TRES.
El regreso al horario normal de sus clases había sido un alivio para la torturada mente de Minho respecto al rubio. Las cosas parecían haber retomado su curso natural: ya no se había vuelto a topar con él y, cuando iba a fumar, tampoco veía más a los hombres desfilando por el pasillo hacia el departamento vecino. Era como si todo se hubiese aquietado, hasta que llegó el fin de semana.
Como de costumbre, su compañero Jinki lo dejó en la entrada del edificio a las siete en punto de la noche. Minho se despidió de él con cortesía y agradeció antes de cruzar las puertas automáticas. Saludó al conserje, antes de dirigirse hacia el ascensor. Sin embargo, al llegar, se encontró con un grupo de jóvenes, todos hombres, que esperaban para subir. El ascensor se llenó antes de que él pudiera entrar, obligándolo a esperar el siguiente.
El conserje, que observaba la escena con una mezcla de incomodidad y algo de broma, aprovechó el momento para comentarle:
—Parece ser que el señor Lee tendrá una fiesta.
Minho giró el rostro hacia él con gesto neutral.
—¿Nadie le avisó que no puede hacer ruido?
El señor Yun asintió con un leve encogimiento de hombros.
—Sí, señor Choi. Se le entregó el reglamento, y más temprano fui a su departamento para recordarle que no puede poner la música alta.
Minho arqueó una ceja.
—¿Y qué te dijo?
—Prometió que no lo haría, que solo se trataba de una pequeña celebración... aunque —el conserje bajó la voz y lanzó una sonrisa irónica— ya llevo contados veinte hombres entrando a su departamento.
Minho disimuló su sorpresa y apartó la mirada, pero no pudo evitar sentir una pizca de curiosidad ante esa cifra.
—Cada quien su vida, señor Yun. Lo único que pido es tranquilidad para mi esposa.
El conserje pareció darse cuenta de que su comentario había sido inapropiado y bajó la cabeza, avergonzado.
—Estaré al pendiente de que no provoquen problemas, señor.
Las puertas del ascensor se abrieron. Minho entró sin decir más, dejando atrás al hombre. Una vez en su piso, se detuvo frente a su puerta. Había un extraño silencio en el aire, contrario a lo que habría esperado tras escuchar sobre la "fiesta" del señor Lee. Se quedó unos segundos allí, con la esperanza, quizás inconsciente, de percibir algún ruido que le diera un motivo para tocar la puerta vecina y echar un vistazo. Pero no escuchó absolutamente nada.
Frustrado consigo mismo, murmuró en su mente:
"¿Qué mierda te pasa, Minho? ¿Desde cuándo te volviste un morboso?"
Se sobresaltó al escuchar que la puerta de su propio departamento se abría. Frente a él apareció Luna, la cuidadora de su esposa, con el rostro ligeramente sonrojado al verlo ahí parado.
—B-Buenas noches, señor Choi —balbuceó ella.
—Ah, hola —respondió Minho, tratando de disimular su incomodidad.
Luna parecía aún más nerviosa, así que él intentó relajarse y cambió el tono.
—¿Te ibas sin tus cosas?
Ella negó rápidamente con la cabeza.
—No... la verdad es que me asomé porque, desde hace un par de horas, han estado pasando por el pasillo hombres que parecen sacados de revistas de modelos. Van al departamento del señor Lee.
Minho frunció el ceño.
—¿Lo conoces?
—No... bueno, sí, pero solo de vista. El señor Yun me dijo que se apellida Lee, pero nada más...
—Olvídalo. No me interesa saber nada de la vida de ese hombre —cortó Minho con un gesto brusco.
Luna hizo una pequeña reverencia, tomó su bolso y dijo:
—La señora Eun estuvo tranquila. Ya se durmió. Nos vemos el lunes, señor Choi. Que descanse.
—Igualmente, Luna. Buen fin de semana.
Minho fue a la habitación de su esposa y, al verla dormida, se acercó con cuidado. Depositó un beso lleno de cariño en su coronilla y se quedó unos instantes contemplándola, sintiendo el peso del día diluirse momentáneamente. Luego salió de la habitación, cerró la puerta y se dirigió a la ducha.
El agua caliente lo relajó, y tras ponerse solo su pantalón de pijama, se metió en la cama. Casi nunca usaba la parte superior, excepto en invierno. El cansancio lo venció rápidamente, pero unas horas después, el estruendo de música lo arrancó del sueño.
Parpadeó aturdido, tomó su celular y vio que eran las dos de la madrugada. Soltó un suspiro irritado y, al ubicar el origen del ruido, no dudó: era la dichosa fiesta del vecino.
Sin molestarse en buscar una camisa, salió de su departamento con el rostro marcado por el enojo y caminó hacia la puerta del señor Lee. Tocó el timbre repetidas veces. Al no recibir respuesta, golpeó la puerta con fuerza, hasta que finalmente alguien abrió.
Un chico de piel morena y sonrisa deslumbrante apareció frente a él. Su voz ronca y sensual dejó a Minho desconcertado.
—Hola, guapo. Veo que vienes listo.
Minho, aún desorientado, no comprendió de inmediato a qué se refería el chico, hasta que reparó en su propio torso desnudo. Su rostro enrojeció de vergüenza al darse cuenta. Se dio media vuelta, dispuesto a marcharse, pero la mano del joven lo detuvo. Su voz, suave y casi suplicante, lo inmovilizó.
—No te vayas... Ven, vamos. Te serviré algo de tomar.
Minho intentó zafarse, pero fue inútil. No porque el agarre fuera fuerte, sino porque lo que veía lo tenía completamente desconcertado. Un escenario que parecía salido de una fantasía irreal se desplegaba ante él. Un profesor universitario, pensó con ironía, y no cualquiera: un aburrido profesor de matemáticas, anclado a conceptos obsoletos y carente de chispa en la vida. ¿Qué hacía en un lugar como ese?
La habitación parecía un mundo aparte, un paraíso prohibido en el que todos los presentes, hombres de torsos desnudos y músculos esculpidos, se movían como si fueran parte de una coreografía sensual. Minho contuvo el aliento, sintiendo cómo su pecho se comprimía ante la abrumadora escena. La música resonaba, las risas flotaban en el aire, y el aroma de alcohol y tabaco lo envolvía como una nube que aturdía sus sentidos. Era un buffet humano, pensó con un escalofrío: cuerpos perfectos, sonrisas seductoras, tentaciones por doquier.
Sin darse cuenta, sus pies se movieron en busca de la salida. La mezcla de estímulos lo mareaba, y su mente, incapaz de procesarlo todo, apenas reaccionaba. Pero entonces, al girar hacia una esquina, se detuvo en seco.
Ahí, en un imponente sillón que parecía un trono, estaba Lee. Su cuerpo menudo pero definido irradiaba confianza y poder. Su torso desnudo brillaba bajo las luces ténues, y su pantalón, peligrosamente bajo, dejaba entrever demasiado. Con las piernas abiertas, atrapaba a otro chico entre ellas. Este último parecía entregado por completo, como si su única misión en la vida fuera arrancar gemidos de placer de Lee. Le estaba haciendo sexo oral.
Lee tenía los ojos cerrados, el rostro relajado y extasiado, como si estuviera al borde de un éxtasis absoluto. Minho sintió un nudo formarse en su estómago, algo entre la fascinación y el horror lo mantenía clavado al suelo. Quería mirar hacia otro lado, pero era incapaz. Sus ojos se negaban a apartarse.
El tiempo pareció detenerse. Minho no supo cuánto permaneció ahí parado, inmóvil, con el corazón latiendo en sus oídos. De pronto, una descarga de placer lo atravesó sin previo aviso. Bajó la mirada, confundido y avergonzado, al darse cuenta de lo que había sucedido. Un calor abrasador subió a su rostro mientras palpaba su entrepierna y confirmaba, con horror, que había manchado sus bóxers y su pantalón.
Justo en ese instante, Lee abrió los ojos y lo miró. Su sonrisa era hipnótica, como si supiera exactamente lo que acababa de ocurrir. Era una sonrisa que prometía cosas que Minho no se atrevía ni a imaginar.
El hechizo se rompió de golpe. Minho reaccionó y, sin pensarlo dos veces, salió corriendo del lugar. Apenas llegó a su departamento, cerró la puerta de golpe y se dejó caer contra ella, jadeando. Su pecho subía y bajaba con fuerza, mientras trataba de ordenar sus pensamientos. Pero por más que lo intentara, la imagen de Lee seguía proyectándose en su mente como una película interminable.
Minho respiraba con dificultad, como si todo el aire del edificio se hubiese escapado en un instante. La sensación en su entrepierna lo hizo mirar hacia abajo con una mezcla de vergüenza y repulsión. Su pantalón estaba manchado, y la humedad en sus bóxers era un recordatorio tangible de lo que había ocurrido. No podía creerlo.
"¿Qué me pasa?" pensó, llevándose las manos al rostro, como si eso pudiera borrar la memoria de lo que acababa de presenciar. Pero no podía. Los músculos bien definidos de esos torsos desnudos, las sonrisas deslumbrantes, las miradas que lo invitaban a quedarse... Y Lee.
La imagen de Lee en ese trono improvisado lo perseguía. El brillo de su piel bajo la luz tenue, sus labios entreabiertos dejando escapar un leve gemido, el cuerpo del chico entre sus piernas moviéndose con una dedicación que parecía casi religiosa. Era como una escena sacada de una pintura decadente, un retrato de sensualidad y lujuria.
Minho sintió una punzada de calor recorrer su columna vertebral al recordarlo. Se apartó bruscamente de la puerta y caminó hacia el baño, con pasos torpes, casi tropezando consigo mismo. Abrió el grifo y dejó que el agua fría corriera mientras se quitaba los pantalones y bóxers, intentando no mirar las manchas que evidenciaban su falta de control.
Se metió bajo el chorro frío sin dudarlo, esperando que el agua pudiera enfriar el fuego que ardía en su interior. Pero incluso ahí, con el agua golpeando su rostro y empapando su cabello, las imágenes seguían regresando.
"¿Por qué me quedé mirando? ¿Por qué no pude moverme?"
La sonrisa de Lee al abrir los ojos, esa mirada directa que parecía perforar hasta su alma, lo había atrapado como una presa indefensa. Y lo peor de todo era la sensación que lo invadía al recordar ese momento: no era solo vergüenza, ni siquiera era solo deseo. Había algo más, algo que lo desarmaba completamente.
Se apoyó contra los azulejos del baño, dejando que el agua corriera por su espalda. Cerró los ojos, intentando calmarse, pero lo único que conseguía era avivar el recuerdo. Se preguntó cómo alguien como él, un profesor de matemáticas, casado, y con una hija adolescente, había sucumbido a una situación así.
Cuando finalmente salió del baño, envuelto en una toalla, se dejó caer en el borde de su cama. Su departamento estaba en silencio, pero el eco de las risas y la música seguía resonando en su mente. Minho se inclinó hacia adelante, apoyando los codos en sus rodillas y cubriéndose el rostro con las manos.
"¿Qué demonios me está pasando?
Por primera vez en mucho tiempo, Minho se sintió vulnerable, como si una parte de sí mismo que había mantenido cuidadosamente oculta estuviera comenzando a rebelarse. ¿Por qué Lee le sonrió de esa forma? ¿Había sido una burla o una invitación? Y, lo más perturbador, ¿por qué esa sonrisa lo hacía sentir como si algo dentro de él estuviera despertando?
Se dejó caer de espaldas en la cama, mirando el techo con la mente en un caos absoluto. La sensación de placer y culpa se mezclaba en su interior, dejando una maraña de emociones que no sabía cómo desenredar.
"Esto no soy yo. Esto no debería estar pasando." Pero por más que lo repitiera en su mente, no podía negar lo que había sentido.
Y así, mientras la noche avanzaba y las primeras luces del amanecer comenzaban a filtrarse por las persianas, Minho seguía preguntándose quién era realmente. Y, sobre todo, qué demonios le estaba sucediendo.
CONTINUARÁ...
❤️🩹❤️🩹❤️🩹❤️🩹❤️🩹❤️🩹❤️🩹.
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