Orfanato
Tal vez un día, venga una pareja. Sí, puede pasar ¿sabes? Vendrán buscando un niño como yo. Me verán y querrán llevarme con ellos. Entonces tendré papás con una casita donde jugar. Alguien va a quererme ¿cierto?
Aemond esperaba y esperaba, parejas iban y venían pero nadie se fijaba en él, siempre terminaba en su cama con lágrimas corriendo por sus mejillas al ver que otros niños se marchaban contentos de la mano de sus nuevos padres, pero él no, nunca hubo una mano que se extendiera para él. Todo lo que le quedaba una vez era volver dentro a la sala de camitas, durmiendo junto a su osito como única compañía. ¿Es que era muy feo? ¿Por qué nadie lo quería? A lo mejor era cierto lo que le había dicho una niña, que si su mamá lo dejó abandonado era porque tenía algo malo.
En la siguiente visita de padres al orfanato, Aemond ya no quiso presentarse porque dolía mucho y terminaba llorando así que corrió al patio trasero a esconderse. Si nadie lo adoptaba, ¿para qué ir? Esperaría ahí hasta que todos los autos se marcharan, al fin y al cabo, ninguno era para él, no quería más bocas torcidas ni miradas de lástima. Sorbió su nariz, ahí sentado en un tronco abrazando sus piernas. Las parejas solo querían bebés recién nacidos bonitos y sin nada malo, no niños grandes como él que sus mamás nunca quisieron y por eso botaron al orfanato.
—¿Hola? —le habló una voz gruesa con mucha gentileza— ¿Qué haces aquí solito, príncipe?
Aemond levantó su rostro con algunas lágrimas, limpiándose aprisa para no verse más feo de lo que ya estaba. Quiso hablar, pero primero le salió un puchero, sorbiendo de nuevo su nariz.
—Soy feo y nadie me quiere —respondió con un hijo de voz, apretando su agarre en sus piernas— Así estoy bien.
—Pero tú no eres feo —aquel hombre se acercó, poniéndose en cuclillas para verlo— Yo creo que eres un niño muy lindo. Dime, ¿cuál es tu nombre?
—Aemond —musitó, mirando ese rostro con cabellos castaños rizados.
—Aemond, que buen nombre, el mío es Harwin. ¿No quieres venir conmigo?
Harwin miró por el espejo retrovisor con una sonrisa de satisfacción, Aemond se había quedado profundamente dormido en su asiento, con su osito sujeto igual que él por el cinturón de seguridad. Una mano sobre la palanca de velocidades sujetó la suya, dando un pequeño apretón que reconoció de años de matrimonio, girando apenas su rostro para sonreír a su pareja.
—Lo logramos.
—Dime que tu elección no fue intencional.
—No sé de qué hablas.
Daemon entrecerró sus ojos, Harwin rió, alzando esa mano que besó por el dorso.
—De acuerdo, se parece a ti.
—Está bien, es decir, de verdad que es un niño lindo. Triste, pero lindo.
—No hay mucha felicidad en los orfanatos.
—Pero en nuestra casa sí, ¿no es así?
Harwin asintió. —Tenemos un hijo, cariño.
—Esto será por demás interesante.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top