CAPÍTULO IX. REVÉS

El ascenso no estaba resultando sencillo ni mucho menos. Conforme progresaban a través de la chimenea se fue haciendo patente el profundo estado de agotamiento en el que se encontraban todos. No podían dejar de arrastrarse ni de empujar la parihuela que se empeñaba en resbalar hacia atrás; si lo hacían, el sueño los sorprendía de improviso.

Hasta el momento se habían ido animando los unos a los otros, con gritos, con susurros y alguna torpe chanza por parte de Kaj o Torben, pero Jasón notaba que el aire fresco que descendía desde el exterior cada vez los despejaba menos y los silencios eran mucho más prolongados. Las cabezas tendían a tocar tierra y los ojos a cerrarse casi a cada palmo de tierra que conquistaban en su avance. Sus cuerpos y sus mentes exigían descanso a gritos.

"Aún no, aún no", se repetía como un mantra una y otra vez. Se mordió la lengua hasta que los ojos le lagrimearon, hundió los dedos en las heridas que le hizo el lobo buscando que el dolor le desentumeciera la consciencia... pero aún había algo más que lo corroía por dentro.

"¿Qué te inquieta, aparte de lo evidente?", le interrogó la voz de su abuelo.

Jasón se tomó su tiempo para contestar, luchando por poner orden en sus pensamientos a través de la neblina con la que el cansancio los envolvía:

"El metal, eso me inquieta. Se hundía hacia dentro, como si algo se hubiera abierto paso hacia el interior de aquella sala".

"Bueno", respondió su abuelo, "si la teoría de Kaj es cierta y el buque participó en una batalla, lo lógico es que algún objeto perforara el casco".

"Ya...", respondió él. "Pero, ¿no hubiera causado más daños en el interior?, ¿no habría restos o marcas de fuego o del mismísimo proyectil? Y esta salida, alineada a la perfección con la abertura... ¿cuántas posibilidades hay de que algo así ocurra de forma natural?"

La voz de su abuelo guardó silencio por un rato, como meditando, y Jasón lo aprovechó para palpar a ciegas el suelo y las paredes de tierra y roca mientras Torben aguardaba a que Lizeth avanzara un poco más. Sus manos se detuvieron cuando tropezaron con una sección de roca en la pared del estrecho túnel. Le había parecido notar algo raro, unas estrías o un patrón que se repetía.

—¿Surcos? —susurró sorprendido. Colocó su mano dentro de uno de ellos y tragó saliva. Casi parecía que...

—¡Luz! —gritó de improviso Kaj—. ¡Ya llegamos, la salida está cerca!

Una ráfaga de aire frío llegó hasta su posición como último de la fila, pero no tenía claro si era tan solo eso lo que hacía que sus dientes entrechocaran de forma tan violenta.

Aun así, aceleró el paso empujando frente a sí la parihuela y al joven cabrero cuya respiración se había hecho tan tenue en la última hora que hasta a él le costaba percibirla. Kaj y Lizeth habían salido ya del agujero y Torben luchaba por izarse fuera del mismo con la ayuda de ambos, cuando todo se precipitó y los temores de Jasón se materializaron en la forma de una enorme sombra de piel pálida.

• ✦

Pasó entre Kaj y Lizeth como un viento oscuro, derribándolos con tanta fuerza que rodaron fuera de su camino antes de ser capaces de gritar o avisar de su presencia.

Agarró al desprevenido Torben por la cabeza con una sola y enorme mano, como quien sostiene una liebre de las orejas. Y lo mantuvo en el aire unos instantes, tal vez evaluándolo. Después, resolvió lanzarlo hacia atrás sin miramientos y el muchacho voló a través de aquella nueva caverna hasta chocar contra una pared llena de rocas afiladas.

Jasón apenas escuchó ni vio nada, forcejeando para hacer retroceder la parihuela y su contenido al interior del túnel, fuera del alcance de aquella cosa mientras sus instintos por proteger al chico herido se enfrentaban a la fría voz de su lógica interna:

"¡Basta!, No servirá. Fue el Guerrero Pálido el que creo este túnel, el que horadó de forma imposible el casco de aquel extraño navío celestial... regresar es inútil".

—Y entonces qué... ¿dejarle morir? —Se contestó a sí mismo sin dejar de luchar con el peso muerto del cabrero.

No tuvo tiempo para más, una fuerza descomunal y arrolladora se apoderó de la precaria camilla y la sacó de un tirón fuera del agujero, arrastrando a Jasón con ella hasta la superficie. La parihuela golpeó el suelo, astillándose sus travesaños y dejando el cuerpo del chico tirado y enrollado a medias en los restos de la capa de Lizeth. Jasón había quedado con medio cuerpo fuera del túnel, apoyado sobre sus codos, observando impotente como aquella mole de piel blanquecina y músculos como rocas se inclinaba a olisquear al convaleciente. Tan débil se encontraba ya el muchacho que ni siquiera se había quejado del brutal impacto.

—¡No lo toques! —aulló Jasón arañando el suelo, buscando agarre para poder salir del orificio en la tierra.

Un gutural grito de guerra se escuchó en un lateral y Torben apareció con el rostro cubierto de sangre y alzando el hacha sobre su cabeza. Su ataque fue rápido y certero, pero apenas si consiguió clavarla unos centímetros en el hombro izquierdo del Guerrero Pálido que se lo sacudió de encima como si fuera un mosquito.

Temiendo por la vida de su amigo, Jasón saltó sobre la espalda todavía inclinada de aquel ser, agarrándose de su grueso y duro cuello. Aquello era como abrazar una estatua de piedra salvo porque notaba los poderosos tendones actuando bajo la piel y, en un momento de lucidez, determinó que aquel ser, aquel hombre, estaba vivo de alguna manera.

Apretó su presa con la fuerza que le otorgaba la desesperación:

—Si estás vivo, puedo matarte, ¡maldito seas! —rugió casi demente.

Su loco ataque le había dado tiempo a Torben para rehacerse y volver a la carga con el hacha, atacando el costillar de aquella mole, pero sus golpes apenas si dejaban pequeños arañazos sobre la piel del monstruo.

—¡Cae, maldito, cae! —gritaba el herrero arremetiendo una y otra vez con furia.

El Guerrero Pálido movió una mano desdeñoso y con una sola bofetada hizo retroceder a Torben. Luego, subió la otra mano hasta su cuello y agarró y lanzó a Jasón por encima de su cabeza. Sin ningún esfuerzo.

La cabeza de Jasón golpeó contra el techo de la cueva y cayó al suelo casi inconsciente, con un pitido en los oídos que se le introducía en el cerebro como una aguja candente.

Kaj, o al menos eso le pareció dentro de su aturdimiento, se lanzó a los pies del pálido, sujetándole de un tobillo y golpeando con sus pies a la otra rodilla, buscando desequilibrarlo y hacerlo caer. En vano. Lo mismo podría haber pateado a la montaña.

Jasón luchaba por incorporarse, pero el mundo daba vueltas sin sentido y el estómago se le volvió del revés. Vomitó lo poco que aún retenía su cuerpo mientras se apretaba la cabeza entre las manos tratando de parar aquel giro vertiginoso y angustiante.

Unas manos frías y suaves le sujetaron las sienes desde atrás y creyó oír cantar a Lizeth. O rezar. O puede que hiciera ambas cosas a un tiempo. Hasta que Jasón sintió su cráneo explotar y se desplomó sin conocimiento hacia adelante, como fulminado por un rayo.

No sabría decir cuánto tiempo permaneció de esa manera, solo fue consciente de que escuchaba maldecir a la voz de su abuelo allá a lo lejos y del choque del metal contra el metal, de la melodía de una batalla encarnizada.

"¿Alguien ha venido a socorrernos?", se preguntó confuso, parpadeando. Lizeth estaba junto a él, sintió su mano en el pecho, reconfortante. Pero ella se deshacía en lágrimas y estaba blanca como la muerte.

—¿Lizeth, que ocurre muchacha? —dijo tratando de incorporarse.

Ella no respondió, tenía la otra mano cerca de su sexo y debajo de su falda se extendía un gran charco de sangre oscura, casi marrón bajo aquella tenue luz.

Antes de que pudiera preguntarle nada más, escuchó una orden detrás de él:

—¡Despierta de una vez, muchacho, y saca a tus amigos de aquí! Tenéis que llegar a los límites del pueblo, allí no puede seguiros.

El chico se volvió, incrédulo ante la voz que escuchaba por primera vez fuera de su cabeza.

—¿Abuelo? —murmuró.

La escena que se mostraba ante sus ojos era de una irrealidad tan manifiesta que su mente se retorcía e intentaba enfocar cualquier otra cosa antes que seguir contemplándola, pero el reclamo de la presencia de su más querido pariente lo mantenía atento a la misma:

El Guerrero Pálido sangraba ahora por varios puntos. Una sangre azul, casi negra. La misma que goteaba de la espada fantasmal que sostenía su abuelo frente a sí. Vestía sus galas de guerrero tal y como lo había hecho en su juventud como mercenario y la capa negra ondeaba a su alrededor como si un viento furioso la agitase. Intercambiaron una serie rápida de golpes y fintas, pero la espada del viejo siempre lograba detener el hacha doble que ahora esgrimía el monstruo.

—No era momento ni lugar, jovencita. Ni las formas. —Comenzó a reprender a Lizeth mientras combatía contra aquella cosa que pugnaba por acercarse a los chicos—. Apenas soy una sombra de lo que hubieras podido traer a la luz si hubieras usado mis viejos huesos. Si hubieras abierto mi maldita tumba estando preparada: ¡Draugr!, eso debería haber sido yo, pero ya no hay tiempo.

Ejecutó una serie de molinetes con la espada que forzó a la criatura a retroceder contra la pared. Tan rápido que la mano y la espada eran una línea de luz dibujada en el aire; tan intrincada y hermosa que Jasón no pudo menos que envidiar la habilidad de su abuelo con el acero.

—Ni siquiera es mi verdadera espada, tan solo el recuerdo que de ella guardo... —Lo escucharon lamentarse.

Se volvió hacia ellos y gritó:

—¡Lo retendré aquí, el juramento le ata tanto como a nosotros y no puede acercarse al pueblo. No ahora que tiene aquí a su sacrificio legítimo.

Jasón se estremeció al ver agitarse el cuerpo del chico moribundo entre los pies del enorme guerrero sin rostro y los de su abuelo, como si fuera el auténtico terreno en disputa. Kaj y Torben ya estaban a su lado, ayudando a levantarse a Lizeth.

—¡No! —protestó Jasón—. ¡Tiene que haber otra forma!

—No la hay, no la hay —sollozó la chica con las manos llenas de sangre—. He hecho cuanto he podido. He entregado lo que tenía y lo que no.

El rostro del abuelo de Jasón pareció suavizarse antes de decir:

—Lo sé, mi niña, lo sé. No pretendía acusarte. La que habla es la frustración de un viejo ante la perspectiva del olvido definitivo. Este es mi último combate, uno más de lo que podía esperar. Y lo doy por bueno si salís todos con vida de aquí.

Y dedicando una última mirada a su nieto, le dio la espalda a su enemigo y alzó la espada sujetándola con las dos manos sobre su cabeza:

—El sacrificio está sellado, que los dioses se apiaden de mí y del muchacho.

Y hundió la espada con fuerza en el corazón del herido, hasta llegar a la roca de la caverna.


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