CINCO.
DOMINGO.
La rutina de Minho comenzó como todos los días. Primero atendió a Eun, asegurándose de que tuviera todo lo necesario antes de dejarla acomodada en la sala, frente al televisor, para que pudiera ver la misa dominical. A Eun le resultaba más llevadero así. No soportaba la idea de que la gente la mirara con lástima. Desde que enfermó, su cuerpo se fue marchitando poco a poco, robándole la vitalidad que alguna vez la definió. Por eso, se rehusaba a salir.
En más de una ocasión, Minho le había propuesto llevarla a otra iglesia, donde nadie la conociera y pudiera sentirse más cómoda, pero Eun siempre encontraba una excusa: que el viaje en auto le resultaba agotador, que no tenía ánimos, que no valía la pena. La verdad era más cruda: ya ni siquiera visitaba a su propia familia, y ellos tampoco se molestaban en verla. Con el tiempo, habían dejado de llamar, de preguntar, de aparecer. Al principio, Minho intentó persuadirlos, trató de hacerlos entender que Eun seguía aquí, que aún respiraba, que aún sentía. Pero después de años de indiferencia, comprendió la amarga realidad: se habían cansado de la enfermedad de ella.
No lo decían en voz alta, pero lo demostraban con su ausencia. Nadie quería pasar una tarde contemplando cómo se consumía en vida. Y Minho, harto de rogarles, dejó de intentarlo. Un día, simplemente explotó. Les dijo a la cara lo que pensaba de ellos: que eran unos miserables inhumanos. No les gustó escucharlo, claro. Aquello les sirvió como el pretexto perfecto para no volver jamás.
Eun nunca le reprochó su actitud; al contrario, le dio la razón. ¿Cómo era posible que los de su propia sangre le dieran la espalda de esa manera? Ella jamás habría podido hacerlo.
Lo que realmente les dolía a ambos, era la indiferencia de su única hija, Jisu. Quien vivía con sus abuelos paternos, ella estudiaba artes, algo que siempre utilizaba como justificación. "No tengo tiempo", decía. Siempre había un examen, una entrega, una exposición. Siempre había un motivo para no visitarlos, para no llamarlos, para ni siquiera enviar un mensaje.
Minho tenía demasiados problemas con ella. Y aunque había aprendido a no esperar nada de nadie, eso no lo hacía menos doloroso.
Este día no era como cualquier otro. Hoy, más que nunca, quería que el almuerzo fuera una experiencia agradable para su esposa. Sabía cuánto le emocionaba la visita de su invitado, y aunque intentaba disimularlo, él también lo estaba. Sin embargo, no podía permitirse el lujo de dejar que Eun o Luna notaran su inquietud.
Su arreglo personal siempre era impecable, pero esta vez había ido más allá. Se aseguró de que cada pliegue de su ropa estuviera perfectamente alineado, de que su fragancia fuera sutil pero presente, y de que su expresión reflejara calma, aunque su interior era un desastre.
Al salir a la sala, el aroma tentador de la comida recién llegada le indicó que Luna ya estaba ahí, organizando el almuerzo con una eficiencia tranquila y una sonrisa ligera, ajena a las emociones que él intentaba ocultar.
El corazón de Minho dio un brinco cuando el timbre sonó. Sin perder tiempo, se dirigió rápidamente hacia la puerta, aunque intentó aparentar calma.
—Yo abro —dijo, con voz firme.
Luna, quien seguía acomodando cosas en la cocina, le lanzó una mirada rápida antes de responder:
—Claro, señor.
Al girar la perilla y abrir la puerta, Minho se encontró con Taemin, quien irradiaba una sonrisa tan luminosa que habría podido derretir el hielo más frío. No obstante, esta vez no había hielo que derretir, pues, casi como un reflejo, Minho también esbozó una sonrisa cautivadora.
—Buenos días, Minho —saludó Taemin con cortesía, alzando un paquete envuelto con delicadeza—. Traje unos pastelillos.
—Hola, pasa por favor —dijo Minho mientras tomaba el paquete con una leve inclinación de cabeza—. Gracias, no era necesario.
—Claro que sí —respondió Taemin con naturalidad—. Fueron muy amables al invitarme a su casa, y lo menos que puedo hacer es mostrar mi gratitud.
Avanzó con soltura hacia la sala, donde Eun lo esperaba con una sonrisa cálida desde el sofá.
—Oh, qué bueno que vino. Llegué a pensar que no lo haría.
Taemin la miró con un aire travieso antes de tomar su mano con delicadeza y depositar un suave beso en su dorso.
—Jamás. No podría dejar plantada a una dama tan hermosa.
Los ojos de Eun se abrieron ligeramente antes de que un rubor encantador tiñera sus mejillas. No estaba acostumbrada a tales gestos, menos en Corea, donde las demostraciones caballerosas como aquella eran inexistentes.
Luna asomó la cabeza desde la cocina con una expresión satisfecha.
—Señor Lee, llega justo a tiempo. El almuerzo está listo. Pasen a la mesa.
Taemin se detuvo junto a una silla, esperando con respeto a que sus anfitriones se acomodaran primero. Minho, por su parte, se acercó a Eun y, con naturalidad y ternura, le ofreció su brazo.
—Vamos, preciosa —susurró con suavidad, ayudándola a incorporarse con delicadeza.
Taemin observó la escena con una sonrisa discreta, percibiendo la manera en que Minho trataba a su esposa con un afecto genuino. Solo cuando la pareja estuvo sentada, él tomó asiento también.
Desde ese momento el almuerzo transcurrió en un ambiente refinado. Se respiraba cierta formalidad en el aire, pero sin llegar a ser incómoda. El aroma del Bulgogi era increíble y su sabor aun mejor.
La conversación fluía con naturalidad, aunque Luna parecía empeñada en acaparar la atención de Taemin a toda costa. Cada vez que alguien comentaba o preguntaba algo, ella reaccionaba de manera exagerada, buscando ser el centro de atención.
—¿A qué se dedica, señor Lee? —preguntó Eun con interés, llevando un bocado a sus labios.
—Soy fotógrafo —respondió Taemin, mirando directamente a los ojos de Minho.
—¡Oh, qué interesante! —exclamó Luna de inmediato, abriendo los ojos desmesuradamente.
Estos detalles ya tenían harto a Minho; en su imaginación, deseaba que la chica se esfumara y dejara de arruinarle su almuerzo.
—Seguro ha recorrido muchos lugares fascinantes, capturando fotografías maravillosas —añadió Luna, casi gritando.
Eso fue suficiente para Minho.
—Luna, por favor, deja de atosigar a nuestro invitado.
Minho se escuchó serio.
—No me molesta, al contrario, me halaga que una chica tan linda se interese en mi trabajo —intervino Taemin, esbozando una sonrisa enigmática.
Minho sintió un molesto pinchazo en el pecho, pero su expresión permaneció inalterable. No iba a darle el gusto de mostrar incomodidad. Así que, en lugar de reaccionar, optó por el silencio y se concentró en su taza de café, que ya estaba casi vacía.
Eun, curiosa, intervino con interés:
—¿Y tiene algún tema en especial para sus fotografías?
—Trabajo para algunas editoriales que publican revistas digitales y en físico. La mayoría están dirigidas al público masculino —explicó Taemin con calma.
Luna, con su característico entusiasmo, arqueó una ceja y preguntó sin ningún pudor:
—¿Ah, son fotografías de chicas en lencería?
El comentario hizo que Minho chasqueara la lengua con fastidio, pero nuevamente, no dijo nada.
—No, no son de ese tipo exactamente —respondió Taemin con una media sonrisa.
—Luna, ¿cómo se te ocurre decir semejante tontería? —la reprendió Eun, fulminándola con la mirada—. El señor Lee se refiere a revistas con artículos sobre la vida diaria. Mi padre compraba una donde aprendió a cuidar árboles bonsai.
Taemin le dirigió una mirada cómplice a Eun y asintió.
—En otras palabras, son revistas para entretener a los señores —añadió Taemin con un deje de picardía en la voz.
—Minho, cariño —intervino Eun—, quizás el señor Lee puede recomendarte algunas revistas. Te hace falta leer algo más que esos libros aburridos de matemáticas y álgebra. Seguro aprendes a hacer cosas nuevas.
Minho levantó la vista con evidente desinterés y respondió con frialdad:
—No lo creo. No me interesan ese tipo de revistas ociosas.
—No estés tan seguro —insistió Taemin, inclinándose levemente sobre la mesa con una expresión calculadora—. Si alguna vez le echas un vistazo a una de ellas, te vas a enganchar. Y ya no querrás dejar de verlas.
Había algo en su tono que Minho no supo si interpretar como una burla o una provocación. Pero no iba a darle el gusto de profundizar en ello.
—Cuando quieras puedo enseñarte la colección completa que tengo en físico. Las fotografías se aprecian mucho mejor así —añadió Taemin con un destello travieso en la mirada.
Minho lo miró de reojo.
—No lo sé... quizás algún día. Antes del juicio final.
—Minho... —Eun suspiró, exasperada.
—Señor Choi... —Luna lo miró con reprobación.
Taemin se rio suavemente.
—No te preocupes, Minho. A veces la rutina cansa, por eso este tipo de revistas existen: para dar un respiro del día a día. Pero no voy a insistir. Si alguna vez te entra la curiosidad, con gusto te las presto. Siempre y cuando prometas cuidarlas.
El silencio que se generó después de esas palabras tenía un peso extraño. Minho sentía que cada frase de Taemin estaba cargada con una segunda intención que no lograba descifrar del todo.
Finalmente, el momento de la despedida llegó. Taemin tomó su chaqueta y se puso de pie con una elegancia natural.
—Gracias por la invitación, estuvo todo delicioso —dijo con una sonrisa genuina—. Fue un placer compartir el día con ustedes.
—Oh, no hay de qué —respondió Eun con una amabilidad sincera—. Espero verle en otra ocasión.
—¡Definitivamente! —exclamó Luna con entusiasmo—. Y la próxima vez, podríamos salir usted y yo a tomar algo, ¿qué le parece?
—Me parece una excelente idea —Taemin le guiñó un ojo con complicidad.
Minho sintió un extraño malestar en el estómago al ver la interacción entre ellos. Pero, como había hecho todo el día, se obligó a ignorarlo.
Cuando Taemin se dirigió a la puerta, se giró levemente y miró a Minho con una expresión que solo él pudo entender.
—Nos veremos pronto, Minho.
No era una pregunta. Era una afirmación.
Minho se quedó en su lugar, cruzando los brazos sobre el pecho.
—Ya veremos.
Taemin sonrió con la certeza de alguien que sabe que la respuesta, tarde o temprano, cambiará.
Después de que la puerta se cerró tras él, Luna comenzó con la limpieza, mientras Eun, agotada por la actividad inusual del día, decidió irse a descansar.
Minho, por su parte, se refugió en su habitación. Se sentó en su escritorio y abrió una carpeta con los trabajos de sus alumnos, pero sus ojos pasaban sobre las palabras sin realmente leerlas.
Las frases de Taemin aún resonaban en su cabeza. Su voz, su mirada, y sobre todo su juego de palabras.
Minho cerró los ojos un instante y apoyó la frente sobre su mano.
—Maldita sea. —Murmuró.
Taemin lo estaba afectando más de lo que debía, y Minho no podía permitírselo. No podía caer en ese doble juego en el que su vecino se movía con tanta facilidad, como si para él todo fuera un simple coqueteo sin peso, sin consecuencias.
Necesitaba hablar con él y dejar las cosas claras, pero... ¿qué demonios iba a decirle?
"Oye, me jode cada que te veo. Me jode cada que escucho tu voz, cada vez que lanzas esa sonrisa que parece iluminarlo todo. Me jode cómo te metes bajo mi piel sin permiso, cómo juegas con esta maldita tensión que me tienes al borde de la locura."
Negó con la cabeza y se frotó el rostro con ambas manos, intentando arrancarse esos pensamientos de la mente. Un rugido frustrado escapó de su garganta.
—¿Qué estupideces estoy pensando? —masculló, con la mandíbula tensa—. Parezco un niño acorralado por algo que no tiene sentido.
Necesitaba un cigarro.
Subió a la azotea y encendió uno, aspirando el humo con la esperanza de apaciguar el incendio en su interior. Pero no sirvió. No cuando cada bocanada solo le traía de vuelta la imagen de Taemin sonriéndole, la forma en que inclinaba la cabeza con descaro, la forma en que lo miraba como si ya lo tuviera todo planeado. Como si ya supiera que tarde o temprano Minho cedería.
Terminó el cigarro de un tirón y lo aplastó con rabia. No más dudas. No más juegos.
Con paso firme, bajó hasta la puerta de Taemin y tocó el timbre.
La puerta se abrió y ahí estaba él, con esa maldita sonrisa dibujada en los labios.
—Vaya, sabía que estabas interesado, pero no creí que tanto. —Taemin le guiñó un ojo, su tono ligero, divertido... provocador.
Minho ni siquiera le dio tiempo a moverse. Entró al departamento con decisión, cerrando la puerta tras de sí con un golpe seco.
—¿Qué demonios crees que estás haciendo conmigo? —espetó, su voz ronca de contención.
Taemin ladeó la cabeza, fingiendo inocencia.
—¿Yo? ¿Haciendo algo contigo? No sé de qué hablas, Minho.
—No juegues conmigo. —Su mirada se clavó en la de Taemin, oscura, intensa, peligrosa.
—¿Y si quiero jugar? —Taemin dio un paso al frente, desafiante, con esa sonrisa que lo desarmaba y lo incendiaba por igual.
Minho perdió el control.
En un solo movimiento, lo sujetó por la nuca y lo empujó contra la pared, atrapándolo entre su cuerpo y la superficie fría. Su aliento se mezcló con el de Taemin, su pecho subía y bajaba con fuerza, y en sus ojos se reflejaba un deseo salvaje, contenido por demasiado tiempo.
No hubo más palabras.
Minho cerró toda la distancia de un tirón y lo besó con una intensidad feroz, sin espacio para dudas ni vacilaciones. Sus labios chocaron con fuerza, con una necesidad cruda, desesperada. Taemin le respondió al instante, aferrándose a su camisa y jalándolo aún más cerca, como si quisiera fundirse en él.
El beso fue una batalla, un choque de deseos reprimidos que finalmente encontraban su escape. Minho mordió su labio inferior, y Taemin dejó escapar un jadeo ahogado antes de enredar sus dedos en su cabello y profundizar el beso.
El aire se volvió espeso entre ellos, el mundo se redujo al calor de sus cuerpos, a la sensación de sus labios explorándose sin tregua.
Cuando al fin se separaron, ambos estaban jadeando, con la frente apoyada el uno contra el otro.
—Maldito seas, Lee Taemin...Me vuelves loco —murmuró Minho, su voz estaba llena de deseo.
Taemin sonrió contra sus labios.
—Tú también, Choi Minho.
CONTINUARÁ...
❤️🩹❤️🩹❤️🩹❤️🩹❤️🩹❤️🩹❤️🩹❤️🩹
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