12. Cameron - Noche de locuras I
Estoy haciendo mi rutina de ejercicios diarios que básicamente consiste en hacer series de flexiones, abdominales y sentadillas, sin olvidarme de hacer unas cuantas press en la barra que tengo instalada en mi habitación. Es una rutina de ejercicios que hago todas las noches antes de ducharme, independientemente de si he ido al gimnasio ese día o no, excepto los fines de semana.
En el mundo del baile erótico, el cuerpo es la herramienta principal de trabajo, y por eso yo trato de cuidarme al máximo con mucho ejercicio y una correcta alimentación.
Estoy a punto de terminar con la última serie cundo llaman a mi puerta y la abren de golpe antes de que pueda decir "adelante". Por esa invasión de mi intimidad, ya sé que se trata de Alan. Él siempre llama a la puerta y no se espera a que le digas que pase. Directamente entra como Pedro por su casa.
—Hey pollito... ¿qué tal tío?
Ignoro que Alan me está hablando y sigo con los ejercicios llegando casi al final de la tercera serie de press militar. Ya sé que cuando mi amigo utiliza ese tono de "¿qué pasa colega?", es porque viene a pedirme algo.
Alan se encoje de hombro y pasa adentro sin mi permiso, para ponerse a rebuscar directamente entre mis cajones de forma desesperada. Termino el último press y de un salto caigo al suelo completamente sudado y agitado por el esfuerzo, tratando de recuperar el aliento.
—¿Qué buscas? —pregunto notablemente molesto, porque odio que hurguen entre mis cosas sin mi permiso.
Alan se detiene un segundo, gira su cabeza hacia mí y me mira poniendo los ojos en blanco.
—Pues condones. ¿No es obvio?
No sé por qué, pero esa respuesta no me sorprende en absoluto. Sólo hay tres cosas que Alan pide continuamente y sin ningún tipo de reparo: condones, dinero y cigarros, y por supuesto, ninguna de las tres cosas que suele pedir te las devuelve jamás.
—No tengo —le aclaro hundiendo las cejas con molestia y recogiendo mi toalla del suelo para secarme el pecho empapado en sudor.
—¿Qué no tienes? ¡Tío, no me jodas! —suelta con una exagerada expresión de fastidio en la cara—. Llevo diez minutos buscando en el maldito cuarto de Cody y no he encontrado nada. El muy capullo se los debe de haber llevado a donde sea que se haya marchado esta noche y a mí no me quedan —me explica como si a mí me importase algo.
—¿Y a mí qué me cuentas? Ya te he dicho que no tengo —le aseguro con la esperanza de que se largue, pero no.
Bebo un trago de mi bebida isotónica y dejo la toalla sobre una silla junto a la cama.
—¿Y se puede saber qué mierdas utilizas para follar? —inquiere posando sus manos sobre su cintura.
¿Qué? Por poco me atraganto con la bebida.
Me aparto la botella de los labios y lo analizo por un instante con los ojos abiertos de par en par. ¿A este qué demonios le pasa? Nunca lo he visto tan desesperado por un mísero preservativo.
—¿Por qué no vas y compras? —pregunto como si fuese evidente que así se solucionarían todos sus problemas.
Alan vuelve a rodar los ojos.
—Porque tengo a una chica increíble ahora mismo en mi habitación esperando a que regrese con un puto condón y... —añade levantando el dedo índice como si lo que fuese a decir tuviese muchísima relevancia—, ella no es la clase de chica a la que uno puede hacer esperar.
—Pues dile la verdad. Dile que no te quedan.
Mi amigo resopla frotándose las sienes con desesperación, como si estuviese tratando de calmarse, pero lo cierto es que se altera él solito.
—¡Tío! ¿Estás loco? No se le dice a una chica a la que acabas de calentar que no te quedan condones. Además, es Belinda Scott la que está en mi cama, chaval. —Se me queda mirando unos segundos como si diese por sentado que yo tengo que conocer a la tal Belinda Scott, pero como ve que no le digo nada, continua—. Esa chica sólo se pone a tiro una única vez en tu vida, cuando los astros de todo el universo se alinean a tu favor. ¿Entiendes? Es como esos eclipses que sólo ocurren una vez cada mil años. —Se sienta de golpe sobre mi cama exhalando un fuerte suspiro—. ¡Joder! Me voy a perder el polvo de mi vida.
No puedo evitar reírme un poco por su dramática reacción. Según él, todos son los polvos de su vida. No he conocido ni uno solo que no lo haya denominado así.
—Estás aquí perdiendo el tiempo y lamentando no tener condones cuando lo que realmente deberías estar haciendo es correr a comprarlos.
Alan mira su reloj de muñeca.
—¿A las once y media de la noche? Las farmacias ya han cerrado, pollito.
—¡No me jodas Alan! Hoy en día venden condones hasta en los bazares chinos y justo tienes uno a la vuelta de la esquina.
—Oye, me la quiero follar con ciertas garantías, ¿vale? No quiero hacer abuelos a mis padres por ir por la vida usando condones made in china. Saldrían hijos asquerosamente guapos y atractivos, de eso no me cabe la menor duda, pero no tendrían un padre responsable y... de eso tampoco me cabe la menor duda.
—De verdad, Alan. Lárgate de aquí a comprar los putos globitos para tu fiesta privada y mientras tanto yo la entretendré con lo que sea, pero sal de aquí antes de que me arrepienta porque te juro que...
—¡Gracias, colega! ¿Harías eso por mí? ¡Eres... eres... !
—¡Lárgate! —chillo señalándole la salida.
Alan sale corriendo por la puerta y yo me quedo a solas con la muchacha que ha traído a casa. La chica es realmente guapa y atractiva. Tiene el pelo largo, ondulado y oscuro, los ojos marrones y grandes y la piel blanca y translúcida. Llama mucho la atención el contraste de su pelo oscuro con su tez blanca.
Le ofrezco algo de beber y ella accede, pero justo cuando voy a sacar unas cervezas de la nevera, suena el timbre de la puerta. Por un segundo pienso que se trata de Alan que ya ha regresado de comprar condones y que se ha dejado las llaves aquí, pero luego caigo en la cuenta de que ni el mismísimo flash sería tan rápido llenado a comprar preservativos.
Me acerco hasta la puerta, la abro con curiosidad y me sorprendo todavía más al encontrarme a una Olivia deshecha frente a mí. Tiene los ojos rojos e hinchados como si hubiese estado llorando por horas, la nariz colorada como un tomate, el pelo hecho un desastre y la cara compungida. Parece destrozada y al segundo me deja profundamente preocupado.
—Olivia —murmuro impactado por verla aquí en ese estado y a estas horas de la noche.
Llevo toda la semana llamándola y no he sabido nada de ella. Lo último que me esperaba es que apareciese por mi casa a estas horas y sin avisar.
De pronto, da marcha atrás, se golpea la espalda contra la puerta del ascensor y se va corriendo escaleras abajo dejándome aún más perplejo de lo que ya estoy. Me quedo de pie unos segundos mirando por donde se ha marchado, tan estupefacto que mi cerebro le cuesta conectar las órdenes con mi cuerpo.
¿Pero qué demonios...?
—¡Olivia! —grito, mientras me apresuro a perseguirla saltando los escalones de tres en tres para bajar lo más rápido posible.
Ella corre tan veloz, que llego a temer muy seriamente que pueda tropezar con uno de los escalones y hacerse daño. Justo cuando llega al portal, alcanzo su muñeca antes de que llegue a abrir la puerta principal y tiro de ella para que se dé la vuelta, pero Olivia gira sobre sus talones en un movimiento brusco y empieza a defenderse golpeando mi pecho con la otra mano.
—¡Suéltame, idiota! —Se revuelve entre mis brazos con una violencia exagerada.
Trato de sujetar con fuerza sus brazos para detenerla, pero ella lucha como si yo fuese su enemigo número uno en el mundo.
—¿Quieres calmarte? —le pido.
—¡No me pienso calmar! —Su voz rebosa desprecio—. ¡Ninguno merecéis la pena! ¡Ninguno! —escupe llena de odio.
—¿De qué coño estás hablando? —exige saber.
—¡Qué me sueltes, joder! —grita dando un fuerte tirón con sus brazos.
Obedezco para que no se lastime con el forcejeo y cuando consigue zafarse de mis manos, se recoloca la chaqueta sobre los hombros. Está notablemente nerviosa y muy sofocada. Varios mechones de pelo se han soltado de su coleta y su pecho está tan agitado que parece que le vaya a dar un infarto en cualquier momento. Cuando la miro a los ojos, me encuentro con la mirada más iracunda que me haya lanzado jamás y empiezo a sentir como mi preocupación se dispara a mil, porque jamás la había visto así. Está llena de dolor, pero también está llena rabia.
Nos quedamos unos largos segundos mirándonos el uno al otro. Ella lanzándome puñales a través de sus pupilas completamente dilatadas por la furia, y yo con cara de póker o más bien de payaso, ya ni lo sé. Sigo sin entender a qué viene todo esto.
Respiro hondo y trato de deshacer el nudo que se acaba de formar en mi garganta antes de hablar.
—Dime por lo menos por qué estás en este estado tan...
—¡Tú! —me corta en un tono acusador—. Eres un... un... un maldito... —Pero no termina la frase y sus preciosos ojos verdes se inundan de nuevas lágrimas hasta que quedan completamente empañados, mientras que su labio inferior comienza a temblar con fuerza.
No me gusta verla así. No sé qué ha pasado, ni qué ha causado que ahora mismo se encuentre de esta manera, pero no quiero verla sufrir ni llorar por nada del mundo. Tampoco logro entender por qué me afecta tanto verla en este estado, pero me afecta y juro que haría cualquier cosa por hacerla sentir mejor. Me encantaría poder darle un abrazo y decirle que sea lo que sea lo que la tiene así, pasará.
—Olivia —digo, extendiendo mi mano para rozar con los dedos su cara, pero de inmediato me detiene empujándome con fuerza por los hombros.
Está claro que está muy enfadada conmigo y que no quiere que la toque, pero aún así, no es capaz de controlar los sollozos que sacuden su cuerpo entero.
Joder, no puedo... no puedo seguir viéndola así. Vuelvo alargar mi mano, pero ella se anticipa a mis intenciones.
—¡No me toques! No quiero que... —La puerta de la calle se abre en ese momento y Alan entra al patio de la vivienda jadeando como un perro; exactamente igual que si viniese de correr una maratón.
Se queda unos segundos sujetándose al picaporte de la puerta, con la lengua fuera e intentando recuperar el aliento.
—¡Uf, joder! —exclama a voz en grito—. No te lo vas a creer, pero me ha tocado comprarlos en una de esas máquinas expendedoras de condones que hay junto a las farmacias porque en el bazar chino no quedaba ni un puñetero condón, ni siquiera de la marca china. Se ve que todo el mundo se ha puesto de acuerdo para follar esta misma noche, ¿cómo te quedas? He sacado los tres últimos preservativos que quedaban en la máquina esa —me explica enseñándome los tres envoltorios plateados que sostiene en su mano, mientras se aproxima a nosotros—. Oye, Belinda sigue arriba, ¿no?
—Sí —le digo con sequedad.
Parece que Alan no se ha dado cuenta de que ha interrumpido un momento delicado y tenso, y sólo espero que a Olivia no le dé por volver a salir corriendo. Me pongo a rezar mentalmente para que Alan se vaya cuanto antes junto a su polvo estelar de esta noche y nos deje a Olivia y a mí solos otra vez.
—¡Genial! —exclama mi amigo mientras se dirigen hasta el ascensor que sube a nuestro apartamento—. Te debo una, tío, por entretener a Belinda mientras yo compraba las gomitas del amor. Buenas noches, chicos. Esta noche me he ganado el polvo de mi vida —canturrea esto último y se mete en el ascensor dejando un silencio atronador entre Olivia y yo.
La pequeña luz que ilumina el patio se funde justo en ese momento y los dos nos quedamos
casi a oscuras uno frente al otro. Trato de encontrar su mirada a través de la luz que se cuela por la puerta de cristal de acceso a la calle, pero esta vez, ella la esquiva con sus mofletes completamente enrojecidos. Rápidamente noto que algo ha cambiado en su expresión. Se seca las lágrimas con la manga de su chaqueta, me mira aparentemente más tranquila, o por lo menos eso quiero creer, y sorbe los mocos antes de hablar.
—¿Tú no...? —Levanta sus cejas rubias, pero luego parce preocupada por algo y vuelve a retirar su mirada de la mía.
Ladeo la cabeza tratando de entender la pregunta que ha dejado inconclusa.
—¿Yo no qué? —me apresuro a decir, contemplándola con gran expectación.
Ella duda. Me mira, agacha la mirada, la vuelve a levantar y finalmente suspira, dejando caer sus hombros hacia adelante con pesadez, como si necesitase quitarse un peso de encima.
—¿No te has acostado con esa chica que estaba en vuestro apartamento?
«¡JODER!»
Todas mis neuronas se ponen a trabajar frenéticamente para hacer que el rompecabezas que hace un momento no lograba esclarecer, se resuelva en cuestión de un segundo frente a mis ojos.
Literalmente una lucecita se enciende en mi cabeza llevando claridad a cada rincón de mi cerebro.
Ya está claro. Ella ha interpretado que Belinda era mi ligue de esta noche.
—Espera, ¿qué? —suelto en un susurro —. ¿Tu creías que yo...? —digo señalándome con el dedo.
Me mira avergonzada y se coloca un mechón de pelo detrás de la oreja.
—¿No? —Vuelve a preguntar como si aún tuviese ciertas dudas, mientras sigue escudriñando mi cara.
¡Que me lo está preguntando en serio!
—¡Pues claro que no! —exclamo más que sorprendido—. Es la chica de Alan, o sea, el tema es que a él no le quedaban preservativos, se fue a comprarlos un momento y yo solo... —Hago una pausa recapacitando sobre lo que le estoy explicando—. Bueno, da igual. Es un poco largo de contar —concluyo, dando un manotazo al aire para restarle importancia—. El caso es que esa chica la he conocido hace unos veinte minutos. No significa nada para mí.
¿Y por qué coño estoy yo dándole explicaciones?
"¡Eso! ¿Por qué coño se las estás dando?", me grita el subconsciente.
He pasado muchas veces por situaciones similares en mi vida y siempre, repito, SIEMPRE que he llegado con una chica a este punto de tener que darle alguna explicación sobre mi vida personal, automáticamente tomo la decisión de desaparecer de la suya como si jamás hubiese existido. En cambio, con Olivia siento casi la puta necesidad de aclararle todo y sé que no estoy siendo racional; no estoy pensando en todas las razones por las que esto es una mala señal.
Olivia me mira directamente a los ojos, como si estuviese verificando en ellos que le digo la verdad y parece encontrar lo que busca, porque sus facciones se relajan de inmediato.
—Oh, Dios mío, ¡Cameron! Todo lo que me ha pasado esta noche es tan horrible —Se desmorona llevándose las dos manos a la cara y ocultando su rostro entre ellas.
Muy despacio me acerco hasta ella y deslizo mis manos sobre las suyas, tratando de apartarlas de su preciosa cara. Tiro un poco de ellas y la atraigo hacia mí hasta poder rodearla con mis brazos. Inmediatamente ella responde a mi abrazo y hunde su cara en mi pecho mientras beso su cabeza y acaricio su espalda, proporcionándole todo el confort que ahora mismo pueda necesitar.
Todo esto es raro de la hostia, pero no me resulta incómodo. La manera en la que ella me hace sentir es tan abrumadora que hasta me resulta difícil contenerme a ir un paso más allá.
Olivia mantiene la cabeza hacia abajo, pegada contra mi pecho y evitando encontrarse con mis ojos que la buscan con desesperación.
—Rubia. —Ella sacude la cabeza, negándose a responderme.
—Rubia —le digo de nuevo, esta vez llevando mis manos hasta sus mejillas suaves y humedecidas por las lágrimas.
Atraigo lentamente su cara a la mía y sorprendentemente ella me lo permite. Apoyo mis labios en su frente, le doy un pequeño beso allí y después apoyo mi frente en la suya. Veo como Olivia cierra los ojos, liberando nuevas lágrimas que se deslizan por su cara hasta llegar a mis manos.
Me asusta la irrefrenable y repentina necesidad que siento por besarla, pero no lo hago. No es el momento ni tampoco tengo ningún derecho a hacerlo.
Deslizo una de mis manos hacia su nuca y desvío mi boca hasta su oído para susurrarle—: Tengo helado de chocolate belga con caramelo en el congelador y creo que es perfecto para superar cualquier mierda que te haya podido pasar esta noche.
Olivia se separa un poco de mí y se ríe mirándome a los ojos. Me encanta ver esa sonrisa de regreso en su rostro, especialmente en este momento y después de haberla visto rota de dolor. Es justo lo que ella necesitaba y yo, pues también. ¿Para qué negarlo? Me hace feliz haber conseguido arrancarle una sonrisa.
—Creo que voy a necesitar algo más que helado para superar esto, Cam —dice.
La veo apretar los ojos, como si fuese doloroso recordar el motivo que la ha llevado a estar así y creo intuir ese motivo. Siempre que la he visto sufrir ha sido por lo mismo, o mejor dicho, por el mismo.
—¿Me lo quieres contar?
Ella se encoje de hombres.
—No creo que te interese mucho, la verdad —dice con la voz apagada—. No quiero aburrirte con mis historias.
—No te he preguntado si es interesante. Te he preguntado si me lo quieres contar.
Olivia inspira hondo por la nariz y después asiente.
—Está bien. Creo que me vendría muy bien una opinión o un consejo al respecto.
Unos minutos después, estamos en la cocina de mi apartamento. Ella permanece sentada en la barra americana con el tarro de helado y una cucharilla en las manos, y yo me quedo de pie, apoyando todo el peso de mi cuerpo contra la encimera mientras cruzo mis brazos sobre mi pecho desnudo.
—¿Y bien? ¿Qué te ha llevado a estar así?
Me mira y desvía la vista a otro lado, a la vez que se saca la cucharilla de la boca tras degustar un poco de helado. Se aclara la garganta antes de hablar.
—Tyler —murmura por lo bajo.
¿Y por qué no me sorprende? Sabía que él tendría algo que ver con sus lágrimas.
Miro hacia abajo, niego con la cabeza y dejo escapar una risa que no pretende ser graciosa en absoluto. Reflexiono un momento antes de lanzar la pregunta.
—¿Después de tantos años todavía sigues así por él?
Sus labios se contraen en una mueca indescifrable mientras levanta sus ojos hasta cruzarse con mi mirada.
—En realidad no —dice negando—. Había aprendido a sobrevivir sin saber nada de él durante todo este tiempo, pero esta noche hemos vuelto a hablar después de cinco años y todo ha sido tan... no sé, tan...
Lo pillo. Sí, no soy idiota y lo pillo. Ella sigue enamorada de algún modo de ese tipo por el cuál la he visto sufrir más veces de las que el probablemente merecía.
Mierda. ¿Y por qué estoy haciendo yo el papel de amigo que sabe escuchar los fracasos amorosos de una tía? Este no es mi papel. Este no soy yo. Yo suelo ser el otro; el que hace daño, el que decepciona a las chicas, el mujeriego que se convierte en el perfecto cabrón que rompe sus corazones sin pestañear y las acaba abandonado porque no quiere compromisos.
Olivia me hace un resumen de todo lo que ha ocurrido con ese tal Tyler y termina explicándome también que se acaba de enterar de que no son hermanos de verdad.
—¿Y qué más da? —le digo, y es lo que pienso en realidad.
¿Qué sentido tiene sufrir por cosas que ocurrieron hace más de cinco años atrás? O sea, quiero decir, evidentemente tiene que ser un chasco enterarte así de golpe, de que tu padre no es tu padre biológico y eso, pero para mí no tiene ningún sentido sufrir por alguien que se aleja de tu vida sin que lo eches. Ese tal Tyler se lo pierde, ¿no? Al menos yo siempre he pensado así.
La veo reprimir un suspiro antes de clavar la cuchara en el tarro de helado con desgana.
—Sí da, Cameron, porque eso lo cambia absolutamente todo entre él y yo.
—¿Tú crees? —digo con ironía.
Olivia se tensa ligeramente.
—Tú no lo entiendes —concluye.
—En eso tienes razón —admito acercándome hasta ella y sentándome a su lado. Le robo la cuchara de las manos y tomo una buena porción de helado con ella—. No lo entiendo. No entiendo cómo puedes dejar que tu mundo se venga abajo de esta manera por un tipo que aun escuchándote suplicar al teléfono no duda en colgarte, después de cinco años sin haber tenido noticias tuyas. No entiendo cómo es posible que te abandonase y renunciase a todo por el simple hecho de descubrir que erais hermanos. ¿Crees que eso es amor? Yo no sé mucho del amor, vaya, pero no creo que ese sea motivo suficiente para abandonar a la persona que supuestamente amas tanto.
—A él eso siempre le pareció una barrera para nuestro amor —afirma Olivia acomodando un mechón de pelo detrás de su oreja.
—Y a mí sólo me parece una excusa barata. Que seáis hermanos sólo cambia una condición circunstancial entre los dos, pero no debería de haber cambiado el sentimiento.
Olivia frunce el celó contrariada.
—¿A qué te refieres?
—A ver —digo pensando un poco antes de continuar con mi explicación—. Eso es como si yo conozco una chica, casualmente nos enamoramos y de pronto ella descubre que soy stripper. Puede que sea un impacto para ella al principio o que incluso le cueste aceptarlo, pero sólo cambiaría la condición circunstancial entre nosotros dos. El amor debería permanecer intacto, ¿entiendes? Si me abandona por la condición circunstancial de stripper, es que simplemente jamás me amo y por lo tanto, no merecería la pena.
La veo mirarme como si estuviese analizando el ejemplo que le acabo de dar.
—Yo sé que él me quiso más que nada en el mundo.
—No más que la condición circunstancial, rubia. De lo contrario estaría aquí y no con otra chica.
Sé que mis palabras le queman. Lo noto en su expresión contraida y en el turbio de sus ojos. Por ello, decido cerrar el pico y dejarlo estar. Ninguno de los dos dice nada más durante una eternidad hasta que unas voces interrumpen el silencio cómodo que estábamos compartiendo.
—¡Oh, Dios mío, sí! ¡Fóllame así, Alan! ¡Fóllame duro!
Lo mato... lo he de matar. Un día de estos voy a cometer un asesinato con mi amigo por traerse a las chicas más escandalosas del mundo entero a casa para acostarse con ellas.
Olivia me mira con los ojos abiertos de par en par y una sonrisa se dibuja en sus labios. Menos mal que parece no habérselo tomado mal.
—¡Madre mía! —exclama llevándose las manos a la boca para tratar de retener una carcajada—. Van a despertar a todo el barrio.
—¿Quieres que te folle así, nena? ¿Eso quieres?
—¡Sí! ¡Quiero que me folles exactamente así!
Resoplo y me retuerzo con cierta incomodidad.
¡Puto follador! No debería compartir piso con él. Esto parece un maldito burdel.
—Oye, siento que tengas que escuchar estas cosas, de verdad —me disculpo frotándome la nuca un tanto avergonzado.
Ella me mira divertida y se encoje de hombros.
Dios, es tan adorable cuando sonríe así.
Nos quedamos otro largo rato en silencio, comiendo helado, mientras tenemos de fondo la romántica y nueva canción pegadiza del verano de Alan y Belinda, titulada " Fóllame así, sí, fóllame más".
Estoy mirando al frente mientras jugueteo con la cuchara en la boca cuando siento su mano apretar la mía. Giro la cabeza y miro a Olivia a los ojos.
—Cameron, si te pido algo, ¿lo harías? —pregunta retirando su mano de la mía.
Saco la cuchara de la boca para responder.
—Claro, dime.
—Llévame esta noche a bailar. Quiero que me lleves a uno de esos sitios donde la gente baila con lujuria y pasión sin importarles nada más. Uno de esos sitios donde la gente se olvida hasta de su propio nombre. ¿Conoces un sitio así?
Me quedo boquiabierto con su petición, porque juro que es lo último que creí que me pediría esta noche.
—Pero si tú no sabes bailar, rubia —me limito a responder.
—Te sorprendería ver lo que el vodka azul es capaz de hacer conmigo —asegura.
No entiendo exactamente a que sé ha referido con eso último que ha dicho, pero accedo.
Esta noche haré culquier cosa que ella quiera o que me pida, y si ella quiere ir a bailar lujurioso y pasional pues... iremos a bailar lujurioso y pasional, hasta que nos olvidemos de nuestros nombres.
¡Hola personitas!
🕺🏿💃🏼🕺🏿💃🏼🕺🏿
¡Me adelanté! Quería regaralos el capítulo antes del sábado, así que esto es porque os lo merecéis TODO ♥️
Espero que os haya gustado la sorpresa.
Como ya os dije, habrá tres partes de "Noche de locuras" y como el propio título indica, ya podéis imaginaros que van a ser bien moviditos 😱😱😱
Bien, pues ya habéis descubierto que Cam es inocente, y aquí todas queriendo repartir chancletazos al pobre 🙄🙄🙄
El chico parece que tiene ciertos sentimientos por nuestra estrellita brava y no lo quiere reconocer. Que ternurita 😍 ¿Qué pensáis vosotros?
⭐️Acuérdate de darme la estrellita de la felicidad 👍🏻
⭐️Gracias por dejarme preciosos comentarios que adoro leer, tanto como comer chocolate 😍🥰
⭐️No te olvides de buscar mi grupo de facebook para enterarte de todo y recibir pequeños adelantos de los capítulos 😱
DEDICATORIA:
Hoy sí. Ya le tocaba porque me lo pidió hace mucho tiempo y se lo debía. No por el simple hecho de debérselo, que también, sino porque es una fiel lectora que siempre tiene buenas palabras para mí y es muy activa en mi grupo de facebook 👏🏻👏🏻👏🏻👏🏻
Te adoro!!!! ♥️♥️♥️ Mil millones de veces, gracias por tu apoyo incondicional. Tengo muchísima suerte al tener lectoras como tú, de verdad. ¡GRACIAS! No eres la única lectora argentina que tengo, pero ya eres una de las más especiales, eso no lo dudes 😘
Pd: Las pijas también son felices, y si pueden ir a mover el esqueleto, lo son mucho más.
¡Besos grandiosos! 😘❤️
Nos vemos en la próxima actualización
Sarhanda
BÚSCAME
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