35. Tyler - Luchar por ella

Cuando me levanto del suelo, siento mis pies entumecidos y me fallan como si ya no fuesen capaces de sostener el peso de mi cuerpo. Tengo que apoyar una mano en la pared para no perder el equilibrio y acabar estrellándome contra el suelo. Claro que, en estos momentos, tampoco me importaría darme un buen golpe en la cabeza y perder el conocimiento por unas cuantas horas. De ese modo, podría ignorar por un tiempo el dolor tan insoportable que se ha instalado entre mis costillas y que hace que solo quiera arrancarme el corazón de cuajo.

Todo me da muchas vueltas y en mi cabeza las ideas van y vienen a la velocidad de la luz, de modo que no soy capaz de retener ningún pensamiento con claridad, excepto uno... Olivia.

Ella... únicamente ella permanece como un tatuaje grabado a fuego.

Como si fuesen fogonazos de una luz intensa y deslumbrante, a mi memoria vienen fragmentos de algunos recuerdos que conservo de ella. Su cara cubierta de pequeñas y tenues pecas cuando la admiraba de cerca, su risa suave brotando de su garganta cuando le contaba un mal chiste, la forma en que su lengua se movía dentro de su boca cuando pronunciaba mi nombre, el tacto de su pelo largo y suave sobre mi pecho desnudo cuando estábamos juntos en la cama, sus labios de malvavisco cubriendo los míos cuando me decía que me amaba, el tacto suave de su piel desnuda cuando colaba con descaro mis manos bajo su falda... cada recuerdo de ella, me tortura de una forma atroz. Estoy tan lejos de todo eso ahora mismo... tan lejos de ella física y emocionalmente, y a la vez tengo tan presente nuestra historia y lo que fuimos juntos, que parece que todo eso sucedió ayer. Si cierro los ojos, aún puedo verla con claridad, puedo oler su fragancia afrutada y puedo recordar cualquier sensación de mi cuerpo en contacto con el suyo, pero ya siempre será solo eso... un recuerdo.

¡Qué duro es aceptar la puta verdad!

He estado enamorado de Olivia desde siempre y ahora que sé que nos separamos por una mentira, no sé cómo podré seguir soportando mi vida un solo día más. Ninguno de los dos hizo las cosas bien, porque ella no debió liarse con Neal y tampoco debió besar a aquel tipo del que luego me mandó fotos, aunque también dijo que no se acordaba de eso. Supongo que algo así lo habríamos podido superar juntos; el hecho de ser hermanos de sangre, pues como que no.

Ahora ya todo lo que pudo ser y no fue, da igual. Ahora sé que duerme todas las noches junto a otro chico, que es feliz con alguien más, que seguramente es otro nombre el que susurra por las noches, son otras manos las que la hacen estremecer, otros labios los que se posan sobre los suyos y otro corazón el que hace que el suyo lata con fuerza. No sé cómo podré volver a conciliar el sueño sabiendo todo eso. No seré capaz; no lo lograré. La necesito, joder. La necesito mucho. Si pudiese tenerla delante de mí ahora mismo, si pudiese decirle todo lo que siento por ella, lo que siempre he sentido y que todavía me quema dentro del pecho, si tuviese todavía esa oportunidad... pero eso no va a pasar, porque ella no me va a escuchar. En primer lugar, porque ya no quiere escucharme, en segundo lugar, porque no está aquí para que yo pueda hacerlo y, en tercer lugar, porque llego como cinco años tarde para eso. Soy un capullo de mierda que la ha hecho sufrir innecesariamente y en el fondo tengo lo que me merezco. Lo hice por el bien de los dos, de eso no hay duda, pero ahora que sé que nunca fuimos hermanos de sangre y me siento como un idiota profundo.

Me dirijo a la cocina y empiezo a abrir algunos armarios en busca de algo en concreto... la botella de coñac que utilizo para cocinar. ¡Necesito un trago! Necesito anestesiar el dolor como sea. Es demasiado insoportable esta noche. Estoy temblando de arriba a abajo.

La encuentro en el fondo de unos de los armarios que hay junto al horno. Observo la botella unos instantes antes de desenroscar el tapón y darle un buen trago al líquido ambarino. De inmediato siento las arcadas en la boca de mi estómago, porque yo casi nunca bebo, pero me lo tomo con todo el asco del mundo y con la esperanza de que en pocos minutos pueda empezar a sentirme mucho mejor. Le doy tres tragos más y con el último, me paso el dorso de la mano por la boca para limpiar una gota que cae por la comisura de mis labios.

Me quedo apoyado sobre la encimera durante un tiempo indeterminado con la única compañía de la botella de coñac. De pronto, miro el reloj que hay sobre el frigorífico y pienso que los minutos no pasan o quizá lo hacen más deprisa de lo que mi mente es capaz de percibir. Igualmente siento como si llevase aquí horas. Necesito más alcohol.

Doy un último trago a la botella de coñac, empinándola por encima de mi cabeza y después la dejo en el fregadero para salir de la cocina arrastrando los pies. No voy borracho, pero sí siento que tengo los sentidos algo adormecidos. ¡Al fin!

Subo las escaleras tambaleándome ligeramente y siento que la ropa me oprime al punto asfixiarme hasta percibir como mi vista se nubla un poco. Es como si me hubiesen puesto encima una armadura de hierro demasiado pesada, una que no soy capaz de soportar ni arrastra. A tientas y sin encender ninguna luz, sigo subiendo los escalones que conducen a mi habitación y llevo mi mano hasta la cremallera de mi sudadera para bajarla de golpe. Me deshago de ella, la dejo sobre la barandilla de madera y me quedo únicamente con la camisa de manga corta que llevaba puesta debajo. Tengo demasiado calor. Todo mi cuerpo parece haber empezado a arder por dentro.

Entro en mi habitación y tan pronto como la puerta vuelve a encajar en el marco, me siento en el suelo apoyando mi espalda contra la pared. La cabeza me da más vueltas que una peonza y el alcohol tiene bastante culpa de ello. No suelo beber absolutamente nada, así que cuando tomo lo más mínimo de alcohol me afecta bastante.

Nota mental: El coñac vamos a dejarlo Iara el pollo al horno.

Hundo mi cabeza hacia adelante, al ser consciente de que ésta va a ser mi vida de aquí en adelante y para siempre. Me tocará fingir que todo está bien y dedicarles una sonrisa a todos, aunque por dentro me esté muriendo. Básicamente es lo que estaba haciendo hasta ahora, solo que, a partir de hoy, sabré que la culpa de mi desgracia es por culpa de una mentira absurda. Ahora nada tiene solución. Yo he apartado de mi lado a la única chica importante en mi vida. ¿Qué puedo hacer?

Nada...

Me entran ganas de abrir la ventana, asomarme y gritar a pleno pulmón que se joda todo el mundo. Sí, tengo ganas de hacerlo. ¡Qué se jodan todos! ¡QUÉ SE JODAN!
Quiero exclamar que se joda Thomas por desgraciado, que se joda mi madre también por infiel. Ellos también son culpables de todo esto. No fueron sinceros con nosotros. ¿Qué clase de padres ocultan a sus hijos estas cosas? ¿Acaso no teníamos derecho a saber la verdad sobre nuestros padres biológicos? ¿No merecíamos una explicación? Y cuando descubrieron que entre Olivia y yo había algo más que una relación de hermanastro, ¿no vieron apropiado aclararnos ciertas cosas?

Me levanto como puedo para ir hasta la ventana que hay junto al armario y, en ese momento, llaman a la puerta. Me detengo, pero solo giro mi cabeza.

—¿Tyler? —La voz preocupada de Rebeca se filtra en la habitación antes de entrar.

Me doy la vuelta y la miro con cierta dificultad para enfocar su cara. Es preciosa, realmente preciosa, pero no es Oli. Ninguna es Oli. Cada vez que pestañeo sólo puedo verla a ella. Es como un castigo, una tortura. No hay manera de sacarla de mí. No puedo desintoxicarme de ella por más que lo intente o me esfuerce en hacerlo. De hecho, estoy empezando a creer que moriré de viejito pensando en ella.

—¿Te encuentras bien? —Rebeca se aproxima rápido a mí y me sostiene por los hombros para que la mire a la cara.

Me cuesta permanecer enderezado, pero lo intento. Ella me observa preocupada y arruga la nariz con disgusto al notar el olor a coñac que desprendo, pero a estas alturas eso ya no me importa.

—¡Joder! ¿Estás borracho? —pregunta, sorprendida.

Sacudo la cabeza.

—Yo no diría tanto.

Rebeca me lleva hasta la cama, me obliga a sentarme sobre el colchón y se sienta a mi lado. Durante unos instantes permanecemos en silencio, ella mirándome fijamente y yo con la vista clavada en el suelo. La moqueta tiene una pequeña mancha con una forma extraña. Parece un conejo... o no, espera. No es un conejo, es un ratón, porque tiene las orejas cortas. Aunque también podría ser un oso... o un perro o no, ya sé...

—¿Me vas a contar qué ha pasado? —pregunta al fin Rebeca, pero la ignoro.

Me llevo una mano a la boca para bloquear un eructo que amenaza con salir de ahí abruptamente y después pregunto:

—¿Cómo sabes que estaba aquí?

La oigo inspirar por la nariz con fuerza, como molesta por mi drástico cambio de tema.

—Me llamó tú madre cuando estaba en el supermercado comprando las cosas para la cena, y me pidió que viniese directamente a casa para ver si estabas aquí y comprobar si estabas bien. Parecía preocupada.

—Pues ya ves que estoy aquí y estoy de puta madre —contesto arrastrando sutilmente las palabras.

Cuando alzo la cara lentamente en su dirección, compruebo que me está lanzando una mirada de profunda desaprobación y tiene el ceño completamente fruncido. Hace que me sienta como un niño malo que se ha portado fatal y lo están regañando por ello. Total, solo han sido unos cuantos tragos de coñac. No es que me haya bebido la botella entera, joder. Ni que fuese un alcohólico.

¡Hip!

—No me parece que estés de puta madre, Tyler. ¿Se puede saber por qué has bebido?

Me encojo de hombros y echo la cabeza hacia atrás.

—Es largo de contar.

—¿Tienes algo mejor que hacer ahora mismo?

Rebeca encorva los hombros, juntando las palmas de las manos y aprisionándolas entre sus rodillas; como preparándose para una larga explicación por mi parte.

No sé si este es el mejor momento para romper un corazón, justo cuando uno ha ingerido una pequeña cantidad de alcohol, pero dudo mucho que lo sea. Igual debería esperar a estar completamente despejado, pero a veces, en la vida, uno no puede elegir el momento adecuado para hacer las cosas y simplemente se llega a un punto donde ya no hay vuelta atrás, un punto sin retorno.

Decido echarle valor y empezar a darle las explicaciones que merece, porque es una chica excepcional y ella de verdad tiene derecho a conocer la verdad. Rebeca se merece sinceridad absoluta y también se merece a un tipo que la quiera sin condiciones. Uno que la ame de verdad, a ella, por ser ella y no por recordarle a alguien más.

—No te va a gustar lo que te voy a decir —le aseguro.

Al decirle eso, siento que algo en mi alma se fragmenta un poco más. No quiero hacerle daño y tampoco sé si estoy preparado para asumir más mierda por hoy. Temo que esto que le voy a contar, le haga daño y se ponga a llorar. Nunca es agradable hacerle daño a una persona y menos si es buena y cariñosa. Temo hacer sufrir a una chica que es inocente, pero ya no hay marcha atrás. La verdad a veces duele y no hay forma de explicarla sin que así sea. A veces, la verdad tiene único camino lleno de espinas.

—No importa, Tyler —responde ella, que suelta un suspiro por la nariz—. Solo quiero saber la verdad y entender lo que te pasa.

Ambos guardamos silencio por unos cuantos segundos, hasta que finalmente separo los labios y empiezo a hablar.

—¿Te acuerdas cuando nos conocimos en la fiesta de Stephan y Vera? Cuando me mareé y derramé un poco de tu bebida en un tropiezo contigo.

Rebeca asiente sin dudar.

—Sí, claro que me acuerdo.

—¿Y te acuerdas cuando te dije que te parecías a mi hermanastra?

Sus ojos ahora me analizan con cautela y enreda su larga trenza entre sus dedos con nerviosismo. Presiento que no le está gustando un pelo el camino que está tomando la conversación, pero si quiere la verdad, no tengo otra alternativa. Esto va de Olivia.

—Sí. —Otra pausa.

Se me hace un nudo en la garganta. Inspiro hondo, sin duda, intentando ganar algo de tiempo para soltar la verdad a bocajarro.

—Pues... he estado enamorado de ella desde que era un niño —admito, sin apartar mis ojos de los suyos.

Rebeca tarda unos segundos en asimilar lo que le digo, parpadeando muy seguido. El silencio que nos rodea se hace tan absoluto que hasta parece como si se hubiese detenido el tiempo.

—¿Has estado enamorado de tu hermanastra? —pregunta desorientada.

Abre mucho los ojos y deja caer la trenza desde su mano hasta su hombro.

—Sí, así es.

Su cara es todo un poema. En sus ojos veo reflejada la sorpresa, la duda, el desconcierto y la confusión. Toda una mezcla de emociones simultáneas que buscan imponerse unas a otras. 

—¿Qué...? ¿Pero...? ¿Ella lo... lo sabe? —balbucea.

Aunque el tono de Rebeca no es ofensivo, no me pasa inadvertido el pequeño matiz de dolor que flota bajo la superficie de su pregunta.

¡Mierda, Tyler! ¡Mierda! Has arrastrado a una chica inocente a esta mierda y ahora te toca ver cómo le salpica tu mierda. ¡Eres un idiota!

—Aquí es donde viene lo complicado de la historia, Rebeca. —Unas arrugas surcan su frente—. Cuando mi hermanastra y yo éramos niños, ella me gustaba muchísimo, en cambio yo, sólo despertaba en ella un profundo y absoluto rechazo. Me detestaba de la forma más literal en la que se puede detestar a una persona. Digamos que no me soportaba y como éramos tan solo dos niños, pues a mí no se me ocurría otra forma de llamar su atención que no fuese romperle los juguetes o hacer que se enfadase conmigo. Luego, su padre y ella, se marcharon a vivir a Nueva York y no la volví a ver en los próximos cinco años.

—Oh... es... mucho tiempo.

—Sí. Siempre que viajábamos a Nueva York o que su padre venía a Michigan a visitarnos, ella nunca estaba. Así que pasó todo ese tiempo sin que volviésemos a coincidir, hasta que me mudé con mi madre a su casa en Nueva York definitivamente.

—¿Y siguió detestándote? —pregunta lentamente.

Al ver su expresión descompuesta me siento un desgraciado, pero le explicaré todo. Tiene que saberlo. A mí en su situación me gustaría conocer toda la verdad.

—Sí, para mi desgracia en aquel momento. Olivia estaba enamorada de un repeinado, un niño rico de papá que lo único que buscaba en ella era pasar el rato. Un estúpido que jamás iba a darle el lugar que ella merecía.

Rebeca se queda pensativa unos segundos antes de decir:

—A veces, sucede que nos enamoramos de las personas equivocadas, Tyler.

La miro con atención. ¿Eso lo dice por mí, lo dice por Olivia o lo dice por ella misma?

—Ella cambió, Rebeca. Cambió respecto a mí y terminó por corresponderme, ¿entiendes?

La sorpresa sobrevuela su cara de manera muy repentina.

—¿Qué?

—Se enamoró de mí. Ella se...

—Un momento —me interrumpe, sacudiendo la cabeza—. ¿Has tenido un romance con tu hermanastra? ¿Es eso lo que intentas decirme?

Parece descolocada.

—Bueno yo... —murmuro con duda—, diría que sí. Tuvimos una relación oculta. No duró mucho tiempo, pero sí fue intensa y verdadera, ¿sabes?

Rebeca se queda congelada en el acto. Supongo que no es algo habitual tener un romance con una hermanastra y contado así, creo que yo también me habría quedado de piedra.

—¿Y qué sucedió? ¿Por qué no duró? —pregunta con el ceño fruncido.

Me trago el tremendo nudo que tengo desde hace rato situado en la garganta y me encojo de hombros con nostalgia.

—Bueno, hicimos un viaje a París y nuestros padres se acabaron enterando.

—¡Oh! —exclama mirando al frente, como si acabara de entender la pieza del puzle que no encajaba hace un momento.

Se queda distraída durante unos segundos, como si estuviese tratando de imaginarse la escena que le cuento. Por un momento parece que quiere decir algo, pero no dice nada. Solo se queda con la boca entreabierta y el ceño todavía fruncido.

—Te puedes imaginar que no se lo tomaron demasiado bien —continuo hablando.

—¿Y por eso os separasteis?

—No. —Exhalo un suspiro con fuerza—. En ese momento se nos sumó otro problema aún peor... —Me detengo un instante, reacio a ponerle voz a mis palabas, como si el hecho de explicarle todo lo que sucedió entre Oli y yo fuese a desatar un desastre emocional todavía más grande y fuerte del que ya estoy experimentando. —Mis abuelos me dieron una carta de mi padre, donde se confirmaba que ella y yo éramos hermanos de sangre. Al leerla, los dos creímos que teníamos el mismo padre. Mi madre y Thomas tuvieron una aventura, cuando mi madre aún estaba casada con mi padre. En esa carta, mi difunto padre me confesaba que no podía tener hijos y así se confirmó que el padre de Olivia era también mi padre.

—¡Dios mío! —se tapa la boca para ahogar una exclamación.

—Ya ves —confirmo con una risa carente de humor.

—¿Y qué pasó?

—Pues que me alejé de ella para que ninguno de los dos sufriera por eso. Al convivir los dos bajo el mismo techo y con nuestros padres al tanto de lo nuestro, pues no teníamos muchas más opciones. Me fui de Nueva York, aunque ella me suplicó y rogó que no me fuese. Lo hice por el bien de los dos.

—¿Cuánto hace de eso? —me pregunta, totalmente metida en la historia.

—Cinco años.

—¿Y no has vuelto a saber nada más de ella en todo este tiempo?

Me llevo una mano a la frente y la masajeo.

—Pues... no la he vuelto a ver en persona, pero hemos cruzado algunas palabras por teléfono. Han sido un par de llamadas accidentales, la verdad —digo sin emoción.

—¿Y esto es lo que te tiene así? ¿Has hablado con ella hoy? ¿Te ha llamado?

Niego con la cabeza.

—No, no es por eso.

—¿Entonces?

La miro fijamente antes de hablar:

—Rebeca, mi madre me acaba de confesar esta tarde que Olivia y yo no somos hermanos de sangre.

—¿Qué? —se sorprende.

—Lo que oyes. Me acabo de enterar que me alejé como un imbécil de la chica que lo era todo para mí por una mentira. Me siento tan idiota... —Doy un golpe con el talón contra el suelo, para regular mi frustración.

Los dos nos quedamos callamos y el silencio más absoluto nos envuelve. Permanecemos así un buen rato hasta que vuelvo a ladear el rostro serio hacia ella.

—¿No estás molesta? —Me inclino hacia adelante, entrelazando mis manos entre mis piernas.

Ni siquiera me mira.

—Todavía estás enamorado de ella, ¿verdad? —replica con otra pregunta.

Me muerdo el labio inferior, dudando por un segundo si contestar o no, pero este es el momento donde uno tiene que poner todas las cartas sobre la mesa y ser transparente.

—Sí. Nunca he dejado de estarlo —confieso y a la vez siento que me quito un gran peso de encima.

Hace una mueca extraña con la boca, en un gesto pensativo, y a continuación se levanta.

—Oye, espera. —Le cojo la mano justo en el momento en el que se pone en pie—. No te enfades conmigo y déjame explicártelo, por favor.

Se vuelve muy despacio para mirarme a la cara desde su altura y baja sus ojos un instante hasta mi mano sujetando la suya. Es pequeña y suave en comparación a la mía. Después vuelve a mirarme cambiando su expresión a una más sagaz.

—No tienes que explicarme nada más, Tyler. No te negaré que todo esto no me lo esperaba y que ahora mismo me siento algo descolocada, pero todavía no tengo tantos sentimientos por ti como para que tu confesión me haya supuesto un trauma, la verdad. Es cierto que tenía cierta ilusión por iniciar algo contigo y pensé que juntos tendríamos algo bonito y especial, pero entiendo que en el corazón nadie manda. Ojalá hubieses sido así de sincero conmigo desde un principio y no habríamos estado perdiendo el tiempo ninguno de los dos.

Percibo un leve tono amargo en su voz y la culpa me pincha en el corazón. No me gusta verla molesta.

—Estaba intentando salir adelante y darme una oportunidad con alguien. —Trato de justificarme, porque lo que digo es la verdad.

Me dedica una sonrisa sarcástica y tira de su mano para que la suelte. Lo hago.

—¿Con alguien que te recuerda físicamente a la chica de tu relación anterior?

La miro de hito en hito, pero mis ojos se centran en los suyos que brillan de forma espectacular. Siempre me han encantado sus ojos. Es cierto que me recuerda muchísimo a Olivia, y aunque en un principio sólo fue el físico lo que me atrajo de ella, no sería cierto afirmar a estas alturas, que eso es lo único que me gusta de ella. Rebeca es guapa, simpática, sensata, una buena chica, bastante alegre y dispuesta, pero no... no es Olivia. Ni siquiera puedo darle una buena razón de por qué nunca será como ella; al menos no para mí.

—No sólo me gustas por eso, Rebeca. —Me pongo en pie yo también, pero ella retrocede instintivamente un paso hacia atrás.

—Lo que de verdad no entiendo es por qué estás aquí con varios tragos de más y lamentándote por lo que pasó, en lugar de luchar por ella, si es que de verdad sigues enamorado de esa chica.

—¡¿Qué?! —exclamo—. No puedo hacer eso.

Un nudo vuelve a apretar mi garganta.

—¿No? ¿Por qué no? —me pregunta Rebeca, sorprendida. Sus pestañas se expanden al abrir los ojos de par en par—. ¿Quién te lo impide?

—Tú no lo entiendes. —Suelto el aire de golpe por la nariz y dejo caer la cabeza hacia adelante, sacudiéndola suavemente—. Han pasado demasiados años y ella ya es feliz con otra persona —le explico con amargura.

Recordarlo hace que me duela el corazón un poco más. Definitivamente se me está pasando el efecto del alcohol.

—¿Te lo ha dicho ella? —Su pregunta me hace salir de mis pensamientos.

—¿El qué? —pregunto volviendo a levantar la cabeza de golpe en su dirección.

—Que es feliz con otra persona, Tyler. ¿Qué va a ser?

—N... no, e... ella no me lo ha dicho.

—Pues entonces, perdona que te lo diga así, pero estás haciendo el tonto —sentencia apoyando sus manos a cada lado de sus caderas, como si estuviese perdiendo la paciencia a pasos agigantados.

—¿Y qué se supone que debería hacer? —pregunto con frustración mientras me encojo de hombros—. Sé que está con otro chico y ha sido precisamente ese chico el que me ha dicho que ella es feliz. Me ha pedido que la deje en paz.

Rebeca chasquea la lengua, avanza hasta mí y coloca sus manos encima de mis hombros, dándome un pequeño apretón en ellos. 

—Sí, ya veo... y si ese chico te dice que te tires por un puente, vas tú y te tiras, ¿no?

—¿Cómo?

La veo torcer el gesto de forma graciosa, pero yo no estoy entendiendo absolutamente nada.

—Pues que si no es ella quien te ha dicho que ahora es feliz estando con otro que no seas tú, no deberías quedarte tan tranquilo. Deberías escuchar esas palabras saliendo de su boca, de la boca de Olivia, ¿entiendes?

Niego sistemáticamente con la cabeza.

—No va a querer saber nada de mí. Le he hecho mucho daño, Rebeca —murmuro esto último en voz baja.

Sí, he arruinado lo que más quería en el mundo y ya no tengo ningún derecho sobre ella. Ni siquiera el de ser escuchado.

—Bueno, pues explícale tus razones. Aclara las cosas con ella, creo que ambos os lo merecéis. —Enarca ligeramente las cejas. 

—¿Y si no quiere escuchar lo que le tengo que decir?

—¿Prefieres vivir con la duda el resto de tu vida? ¿Es eso lo que quieres, Tyler? Creo que, si de verdad estás enamorado de ella, deberías ir a buscarla y decirle de una vez por todas todo lo que sientes. —Hace una pausa al tiempo que analiza en profundidad mi rostro—. Ábrele tu corazón, explícale tus errores, dale tus motivos y anúnciale tus deseos para remendar todo lo que hiciste mal, y ya luego, después de haberle explicado todo eso con pelos y señales, que sea ella quien decida lo que tenga que decidir.

Abro los ojos bruscamente, cargados de miedo. Miedo a fallar, miedo a ser rechazado, miedo a asumir la derrota, a tener que vivir con la realidad. Claro que quiero contarle todo eso a Olivia, pero temo fracasar. Temo encontrarme a otra Olivia distinta a la que yo recuerdo, porque en cinco años todos cambiamos.

—Ya, pero... —Me cuesta encontrar las palabras—. ¿Y si es verdad que es feliz con ese chico? ¿No sería egoísta por mi parte querer arrebatarle eso?

Mi corazón late desbocado, porque creo que igual Rebeca tiene bastante razón en lo que dice. No debería quedarme tan a la ligera de brazos cruzados y debería por lo menos decirle a Olivia lo que siento. La palabra de un desconocido no vale nada para mí. Tiene que ser ella quien me diga que no quiere saber nada más de mí. Solo su palabra cuenta.

—No entiendo por qué. Además, tú no vas con intención de arrebatarle nada, lo único que debes hacer es decirle la verdad para que ella decida. Eso es todo.

Inspiro con fuerza por la nariz. Las ideas se quedan trabadas en mi cabeza mientras trato de ponerlas en orden. Joder, estoy muy nervioso. Creo que he empezado a visualizar ese momento de nuestro reencuentro y no puedo dejar de sentir como mi pulso se eleva por los aires.

—¡Tienes razón! —exclamo algo agitado—. Tengo que decirle todo lo que siento. Ella tiene que saber la verdad. No puedo dejar que piense que soy un capullo que no mereció la pena y que la dejo sin más. Tiene que escucharme.

—Pues claro. —Asiente Rebeca, que retira sus manos de mis hombros cuando me doy la vuelta.

Sin tiempo que perder, levanto la tapa de mi portátil que está sobre mi escritorio y lo enciendo.

—Tengo que buscar un vuelo a Nueva York ahora mismo —anuncio.

Sin tiempo que perder, entro en un buscador de vuelos, y tecleo el origen y destino. Mis dedos se deslizan ágilmente por encima del teclado y espero impaciente al resultado de mi búsqueda.

—¿Ahora? ¿Vas a presentarte allí por sorpresa? —pregunta Rebeca, asomando su cabeza por encima de mi hombro para ver la pantalla con el reloj de arena del ratón girando.

—No creo que consiga un vuelto con tan poca antelación, así que lo voy a reservar para irme la próxima semana. Tengo que cerrar algunos temas laborales antes y tendré que pedir más vacaciones. —El corazón me late como un loco en el pecho y noto como una oleada de calor se extiende por todo mi cuerpo.

¡Joder! Me voy a Nueva York a buscarla... lo estoy haciendo.

—¿Por qué no llamas a Olivia antes? —sugiere Rebeca.

—No puedo, he destrozado mi teléfono móvil y tendré que ir la semana que viene a comprarme uno nuevo antes de irme. De todos modos, no creo que sea buena idea hablar estas cosas por teléfono. Prefiero decirle todo cara a cara.

Miro la pantalla del portátil con atención, cuando encuentro un vuelo directo que está bastante bien de precio y para el que aún quedan plazas libres en clase turista.

—Buenos, en eso te doy la razón, pero igual Olivia debería saber que tienes intención de ir a Nueva York a hablar con ella.

—Prefiero que no me espere. Si la aviso antes, igual se niega a recibirme y no tendré otra oportunidad para poder hablar con ella como quiero.

—Bueno... —murmura sin estar muy convencida.

—¡Ya está! —exclamo levantando la voz, mientras muevo el ratón de mi portátil—. Acabo de reservar un vuelo para el fin de semana de la próxima semana.

—Muy bien. —Me da un par de palmaditas en la espalda—. Creo que haces lo correcto, Tyler. Yo me voy a ir al aeropuerto ahora, a ver si consigo adelantar mi avión de regreso.

Me doy la vuelta y veo su expresión lastimera. Cierro los ojos un instante y siento una leve vergüenza por haber sido tan poco considerado con ella, y más cuando ha sido tan comprensiva con la situación.

—¿No te quedas? —pregunto cuando vuelvo a abrir los ojos.

Niega con la cabeza y suspira.

—No. Creo que será mejor que me vaya. Aquí ya no pinto nada.

Doy un paso hacia ella y ella me regala una sonrisa triste.

—Rebeca, no fue mi intención meterte en esto. De verdad que yo...

—Shhht... —dice, colocando un dedo sobre mis labios—. Es mejor dejar las cosas como están. Aquí tendrás una amiga para lo que necesites, ¿de acuerdo?

—¡Claro! No quiero perder tu amistad. —Nos quedamos en silencio un instante, solo observándonos el uno al otro—. Gracias por todo, Rebeca.

—No me las des. Espero que las cosas te vayan muy bien y quiero que me mantengas informada de todo, ¿ok?

Sacudo la cabeza de arriba abajo.

—Por supuesto.

Dibujo una sonrisa de agradecimiento y ella me la devuelve.

—Bueno, voy a llamar a un taxi y a recoger mi maleta —anuncia rompiendo el contacto visual.

Por un momento, la veo parpadear en exceso, como si estuviese intentando mantener a raya las emociones.

—De eso nada. Yo te acompañaré al aeropuerto.

—Te lo agradezco, pero no creo que estés en condiciones para conducir.

—Pero si solo han sido un par de tragos de coñac —me justifico.

—No importa, prefiero tomar un taxi.

Rebeca se da la vuelta y se dirige hacia la puerta de mi habitación. La sensación nerviosa se instala de nuevo en mi pecho y se desdobla por todo mi cuerpo como una red invisible bajo mi piel. No puede irse así, pero tampoco puedo retenerla. Lo siento por ella y realmente me siento muy mal.

—¿Puedo darte un abrazo? —suelto, con desesperación.

Ella se gira lentamente y me mira una fracción de segundo, antes de decir:

—Eso ni se pregunta.

Y nos damos un gran abrazo que firma una promesa de amistad entre los dos.

¡Holi personitas!
Como ya dije no iba a hacer dedicatorias, porque no me daba tiempo si lo que quería era sacar todos los capítulos de golpe.

Aquí va el primer capítulo que espero que os haya gustado mucho.

Acordaros de darle a la estrellita ⭐️ y comentar mucho, que la publicación del epílogo depende de ello 😜

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top