Capitulo 2: Las cartas de nadie
Había pasado un tiempo desde la visita al zoológico y la fuga de la boa constrictor le acarreo a (T/N) el castigo más largo de su vida. Cuando le dieron permiso para salir de su alacena ya habían comenzado las vacaciones de verano y Dudley había roto su nueva videocámara, conseguido que su avión con control remoto se estrellara y, en la primera salida que hizo con su bicicleta de carreras, había atropellado a la anciana señora Figg cuando cruzaba Privet Drive con sus muletas.
(T/N) se alegraba de que la escuela hubiera terminado, pero no había forma de escapar de la banda de Dudley, que visitaba la casa cada día. Piers, Dennis, Malcolm y Gordon eran todos grandes y estúpidos, pero como Dudley era el más grande y el más estúpido de todos, era el jefe. Los demás se sentían muy felices de practicar el deporte favorito de Dudley: cazar a (T/N) aunque igual que en el pasado no siempre tenían suerte. Por esa razón, (T/N) pasaba tanto tiempo como le resultaba posible fuera de casa, dando vueltas por ahí y pensando en el fin de las vacaciones, cuando podría existir un pequeño rayo de esperanza: en septiembre estudiaría secundaria y, por primera vez en su vida, no iría a la misma clase que su primo. Dudley tenía un lugar en el antiguo colegio de tío Vernon, Smeltings. Piers y Polkiss también irían allí. (T/N) en cambio, iría al instituto público que le correspondía, Stonewall. Dudley encontraba eso muy divertido.
—Allí, en Stonewall, meten las cabezas de la gente en el inodoro el primer día ¿Quieres venir arriba y ensayar?.- dijo Dudley con burla.
—No, gracias. Los pobres inodoros nunca han tenido que soportar nada tan horrible como tu cabeza y pueden marearse.- dijo (T/N) con el mismo tono y luego salió corriendo antes de que Dudley entendiera lo que le había dicho.
Un día del mes de julio, tía Petunia llevó a Dudley a Londres para comprarle su uniforme de Smeltings, dejando a (T/N) en casa de la señora Figg. Aquello no resultó tan terrible como de costumbre. La señora Figg se había fracturado la pierna al tropezar con un gato y ya no parecía tan encariñada con ellos como antes. Dejó que (T/N) viera la televisión y le dio un pedazo de pastel de chocolate que, por el sabor, parecía que había estado guardado desde hacía años.
Aquella tarde, Dudley desfiló por el salón, ante la familia, con su uniforme nuevo. Los muchachos de Smeltings llevaban un fragante, pantalones bombachos de color naranja y sombrero de paja, rígido y plano, llamado canotié. También llevaban bastones con nudos, que utilizaban para pelearse cuando los profesores no los veían. Debían de pensar que aquél era un buen entrenamiento para la vida futura.
Mientras miraba a Dudley con sus nuevos pantalones, tío Vernon dijo con voz ronca que aquél era el momento de mayor orgullo de su vida. Tía Petunia estalló en lágrimas y dijo que no podía creer que aquél fuera su pequeño Dudley, tan apuesto y crecido. (T/N) no se atrevía a hablar. Creyó que se le iban a romper las costillas del esfuerzo que hacía por no reírse.
A la mañana siguiente, cuando (T/N) fue a tomar su desayuno, un olor horrible inundaba toda la cocina. Parecía proceder de un gran cubo de metal que estaba en el fregadero. Se acercó a mirar. El cubo estaba lleno de lo que parecían trapos sucios flotando en agua gris.
—¿Qué es eso? Huele horrible.- dijo (T/N) asqueado por el olor.
La mujer frunció los labios, como hacía siempre cada vez que (T/N) se atrevía a preguntar algo, pero, está vez se tomó un breve tiempo para calmadas antes de contestar
—Es tu nuevo uniforme para la escuela.-dijo Petunia a secas.
—Oh. No sabía que tenía que estar mojado. Supuse que los uniformes debían estar secos.- dijo (T/N) con claro sarcasmo.
—No seas estúpido. Estoy tiñendo de gris algunas cosas viejas de Dudley. Cuando termine, quedará igual que los de los demás.- dijo Petunia muy enojada.
—Sabes, me preguntó que paso contigo, creí que después de salvar tu pellejo y luego de todas las conversaciones que tuvimos dejarías de tratarme mal.- dijo (T/N) serio y algo molesto.
En ese momento Petunia se acercó a (T/N) para después agacharse hasta quedarse a la altura de su oído.
—Lo intento pero me está costando trabajo. Te prometo que estoy haciendo lo que puedo, pero cambiar la mentalidad de mi hijo y esposo es difícil. Sin mencionar la mía.- dijo Petunia seriedad y un muy leve sentido de culpa en un susurro.
(T/N) tenía serias dudas de que fuera así, pero pensó que era mejor no discutir. Se sentó a la mesa y trató de no imaginarse el aspecto que tendría en su primer día en el instituto Stonewall. Seguramente parecería que llevaba puestos pedazos de piel de un elefante viejo.
Dudley y tio Vernon entraron, los dos frunciendo la nariz a causa del olor del nuevo uniforme de (T/N). Tío Vernon abrió, como siempre, su periódico y Dudley golpeó la mesa con su bastón del colegio, que llevaba a todas partes.
Todos oyeron el ruido en el buzón y las cartas que caían sobre el felpudo.
—Trae la correspondencia, Dudley.-dijo Vernon tranquilamente detrás de su periódico.
—Que vaya (T/N). Yo no quiero ir.- dijo Dudly molesto.
—Trae las cartas, (T/N).- dijo Vernon aún tranquilo.
—Que lo haga Dudley. Yo siempre voy por el correo además la orden fue para el inicialmente.- dijo (T/N) igual de molesto.
—Pégale con tu bastón, Dudley.- dijo Tío Vernon un poco mas serio.
(T/N) esquivó el golpe además de lograr acertar uno al estómago pero aun así fue a buscar la correspondencia debido al grito de enojo de su tío Vernon. Ya en la puerta noto que había tres cartas en el felpudo: una postal de Marge, la hermana de tío Vernon, que estaba de vacaciones en la isla de Wight; un sobre color marrón, que parecía una factura, y... una carta para él.
(T/N) la recogió y la miró fijamente, con el corazón vibrando como una gigantesca goma elástica. Nadie, nunca, en toda su vida, le había escrito a él. ¿Quién podía ser? No tenía amigos ni otros parientes. Ni siquiera era socio de la biblioteca, así que nunca había recibido notas que le reclamaran la devolución de libros. Sin embargo, allí estaba, una carta dirigida a él de una manera tan clara que no había equivocación posible.
Señor (T/N). Potter, Alacena Debajo de la escalera. Privet Drive, 4 Little Whinging Surrey
El sobre era grueso y pesado, hecho de pergamino amarillento, y la dirección estaba escrita con tinta verde esmeralda. No tenía sello.
Con las manos temblorosas, (T/N) le dio la vuelta al sobre y vio un sello de lacre púrpura con un escudo de armas: un león, un águila, un tejón y una serpiente, que rodeaban una gran letra H.
—¡Date prisa, chico! ¿Qué estás haciendo, comprobando si hay cartas-bomba?.- dijo Vernon calmadamente y luego se rió de su propia broma.
Sin nada más que hacer ahí (T/N) volvió a la cocina, todavía contemplando su carta. Entregó a tío Vernon la postal y la factura, se sentó y lentamente comenzó a abrir el sobre amarillo.
Tio Vernon rompió el sobre de la factura, resopló disgustado y echó una mirada a la postal.
—Marge está enferma, al parecer, comió algo en mal estado.- dijo Vernon algo serio en voz alta para informar a su esposa.
—¡Papá ¡Papá, (T/N) ha recibido algo!.- dijo Dudly demasiado sorprendido.
(T/N) estaba a punto de desdoblar su carta, que estaba escrita en el mismo pergamino que el sobre, cuando tío Vernon se la arrancó de la mano.
—¡Es mía! ¡Regrésamela ahora!-dijo (T/N) serio y algo enojado.
—¿Quién va a escribirte a ti? -dijo con tono despectivo tío Vernon, abriendo la carta con una mano y echándole una mirada.
Su rostro pasó del rojo al verde con la misma velocidad que las luces del semáforo. Y no se detuvo ahí. En segundos quedo totalmente pálido de la sorpresa.
—¡Pe... Pe... Petunia! bufó Vernon sorprendido.
Dudley trató de coger la carta para leerla, pero tío Vernon la mantenía muy alta, fuera de su alcance. Tia Petunia la agarro con curiosidad y leyó la primera línea. Durante un momento pareció que iba a desmayarse.
Se apretó la garganta y dejó escapar un gemido.
—¡Vernon! ¡Oh, Dios mío... Vernon!.- dijo Petunia muy sorprendida.
Ambos se miraron como si hubieran olvidado que (T/N) y Dudley todavía estaban allí. Dudley no estaba acostumbrado a que no le hicieran caso por lo que golpeó a su padre en la cabeza con el bastón de Smeltings.
—¡Quiero leer esa carta! -dijo Dudley enojado a gritos.
—Yo soy quien quiere leerla, ¡Es mía!.- dijo (T/N) bastante enojado.
—Fuera de aquí, los dos-chilló tío Vernon serio a la vez que metía la carta en el sobre, (T/N) no se movió.
—¡QUIERO MI CARTA! -grito (T/N) enojado.
—¡Déjame verla! -exigió Dudley molesto.
—¡FUERA! -gritó tío Vernon, y, tomando a (T/N) y a Dudley por el cuello, los arrojó al recibidor y cerró la puerta de la cocina.
(T/N) y Dudley iniciaron una lucha, furiosa pero callada, para ver quién espiaba por el ojo de la cerradura. Ganó Dudley, así que (T/N) se tiró al suelo para escuchar por la rendija entre la puerta y el suelo.
—Vernon. ¿Cómo es posible que sepan dónde duerme? No estarán vigilando la casa, ¿verdad?-decía tía Petunia con voz temblorosa y muy nerviosa.
—Vigilando, espiando... Hasta pueden estar siguiéndonos -murmuró tío Vernon agitado y preocupado.
—Pero ¿qué podemos hacer, Vernon? ¿Les contestamos? ¿Les decimos que no queremos...?.- dijo Petunia un poco preocupada y asustada.
(T/N) pudo ver los zapatos negros brillantes de tío Vernon yendo y viniendo por la cocina.
—No. No, no les haremos caso. Si no reciben una respuesta... Sí, eso es lo mejor... No haremos nada.- dijo Vernon un poco serio.
Petunia se quedó en silencio pensando en lo que su esposo le decía pero también llegaba a su mente lo que había estado hablando con (T/N).
—¡No tengo a uno de ellos en casa, Petunia! ¿No juramos, cuando lo acogimos, acabar con aquella peligrosa tontería?.- dijo Vernon ahora algo molesto.
Aquella noche, cuando regresó del trabajo, el tío Vernon hizo algo que no había hecho nunca: visitó a (T/N) en su alacena.
—¿Dónde está mi carta? ¿Quién me ha escrito?.-dijo (T/N) serio y enojado en el momento en que tío Vernon pasaba con dificultad por la puerta.
—Nadie. Estaba dirigida a ti por error y la he quemado.- dijo tío Vernon con tono cortante.
—No era un error.Estaba mi alacena en el sobre. -dijo (T/N) enfadado.
—¡SILENCIO!-gritó Vernon algo enojado a la vez que unas arañas cayeron del techo.
Respiró profundamente y luego sonrió, esforzándose tanto por hacerlo que parecía sentir dolor.
-Ah, sí, (T/N), en lo que se refiere a la alacena... Tu tía y yo hemos estado pensando... Realmente ya eres muy mayor para esto... Pensamos que estaría bien que te mudes al segundo dormitorio de Dudley.-dijo Vernon tratando de sonar lo más calmado posible.
—¿Porqué?. Digo, no me molesta pero me gustaría saber que se debe ese cambio.-dijo (T/N) un poco serio.
—¡No hagas preguntas!. Solo lleva tus cosas arriba ahora mismo.-dijo Vernon algo molesto.
La casa de los Dursley tenía cuatro dormitorios: uno para tio Vernon y tía Petunia, otro para las visitas (habitualmente Marge, la hermana de Vernon), en el tercero dormia Dudley y en el último guardaba todos los juguetes y cosas que no cabían en aquél. En un solo viaje, (T/N) trasladó todas sus pertenencias desde la alacena a su nuevo dormitorio. Se sentó en la cama y miró alrededor. Allí casi todo estaba roto. La videocámara nueva de hacía un mes estaba sobre un carro de combate que una vez Dudley hizo pasar por encima del perro del vecino, y en un rincón estaba el primer televisor de Dudley, que lo atravesó de una patada cuando dejaron de emitir su programa favorito. También había una gran jaula que alguna vez tuvo dentro un loro, pero Dudley lo cambió en el colegio por un rifle de aire comprimido, que en aquel momento estaba en un estante con la punta torcida, porque Dudley se había sentado encima. El resto de las estanterías estaban llenas de libros. Era lo único que parecía que nunca había sido tocado.
—Tiene más cosas de las que pensé y la mayoría ni siquiera sirve. No cabe duda de que es un idiota.- pensó (T/N) un poco serio.
Con ese pensamiento comenzó a moverse por la habitación, y fue entonces que una idea llegó a su mente, con una media sonrisa y con un paso rápido (T/N) tomo la camara rota de Dudly.
—Esto quizá me sirva más adelante. Estoy seguro de que pudo repararla.- dijo (T/N) bastante seguro y en voz baja.
Mientras tanto, desde abajo llegaba el sonido de los gritos de Dudley a su madre.
—¡No quiero que esté allí!... ¡Necesito esa habitación!... ¡Échalo!...- grito Dudly bastante enojado.
(T/N) suspiró y se estiró para después acostarse en la cama. El día anterior habria dado cualquier cosa por estar en aquella habitación. Pero en aquel momento prefería volver a su alacena con la carta a estar allí sin ella.
A la mañana siguiente, durante el desayuno, todos estaban muy callados. Dudley estaba conmocionado. Habían gritado, le había pegado a su padre con el bastón de Smeltings, se había puesto malo a propósito, le había dado una patada a su madre, había arrojado la tortuga a través del techo del invernadero, y seguía sin conseguir que le devolvieran su habitación. (T/N) estaba pensando en el día anterior, y con amargura deseó haber abierto la carta en el vestíbulo. Tio Vernon y tia Petunia se miraban misteriosamente.
Cuando llegó el correo, tio Vernon, que parecía hacer esfuerzos por ser amable con (T/N), hizo que fuera Dudley a recogerlo. Lo oyeron golpear cosas con su bastón en su camino hasta la puerta. Entonces gritó.
—¡Hay otra más! «Señor (T/N). Potter, El Dormitorio Más Pequeño, Privet Drive, cuatro...>>
Con un grito ahogado, tío Vernon se levantó de su asiento y corrió hacia el vestíbulo, con (T/N) siguiéndolo. Allí tuvo que forcejear con su hijo para quitarle la carta, lo que le resultaba difícil porque (T/N) le tiraba del cuello. Después de un minuto de confusa lucha, en la que todos recibieron golpes del bastón, tío Vernon se enderezó con la carta de (T/N) arrugada en la mano, jadeando para recuperar la respiración.
—Vete a tu alacena... quiero decir a tu dormitorio y Dudley vete... vete de aquí.-dijo Vernon algo cansado y sin dejar de jadear.
(T/N) paseó en círculos por su nueva habitación. Alguien sabía que se había ido de su alacena y también parecía saber que no había recibido su primera carta. Sin duda, eso significaba que lo intentarían de nuevo. Y esta vez se aseguraría de que no fallaran. Tenía un plan.
El reloj despertador arreglado sonó a las seis de la mañana siguiente. (T/N( lo apagó rápidamente y se vistió en silencio: no debía despertar a los Dursley. Se deslizó por la escalera sin encender ninguna luz.
Esperaría al cartero en la esquina de Privet Drive y recogería las cartas para el número 4 antes de que su tío pudiera encontrarlas. El corazón le latía aceleradamente mientras atravesaba el recibidor oscuro hacia la puerta.
-¡AAAUUU!
(T/N) saltó en el aire. Había tropezado con algo grande y fofo que estaba en el felpudo... ¡Algo vivo!
Las luces se encendieron y, horrorizado, (T/N) se dio cuenta de que aquella cosa fofa y grande era la cara de su tío. Tío Vernon estaba acostado en la puerta, en un saco de dormir, evidentemente para asegurarse de que (T/N) no hiciera exactamente lo que intentaba hacer. Gritó a (T/N) durante media hora y luego le dijo que preparara una taza de té. (T/N) se marchó arrastrando los pies y, cuando regresó de la cocina, el correo había llegado directamente al regazo de tío Vernon. (T/N) pudo ver tres cartas escritas en tinta verde.
—Quiero... - comenzó, pero tío Vernon estaba rompiendo las cartas en pedacitos ante sus ojos.
Aquel día, tio Vernon no fue a trabajar. Se quedó en casa y cerró el buzón con clavos.
—¿Te das cuenta? Si no pueden entregarlas, tendrán que dejar de hacerlo.- dijo Tío Vernon algo confiado.
—No estoy segura de que esto resulte, Vernon.- dijo Petunia algo insegura.
—Oh, la mente de esa gente funciona de manera extraña, Petunia, ellos no son como tú y yo -dijo tío Vernon tranquilamente intentando dar golpes a un clavo con el pedazo de pastel de fruta que tía Petunia acababa de llevarle.
El viernes, no menos de doce cartas llegaron para (T/N). Como no podían echarlas en el buzón, las habían pasado por debajo de la puerta, empujado por las rendijas, y unas pocas por la ventanita del cuarto de baño de abajo.
Tío Vernon se quedó en casa otra vez. Después de quemar todas las cartas, salió con el martillo y los clavos para asegurar la puerta de atrás y la de delante, para que nadie pudiera salir. Mientras trabajaba, tarareaba De puntillas entre los tulipanes y se sobresaltaba con cualquier ruido.
El sábado, las cosas comenzaron a descontrolarse. Veinticuatro cartas para (T/N) entraron en la casa, escondidas entre dos docenas de huevos que un muy desconcertado lechero entregó a tía Petunia a través de la ventana del salón. Mientras tío Vernon llamaba a la estafeta y a la lecheria, tratando de encontrar a alguien para quejarse, tía Petunia trituraba las cartas en la trituradora.
—¿Se puede saber quién tiene tanto interés en comunicarse contigo? - preguntaba Dudley a (T/N) con asombro.
—Y yo que se. Aún no he podido leerlas.- dijo (T/N) enojado.
.......
La mañana del domingo, tio Vernon estaba sentado ante la mesa del desayuno, con aspecto de cansado y casi enfermo, pero feliz.
—No hay correo los domingos. Hoy no llegarán las malditas cartas.- dijo Vernon alegre.
Algo llegó zumbando por la chimenea de la cocina mientras él hablaba y lo golpeó con fuerza en la nuca. Al momento siguiente, treinta o cuarenta cartas salieron disparadas de la chimenea como balas. Los Dursley se agacharon, pero (T/N) saltó en el aire, tratando de atrapar una.
—¡Fuera! ¡FUERA!.- gritó Vernon entre sorprendido y enojado.
Tío Vernon tomo a (T/N) por la cintura y lo arrojó al recibidor. Cuando tía Petunia y Dudley salieron corriendo, cubriéndose la cara con las manos, tío Vernon cerró de un portazo. Podían oír el ruido de las cartas, que seguían fluyendo en la habitación, golpeando contra las paredes y el suelo.
—Ya está. Quiero que estén aquí dentro de cinco minutos, listos para irnos. Nos vamos. Agarren algo de ropa. ¡Sin discutir!-dijo tío Vernon enojado y tratando de hablar con calma, pero arrancándose, al mismo tiempo, parte del bigote.
Parecía tan peligroso, con la mitad de su bigote arrancado, que nadie se atrevió a contradecirlo. Diez minutos después se habían abierto camino a través de las puertas bloqueadas y estaban en el coche, avanzando velozmente hacia la autopista. Dudley lloriqueaba en el asiento trasero, pues su padre le había pegado en la cabeza cuando lo encontró tratando de guardar el televisor, el vídeo y el ordenador en la bolsa.
Circularon y circularon. Ni siquiera tía Petunia se atrevía a preguntarle adónde iban. De vez en cuando, tio Vernon daba la vuelta y conducía un rato en sentido contrario.
—Quitárnoslos de encima... perderlos de vista... murmuraba molesto cada vez que lo hacía.
No se detuvieron en todo el día para comer o beber. Al llegar la noche, Dudley aullaba. Nunca había pasado un día tan malo en su vida. Tenía hambre, se había perdido cinco programas de televisión que quería ver y nunca había pasado tanto tiempo sin hacer estallar un alienígena en su juego de ordenador.
Tío Vernon se detuvo finalmente ante un hotel de aspecto lúgubre, en las afueras de una gran ciudad. Dudley y (T/N) compartieron una habitación con camas gemelas y sábanas húmedas y gastadas. Dudley roncaba, pero (T/N) permaneció despierto, sentado en el alfélzar de la ventana, contemplando las luces de los coches que pasaban y deseando saber...
Al día siguiente desayunaron copos de trigo rancios y tomates de lata fríos sobre tostadas. Estaban a punto de terminar cuando la dueña del hotel se acercó a la mesa.
—Perdonen, ¿alguno de ustedes es el señor (T/N) Potter? Tengo como cien de éstas en el mostrador de entrada.- dijo un mujer con aparente curiosidad y confusión a la ves que mostraba un sobre.
Extendió una carta para que pudieran leer la dirección en tinta verde:
Señor (T/N). Potter Habitación 17 Hotel Railview Cokeworth
(T/N) iba a tomar la carta, pero tío Vernon le pegó en la mano. La mujer los miró asombrada.
—Yo las recogeré.-dijo tio Vernon serio, poniéndose de pie rápidamente y siguiéndola.
—¿No sería mejor volver a casa, querido?.- sugirió tía Petunia tímidamente unas horas más tarde, pero tío Vernon no pareció oírla.
Qué era lo que buscaba exactamente, nadie lo sabía. Los llevó al centro del bosque, salió, miró alrededor, negó con la cabeza, volvió al coche y otra vez lo puso en marcha. Lo mismo sucedió en medio de un campo arado, en mitad de un puente colgante y en la última planta de un aparcamiento de coches.
—Papá se ha vuelto loco, ¿verdad? preguntó Dudley a tía Petunia aquella tarde. Tío Vernon había aparcado en la costa, los había dejado encerrados en el coche y había desaparecido.
—¿Qué planea este loco? No pensé que las cartas le afectarán tanto.- pensó (T/N) algo sorprendido.
Comenzó a llover. Gruesas gotas golpeaban el techo del coche. Dudley gimoteaba.
—Es lunes. Mi programa favorito es esta noche. Quiero ir a algún lugar donde haya un televisor.- dijo Dudly entre cansado y molesto.
Lunes. Eso hizo que (T/N) se acordara de algo. Si era lunes (y habitualmente se podía confiar en que Dudley supiera el día de la semana, por los programas de la televisión), entonces, al día siguiente, martes, era el cumpleaños número once de (T/N). Claro que sus cumpleaños nunca habían sido exactamente divertidos: el año anterior, por ejemplo, los Dursley le regalaron una percha y un par de calcetines viejos de tío Vernon. Sin embargo, no se cumplían once años todos los días.
Tío Vernon regresó sonriente. Llevaba un paquete largo y delgado y no contestó a tía Petunia cuando le preguntó qué había comprado.
—¡He encontrado el lugar perfecto! ¡Vamos! ¡Todos fuera!.- dijo Vernon bastante feliz y algo animado.
Hacía mucho frío cuando bajaron del coche. Tío Vernon señaló lo que parecía una gran roca en el mar. Encaramada en ella se veía la más miserable choza que uno se pudiera imaginar. Una cosa era segura, alli no había televisión.
—¡Han anunciado tormenta para esta noche! ¡Y este caballero ha aceptado gentilmente alquilarnos su bote!.- dijo Vernon alegremente y aplaudiendo un poco.
Un viejo desdentado se acercó a ellos, señalando un viejo bote de remos que se balanceaba en el agua grisácea.
—Ya he conseguido algo de comida! Así que todos a bordo.- dijo Vernon aún de buen humor.
En el bote hacía un frío terrible. El mar congelado los salpicaba, la lluvia les golpeaba la cabeza y un viento gélido les azotaba el rostro. Después de lo que pareció una eternidad, llegaron al peñasco, donde tío Vernon, resbalando y patinando, los condujo hasta la desvencijada casa,
El interior era horrible: había un fuerte olor a algas, el viento se colaba por las rendijas de las paredes de madera y la chimenea estaba vacía y húmeda. Sólo había dos habitaciones.
La comida de tío Vernon resultó ser cuatro plátanos y una bolsa de patatas fritas para cada uno. Trató de encender el fuego con las bolsas vacías, pero sólo salió humo.
—Ahora podríamos utilizar una de esas cartas, ¿no? -dijo Vernon alegremente.
Estaba de muy buen humor. Era evidente que creía que nadie iba a atreverse a buscarlos allí, con una tormenta a punto de estallar. En el fondo, (T/N( estaba de acuerdo, aunque la idea no lo alegraba.
Al caer la noche, la tormenta prometida estalló sobre ellos. La espuma de las altas olas chocaba contra las paredes de la cabaña y el feroz viento golpeaba contra los vidrios de las ventanas. Tía Petunia halló unas pocas mantas mohosas en la otra habitación y preparó una cama para Dudley en el apolillado sofá. Ella y tío Vernon se acostaron en una cama llena de bultos en la habitación contigua, y (T/N) tuvo que contentarse con el trozo de suelo más blando que pudo encontrar y se hizo un ovillo bajo la manta más delgada y andrajosa.
La tormenta aumentó su ferocidad durante la noche. (T/N) no podía dormir. Se estremecía y daba vueltas, tratando de ponerse cómodo, con el estómago rugiendo de hambre. Los ronquidos de Dudley quedaron amortiguados por los truenos que estallaron cerca de la medianoche. El reloj luminoso de Dudley, colgando del borde del sofá en su gorda muñeca, informó a (T/N) de que tendría once años al cabo de diez minutos. Esperaba acostado a que llegara la hora de su cumpleaños, pensando si los Dursley se acordarian y preguntándose dónde estaría en aquel momento el autor de las cartas.
Cinco minutos. (T/N) oyó algo que crujía fuera. Espero que no fuera a caerse el techo, aunque tal vez hiciera más calor si eso ocurría. Cuatro minutos. Tal vez la casa de Privet Drive estaría tan llena de cartas, cuando regresaran, que podría robar una.
Tres minutos para la hora. ¿Por qué el mar chocaría con tanta fuerza contra las rocas? Y (faltaban dos minutos) ¿qué era aquel ruido tan raro? ¿Las rocas estaban desplomándose en el mar?
Un minuto y tendría once años. Treinta segundos... veinte... diez... nueve... -tal vez despertara a Dudley, sólo para molestarlo tres... dos... uno...
BUM.
Toda la cabaña se estremeció y (T/N) se enderezó, mirando fijamente a la puerta. Había alguien fuera, llamando.
Eso asusto un poco a (T/N) por lo que sin más opción se levantó del suelo e hizo aparecer su arma y la dejo oculta en un costado de su pantalón lista para disparar a quema ropa.
Fin capítulo 2
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