Madonna




Ocurrió que en la escuela iban a llevarlos de excursión a una cosa llamada museo. Les pidieron un almuerzo especial, porque comería allá y regresarían tarde. Sus papás no se cansaron de repetirle instrucciones, Aemond a punto de rodar sus ojos porque su maestra ya les había enseñado qué cosas hacer y qué no, pero bueno, eran sus papás. Los llevaron en autobuses grandotes donde estuvieron sentados muy cómodos, cantando hasta que llegaron a ese lugar que se le antojó más o menos parecido a la casota del abuelo Lyonel, pero más grande. Fueron por grupos con su maestra y la ayudante al interior donde los recibieron muchachos con playeras iguales, sonriéndoles y dándoles la bienvenida.

Iban a ver muchas piezas de arte, ósea, cabezas, pinturas y otras cosas que eran muy bonitas hechas por gente que ya no vivía. La verdad es que todo era muy bonito, Aemond sintió que ahí dentro del museo era como estar en otro mundo. Mientras andaban caminando alrededor de una enorme sala con cuadros, Anthony abrió sus ojos, quedándose quieto. Helly fue quien se dio cuenta de que miraba hacia afuera de la sala donde estaban los baños, no era que quisiera ir al baño, es que había una mujer ahí en las puertas con su uniforme de intendencia. Ella los alcanzó a ver, sonriendo a Anthony muy tímida, su amigo iba a saludar cuando el hocicón de Benji vino a decir tonterías como siempre.

—¡Ah! ¡Tú mamá limpia baños! ¡Ja, ja, ja, ja, ja! ¡Vean, tiene una mamá que limpia baños!

Algo en Aemond brotó, como un cerillo encendiéndose de ver cómo se burlaron de Anthony, fue con Benji a plantarse de frente. Probó suerte, pues si había funcionado con Rhaenyra, igual funcionaba con aquel tontotote.

—Pues al menos la mamá de Anthony sí lo quiere.

No le dio una bofetada, pero si lo agarró del cuello de su batita y lo sacudió como muñeco. Aemond no se dejó intimidar aunque el corazón le brincó en el pecho, solo juntó sus cejas e imaginó que era uno de sus dragones a punto de escupir fuego.

—No te tengo miedo —declaró con fuerza.

—¿Benji? —la maestra llamó y lo soltó, alejándose para irse con sus compañeros tan feos como él.

Le preocupó Anthony porque se veía triste, pero Helly tuvo una buena idea, tomando la mano de su amigo, señalando a donde su mamá que estaba algo confundida.

—¿Me la presentas? Ya le dije a la maestra y tenemos permiso.

—Yo también voy —asintió Aemond, tomando la mano de Anthony, quien se alegró mucho de notar que ellos eran diferentes a Benji.

—¡Vengan!

Su mamá tenía igual cabellos rojos, saludándolos al ser presentados. Aemond notó la mirada de la señora hacia su hijo, antes de empujarlo suavecito de vuelta para que regresara.

—Anda, deben volver.

Helaena y Anthony se marcharon, él se quedó atrás, queriendo decirle algo a ella.

—No se preocupe, yo lo cuidaré.

—Oh, gracias, Aemond.

Benji tuvo que quedarse con la maestra el resto de la visita por grosero, eso los dejó libre para ver mejor todas las piezas de arte. El guía que tenían les explicó de otras pinturas, una llamó la atención de Aemond, según lo que dijo el muchacho era una Madonna. La miró largo tiempo, porque se dio cuenta de que esa mujer Madonna miraba con el mismo cariño que la mamá de Anthony a su hijo. Se quedó pensando entonces en eso de las mamás. Él no tenía una, no sabía qué fue de la suya, pero al ver ese cuadro de pronto le entró algo raro porque quiso que una mamá lo viera igual, pero así unos deseos enormes de estar como el bebé del cuadro sentado en el regazo de su madre y ella sonriéndole.

Fueron al comedor a tomar sus almuerzos, ahí les regalaron una bolsa con muchos recuerdos del museo y un peluche de su mascota. Era un león cabezón, Aemond se prometió hacerlo el escudero de One-Eye porque ya lo necesitaba. Todo el camino de regreso estuvo piense y piense en la Madonna y la mamá de Anthony. Se sintió un poco confundido, porque él era muy amado por sus papás, solo era eso, como una cosquilla en su corazón que le picaba por dentro sin que supiera cómo quitársela. Cuando llegaron de vuelta a la escuela, ya estaba papá Harwin y papi Daemon esperándolo todos ansiosos como siempre.

—¿Cómo estuvo el museo, mi príncipe?

—Muy bonito, papá.

Contrario a lo que ellos esperaban, no anduvo platicando mucho en la camioneta. Solo miraba hacia afuera, parpadeando un poco.

—La mamá de Anthony trabaja en el museo —habló de pronto— Tiene los cabellos como él.

—¿De verdad, hijo? —papi Daemon lo miró al girarse en el asiento— ¿Todo está bien?

—Sí.

En casa lo esperaba una cena rica que se acabó toda, eso de caminar mucho le abrió el apetito, aunque no habló de nuevo. Si lo hacía, sentía que iba a mencionar a la Madonna y se le antojó grosero hacerlo frente a sus papás porque ellos lo querían mucho como él a ellos. No era igual, de pronto se dijo, tampoco estaba mal, también se dijo. Aemond le contaría a One-Eye su predicamento, junto a Caraxes y Vhagar ya al acostarse a dormir.

—Yo... —se talló un ojito que le raspó— Me gustó mucho la Madonna.

Pensó en Alys, pero ella solo lo cuidaba por ratitos, no era como ellas, la mamá de Anthony o la Madonna del cuadro. El pequeño gruñó, removiéndose en su cama, apretando a su osito. ¿Por qué era tan complicado? Aemond por fin se quedó dormido luego de retorcerse otro poco cual gusanito, soñando que estaba dentro de la pintura y que una Madonna de blancos cabellos lo sentaba a su lado, sonriéndole, llamándolo hijo.






—¿Tío Larys?

—Bu.

Aemond se sorprendió de que al terminar clases estuviera su tío Larys y no Alys Rivers. Había una razón detrás y era que ella iba a hacer su examen para la universidad, no podía ir a recogerlo ese día, pero su tío estaba disponible porque además, los otros dos días de escuela que faltaban también iría a dejarlo y recogerlo porque sus papás iban a estar ocupados. Recordó que le mencionaron algo, todavía andaba por las nubes pensando en la Madonna y se le había olvidado aquel detalle. Le pareció que era de buena suerte tener a su tío ahí, tendría oportunidad de preguntarle sobre lo que pasaba por su corazón.

—Solo por hoy, iremos a comer a un restaurante —avisó el tío Larys— ¿Tienes ganas de comer algo en particular?

—¿Podemos comer comida china?

—Yo creo que podemos.

Había un lugar que le gustaba porque era grande, tenía dragones enroscados en las columnas y las costillas de puerco sabían deliciosas. Fueron ahí, tomando una mesa de esas que tienen respaldos altos que rodeaban la mesa, como separándolos de los demás.

—¿Cómo te fue en la escuela?

—Bien —comentó, probando el arroz con cuchara porque no se le daba eso de los palillos— Esta semana no fue Benji, lo castigaron por lo del museo.

—Ese niño sí que es una joyita ¿eh?

—¿Por qué es tan grosero? Nadie le hace nada. Y no me gustó lo que dijo de la mamá de Anthony.

—¿Qué dijo?

Aemond le contó, mordiendo una costilla que le dejó las mejillas embarradas de salsa. El tío Larys se quedó en silencio como siempre lo hacía cuando tenía algo bueno por decir.

—Jamás debes avergonzarte de lo que haga una madre por ti, ellas son especiales, así que hiciste lo correcto al defenderlo.

—¿Las mamás... son especiales? —de nuevo vino esa picazón, mirando su plato con un suspiro, dejando de momento su cuchara— Vi una pintura, tenía una Madonna. Me gustó... la Madonna miraba igual que la mamá de Anthony...

—¿Ajá?

—No, nada.

—¿Te gustó la Madonna porque era una pintura genial o porque era una mamá?

El pequeño apretó sus labios, era tan difícil de decir, pero el tío Larys era demasiado listo y entendió, sonriéndole al subir los codos a la mesa para inclinarse hacia él.

—Una mamá lleva a su hijo en su vientre, dentro de su cuerpo, eso es algo que nada puede igualar. Por eso son especiales, ellas siempre dan, Aemond, dan hasta que no pueden más. Son como la tierra que da comida a los animalitos, a nosotros, a todos. Por eso te sientes así, el amor de una madre no tiene un rival, es el campeón de campeones.

—Pero... —Aemond se removió— Yo amo a mis papás.

—Y nadie está diciendo nada de eso. Lo que pasa es que siempre vamos a querer ese amor de madre, porque de alguna manera, aquí adentro, sabemos que un día estuvimos dentro de ella a salvo y eso es algo que el corazón nunca va a olvidar. No tienes por qué sentirte mal por querer una mamá, tus padres tuvieron a su propia madre, es egoísta pedir que no quieras lo mismo. Está bien, no estás haciéndolos a un lado por eso, lo que siente tu corazón está bien, Aemond.

Una mano del tío Larys limpió la lágrima que se le escapó, peinando sus cabellos.

—Y el amor de una madre es tan pero tan grande, que puede pasar de persona a persona. Es verdad que tú no tienes una mamá, pero vives el amor de dos de ellas a través de tus padres. Ellas les dejaron ese regalo para ti, como cuando aprendes una receta de alguien más —sorbió su nariz, asintiendo, su tío continuó— ¿Sabes? Como son tan especiales, toman otras formas. A veces, las puedes encontrar en otros lados, en otras personas porque las madres saben que no importa cuánto tiempo haya pasado ni en dónde estemos, siempre las vamos a necesitar, así que se transforman en otras cosas para estar cerca de nosotros.

Armándose de valor, Aemond hizo una pregunta que tenía atorada en su pecho, mirando con ojos grandes a su tío Larys.

—¿Mi mamá... hizo eso?

El silencio que vino de su tío fue como si le dijera "no, no lo hizo" y casi se pone a llorar, solo que tío Larys sujetó su mentón para que lo viera.

—Es que no estamos seguros de si fue así, Aemond, desafortunadamente, también hay Benjis mamás. ¿Recuerdas lo que me contaste de esa vez que viste el programa de las estrellas?

—¿Las que se hacen negras?

—Así pasa igual, no todas brillan, algunas se oscurecen. No sabemos qué pasó con tu mamá, pero... eso no importa porque hay otras que han pasado la receta para que llegue a ti. Y creo que muchas mamás valen más que una que no conocemos ¿no te parece?

—Sí —sonrió al fin, limpiándose su ojito.

—Bueno, hay que terminar porque esas costillas no van a desaparecer solas ¿eh?

Riendo, Aemond tomó su cuchara para seguir comiendo. Cuando llegaron a casa, vio la maleta del tío Larys en la sala, traía algunos regalos del abuelo Lyonel para él que venían adentro. Le emocionó la idea de que eran tan grandes que por eso su tío había traído semejante cosota consigo.

—¿Por qué tu maleta es tan grande?

—Porque traigo conmigo al fantasma.

Aemond salió disparado a su cuarto.

Papá Harwin había ascendido en su trabajo, así lo mencionó en la cena donde Aemond se quejó de que su tío lo había asustado con el fantasma. Papi Daemon tenía un proyecto nuevo, así que los dos no podían estar de momento tanto tiempo con él. Tío Larys le recomendó no mencionar nada de la Madonna y el tema de las mamás, porque eso era un tema importante y las cosas importantes necesitaban un espacio grande para hablar. Así que esperaría hasta que ellos estuvieran desocupados, igual que Alys quien estaba apurada con sus trámites para la universidad. Su tío tomó la habitación de huéspedes que estaba junto a la cocina sin subir las escaleras por su pierna, había otra arriba que a veces Alys había usado, pero él la rechazó por lo mismo.

Les pidió permiso para ir al Parque del Pingüino con tío Larys, papi Daemon se le pensó montones, porque le daba miedo de que se cayera de nuevo y no pudieran ayudarlo.

—Tranquilo, Daemon, te prometo traerte otro mejor si este se descompone.

—¡Ah, no soy un juguete! —reclamó el pequeño haciendo un puchero.

Después de prometer como mil veces no trepar alto, tuvo el permiso para ir después de clases, pero su tío sí que lo dejó subir porque afirmó que no hacer las cosas por miedo a salir lastimado era igual que no estar vivo. Como fuera, Aemond estuvo un rato cual monito de aquí para allá con One-Eye, no estuvo mucho porque iban a ir también a otro parque donde había cisnes. Tomaron un taxi para ir porque no estaba tan cerca. Valió la pena el trayecto pues era un parque muy bien cuidado todo verde con muchos árboles de flores rositas y los cisnes en un lago casi redondo.

—¿Cómo sabías de este parque? —quiso saber, sus papás nunca lo habían llevado.

—Me gustaba venir antes, cuando era un niño un poco más grande que tú.

—¿Fuiste un niño?

—Oh, seguro, pero luego el fantasma me atrapó y me hizo adulto.

—¡Ja! —Aemond iba a decirle algo, pero vio algo a lo lejos que lo dejó serio.

Larys siguió su mirada, notando que veía a un niño que estaba jugando solo, cuidado por un par de mujeres con uniforme y otro par de hombres en trajes oscuros como sus lentes.

—¿Lo conoces?

—Estuvo en la fiesta. Su nombre es Luke.

—Ah, de los Velaryon.

—¿Quiénes?

—No importa —su tío ladeó su rostro— ¿Te cae mal como Rhaenyra?

Aemond lo pensó un poco. —Pues no, le convidé un dinosaurio.

—Oh, cielos, el asunto aquí es de palabras mayores —bromeó su tío, él lo miró con ojos entrecerrados como luego hacía papi Daemon— Bien, podemos ir a saludarlo si no te cae mal.

—Pero... es que es de "ellos".

—Sí, pero no tanto. Y le diste un dinosaurio, no puedes ser grosero con alguien a quien le has convidado algo.

En eso tuvo razón, así que se acercaron a donde Luke, uno de los hombres de negro los detuvo, pero el pequeño lo notó y abrió sus ojos grandes, dejando a las mujeres para ir corriendo entre gritos escandalosos hacia él, con los brazos estirados como los espantapájaros y sus rizos castaños volando en el aire.

—¡AEEEMOOOOND!

Se estampó contra él, los dos cayeron al pasto levantando los piecitos en el aire. Las mujeres fueron corriendo asustadas a levantarlos, su tío no hizo nada, solo dando un manotazo en el aire restándole importancia a la caída porque no se rasparon ni les dolía algo. Aemond bufó un poco, le había aplastado su pancita con semejante abrazo exagerado, mirando a Luke quien atrapó su mano libre dando brinquitos con una sonrisa de felicidad que no podía con ella.

—¡Estás aquí! ¿Has venido a jugar?

—En realidad, señorito —intervino su tío— Solo estamos de pasada, mi sobrino lo vio a lo lejos y quiso saludarlo porque se acuerda que le convidó un dinosaurio.

—Oh, sí —Luke torció su boca porque seguro recordó que pasó luego, sin soltarlo— Juega conmigo, Aemond, por favor.

Él miró a su tío quien asintió, volviéndose al otro pequeño. —Bueno.

—¡Ah, ven, ven! ¡One-Eye también viene!

Luke estaba jugando a los vaqueros, él prefirió ser un indio salvaje con One-Eye como un guerrero de esos que tienen muchas plumas y dirigen una tribu completa en esos valles escondidos. Su tío se sentó con las mujeres a quienes convenció de alguna forma de dejarlos en paz y no estar detrás de ellos todo el tiempo porque estorbaban en sus carreras que luego hicieron. Aemond asaltó a Luke, llevándose el botín de legos que eran como tesoros para regalárselos a su jefe One-Eye, pero Luke lo siguió y luego tuvieron que pelear de nuevo hasta que Aemond ganó.

—¡Tomaré tu cabellera!

—¡Wuaaaa! —rió el otro niño— ¿Ahora podemos ser amigos?

—Pues no sé. A mí no me quiere tu familia —se sinceró, sentados ambos sobre el pasto, recuperando su aliento— Y no quiero que sean groseros con mis papás.

—Um, yo no veo mucho a los otros, estoy más con mi abuelito. Me gusta mucho pasar el tiempo con él.

—Yo también —presumió él— El mío tiene una casa grande con un fantasma que come niños.

Luke jadeó, haciendo una boca de pescado con ojos enormes. —¡UN FANTASMA!

—Sí.

—¿Lo has visto?

—No se deja ver tan fácil —soltó una mentirita.

—Wow. Pero no me respondiste, ¿tú quieres ser mi amigo?

Aemond respiró hondo. —Puede ser. No me caes mal.

—Tú me caes muy bien. Y me gusta tu cabello, y tus cachetes.

—Hm. Tú no eres feo.

Luke rodó por el pasto, quedándose panza abajo con sus pies meciéndose en el aire, viéndolo con ojos brillantes.

—Seamos amigos entonces.

Quien sabe cómo le iba a explicar a sus padres que tenía una tarjeta con la invitación de Luke Velaryon para que lo visitara cuando quisiera. ¿Y si le echaba la culpa a su tío Larys porque fue el que sugirió ir a saludarlo? Como que él lo sospechó, porque en cuanto llegaron papá Harwin y papi Daemon lo primero que hizo fue contarles sobre Luke. ¡Ay con su tío y su bocota! Pero lo hizo como solo él podía hacerlo, capaz de cambiar la expresión de enfado en ellos por una de risa con solo unas cuantas frases.

—Bueno, es cierto que los Velaryon están aparte —terminó diciendo papi Daemon, cargándolo en brazos— ¿Así que Luke y tú son amigos, eh?

—Poquito.

—Poquito, sí.

—A veces creo que nos visitas solo para hacer complots a nuestras espaldas —murmuró Harwin a su hermano.

—¿Yo? ¿Cómo crees?






En la escuela tuvieron un cumpleaños de un compañero, Aemond le dio un regalo porque ya les habían avisado que su fiesta sería ahí con ellos. Les dieron sándwiches con forma de osito, unas gelatinas en forma de perritos peludos, papas largas fritas y un pastel de chocolate que sabía delicioso. También les dieron una bolsa de dulces todo de ositos porque a su compañero le gustaban mucho como a él los dragones. El próximo cumpleaños sería de Helly, el pequeño se hizo la nota mental de pedirle a sus padres un regalo especial porque era su amiga. Salieron temprano por lo mismo, encontrándose con su tío Larys.

—La fiesta estuvo buena ¿eh?

—Sí —Aemond tuvo una idea— ¿Tío?

—Dime.

—¿Podemos... podemos ir a ver la Madonna?

Tío Larys asintió, fueron a la casa para que se cambiara y tomaron un taxi al museo. Como Aemond ya sabía dónde estaba, tomó la mano de su tío para llevarlo directo a donde la pintura, sentándose en la larga banca acolchada que había. Él silbó apenas la tuvo enfrente, asintiendo con una sonrisa torcida antes de volverse a él.

—Ya veo porque te gusta tanto, es una pintura increíble.

—Es muy bonita —comentó con emoción, apretando sus manitas.

—¿Sabes por qué la Madonna es hermosa, Aemond? —él sacudió su cabeza, eso no se los dijo el guía aquella vez— Es bella porque representa el amor ¿recuerdas?

—Me acuerdo.

—Y el amor siempre será hermoso, te hará sentir lo que ahora, que tu corazón se agita y tu pancita siente mariposas —su tío picó su pancita, haciéndolo reír— Siempre debe ser así, de esa forma, si cuando seas grande encuentras un amor que te haga llorar, que duela y te quite las sonrisas, eso no es amor. Debes recordar siempre esto.

—Lo recordaré.

—Ahora, veamos sin hablar a la Madonna, porque las cosas hermosas necesitan silencio respetuoso para ser apreciadas.

Como recordaba lo que el muchacho les contó, la hizo de mini guía con su tío en el resto del museo. Ya cuando salían, tuvo la sorpresa de encontrarse con Anthony y su mamá quienes también se retiraban. Le presentó a su tío Larys, contento de encontrarse a su amigo, ellos iban a ir a comer hamburguesas según le contó, entonces su tío sugirió que comieran todos juntos. Esa sí que fue una súper idea, llegando a donde las hamburguesas del rey. Fueron a formarse, el tío Larys sacando su cartera igual que la mamá de Anthony, pero su tío la detuvo, negando.

—Oh, no, eso no.

—Pero...

—Tenemos un príncipe aquí, y un príncipe jamás permitiría que una dama pague su comida. Por favor, elijan lo que quieran, será un honor invitarlos.

Aemond sonrió, pidiendo también. Tanto a su amigo como a él les dieron sus coronitas de papel, sentándose juntos a comer sus mini hamburguesas con hartas papas y jugo porque los niños pequeños no tomaban soda dijo el tío Larys. Eso sí, les permitió comer un cono de helado de chocolate con chispas de colores.

—Gracias, Señor Strong —se despidió la mamá de Anthony.

—Ojalá podamos coincidir de nuevo.

Como era un príncipe, también llevó a su amigo con su mamá hasta su casa sin que pagaran tampoco el taxi. Eso se sintió muy bien, su tío afirmó que era así porque lo correcto siempre era como la Madonna, algo especial que no tenía palabras. Al regresar a casa, se sorprendió de encontrar a sus papás ya de vuelta, los dos saliendo a recibirlos porque se les había pasado un poquito el tiempo, era de noche pero tampoco tan de noche, pero es que el sol últimamente ya le daba flojera estar más tiempo colgado en el cielo y se escondía pronto.

—¡Papi!

—¿Dónde andaban?

—Haciendo cosas de príncipes.

Daemon miró a Larys quien solo alzó las cejas sonriendo. Papá Harwin suspiró, cargándolo al entrar a la casa mientras Aemond les contaba que había comido hamburguesas con Anthony y su mamá, además de la fiesta. No dijo de la Madonna porque su tío no dio la señal para hablarlo, entonces la cosa iba a esperar, ya no le incomodaba, sabía que sus papás debían escuchar el por qué había estado distante cuando fuera el momento correcto. A su tiempo, como le recordó Larys. El niño subió a dejar su corona con One-Eye quien ya merecía el rango de príncipe, en tanto los tres hombres charlaban entre sí.

—Alys entrará a la universidad, de todas formas, lo que tenía para darle a Aemond ya fue dado. Y ustedes no podrán con la carga de la casa y Aemond. Necesitan quien los ayude en serio.

—¿Tú? —bromeó Daemon, arqueando una ceja.

—Si no tuviera así de mal, quizás —bromeó Larys— Pero no. Tengo a alguien, como le comenté a Harwin, es de confianza, no tienes que sacar las garras.

—Yo no...

—¿Quién es? —cortó Harwin porque ya sabía para donde iría ese diálogo si los dejaba.

—Trabajó conmigo, anteriormente fue monja pero renunció por cuestiones familiares. La conozco bien y sin duda, encontrarán en ella una gran amiga.

—¿Puedes llamarla para entrevistarla?

—Sí, Daemon, les daré sus datos. Tranquilo, no te van a robar a tu niño.

—Hm.

—No quisiera llegar a esto, pero...

—Hermano —Larys palmeó su brazo— Deben enseñarle a Aemond que superarse conlleva ciertos sacrificios, además, tendrán fines de semana y las horas que luego queden libres. Es calidad, no cantidad.

—Me preocupa la visita de Trabajo Social —comentó Daemon— Esa tipa es una arpía.

—Tranquilos, hasta parecen padres primerizos, esperen...

Harwin se carcajeó, negando luego. —¿Un café?

—Te estabas tardando.






Para su sorpresa, Aemond tuvo que aceptar que la partida del tío Larys lo puso algo triste porque esos días en que estuvo en casa fueron interesantes y buenos para él. Se iban a ver más adelante, pero eso no quitó que sus ojitos se mojaran al verlo tomar el taxi, despidiéndolo con una mano agitándose en alto. Ellos por su parte, irían de viaje a la playa. Al otro día se levantaron muy temprano para alcanzar el amanecer junto al mar, Aemond tomó una siesta en el camino porque no estaba acostumbrado a despertar cuando el sol ni estaba asomado. Cuando abrió sus ojos, sintió el aire calientito y un viento con aroma a sal, habían llegado a la playa.

—Vamos, cariño —sonrió papi Daemon.

Nunca había visto tanta arena junta en su vida, ni agua tan azul yendo y viniendo, haciendo espuma como cuando se lavaba los dientes. Todo fue maravilloso, sin saber a dónde mirar, si a las palmeras meciéndose apenas con sus hojas largas peludas o las rocas a lo lejos, la cabaña que sus papás habían rentado cerca o el sol comenzando a asomar la cabeza, haciendo que el mar pareciera de color cobre. Papá Harwin le tomó fotos así embobado con sus cabellos alborotándose por el viento, mirando feliz todo aquello pues era algo nuevo para el pequeño.

—Hay que acomodarnos, luego iremos a desayunar.

—Sí, papá.

—¿Qué te pareció el amanecer?

—Es como... ¡es como si naciera un dragón, papi!

Casi se le atoró la fruta de querer ir ya a meterse al agua, no podía meter a One-Eye porque era peluche y eso le haría mal, lo dejó en la silla bajo la enorme sombrilla. Fue chistoso, le pusieron unos shorts especiales, un chalequito salvavidas —aunque Aemond se preguntó a quién iba a salvar con algo así— y sus sandalias porque cuando el sol ya estuviera bien despierto, la arena se calentaría y no podría pisar con los pies desnudos. También le embarraron mucha crema que olía raro, antes de dejarlo ir a sus anchas, con sus papás muy atentos, ellos también usaban shorts, pero papi Daemon usó una camisa de flores de colores.

—¡Me mareo! —se quejó al seguir las olas, papá Harwin fue al rescate.

—Oh, vamos a ver.

Usando sus fuertes brazos, por fin entró al mar que le hizo cosquillas. Al ver una ola aproximarse algo alta, se abrazó al cuello de papá.

—No hay nada que temer, te tengo.

Se mojaron toditos de pies a cabeza, Aemond rió, llamando a papi Daemon quien también se mojó con ellos. Más gente fue a esa playa, haciendo lo mismo o echándose panza arriba sobre toallas largas para tomar el solo como si fueran lagartijas. Una cosa que le llamó la atención fueron las chicas, porque varias traían trozos de tela que apenas si les cubrían el cuerpo, algunas de ellas se fijaron en su papá al estarlo cargando con sus cabellos ya pegados a su cuello y hombros, riendo con él al jugar con el agua. Ni siquiera se le hizo raro que papi Daemon besara a papá frente a todos, siempre hacía eso cuando se ponía celoso.

—Tengo sed.

—Vamos, mi príncipe.

Les sirvieron algo llamado cocos. Hizo bizcos de sujetar esa pelota peluda con un popote de colores del que chupó apenas, alzando sus cejas al encontrar sabroso aquella lechita extraña, ya sentado en su silla dejando que el viento caliente lo secara como la ropa cuando se ponía al sol. Hubo más fotografías, un gusanito de fotos se les metió a sus papás porque por todo le andaban retratando, a veces todos juntos, otras él solito. Vio que otros niños empezaron a hacer castillos de arena y quiso intentarlo, claro que haría algo, no un castillo sino una fortaleza para One-Eye. Todavía no terminaba cuando lo llamaron a comer, turno de probar un nuevo pescado y otras cosas del mar con muchas verduras y más coco.

Al volver a su fortaleza, una jovencita como de la edad de la fea Rhaenyra se le acercó, saludándolo y preguntándole si él había hecho esa fortaleza sin ayuda.

—Ajam.

—Qué bonita, ¿le puedo tomar una foto contigo?

—Ah... —miró a sus papás, ya estaban ahí como fieros guardianes, más papi Daemon que traía navajas en los ojos.

La chica les explicó, luego le tomó fotos, era muy bonita la verdad y le dio muchos besos por toda su cara. Cuando pasó el tiempo de comida -o algo así dijo papá Harwin- fueron a un paseo en bote para ver el fondo del mar. Aemond casi se le van los ojos de ver todos los animalitos que se podían ver en la panza del bote al que se subieron. Regresaron para descansar un poco o mejor dicho, él se quedó bien dormido en la silla abrazando a One-Eye sin querer, simplemente se le cansaron los ojos. Despertó porque tenía que ir al baño y su pancita ya estaba vacía. En el camino de vuelta, se toparon con otras jóvenes quienes pidieron permiso a sus papás de cargarlo, como que de pronto era famoso por alguna razón.

—Vaya, vaya, alguien tiene pegue con las chicas —bromeó papá Harwin, papi Daemon gruñó.

Cenaron afuera, con el mar apenas moviéndose, la luna reflejándose como lo hiciera el sol y un viento menos caliente soplándoles los cabellos. Para cuando Aemond tocó la almohada, no volvió a abrir los ojos sino hasta que ya iban en la camioneta de vuelta a casa. Solo entreabrió sus ojos, abrazando a One-Eye quien llevaba algo de arena sin querer, con su parche manchado por unos labios carmesí que una joven dejara entre tantos saludos. Al volver a abrir sus ojos, ya estaba entre Caraxes y Vhagar, en su cama. Sonrió contento, había sido la mejor visita al mar, tenía fotos de su fortaleza, de One-Eye dentro de ella, en el bote o aplastado en el pecho de alguna adolescente cuando se fotografiaron juntos.

El mejor fin de semana hasta ese momento.

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