Capítulo XVI

Evonne se encontraba perdida en sus pensamientos mientras terminaba de secar y colocar algunos platos en la cocina del restaurante. Observaba, distraída, el agua que salía del grifo, sintiéndose realmente terrible luego de lo ocurrido con Loamy y Caleb; pero, si era honesta, las palabras de su hermanita, y la mirada que él le dedicó, le habían afectado más de lo que esperaba, ya que le recordaron lo miserable que era su vida. No le sorprendía que James hubiera preferido no volver a Central City, no había nada que valiera la pena en ese lugar.

Su celular sonó con un mensaje entrante, y ella frunció el ceño en confusión ya que no lo esperaba. Tomó una toalla para secar sus manos, mientras intentaba pensar de quién podría haberse tratado, y un fuerte escalofrío recorrió su cuerpo al imaginar que posiblemente se trataba de aquel hombre. Su corazón comenzó a latir fuerte ante el miedo que el solo pensamiento le causaba.

Observó la pantalla de su celular y un ligero suspiro brotó de sus labios una vez que confirmó que no era él, pero aquel alivio abandonó su cuerpo al instante en que leyó un mensaje de Miss Angélica, quien le pedía llegar lo más pronto que pudiera a la academia de baile.

—¿Todo bien, Evon? —inquirió Romeo, cuando la vio salir de la cocina.

—No lo sé —murmuró. —¡Adrián...!

—Déjame adivinar, Evonne, ¿tienes que irte? —cuestionó el hombre, quien se encontraba sentado en la mesa más cercana a la barra.

—Me llamaron de la academia de baile, al parecer Loamy no se siente bien.

El hombre rodó los ojos, para luego suspirar con irritación. Ya se sentía cansado de todo lo que ocurría con esa chica, era más lo perdía que lo que trabajaba en ese restaurante. Por Dios, tenía los beneficios de una mujer en estado de lactancia, teniendo tiempo libre para ir a darle de comer a una niña que, a su parecer, ya estaba bastante grandecita.

—Por favor, Adrián, te prometo que me repondré.

—Puedes irte, Evonne.

—Muchas gracias —sonrió. —. Te prometo que...

—No me prometas nada, puedes irte, estás despedida.

—¡¿Qué?! —saltaron Romeo e Ivana a sus espaldas.

—Adrián, yo no puedo... por favor, este es el único sustento que tiene mi familia y...

Él la observó con una mirada de fastidio que la hizo cerrar la boca, sabiendo que en esa ocasión realmente lo había hecho enfadar. Bajó la mirada y asintió con la cabeza, resignándose a perderlo todo.

—Adrián... no puedes despedir a Evonne —insistió Ivana. —. Puedo tomar su carga, divide mi paga entre ambas, no te costará nada.

—Ivana, no dejaré que hagas eso

—Yo haré lo mismo, divide nuestras pagas entre los tres. Y si al final del día, el doble esfuerzo que pongamos nosotros no es suficiente, puedes despedirnos.

—¡¿Qué?! —cuestionó Evonne, estupefacta. —. No los dejaré hacer eso.

¿En qué pensaban? Todos necesitaban ese sueldo.

—Adrián, por favorcito —insistió Ivana, agudizando su voz. —. Vamos, te prometo que no te defraudaremos.

—Ustedes saben a lo que se meten, ¿no? No tendrán descanso hoy hasta las siete de la noche.

—Sabes qué es lo que pasa, hombre, se trata de nuestra niña. Por ella, todos daríamos la vida. —dijo Romeo.

—Bien, pero esta será la última vez que acepto algo como esto, una más Evonne, y estarás despedida. Tienes que organizar tu vida.—sentenció, antes de levantarse de la mesa para retirarse.

—Velho idiota —masculló el pelirrojo en portugués, ganándose una mirada llena de sorpresa por parte de sus amigas. —. Puedes irte Evonne, y por favor, llámanos para avisarnos del estado de Loamy.

—Cuídala y cuídate —pidió Ivana, mientras la abrazaba. —. Anda ve, que el pelirrojo brasileño y yo nos encargamos de todo.

***

Evonne llegó corriendo a la academia, se sentía agotada y su respiración era entrecortada, pero aun así no se detuvo. El mensaje que había recibido por parte de miss Angélica no le explicaba qué había ocurrido, solamente decía "tu hermana está enferma, ven lo antes posible", y esas simples palabras fueron capaces de mover todo dentro de ella, haciéndola sentir angustiada. Quería saber qué había pasado, y tenía miedo de que Loamy se hubiese lastimado.

—¡Ya estoy aquí! —exclamó al cruzar la puerta del salón, ganando la atención de las niñas que se encontraban estirando.

—Evonne, hola. —saludó la mujer de acento francés, mientras se acercaba.

—Miss Angélica, ¿cómo está Loa?

—Mal, no ha dejado de llorar desde que te fuiste, y tiene temperatura alta.

—¡Mi Dios!, ¿qué tendrá? —cuestionó, angustiada.

—No lo sé —expresó igual de confundida. —. Effondré... m-me temo que haya colapsado.

—¿C-Colapsado?

La mujer desvío la mirada hacia las niñas que se encontraban ya ensayando luego de estirar, se volvió hacia ella y le hizo un gesto con la cabeza para que la siguiera. Evonne no lo dudó ni un segundo, y rápidamente avanzó tras ella por el pasillo que las dirigiría hacia la enfermería.

—Loamy es tan disciplinada y pone tanto esfuerzo y pasión a la hora de bailar que siempre logra sorprenderme —comentó, mientras andaban. —. Se sabe a la perfección todos los pasos.

—Sí, acostumbra a mostrárselos a papá cuando vuelve a casa.

—Lo imagino —la mujer sonrió. —. Es tan perfecta cuando baila, que muchas veces olvidamos que solo es una niña de cinco años, es mucha la presión... Evonne, no la traigas mañana a ensayar, que se tome unos días.

—¿Qué? —frenó de golpe. —. Miss Angélica, esto es todo para ella, no puede sacarla de la presentación.

—No lo entiendes, Evonne —rio. —, no la estoy sacando de la presentación. Solo pienso que merece unos cuantos días de descanso, está agotada. Además, no creo que le afecte mucho, va muy avanzada.

Ambas se detuvieron frente a la puerta de la enfermería.

—Solo deja que descanse unos días, y luego que vuelva... para que no pierda el ritmo, puede hacer pequeños entrenamientos en casa, pero que no se esfuerce mucho o de lo contrario su descanso será en vano.

—Miss Angélica... ¿por lo menos recuerda porque es que me esfuerzo para que ella pase las tardes aquí? Mi papá no se encuentra bien para cuidarla, y tengo miedo de que ella escape o consuma alguna especie de veneno sin que él se dé cuenta.

La mujer curveó los labios en una pequeña sonrisa, mientras asentía con la cabeza, entendiendo su la posición. Pero Evonne también debía comprender la suya; la niña estaba agotada de su rutina diaria, y realmente necesitaba un descanso de tanto entrenamiento.

Miss Angélica la observó, recordando la primera vez que ella y su hermanita llegaron a la academia; Loamy tenía tres años, era una cosita de lo más pequeña, y aquel bombón de chocolate la llenó de ternura. Pero, a pesar de ello en su academia solamente aceptaban niñas de cuatro años en adelante y eso se lo hizo saber a la desesperada chica que con tanta insistencia le pedía aceptarla.

"Mi madre está enferma, mi padre trabaja y yo tengo que ir a la preparatoria", le contó Evonne en aquel entonces, suplicando, "por favor, tiene que aceptarla, le prometo que es una niña muy lista y ama bailar, no traerá problemas". Su ruego la conmovió, y a pesar de sus reglas aceptó a la pequeña imperativa en su academia. No se arrepentía de ello, había resultado ser un prodigio. Pero, tal y como decía un viejo proverbio, "Mucho de algo, no es bueno", y Loamy ya estaba agotada.

Evonne ingresó en la enfermería luego de terminar de hablar con Miss Angélica, se acercó a la enfermera y le preguntó por el estado de su hermana menor.

—Parece ser tristeza aguda, y el esfuerzo que ha hecho al llorar le ha provocado dolor de cabeza y fiebre alta. Logré que se quedara dormida hace poco.

—Gracias, enfermera. La llevaré a casa y si no mejora al hospital.

—Será lo mejor. Está en el tercer cubículo, creo que no tardará en despertar.

Evonne asintió con la cabeza y luego de agradecerle a la amable mujer se dirigió hacia el cubículo indicado. Al posarse en la entrada, divisó a su pequeña hermana de costado, en posición fetal. Frunció las cejas y caminó hacia la camilla, la observó mejor, y sintió que el corazón se le encogió en su pecho ante aquella triste imagen; Loamy tenía sus ojitos hinchados por las lágrimas, tal y como ella se veía en ese momento, aunque ya comenzaba a notarse menos.

Ella había llorado la noche anterior debido a su corazón roto, pero, no lograba comprender qué había lastimado tanto a su pequeña.

—Mi sol...—susurró, mientras acariciaba su mejilla con ternura. Loamy se removió en la camilla y guío su mano hecha puño hacia su ojo para frotarlo, en tanto se despertaba. —. ¿Cómo estás?

—¿Evon? —susurró con voz suave.

Abrió sus pequeños ojos oscuros y los posó en ella, sorpresivamente para Evonne, su rostro entristeció, antes de que rompiera en llanto.

—Pequeña, ¿qué tienes? ¿Por qué lloras? —cuestionó con angustia, mientras ahuecaba su rostro con las manos y la obligaba a verla a los ojos.

—Ya no me quieres —dijo entre llanto. —. Estás enojada conmigo y ya no me quieres.

—Loa, cielo...

Loamy apartó el rostro de sus manos, para luego girarse en la cama y darle la espalda. Volvió a su posición fetal y continuó llorando, mientras ella la observaba perpleja.

—Amor, ¿qué te hace pensar que ya no te quiero?

—¡Es que ya no me quieres! —chilló, entre llanto.—. Estás enojada por lo que le dije a Caleb.

El llanto de la niña se incrementaba y el corazón de Evonne se encogía en su pecho, con una creciente angustia. Temía que la enfermera entrara y la escuchara decir eso, porque de saber que ella era la culpable de ese estado, seguramente advertirían a servicios infantiles que algo andaba mal en su hogar.

Se inclinó hacia ella y besó su cabello, mientras acariciaba su espalda con ternura.

—Q-Quiero a mi papá. —dijo hipando.

—Te llevaré con él, vamos a casa.

Durante todo el camino de regreso, Loamy no le dirigió la palabra, y ella solamente podía cuestionarse sobre en qué momento la menor llegó a la conclusión de que ya no la quería.

Debió ser la forma en que le habló mientras iban de camino a la academia; era solo una niña y la había reprendido como si fuera una persona mayor que hizo aquel comentario frente a Caleb adrede... le había gritado, cosa a lo que no estaba acostumbrada, por lo que tuvo mucho impacto en ella.

—Loamy... —habló con suavidad mientras ambas iban en el autobús que las llevaría a casa. La niña se encontraba a horcajadas en su regazo, con la cabeza apoyada en su hombro, tratando de dormir. —. Todavía tienes fiebre. —señaló, más para ella que para la menor.

Loamy no respondió, y permaneció con el rostro oculto en su cuello, hasta que llegaron a su destino. Evonne la cargó en brazos todo lo que restaba para llegar a casa, y una vez que entraron al porche, se encontraron a su padre, quien al parecer iba de salida.

—¿Evonne, está todo bien? —cuestionó sorprendido de verlas volver tan temprano. Escuchar el sollozo de su hija menor fue lo que le indicó que algo andaba mal. —. ¿Qué pasó?, ¿se lastimó?

—Pa-pá —sollozó Loamy, mientras extendía sus brazos hacia él para que la cargara.

El corazón de Evonne se encogió en su pecho, ante el vacío que sintió una vez que su padre tomó a Loamy de sus brazos.

—Ya, ya, mi pequeña —susurró, cuando la niña recostó la cabeza sobre su hombro. Y entonces comenzó a andar de un lado a otro, balanceándola y acariciando su espalda con ternura, eso siempre la calmaba.

Noah posó la mirada en ella, cuestionándola respecto a lo que estaba ocurriendo. Pero Evonne no pudo explicárselo, por lo que solo se abrazó a sí misma, antes de negar con la cabeza y retirarse con prisa hacia su habitación.

—¿Quién ama a su hija con el alma? —preguntó Noah, mientras se sentaba en el sofá con la niña en el regazo.

—T-Tú. —sollozó.

—Y, ¿quién ama a papá con todo su corazón?

—Y-Yo —respondió, guiando la manita hacia su mejilla. Sorbió su nariz y esbozó una pequeña sonrisa. —. Te quiero mucho, papito.

—Lo sé, mi sol. Y yo te amo más de lo que puedes imaginar.

Poco a poco Loamy se fue quedando dormida, mientras él la balanceaba y tarareaba una de sus canciones favoritas. Una vez que logró que se quedará profundamente dormida, subió las viejas y estrechas gradas de madera para llevarla hacia su habitación.

—Todo esto es tu culpa. —murmuró Evonne, sorbiendo su nariz.

Noah recostó a la niña sobre la cama, y luego caminó hacia la ventana, frente a la cual se encontraba su hija mayor cruzada de brazos, viendo hacia el exterior.

—¿Me dirás qué ocurrió?

—Cree que la odio. La verdad es que me molesté con ella por decir cosas que no debía, pero...

—¿Y eso es culpa mía?

—Sí lo es —lo confrontó. —. Si no le hubieras mencionado esa estupidez de que necesito un novio, esto no estuviera pasando.

—Evonne...

—Ya me disculpé, ¿está bien? Le dije que lo siento. Pero ella parece estar convencida de que la odio.

Noah suspiró profundo, avanzó hacia ella y la abrazó con ternura atrayéndola hacía él.

—Evonne, tú no eres su madre.

La chica frunció el ceño y alzó la mirada hacia su rostro.

—Ella no te ve como su madre, sabe que eres su hermana y te trata como tal. Intenta jugar contigo, y además se preocupa por ti.

—Tienes temblores, papá. Estás temblando. —comentó, ignorando lo anterior.

—Lo sé.

—¿Adónde te dirigías?

—Evon...

—¿Cómo quieres que no me comporte como su madre cuando soy lo único que tiene? ¡Porque tú, solo te dedicas a escapar de los problemas! —exclamó apartándose de él.

—Lo siento...

—No lo sientas, esfuérzate más —gruñó, antes de girarse para ver a su hermana. —. Iré a buscar medicina para la fiebre. —anunció, limpió su rostro con el dorso de su mano y luego se apresuró hacia la puerta para dirigirse a la farmacia.

Él asintió con la cabeza, antes de encaminarse hacia la cama para hacerle compañía a su hija, quien estaba balbuceando entre sueños.

—Tranquila, mi amor, papá está aquí y no se irá a ningún lado. —dijo, mientras se recostaba junto a ella y la envolvía en sus brazos.

Estaba ardiendo en fiebre; y sabía que era algo que tanto ella, como Evonne, habían heredado de su madre. Si lloraban por demasiado tiempo, terminaban con alta fiebre. Recordó que, en aquel entonces, para él, su esposa era un enigma a causa de eso.

Observó a su hija menor fijamente, y se preguntó en qué momento había crecido tanto, era tan hermosa e inocente. Ella lo amaba, lo amaba a pesar de todos sus defectos y errores, y él quería estar ahí para ambas, pero no sabía cómo hacerlo, y la desesperación que provocaban en él los temblores solamente empeoraba las cosas... solo quería que pararan.

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