01 | Acabas de venderle tu alma al diablo
SEVILLA, ESPAÑA 🇪🇸
SÁBADO 7 DE DICIEMBRE
Esa mañana, Emilia fue la última en levantarse.
Caminaba descalza por el pasillo, arrastrando los pies y aún medio dormida cuando casi se cae al tropezar con un reno gigante tirado en el suelo, a medio montar. El personal encargado de la decoración navideña ya había llegado, y la casa estaba repleta de adornos.
El lugar parecía haber sido invadido por un ejército de elfos navideños.
Cuando entró al comedor, vio a su hermano menor, Álvaro, mordisqueando un trozo de roscón de reyes antes de que su madre pudiera regañarlo. Cristina estaba sirviéndose un poco de jugo de naranja, y André, el mayor de los hermanos, tomaba café mientras revisaba algo en su celular.
―Por fin se despertó la hija de Rockefeller ―comentó André, burlándose de ella.
―Buenos días ―murmuró, dejando escapar un bostezo.
―¿Qué tal, cariño? ―preguntó Brenda, su madre, levantando la vista del periódico para mirarla, ―¿descansaste bien?
―Sí, mamá ―respondió ella, mientras se servía jugo, ―aunque me costó un poco dormir con tanto ruido.
Brenda asintió.
―Bueno, es importante tener la casa arreglada antes de la gala. Además, seguro que la bruja de Isabel viene a presumir que tiene su finca tiene un árbol mejor que el nuestro ―agregó Francisco.
Por supuesto, la gala.
Lo que realmente definía esta temporada era la tradicional gala benéfica que los Cifuentes organizaban cada 20 de diciembre. El evento, creado por sus padres para apoyar a los jóvenes talentos en el deporte, se había convertido en una de las celebraciones más esperadas.
―¡¿Invitaste a Isabel a la gala?! ―exclamó, casi ahogándose con el emparedado.
―Yo no, reclámale a tu mamá.
Emilia arqueó una ceja.
―Cariño, sé que no te agrada, pero no podemos excluirla ―dijo la matriarca, intentando razonar.
―Es muy entrometida. ¿Acaso olvidaste la vez que les inventó a todos que André vendía drogas? ―se cruzó de brazos, y Cristina tuvo que reprimir las ganas de reírse.
―Lo sé... pero es familia, debemos ser corteses ―respondió, aclarándose la garganta antes de seguir hablando. ―Y ya que tocamos el tema de tu tía, solo como una sugerencia, podrías invitar a alguien que parezca... interesante. Un amigo, un acompañante, alguien que te mantenga ocupada.
―¿Y quién? ―bufó, recostándose en el respaldar de la silla. ―Mis amigos están ocupados con sus propias familias. Además, no necesito inventarme una pareja para impresionar a Isabel.
―No es para impresionarla, es para que te sientas más cómoda ―respondió con calma, mientras tomaba un sorbo de su café.
―Si quieres, puedo hacerte una lista de hombres solteros y exitosos, siempre hay uno dispuesto a ayudar en situaciones como esta ―dijo su hermana mayor, bromeando.
―Ya se me ocurrirá algo, aunque sea a último momento ―repuso la sevillana, encogiéndose de hombros.
La plaza estaba atestada de personas que se movían con prisa. Emilia se apresuró hacia la tienda donde tenía que recoger un encargo especial.
Había esperado seis meses para recibir unos adornos de cristal personalizados, hechos a mano en una casa navideña en Finlandia. Eran pequeños tesoros que había mandado a hacer especialmente para el árbol de la gala, y cada uno llevaba una delicada inscripción con los nombres de los miembros de su familia.
Justo cuando estaba cruzando entre dos filas de coches, un balón de fútbol salió disparado de la nada y la golpeó en el brazo con suficiente fuerza para hacerle soltar la bolsa que llevaba. El sonido del vidrio quebrándose contra el pavimento la hizo darse cuenta de la magnitud de la catástrofe.
―¡No puede ser! ―exclamó, agachándose rápidamente, con la esperanza de que al menos algunos de los adornos se hubieran salvado. Pero no.
―Lo siento muchísimo, no quise golpearte ―dijo una voz masculina, detrás de ella.
Emilia levantó la vista, enfurecida. El joven que había pateado el balón se acercaba con las manos alzadas en un gesto de disculpa. Lo reconoció al instante: Pablo Gavi.
―¡Claro, porque patear balones en una calle transitada es lo más lógico! ―espetó, con evidente molestia.
Gavi parpadeó, algo nervioso. También la reconoció. Emilia Cifuentes, la hija del prestigioso abogado Francisco Cifuentes, un patrocinador del Barça. La había visto varias veces en el palco VIP del estadio, siempre acompañada por su familia, aunque nunca habían hablado.
―De verdad lo lamento, déjame compensarlo ―dijo rápidamente, tratando de calmar la situación.
―¿Compensarme? ―replicó ella, cruzándose de brazos ―¿tienes idea de cuánto me costaron?
―Entonces dime el precio, yo te compro otros.
―Por supuesto, puedes ir a Finlandia a encargarlos para la próxima navidad ―comentó sarcásticamente, ―eran únicos, no existen otros iguales.
Pedri, que estaba con Gavi, se había quedado atrás, observando desde la distancia. Era evidente que disfrutaba del espectáculo.
―Oye, sé que estás enojada ―continuó el futbolista, tratando de calmarla ―quizá no pueda reemplazar lo que rompí, pero déjame arreglarlo de alguna manera, lo que sea.
Ella suspiró, dejando caer los brazos a los costados. De repente, una idea comenzó a formarse en su mente.
―Ahora que lo mencionas... puede que haya algo que puedas hacer ―dijo, con una leve sonrisa en su rostro mientras lo miraba directamente a los ojos.
―¿Qué necesitas? ―preguntó serio.
Emilia tomó un momento para considerar sus palabras, entrecerrando los ojos como si estuviera evaluando la mejor forma de presentar su propuesta.
―Necesito... que seas mi novio ―declaró finalmente, con una mezcla de determinación y algo de diversión mal disimulada.
El rostro de Gavi pasó por una serie de emociones: confusión, incredulidad y, finalmente, un leve rubor.
―¿Perdón? ―balbuceó.
―Fingido, obviamente ―aclaró.
―¿Fingido? ―repitió, como si necesitara escuchar que había escuchado bien.
―Sí. Tengo una familia grande, caótica y muy entrometida. En especial mi tía Isabel, que no sabe hacer nada más que avergonzarme frente a todos. Si tú finges ser mi novio durante las fiestas, me ahorrarás semanas de preguntas incómodas y comentarios pasivo-agresivos.
―Espera, espera... ―Gavi levantó las manos, intentando frenar la conversación ―¿por qué yo?
―Porque fue tu pelota la que rompió mis adornos navideños.
Él la miró como si estuviera esperando que de un momento a otro ella empezara a reírse y dijera que todo era una broma. Pero Emilia no parecía estar bromeando.
―¿Estás... estás hablando en serio?
―Muy en serio ―respondió ella, con un tono firme, ―piensa en ello como tu oportunidad de redimirte, una especie de servicio comunitario por los adornos que rompiste.
Gavi dejó escapar un suspiro y pasó una mano por su cabello.
Sonrió un poco al mirarla. ―Está bien... lo haré. Pero que quede claro: solo porque fue mi culpa lo de los adornos.
―Perfecto ―respondió Emilia, sonriendo triunfalmente mientras sacaba su teléfono ―dame tu número, tenemos que organizarnos.
El muchacho, todavía en estado de incredulidad, le dictó su número. Ella lo guardó y luego le envió un mensaje para asegurarse de que lo tuviera.
―Nos vemos mañana a las tres en "El Jardín". Tenemos mucho que discutir.
Con eso, Emilia se giró y se marchó, dejando a Gavi plantado en medio de la calle, todavía procesando lo que acababa de suceder.
De repente, Pedri, que había estado escondido durante todo ese tiempo, observando la escena con una sonrisa divertida, salió de su escondite y se acercó. Le dio un par de palmadas en el hombro a su amigo, conteniendo apenas la risa.
―Tío, acabas de vender tu alma al diablo cambio de unos adornos de cristal.
―¿Qué quieres que te diga? Esa chica sabe cómo salirse con la suya.
―Kala's note:
Sí, lo sé, esto está súper random, pero tengo dos excusas: adoro el trope de fake dating y amo la Navidad con todas mis fuerzas.
Solo para aclarar, sé que quizá la historia puede parecer ir un poco rápido, pero a la vez algo lento en algunos momentos. Es intencional, porque esta historia está pensada como una rom-com ligera y breve, un tipo de relato que se lee como una película navideña de esas que siempre ponen en diciembre. Es decir, divertida, entretenida y con esa chispa de romance desenfadado.
Espero que les guste este pequeño viaje navideño lleno de nieve (aunque no haya mucha en España). Espero que les guste.
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