Durante las siguientes semanas estuve pensando en por qué querrían matar a mi padre, un hombre honrado, empático y sobre todo, trabajador. No podía dejar de darle vueltas, hasta que un día recordé.

Cuando tenía cinco años mi padre mencionó un proyecto en el que estaba trabajando.

- Jake, ¿Sabes todas las veces que te he hablado de la Luna, verdad?

Al escuchar ese nombre se me iluminó la mirada y asentí frenéticamente. Mi padre se rió al ver el entusiasmo reflejado en mi cara al escuchar su pregunta.

- Hijo, un día de estos podrás dejar de soñarla, podrás verla de cerca, vivir en ella.

Recuerdo que esa noche no pude dormir. ¿Vivir en la Luna? No podría pedir más que eso. Poco a poco mi padre dejó de mencionar lo que hacía en el tiempo libre que tenía, se volvió más reservado y no hablaba tan a menudo de lo que hacía en el trabajo. Después de la muerte de mi padre, mi madre y yo nos tuvimos que mudar a Viena ya que a mi madre se le presentó una oportunidad de trabajo como profesora en la Academia de Bellas Artes de Viena. Una vez allí empezamos de nuevo. Nuevo colegio, nuevos amigos... Todo lo que pasó en Copenhague se quedó allí, con los recuerdos, con mi padre.