Capítulo XXXV

¿Qué se puede hacer cuando se tiene el corazón roto y la dignidad por los suelos?

Aquella pregunta no salía de su mente, mientras permanecía de costado en la cama, viendo fijamente la ventana a través de la cual solía ver el amanecer, sin ánimos de hacer nada más que quedarse encerrada para siempre.

—Cariño, levántate —le pidió Noah, adentrándose en la habitación. —. Vamos.

Él la ayudó a incorporarse en la cama, y ella se sentó, pese a que sentía que no tenía la fuerza para hacerlo; su mirada estaba puesta en una esquina, incapaz de ver a su padre a los ojos, mientras la vergüenza cubría su rostro. Intentó contenerse, ser fuerte, pero sus ojos se cristalizaron, y una vez que una lágrima traicionera rodó por su mejilla, se le fue imposible detener las que le seguían, y las fuertes arcadas que la invadieron.

—Tranquila, amor, tranquila —dijo, mientras tomaba el pequeño cubo de basura que Evonne mantenía en su habitación y lo acercaba a ella para que pudiera vomitar.

La fuerza que hacía, en combinación con el nudo que tenía en su garganta a causa del llanto, provocaban fuertes alaridos que le estrujaban el corazón a su padre, quien se sentía impotente por no poder hacer más que verla sufrir de esa manera; castigándose a sí misma, durante los últimos cinco días, recluida en aquella habitación.

—Todo estará bien, hija —acarició su espalda con ternura, mientras ella lloraba a voz en cuello.

—¡Nada estará bien! —dijo con la voz entrecortada por el llanto, empujando el bote lejos de ella. —. Nada de esto estará bien.

—Evonne...

—¿Por qué no estás enojado? —gruñó, frustrada, sintiendo una terrible opresión en el pecho. —. Mamá estaría muy decepcionada de mí.

—Evonne, basta... es tu dolor el que habla.

Ese era el tema que ambos habían evitado.

—No es mi dolor, es la realidad; y nada de lo que digas podría cambiarlo. Soy una...

—No te atrevas a decirlo —la señaló con el dedo, reflejando mucha impotencia. —. ¿Por qué habría de estar enojado? No soy quien, para juzgarte, yo no estuve con ustedes al cien por ciento, no las cuidé como debía. Y-Yo, yo no cuidé de ti, pequeña —su voz se quebró. —. Y tendré que vivir con esto por el resto de mi vida, al igual que tú.

Su rostro se frunció nuevamente, mientras incesantes sollozos se escapaban de sus labios, haciéndolo sentir abrumado, y realmente abatido. Se culpaba por todo, en especial porque no había necesidad de que Evonne le contara lo que tuvo que pasar con aquel abusivo hombre, para saber que debió haber sido un verdadero infierno.

No la protegió. Y el pensar en eso era algo que lo consumía por dentro, y lo llenaba de ansiedad.

Del otro lado de la puerta, la pequeña Loa permanecía sentada en el suelo, escuchando con pesar el llanto de su hermana. No entendía lo que pasaba, no sabía porque Evonne no salía de la habitación, ni el motivo por el que Caleb no había regresado a la casa.

Creyó que quizás por eso su hermana estaba tan triste, lo extrañaba tanto como ella; y pensó en que lo mejor sería buscarlo, y traerlo de regreso, para que Evonne ya no llorara más.

Y, con esa idea en la cabeza, corrió hacia la habitación de su padre y buscó en el lugar en donde ya sabía que él guardaba el dinero, para tomar un poco y pagar el pasaje del autobús. No sabía dónde encontraría a Caleb, quizás estaría en la plaza, como la primera vez que lo vio, conocía el camino desde la parada del autobús hacia ese lugar, por lo que no tendría problemas en llegar.

—Te prometo que lo traeré de regreso. —murmuró la pequeña, de pie frente a la habitación de su hermana mayor, para luego bajar corriendo las pequeñas gradas.

En el interior de aquella habitación, Evonne le pidió a su padre que la dejara sola; Noah sabía que no podía hacerla sentir asfixiada, ya que eso empeoraría la situación, por lo que decidió marcharse e ir a su habitación a encerrarse también y así poder descargar todo el dolor y la furia que sentía, golpeando la pared, mientras presionaba los dientes con fuerza, intentando no gritar de frustración.

Necesitaba con urgencia algo que adormeciera sus sentidos, necesitaba calmar la ansiedad que lo invadía, y la opresión que comenzaba a asfixiarlo, impidiéndole respirar tranquila...Necesitaba un segundo de paz.

Tomó una chaqueta y se apresuró a salir de la habitación, necesitaba aire fresco, o terminaría enloqueciendo. Al llegar a la acera, guardó las manos en sus bolsillos, suspirando hondo; y observó en derredor, viendo aquellas viejas calles en las que sus pequeñas niñas crecieron, jugando, corriendo de un lado a otro, tan lindas e inocentes. ¿Cómo no había cuidado de ellas como debía hacerlo?

Decepcionado y martirizado, comenzó a andar sin un rumbo fijo, huyendo de sus problemas, como siempre hacía.

Luego de un par de horas, Evonne tomó el valor suficiente para incorporarse, viendo la pantalla de su teléfono celular y llorando al ver la cantidad exagerada de mensajes y llamadas por parte de Caleb. No entendía como era que él podía seguir llamándola, luego de las cosas tan horribles que había hecho. ¿Qué veía en ella? Lo único que tenía era toda la basura que arrastraba consigo.

"Te quiero, por favor, déjame verte"

Aquellas letras estrujaban su destrozado corazón, mientras apagaba la pantalla y lanzaba el aparato contra la almohada. No podía, simplemente no podía responderle, no podía ni siquiera verlo a la cara sin recordar aquella bochornosa situación que le había hecho pasar.

Se sentía asqueada, y derrotada, estaba avergonzada, pero sabía que no podía quedarse encerrada en aquella habitación, ni enterrar la cabeza en la tierra como un avestruz, porque tenía una familia que dependía de ella. Sorbió su nariz y limpió una última lágrima que rodaba por su mejilla, antes deponerse de pie, un tanto tambaleante, para encaminarse hacia el baño y darse una ducha con agua fría.

Llorar... aquello era algo que no podía evitar cada vez que recordaba lo ocurrido. La forma en que Bellamy la había tratado, lo que había hecho, era una pesadilla, y no necesitó abusar sexualmente de su cuerpo para romper su alma.

La había quebrantado, como quiso hacerlo desde el primer día cuando la trató como si fuese un animal.

Una vez que cerró el agua del grifo y salió del cuarto de baño, alcanzó a escuchar el sonido de la puerta al ser golpeada. Frunció el entrecejo, creyendo que se trataba de alguno de sus amigos, a quienes también les había pedido espacio; esperó a escuchar que su papá, o Loamy, atendieran a la puerta, pero ninguno de los dos parecía estar disponible.

Se vistió con prisa, para luego salir de la habitación, llamando a su familia, pero nadie respondió. Llegó hasta la puerta, y abrió sin siquiera preguntar, encontrando del otro lado a la elegante y esbelta mujer que extrañamente la visitaba.

—¿Qué haces aquí? —preguntó, casi sin voz, mientras se abrazaba a sí misma.

—¿Por qué no contestas el teléfono? —inquirió, ingresando en la vivienda sin esperar a ser invitada.

Evonne la observó con desconcierto, antes de ver en el exterior de su casa su costoso y fino auto estacionado. ¿Estaba loca? No podía entrar a su barrio en ese tipo de auto.

—Tienes que irte —dijo, con un hilo de voz, girándose hacia ella. —. No es seguro...

—Sé que llevas días sin responderle el teléfono a Caleb, la misma cantidad de tiempo que él lleva sin siquiera dar señales de vida para su familia —comentó, girándose para enfrentarla. —. Tenías que arruinarlo todo, ¿verdad?

—Y-Yo... —tartamudeó.

—Te dije que te alejaras, niña, pero no me hiciste caso. Cuando mencioné que ni tú, ni tu familia, ni este lugar le convenían, lo decía en serio, esto es más grave de lo que piensas.

La confusión pintó un cuadro en su rostro, mientras veía a la alterada mujer frustrarse cada vez más.

—No sé de qué hablas, Nickolle —se atrevió a responder, cohibida. —. Yo no quiero herirlo...

—¿No crees que ya es demasiado tarde para eso? Y lo peor es que, de todos los hombres con los pudiste involucrarte, tenías que engañarlo con su amigo.

Su cuerpo entero se estremeció al oírla, y la opresión en su pecho se intensificó.

—N-No lo engañé —respondió, con un hilo de voz. —. Conocí a Bellamy antes de salir con Caleb.

Ella la observó con desdén, soltando un ligero bufido. Y, debido a su actitud, Evonne pudo suponer que todo aquello iba más allá de los sentimientos de Caleb, también estaba involucrada una verdad oculta.

—Tú eres la mujer de quién hablaba, ¿no es cierto?

Ella frunció el ceño en desconcertó, mientras retrocedía un paso. Presionó los labios con fuerza, y desvío la mirada, siendo la primera vez que aquella altanera mujer inclinaba la cabeza.

—¿Qué?

—Por la forma en que lo defendiste, la manera en que se trataban es más que claro que eres la persona de quien él está enamorado. Bellamy es el resultado de lo que tú creaste, busca llenar el vacío que dejaste... ¿para qué lo adiestraste a tu manera si luego ibas a abandonarlo?

—No sabes de lo que hablas. —rebatió.

—Claro que lo sé, eres mayor que él, te obsesiona la lencería y sabrá la vida qué clases de prácticas, con violencia incluida te gustan; lo involucraste en ese mundo, y luego lo dejaste ahí y rompiste su corazón al rechazarlo para casarte con alguien a quien claramente no quieres, pero te trae estabilidad económica —sorbió su nariz, viendo con enojo a aquella mujer. —. Yo no estuve con Bellamy porque lo quería, ni porque me gustaba, sino porque necesitaba el dinero para mantener a mi familia, así que debes saberlo, antes de odiarme por alguien como él, una bestia. Tú y él siguen siendo el uno para el otro.

Ya no era consiente de qué estaba diciendo. Era difícil argumentar cuando se estaba tan inestable, por lo que solo cobró el poco valor que le quedaba, y se encaminó hasta la puerta para abrirla nuevamente y señalar el exterior.

—Ahora, tienes que irte con ese auto de este barrio, antes de que los pandilleros intenten algo.

Nickolle amplió los ojos, aterrorizada, y no fue capaz de refutar sus acusaciones, ni negarle aquella verdad. Sin decir más, se encaminó hacia la puerta, sacando las llaves de su auto para marcharse.

Evonne cerró la puerta de golpe, y se recargó contra ella, cubriendo su boca para acallar sus fuertes sollozos. Aquella conversación, y el haber puesto a Nickolle en su lugar, lejos de traerle satisfacción solamente agobiaban su alma. Se sentía vacía.

Observó a su alrededor, notando que todo estaba en perfecto orden y demasiado silencio, y comenzó a preguntarse qué había sido de su familia, hasta que un sonido hueco proveniente del porche la hizo sobresaltarse.

—¿Papá? —exclamó, asustada, al verlo en el suelo, una vez que abrió la puerta y se apresuró a correr hacia él para auxiliarlo. —. ¡Papá, Dios mío! ¿Qué sucedió?

El corazón se le aceleró en el pecho mientras lo giraba para revisar que no estuviese herido, la idea de que hubiese sido agredido por alguien en la calle no salía de su cabeza, aterrorizándola. Pero, solo bastó con que su olor se colara en sus fosas nasales para entender lo que estaba pasando.

—¡Santos cielos, papá! —gritó con frustración y dolor. —. ¿Estás ebrio? ¿Cómo pudiste hacernos esto? —gruñó, apartándose de él.

—N-No, hija —dijo, con voz adormilada, en tanto se giraba hasta quedar boca abajo e intentaba arrastrarse hacia ella. —. Todo lo que pasó fue mi culpa, pero no te preocupes, papá te cuidará como cuando eras una pequeña.

Gruesas lagrimas se deslizaban por sus mejillas, ¡Como si su dolor y pena no fuese suficiente! Ahora agregarle el ser la culpable de la recaída de su papá.

—¿Dónde está Loamy? —observó en derredor, con angustia. —. Papá, ¿dónde está Loamy?

—Estaba aquí cuando me fui —dijo, poniéndose de pie, tambaleante. —. No la vi, pero creo que estaba ahí adentro.

Un sentimiento de ira la consumió en ese momento. Una cosa era que se embriagara, pero el que no vigilara a su hija, era algo imperdonable. ¿Así decía que ella podía marcharse en cualquier momento? Era claro que no sería capaz de cuidar de Loamy.

Lo pasó de lado para correr hacia la calle y comenzar a llamar a su hermana, buscó varias cuadras, y en la casa de algunos vecinos, hasta que cayó en cuenta de que, en definitiva, Loamy no se encontraba en el barrio. Alguien comentó haberla visto en la parada de autobuses, y eso fue suficiente para que ella perdiera la cabeza.

Volvió a casa con prisa, a buscar su teléfono y algo de dinero para ir al centro, pronto serían las cinco de la tarde, y comenzaría anochecer, debía encontrar a su hermana antes de que eso pasara.

—Hija...

—¡¡Eres un desastre, papá!! Por eso mamá me pidió cuidarlos, no tenía ninguna esperanza en ti. —escupió airada, mientras lo pasaba de lado para marcharse.

Corría por las calles, con el corazón latiendo en su garganta y las lágrimas quemando en sus ojos; tenía que llegar pronto a la parada de autobuses, porque el siguiente saldría media hora después. Y mientras avanzaba por aquellas viejas y solitarias calles, se arrepintió de haber dejado que el enojo y el miedo la consumieran, llevándola a hablarle de esa manera tan cruel a su padre.


Pero no podía regresar a pedir perdón. Necesitaba encontrar a su hermana.

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