Lo conseguí

Nunca he sabido cuando empezó mi admiración por la Luna. Tal vez desde que tengo uso de razón, o quizá desde que estaba en el vientre de mi madre, ya estaba escrito que mi destino era vivir maravillado por su luz. Cuando tenía tan solo cuatro años y aún vivía en Copenhague, Dinamarca, mi padre me contaba las hazañas de grandes astronautas como Neil Armstrong, David Scott y Harrison Schmitt antes de dormir, por eso cada noche soñaba con la sensación de pisar la Luna. Crecí con la esperanza de que algún día llegaría a palpar su superficie rugosa en vez de imaginarla vagamente en mi cabeza.

Mis padres siempre pensaron que era un sueño de niño, como otro cualquiera, que cambiaría con el tiempo. Ahora que ya no están me gustaría decirles: "Mamá, papá, lo conseguí".

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