba alta que mediaba entre el arco y el sendero de regreso al pueblo casi a la carrera y poco después se perdía de vista.

Una cabeza se alzó tras un arbusto y lo siguió con la mirada.

—Ha marchado. Y no creo que vuelva. —anunció kaj, con la voz tensa y los labios apretados en una fina línea. Si los demás no le hubieran sujetado, habría intentado hace rato socorrer al hijo del cabrero. Contemplar inerme como lo torturaba aquel energúmeno le había removido tantas cosas por dentro, que casi se sentía enfermo.

"Bueno, lo estoy. Tengo mis buenos cardenales y contusiones para justificar esta sensación de estar hecho de pasta de boniato"

Lizeth y Torben ya corrían en dirección al arco pero Jasón, adivinando sus pensamientos, se quedó junto a él y le dijo:

—No hubieras podido hacer nada —extendió las manos con las palmas vacías hacia arriba mientras hablaba—. No hemos venido armados.

—Eso es algo que pienso cambiar de ahora en adelante, te lo aseguro. — Contestó Kaj marchando tras los otros dos.

—Todos deberíamos, me temo. —contestó Jasón al cabo de un instante. Pero ya no había nadie cerca para escucharle, así que emprendió la marcha detrás del huérfano. Sin prisa, atento al aire y sus olores, sonidos o cualquier indicio de peligro. Estaba incómodo y fuera de su papel.

"De normal, el que acecha escondido soy yo. Esta sensación ominosa, casi de catástrofe inevitable, me hace lento y demasiado cauto", pensó.

—Así no soy útil. —masculló entre dientes.

"Te tenía por más inteligente, jovencito. Acalla la justa ira que corre por tus venas y que no embote tus sentidos. Es tu instinto de cazador el que anda advirtiéndote del peligro, ¡no pretendas ignorar lo que te ha llevado años desarrollar!", le reprendió con dureza la voz de su abuelo.

Esta vez no luchó contra ella y se limitó a observar cómo trataban de liberar al chico, pero, sobre todo, pugnaba por penetrar en la niebla cada vez más espesa que comenzaba a extenderse desde el lado norte del claro, amenazando con engullirlo por completo. Era demasiado consciente del silencio de los pájaros e incluso de su falta de movimiento entre las ramas. Imaginaba a los que no habían huido como los grajos de antes, acurrucados entre sí tratando con desesperación de pasar desapercibidos ante lo que en la mente de Jasón se representaba como un enorme y desconocido depredador.

"Reaccionan como nosotros, como la gente del pueblo. Animales, a esto nos hemos reducido".

Entonces lo vio, de pie, al otro lado.

Alto y fornido como jamás había conocido a nadie. Con la piel blanca como el alabastro y apenas cubierto por un taparrabos de piel oscura. Un casco de metal abollado adornado con dos cuernos que apuntaban adelante y abajo trataba de ocultar sus facciones, pero en opinión de Jasón se podría haber ahorrado el esfuerzo...

...porque no tenía rostro.

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—Bajadle, bajadle. —repetía Lizeth una y otra vez mientras sujetaba el rostro del chico entre sus manos. Lo tenía magullado e hinchándose por momentos y sus ojos la miraban sin ver. Un espejo vidrioso donde contemplar su propio rostro demudado por la angustia y la culpabilidad.

Torben se afanaba en desatar los nudos, pero eran los dedos finos y ágiles de Kaj los que conseguían desenredarlos.

—¡Cuidado! —advirtió el aprendiz de herrero, pero ya era tarde. El cabrero se había desplomado como un fardo sobre la chica en cuanto dejaron de sostenerle las cuerdas en sus muñecas.

Kaj se inclinó también sobre ella pese al dolor en su pecho y ayudó a Torben a apartar el cuerpo inerme a un lado.

Lizeth resoplaba, encarnada. El rostro del cabrero había estado apoyado contra sus pechos durante unos momentos en los que fue repentina y sorpresivamente consciente de estos. Se dio cuenta de que hasta entonces no había pensado en sí misma como una mujer casi desarrollada. Por alguna razón el rostro de Kaj quedó encajado en su línea visual, muy cerca de ella, y aún se puso más roja.

—Le ha destrozado la pierna. —informó este, ignorante del escrutinio al que estaba siendo sometido.

—Despierta, eh, chico. Despierta. —Cacheteaba Torben al caído.

—¡No le des tan fuerte, lo pondrás peor! —protestó Lizeth sujetando su brazo.

—Si no conseguimos que despierte, mal estará que salgamos de aquí. Un peso muerto es complicado de trasladar —Se palpó Kaj las costillas —, y yo no estoy en mi mejor momento.

—Tengo que entablillar esa pierna o irá a peor. —sugirió Lizeth.

—No hay tiempo —dijo Jasón detrás de ellos. Estaba pálido como la cera—. He visto a alguien observándonos desde el otro lado del claro.

Sus miradas fueron al unísono hacia aquel punto, pero no vieron nada. Kaj, sin embargo, entrecerró los ojos y Jasón hubiera jurado que mascullaba algo.

—De acuerdo, pues —suspiró Torben cargando sobre su espalda al chico inconsciente como si de un saco de patatas se tratase—. Tomemos el mismo camino que ese cobarde y esperemos que no se haya arrepentido y ande regresando aquí, o nos lo toparemos de cara.

—No creo que lo haga, estaba loco de terror —dijo Kaj, aun oteando el terreno a su alrededor—. No veo a nadie ahora mismo, Jasón.

—Estaba ahí, te lo aseguro. —insistió el trampero.

—No lo dudo, hasta el aire ha cambiado. ¿No lo notáis más pesado? —preguntó Kaj.

—Pensaba que me costaba respirar por culpa de cargar con éste. —contestó Torben comenzando a moverse. Lizeth y Kaj lo flanquearon, ayudándole a sostener su carga.

—Vamos, tan rápido como nos sea posible —recomendó Jasón—. Nos turnaremos tú y yo para llevarlo y por el camino pensaremos dónde ocultarlo y ... ¡esperad!

Jasón se adelantó al grupo y se inclinó entre las altas hierbas, cerca de la primera línea del bosque.

Torben alzó un dedo pidiendo silencio ante la mirada interrogante de los otros dos. Conocía de sobra cómo de aguda era la percepción auditiva de su amigo. Algo habría captado por debajo del ruido de fondo del bosque que lo había puesto en guardia.

"Todo esto es preocupante. Asusta, maldita sea", se dijo.

Vio a su amigo ponerse en pie después de un largo minuto y le pareció que tenía los hombros un poco más hundidos que antes. El vello se le erizó en los brazos al ver su rostro cuando se volvió hacia ellos.

—Habla —Le conminó—. Aunque maldita sea si me apetece escuchar lo que vas a decir.

Jasón asintió, sombrío.

—Alguien estaba gritando en el bosque, más abajo, en el sendero. Creo que suplicaba por su vida. Después, nada.

—Vayamos por la izquierda, rápido —indicó Kaj—. Hay un camino escarpado que desciende hasta el valle, rodeando la montaña.

Torben no se hizo de rogar, corriendo en aquella dirección con Lizeth pegada a sus talones y pendiente de la respiración del chico desmayado.

Se introdujeron de nuevo en la espesura, guiados por el huérfano a través de un terreno cada vez más salvaje y enmarañado; poco o nada transitado por hombres o animales.

—¿Cómo de escarpada es la ruta? —Le preguntó Jasón colocándose a su lado para ayudarle a abrir camino—. Nuestra carga puede volverla muy complicada, ¿lo has tenido en cuenta?

—Un problema por vez —respondió el interpelado sudando y con los ojos brillantes, casi febriles por el esfuerzo de mantener el ritmo con dos costillas rotas—. Llegado el momento, quizá haya otra alternativa.

—Jasón, ¿me echas una mano? —llamó Torben un poco más atrás—. Estoy perdiendo asidero y el chico está resbalando poco a poco.

—Creo que tiene fiebre —le informó Lizeth cuando llegó a su lado—. Respira demasiado rápido y ligero y va canturreando algo. Delira.

—No me ayuda el tener esa tonada incesante en los oídos. —protestó Torben. Jasón se colocó a su lado y cogieron al chico cada uno de un brazo. Ahora lo llevaban sujeto entre los dos y de tal guisa, el avance se hacía incluso más complicado.

—¿A dónde nos lleva? —preguntó el aprendiz de herrero señalando con un gesto a la espalda de Kaj, media docena de pasos más adelante.

—Creo que a algún sendero de cabras, por la forma en que habla. Pero me da la sensación de que no le tiene mucha fe. —respondió Jasón.

—Entonces, ¿por qué llevarnos hacia él? Hay algo en este bosque que me pone los pelos de punta. Y no es tan solo él no conocer el terreno. Hay una sensación, una... —Se interrumpió, buscando las palabras adecuadas.

—Opresión. Cómo si tuvieras a alguien sentado sobre tu pecho. —Acabó la frase Lizeth.

Jasón la contempló de reojo. Él también lo sentía, así como una creciente inquietud que le impulsaba a escudriñar el terreno a un lado y a otro a cada paso.

—Escucha —Le dijo—. Acércate a Kaj y habla con él. Creo que no se encuentra muy bien y es posible que también tenga fiebre. Vigila no sea que nos esté guiando en pleno delirio. Perdernos en este lugar es lo último que necesitamos ahora.

La muchacha asintió, alarmada, y apretó el paso para colocarse a la par que el huérfano.

—¿Qué me tienes que decir que ella no puede escuchar? —Le susurró Torben a Jasón, directo y sin tapujos.

Éste parpadeó.

"Son muchos años juntos. Me conoce demasiado bien", suspiró, aliviado hasta cierto punto.

—Creo que nos lleva por este camino pese a estar casi seguro de que es inviable, porque la ruta alternativa aún le preocupa más.

Torben bufó:

—Bueno, después de lo que dijiste en el claro yo también intentaría por todos los medios no regresar por el sendero. No le culpo.

—No —Meneó Jasón la cabeza a un lado y a otro—, me ha dejado entrever que quizá haya otro camino diferente.

—Entonces, malo. Ese chico no es de los que se asustan y gritan lobo porque sí. Tiene más redaños que cerebro según mi forma de pensar.

—Pues yo creo que es el más inteligente de todos nosotros. Capaz de pensar con frialdad en cualquier circunstancia —rebatió Jasón—. Es por eso que si él teme tomar esa ruta, quizá nosotros deberíamos sentir puro pánico.

Torben no contestó de forma inmediata, sopesando las cosas como solía hacer.

—¿Estamos en un buen lío, no? —dijo al fin—. ¿Has pensado que lo que sea que acuda a la llamada de la campana, no va a dejar que nos llevemos su trofeo así como así?

Ahora fue Jasón el que se tomó tiempo para considerar la respuesta.

—En realidad, estoy convencido de que no —Tenía la boca seca—. Lo que fuera que vi allá atrás, debe de andar entretenida con otro asunto o ya nos habría dado caza.

Por un largo espacio de tiempo continuaron avanzando con lentitud a través de una maleza cada vez más densa. Las enredaderas y las zarzas gozaban de privilegios y lo invadían todo hasta la altura del pecho cuando no trepaban por los troncos de los árboles asfixiando a los más pequeños y robándoles la luz. En algunas partes ni siquiera se atisbaba el cielo.

—¿Qué pasa? —Se alarmó Jasón al ver a Lizeth obligando a Kaj a detenerse.

La muchacha miraba a su alrededor, confundida.

—¿No os habéis dado cuenta? Es de noche ya. —susurró.

Torben alzó una ceja.

—Ya anochecía cuando recogimos a nuestro amigo el cantante y, si continuamos plantados aquí, veremos salir la luna también y alguien nos echará en falta en el pueblo y tendremos problemas para explicar en qué andábamos metidos.

Lizeth se giró airada hacia él, con sus ojos verdes lanzando chispas.

—Eres un tarugo, herrero —soltó—. Sé que es de noche, pero mira, resulta que estamos en lo más profundo del bosque y continuamos teniendo luz. No demasiada, pero más que suficiente para ver el camino. ¿De verdad que no lo encuentras extraño?

Torben encogió un poco el cuello ante la apasionada diatriba de Lizeth.

"Es una caja de sorpresas esta chiquilla", sonrió Jasón sin poder evitarlo. Sin embargo, tenía razón.

—¿De dónde viene la luz? —dijo mientras observaba a su alrededor con nuevos ojos. Había estado tan inmerso en la huida y en sostener al cabrero, que no había reparado en el fenómeno.

La luz era débil y con un matiz entre verde y azulado. Y no parecía proceder de ningún punto en concreto.

—Procede de las plantas. Sobre todo. —habló al fin Kaj, sentado sobre una piedra recubierta de musgo. Lo vieron arañar la superficie y retirar parte del mismo, que sostuvo entre las manos ahuecadas.

—¿Lo veis?

El musgo brillaba de forma tenue en el interior del espacio que formaban sus manos.

—Por algún motivo, aquí todo resplandece. La tierra y las piedras también. Lo mismo los insectos y demás animales, si es que logras dar con uno. En este bosque son más... —Parecía estar buscando el término más adecuado—. Son más inteligentes que en otros lugares. Extraños.

—Ya tenía la piel de gallina, en serio. No era necesario saber tanto. —murmuró aprensivo Torben. Casi daba la impresión de que, de poder evitarlo, sus pies no rozarían ni el suelo.

—Dejadlo un momento en el suelo y descansad. No falta mucho y el descenso será complicado. Mejor conservamos nuestras fuerzas en lo posible. —aconsejó Kaj.

—Hemos sido demasiado impulsivos viniendo aquí. Desarmados y sin provisiones. —Se lamentó Jasón. Sobre todo porque había sido el incitador a ello.

—Ni siquiera hemos traído agua —dijo Lizeth—. Está ardiendo de fiebre y no tengo nada para aliviársela. Ni compresas frías ni corteza de sauce o cola de caballo para tratar la inflamación.

Jasón echó un vistazo crítico a la vegetación circundante y contestó:

—No hay nada de eso a la vista. Dejaremos las infusiones para después. La pierna es lo que me preocupa.

Mientras hablaba había rasgado el pantalón del cabrero hasta casi la altura del muslo. La rodilla estaba amarilla y hundida por su parte inferior, adquiriendo un tono cárdeno conforme el derrame se extendía.

—Eir sea loada —Se le escapó a Lizeth mientras examinaba la pierna. No lloraba, pero tenía los ojos húmedos y brillantes mientras movía los labios en silencio.

Nadie dijo nada, pese a que la reputación de bruja de su abuela estaba ahí. Su peso como curandera y partera era mayor en el pueblo que incluso su estatus como madre del alcalde. Quizá fuesen imaginaciones suyas, pero a Jasón le pareció que el chico se relajó un poco.

—Al menos ha dejado de farfullar —suspiró Torben levantándose—. Busquemos algunas ramas rectas que nos permitan entablillarle la pierna. No queremos acabar de destrozársela mientras lo arrastramos por ahí, saltando matorrales.

—No creo que vuelva a andar. No sin ayuda. —exteriorizó Kaj lo que todos andaban pensando.

—Otra cosa más que agradecer a mi señor padre. —dijo Lizeth, casi para sí.

Al final, lograron improvisar unas parihuelas echando mano de la capa de Lizeth y estaban instalando en ellas el cuerpo inerte del hijo del cabrero, cuando Kaj se irguió con brusquedad; la mirada fija en el camino que habían dejado atrás.

—Dejamos un rastro que hasta un ciego vería. —Se lamentó Jasón siguiendo su mirada.

—No estaba observando eso —contestó el huérfano con los ojos reducidos a meras rendijas—. La niebla ya ha invadido por completo el sendero que desciende al valle y ahora comienza a extenderse hacia aquí.

Jasón se estremeció recordando al guerrero pálido que divisó en el claro.

"Llega siempre con el frío y la niebla", había dicho Gjerta.

—Mi vista no alcanza tan lejos pero si es como dices, entonces es hora de continuar la marcha; tan veloces como seamos capaces y más aún. —aconsejó dirigiéndose hacia el chico desmayado. Torben ya aguardaba junto a él para izarlo.

—Correremos detrás de ti, todos en silencio. Lizeth, tú a su lado. Ni se os ocurra daros la vuelta para ver si os seguimos. —ordenó Jasón, serio de repente. La voz de su abuelo en su cabeza también le gritaba sus propias advertencias.

—¡Vuela, Bartram! —exclamó Torben de repente, usando el nombre real de Kaj—. Bate tus alas, oh glorioso cuervo, y guíanos a la salvación.

El aludido dudó por un momento, con la boca abierta por la sorpresa. En cualquier otra situación aquello podría haberse tomado como una broma o incluso una burla dirigida contra él, salvo que en ninguno de los tensos rostros de sus compañeros advirtió resquicio alguno de ironía.

Tragó saliva y comenzó a correr, ignorando el dolor y el cansancio. Buscando siempre la ruta más recta y, a la vez, la más cómoda para los dos chicos que llevaban la camilla. Lizeth corría a su lado, con su cara a medio camino entre niña y mujer llena de determinación.

"Guíanos, Bartram", resonaba en sus oídos. Hasta el tozudo aprendiz del herrero se había encomendado a él para salir con bien de aquel lugar. Para alguien como él, la amistad suponía disponer de un lujo extraordinario. La confianza, esa era una joya de valor incalculable.

Por eso corrió y saltó, cada vez más rápido, apretando los dientes y tragando su propia sangre. Feliz porque pese al peligro se sentía por primera vez en su vida completo, necesario y humano.

Imaginad lo que sintió cuando, casi a punto de llegar a su destino, la roca que guardaba la entrada al sendero de grava resbaladiza que descendía por aquel lateral de la montaña, se dio de bruces con el cadáver empalado del enorme Soran.

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