Capítulo V
Desastre. Esa era la única palabra capaz de describirla en ese momento.
Sus ojos estaban hinchados, su cabello desordenado y el cuerpo entero le dolía. Fiebre. Un mal momento para enfermarse.
Decidida a no dejarse vencer por un poco de temperatura, se arregló como siempre y se alistó para ir al trabajo. No podía darse el lujo de perder ese día, Adrián no se lo perdonaría.
—Lao, pequeña —le habló, mientras salía del baño. —. Ya es momento de levantarse.
Frunció el ceño en confusión al notar que la niña no se encontraba en la cama como esperaba, y rápidamente caminó fuera de la habitación para ir a buscarla. Al bajar las gradas, pudo escuchar un estruendoso ruido en la cocina, y luego de ver que su padre continuaba dormido en el sofá, con el corazón en la mano, corrió para ir a ver qué ocurría.
—Mi sol, ¿qué haces? —preguntó, sorprendida, al verla sentada en el suelo con la cara y el torso lleno de harina.
—Quería prepararte panqueques, pero me caí. —respondió con tristeza.
—Ay, cielo —dijo conmovida, mientras iba hacia ella para ayudarla a ponerse de pie. —. No tenías que hacerlo.
—Siempre lo haces por mí. —respondió, haciendo un pequeño puchero.
—Bueno, soy tu hermana mayor, es lo que hacemos —la tomó en brazos, luego de sacudirla. —. Ya cuando crezcas podrás hacer cosas por mí, por ahora, déjame cuidarte. —besó su mejilla.
—¡¿Qué pasó?! —cuestionó el padre, llegando a la cocina corriendo, y con la respiración entrecortada por haber despertado sobresaltado.
—Quería hacer panqueques. —respondió la niña, adelantando los labios.
Evonne torció una pequeña sonrisa, mientras dirigía la mirada hacia su padre. Para su sorpresa, no se burló, ni hizo algún comentario sarcástico como normalmente lo habría hecho, solo asintió con la cabeza, se rascó la nuca y se marchó.
—Cariño, tendrás que ducharte de nuevo —le informó, mientras la dejaba sobre sus pies. —. Anda, ya subo a ayudarte.
Una vez que la niña se marchó, ella caminó hacia la sala de estar, en donde su padre se encontraba sentado en el sofá, con la espalda encorvada, mientras frotaba sus sienes.
—¿Ya viste el aviso? —le preguntó, parecía angustiado.
—Sí, papá —suspiró, mientras se sentaba junto a él, evitando mostrarle lo aterrada que estaba también. —. Pero no te preocupes, papá. Hoy pagaré una cuota, no será mucho, pero ayudará a que se tranquilicen.
—¿Qué? —alzó el rostro hacia ella. —. Pero, ¿cómo?
—La fiesta de ayer dejó muchas ganancias —mintió. —. Eran personas de otra ciudad y del extranjero, empresarios derrochadores.
—¿De verdad? —cuestionó, sorprendido. Pero todo rastro de alegría se esfumó de su rostro, mientras bajaba la mirada, avergonzado. —. No deberías tener que cargar con todo esto, Evon.
—Oye —guio la mano hacia su mejilla, para acariciarla con ternura. —. No es tu culpa, ¿está bien?
La tristeza en los ojos de su padre la afligía en gran manera, y más por el hecho de que era algo con lo que él no sabía lidiar. No quería que se deprimiera, no cuando podía decaer sin ningún problema, por vivir en un barrio en donde era más fácil conseguir drogas que comida.
—Nos iremos ahora —le informó, una vez que estuvieron listas. —. Pero tú...
—Me portaré bien —respondió con prisa, tomando su mano y besando sus nudillos. —. Te ves agotada, hija.
—Estoy bien. —respondió, dándole un ligero apretón de manos.
Tomó la mano de su hermana menor y se marcharon a buscar el autobús para así ir a cumplir con la rutina diaria.
A diferencia de otros días, el restaurante se encontraba prácticamente vacío. Evonne bostezó tan fuerte que sintió vergüenza cuando varias personas posaron sus ojos curiosos en ella, por lo que se apresuró hacia el mostrador y recostó su torso sobre el mesón, cerrando los ojos por cuestión de segundos para intentar descansar.
—Vaya, alguien durmió muy poco —comentó Ivana, acercándose al despachador con un par de bebidas energizantes. —. Dejé a Loa dormida en tu casa anoche.
—Sí, leí tu mensaje. No sabes cuánto te lo agradezco. —dijo incorporándose.
Puso los codos sobre la superficie del mesón y reposó la barbilla en sus manos, mientras veía la bebida que su amiga había dejado frente a ella.
El sonido de la puerta de vidrio desplazándose, haciendo sonar una campanita, hizo que ambas fijaran su mirada en ella, y no pudieron evitar sonreír ampliamente cuando un apuesto chico de cabello platinado ingresó en el lugar y avanzó hacia una de las mesas viendo a su alrededor constantemente.
—Sabemos claramente a quien busca. —comentó Ivana, sonriendo con picardía y moviendo sus cejas de manera juguetona.
—¿Qué hacen ambas aquí? —preguntó el pelirrojo a sus espaldas, cruzándose de brazos.
—¡Romeo! Hola, estamos viendo a tu conquista. —informó Ivana, señalando la mesa en dónde el rubio platinado fingía leer el menú.
—Ivana, ¡basta! —exclamó sorprendido, con el rubor hasta las orejas, al encontrar los ojos grises de aquel joven sobre él.
—No te burles, Ivana —le advirtió Evonne, incorporándose totalmente y viendo a su amiga con diversión, mientras guiaba la bebida hacia sus labios. —. Porque, ¿adivinen quién se comportó como todo un héroe ayer?
Ambos jóvenes se observaron entre sí, antes de fijar sus miradas en ella.
—¿Elías? —inquirió Ivana.
—Así es —entonó. —. Tuve un incidente con uno de los anfitriones de la fiesta y él fue a mi rescate. ¿Adivina por quién pregunto?
—Oh, no. —expresó, angustiada.
—Oh, sí —sonrió ampliamente. —. Ese chico se muere por ti, tanto como Arthur se muere por Romeo.
—Evonne, espera —la interrumpió Romeo, viéndola con seriedad. —. ¿Tuviste problemas ayer en el club? ¿Por qué no me llamaste para ir por ti?
Evonne amplió los ojos, y abrió la boca con la intención de responder, pero justo en ese momento no se le ocurría ninguna excusa viable. Desvío la mirada hacia su amiga, quien mantenía una ceja arqueada a la espera de una respuesta.
—B-Bueno, lo pensé... pero es que no quería molestarte. Era tarde, y además Jeremy envió a Elías a acompañarme hasta la estación de buses...
—Evonne, prometiste que siempre me llamarías si algo malo pasaba. —la interrumpió, un tanto molesto.
—No pasó a más, no te preocupes —forzó una sonrisa, mientras avanzaba hacia él y le ofrecía el resto de su bebida. No dudó en tomarla, aunque su ceño seguía fruncido. —. Ahora, no me cambien el tema y hablemos de sus amoríos.
—Elías y yo nunca volveremos a salir, Evonne. —Ivana se cruzó de brazos y rodó los ojos, resoplando.
—Y si te digo que...
—¡No me interesa en lo absoluto! —bufó, histérica.
—Ella aún lo ama. —comentó Romeo, antes de estallar en carcajadas.
—Claro que no, ese tonto terminó conmigo para irse a vivir a Georgia. Ahora que no encontró nada bueno por allá regresa y cree que todo volverá a ser igual. —se cruzó de brazos.
—No lo culpo por irse —Evonne se alzó de hombros, viendo a las personas en el restaurante de manera distraída. —. Aquí no hay mucho futuro que digamos.
—Pero... aun así volvió, porque obviamente no podía vivir sin mí. —la chica agitó su cabeza, sacudiendo sus largos rizos y actuando de manera presuntuosa.
—Disculpen... —el joven sentado en la mesa de enfrente se aclaró la garganta para llamar su atención. —. ¿Alguien podría atenderme?
Ivana, Romeo y Evonne se observaron entre sí luego de ver al chico de cabello platinado pidiendo ser atendido con una enorme sonrisa plasmada en sus labios. Y así era Arthur, un tanto inoportuno, pero siempre feliz.
—¡Te toca! —gritaron Evonne e Ivana al unísono mientras ambas apuntaban con sus dedos al pelirrojo, quien las fulminó con la mirada.
Atado de manos y a regañadientes, el chico tomó su libreta y forzando su mejor sonrisa se dirigió al cliente para pedir su orden.
Desde sus lugares, las chicas observaban fijamente la escena, con la profunda esperanza de que esa vez el pelirrojo se comportara de manera más accesible con el platinado. Mientras ambas recordaban el momento en el que se dieron cuenta de que su amigo era el amor secreto de ese chico de cabello llamativo.
Tres meses antes...
—Dime que no soy la única que ha notado a ese chico extraño viniendo todos los días. —susurró Evonne, mientras observaba desde el despachador, junto a Ivana.
—Es muy extraño verlo tan seguido, reconozco. —la secundó.
El chico de cabello rubio platinado se encontraba sentado a dos mesas de distancia. Más, sin embargo, no dejaba de mirar en la dirección en la que ellas se encontraban.
—¿Quién de las dos crees que le guste? —inquirió Ivana, arqueando una ceja.
—Yo creo que tú. —respondió Evonne, entre risas.
—Pues, yo le apuesto a que tú.
Ambas se observaron por cuestión de segundos, y como si pudieran comunicarse telepáticamente, comenzaron a caminar en dirección al chico.
—Oye tú, acosador —lo enfrentó la chica de largos rizos. —. ¿Quién de las dos te gusta? Habla ahora.
—¿Qué?
—Te hemos visto todos estos días. —comentó Evonne.
—¿Y yo soy el acosador? —inquirió entre risas. —. Bueno, bien. Creo que me atraparon. Pero se equivocan, no estoy aquí por ninguna de ustedes dos. —mordió su labio y desvío su mirada.
—¿En serio? ¿acaso no ves el material de calidad que tienes enfrente? —bufó Ivana, viéndolo con consternada.
—Y no lo dudo —volvió a reír. —. Pero, es que, quien en realidad me gusta es el chico pelirrojo de allá.
Ambas chicas ampliaron los ojos de manera exagerada y se cubrieron las bocas con sus manos para acallar los chillidos de emoción.
Actualidad...
—¿Cuándo aceptará tener por lo menos una cita? Ya han pasado tres meses y nada. —resopló Evonne, decepcionada de no ver ni una chispa en los ojos de su amigo.
—Creo que se hace el difícil...
—¿Así como tú con Elías? —ambas se sobresaltaron al escuchar la voz de Romeo, no se habían dado cuenta de que ya estaba de vuelta. —. Chicas, aprecio lo que hacen, pero no saldré con ese niño. Tiene diecisiete años.
—¡¿Qué?! —exclamaron perplejas.
¡Rayos! Ese chico se veía de la misma edad que ellos tres.
—Pero, solo es dos años menor que tú, Romeo. —replicó Evonne, y frunció ligeramente el ceño.
—Dile eso a la ONU y al FBI —bufó. —. Además, no me interesa, ¿está bien? Mañana que vuelva se encargan ustedes.
—Pero, él no es un sin futuro, mira el folleto en la mesa, parece que hará el examen para entrar a la universidad.
—Eso no significa nada, posiblemente ni lo apruebe. —se mofó el pelirrojo.
—Si nosotros pudimos, él también lo hará. Así que prepárate para verlo a diario. —opinó Ivana.
—Y tú para ver a Elías... me mencionó que está ahorrando para la universidad.
—¡¡No te pases!! ¿De verdad entrará? —cuestionó luciendo más interesada de lo que pretendía.
—Eso dijo —rio. —. Es una lástima que no pueda acompañarlos. —dijo con tristeza.
—Evon, no seas tan pesimista. Posiblemente todo mejorará el otro año. —Romeo intentó animarla.
—Eso solo ocurrirá si papá logra limpiar su historial y conseguir un empleo.
Ambos jóvenes presionaron sus labios, y desviaron sus miradas evitando la de ella. Esa acción era suficiente para que supiera que algo andaba mal, y que ellos intentaban ocultárselo.
—¿Qué ocurre ahora? —indagó, cruzándose de brazos.
—Evonne —Romeo suspiró con tristeza. —. Uno de mis amigos me comentó que ayer intentó comprar alcohol. No se lo vendió porque le he dicho que no lo haga, pero el punto es que lo intentó, lo que significa que posiblemente buscó con otros. —le contó con pesar.
***
Al volver a casa junto a su pequeña hermana, Evonne se encontró con la sala de estar hecha un desastre y, sentado sobre el sofá mediano, su padre dormía tan profundo que incluso roncaba. Rápidamente le pidió a Loamy subir a la habitación para que pudiera hablar con él a solas.
La niña reprochó, quería estar con su padre y contarle de su día como normalmente lo hacía, pero la expresión molesta en el rostro de su hermana, esa expresión que raras veces veía, la intimidó y la hizo desistir de cualquier forma de protesta que había planificado.
Una vez que la niña desapareció de su campo de visión, ella avanzó hacia su padre para despertarlo con un fuerte almohadazo. ¡Estaba furiosa! Se sentía tan traicionada y decepcionada
Se suponía que él no volvería a beber, se suponía que dejaría de consumir, estaban a punto de conseguir limpiar su historial, casi lo lograban. Y el que hubiera decaído la decepcionaba en gran manera y le dolía en el corazón, a ese paso lo perderían todo muy pronto.
Él se sobresaltó, y se incorporó súbitamente, provocando que una botella que tenía en el costado cayera en el suelo, quebrándose, al igual que los sueños y esperanzas de Evonne.
Sentada en los viejos escalones de la casa, oculta de la vista de los adultos, Loamy observaba con tristeza cómo su hermana mayor le gritaba con mucho enojo a su padre, quien, según ella, solamente deseaba dormir un poco más. No sabía porque lo hacía, quizás ella estaba enojada porque su padre no buscó su cama y se durmió en el sofá, o porque no limpió la casa.
Evonne comenzó a llorar, y eso la entristeció mucho, ella realmente quería que su hermana fuese feliz. No le gustaba oírla llorar por las noches, ni verla enojada gritándole a su padre. Tenía que hacer algo, posiblemente ya sabía qué era lo que debía hacer, solo necesitaba una oportunidad y esperaba que su mamita la ayudara desde el cielo, y, con esa esperanza, decidió subir las gradas e ir a su habitación.
—Prometiste que lo intentarías. Estoy cansada, ¡estoy cansada! —su voz se quebró.
—Princesa... l-lo siento, de verdad lo siento —se puso de rodillas e inclinó su cabeza hasta posar su frente en el suelo. —. Te juro que no quería... pero, todo lo que pasa es algo que no puedo soportar, esto me consume por dentro... ¡me duele ser solo una carga para ustedes! —él comenzó a llorar con mucha intensidad. —. Creo que todo estaría mejor sin mí, solo soy una maldita carga.
Su llanto logró conmoverla en gran manera, y lentamente su enojo fue disminuyendo. No era justo que él la hiciera pasar por eso, pero, ¿qué podía hacer? Era su papá, aquel hombre que la había cuidado y amado desde siempre.
—No digas eso, papá. Te necesito, y tú lo sabes —sollozó inclinándose para envolverlo entre sus brazos. —. Tenemos que luchar contra esto. Loamy te necesita, yo te necesito... nos necesitamos entre nosotros. Sé que no es fácil, pero rendirnos no es una opción papá. Somos la única esperanza de esa niña que está arriba.
—Te prometo que lo intentaré, esta vez sí, mi amor.
Evonne suspiró agotada mientras se aferraba más a aquel hombre que en un tiempo la había hecho sentir como la niña más feliz y segura del mundo. Le dolía el corazón cada vez que recordaba cómo su padre era antes, y luego verlo en ese estado, siendo solo un fragmento de aquel destrozado hombre que alguna vez fue, perdido y sin rumbo, era algo que la afligía en gran manera. Perder a su esposa lo había dañado, la amó demasiado, un amor que ella envidiaba y deseaba encontrar algún día. Su madre era especial, ella era un sol, y su partida nubló sus vidas.
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