1. Conejillo de indias
Yami llevaba varias semanas de prácticas en el laboratorio. Al principio creyó que podría tomar parte de los experimentos, pero pronto descubrió que haría el trabajo sucio: tirar los restos a la basura o quemarlos, limpiar los instrumentos que se usaban para los experimentos, ordenar los libros, llevar lo que le pedían... Muchas veces más de la mitad de científicos iban a continuar su investigación con un proyecto del que nunca hablaban delante de los demás y necesitaban que ella llevara los instrumentos a esa habitación, donde tocaba la puerta y alguien recogía las cosas. Luego se llevaba las bolsas que le daban al contenedor.
La parte que no le gustaba era que trabajaban con animales, haciendo pruebas en ellos. Ella quería participar en experimentos interesantes, como líquidos que brillaban en la oscuridad, o alquimia, o mezclar sustancias para crear otras nuevas, cosas de ese estilo. Sin embargo, muchos de los experimentos eran para medicina e incluían seres vivos. Una vez hicieron el experimento con ella. Accedió solo porque le ofrecieron dinero y ella necesitaba pagar el alquiler pero iba algo corta de dinero ese mes. Había ahorrado para hacerle un regalo de cumpleaños a uno de los científicos.
Era un joven apuesto e inteligente algunos años mayor que ella. También él participaba del proyecto secreto. Le hubiera gustado saber de qué se trataba. Fue él quien la convenció para probar el experimento. Tuvo manchas en el cuerpo durante un tiempo después de la inyección. El objetivo era sustituir la luz solar por una inyección de vitamina D con otros químicos que se repartiera uniformemente por el cuerpo y diera un color dorado a la piel, pero el resultado fue desastroso.
El joven, a modo de disculpa, la invitó a cenar y, a pesar de que apenas volvieron a interactuar desde entonces, Yami no dejaba de mirarlo siempre que podía y le saludaba. Fantaseaba con que un día se fijaría en ella y se enamoraría y se casarían, irían a Hawaii en la luna de miel y juntos descubrirían nuevas fórmulas químicas. Se llamaba Troy y era un fenómeno en la comunidad científica, no solo era admirado por su ingenio, sino que despertaba el interés en el colectivo femenino. Sin embargo, a pesar de disfrutar la compañía de sus admiradoras, no había surgido ningún rumor de que hubiera tenido alguna relación seria.
Un día, le pidieron que llevara unas probetas a la habitación misteriosa y llamó a la puerta, pero nadie respondió. Oyó una explosión y la puerta salió volando. Yami no pudo apartarse a tiempo y fue golpeada por la puerta, pero cayó rodando a unos milímetros de donde acabó la puerta en el suelo. Se levantó como pudo y fue a la habitación para ver qué ocurría. Cojeaba de un pie y las gafas tenían los cristales rotos. Al asomarse, vio un ser envuelto en una especie de halo de energía azulada, quien poco después, cayó al suelo, inconsciente. Los demás científicos estaban inconscientes también, pues la explosión les había lanzado contra la pared y habían caído al suelo.
Yami estaba impactada. ¿Qué era ese ser? Era parecido a un humano, pero al mismo tiempo estaba segura de que no lo era. No se le hubiera ocurrido que los científicos de ese laboratorio estuvieran guardando un secreto semejante. Estaban haciendo pruebas con un ser vivo racional y no parecían tener mucha consideración con él visto su aspecto, lleno de moratones, cortes, puntos de sutura y cicatrices varias. A juzgar por los instrumentos y aparatos que usaban, querían examinar su cerebro. Quizá fue eso lo que detonó la poderosa reacción. A pesar de que debería simpatizar con sus compañeros de trabajo, se compadeció más del ser. No se atrevió a acercarse mucho, pero tampoco se le veía bien, ya que estaba tumbado boca abajo. Solamente llevaba puestos una especie de pantalones rasgados en la zona de los gemelos. Tenía una estructura biológica masculina, y un relieve bien marcado en el torso y los brazos. Su tono de piel se volvió un color carne tirando a azulado, quizá por la luz de ese color que había irradiado y se estaba apagando poco a poco hasta desaparecer. Se fijó que no tenía 5 dedos en los pies, sino que tenía una separación entre lo que podría ser el dedo gordo y el resto, pero en vez de dedos, era como si estuvieran todos unidos en uno y parte del pie. Tampoco tenía uñas en los pies. Seguramente tenía mucha fuerza a la hora de impulsarse y saltar.
Le hubiera gustado acercarse un poco más para verle el rostro, pero el temor a lo impredecible que podía ser superaba su curiosidad. En ese momento, Troy empezó a incorporarse. Yami decidió fingir que estaba inconsciente para no tener que dar explicaciones. No quería saber qué medidas tomarían si descubrieran que conocía el secreto. Se quedó tumbada en el suelo del pasillo a un metro de la habitación, del lado en el que era visible la herida que tenía en la cabeza por el golpe de la puerta. Troy se acercó a ella y comprobó que seguía con vida. Yami abrió los ojos poco a poco.
- ¿Qué ha pasado?- preguntó ella.
- Un experimento salió mal y explotó. No te preocupes, ya pasó, nosotros limpiaremos. Debes ir a que te atiendan. ¿Puedes levantarte?
Yami se levantó, pero iba cojeando y Troy, que no había sufrido ningún daño físico grave, la acompañó, ayudándola a caminar. Una vez le vendaron la cabeza y el pie, le dijeron que no era grave, en unos días volvería a caminar sin problemas. Tampoco había tenido un golpe importante en la cabeza, pero tardaría una semana en cicatrizar. Necesitó algunos puntos. Poco después, trataron a Troy y fueron a la sala de estar que tenían con sillones y sofás, refrescos y snacks para los ratos libres, para que Yami pudiera descansar el pie.
- Cuéntame qué te ocurrió- le pidió Troy mientras le traía algo para beber.
Yami entendió que quería averiguar cuánto había visto, por lo que decidió ser cauta.
- Bajaba a traeros unos intrumentos, pero entonces la puerta salió volando y me golpeó. Ya conoces el resto.
- ¿Te quedaste ahí inconsciente hasta que fui a ver cómo estabas?
- Sí.
Yami no le miraba, intentaba parecer aturdida y se llevó la mano a la cabeza, como si le doliera al recordarlo. Troy no parecía muy convencido por su respuesta, por lo que siguió contando su versión con un toque fantástico.
- Me pareció ver una luz muy potente y en medio había un... ¿extraterrestre?- se inventó, aunque no parecía tan descabellado, pero lo dijo en un tono de voz de incredulidad-. Pero a lo mejor lo he soñado, creo que me afectó el golpe- se rió un poco, incómoda.
- Vaya cosas tienes- se rió Troy-. Ya me gustaría a mí soñar con extraterrestres, si existieran. Tienes razón, debió de afectarte bastante el golpe- le acarició un poco la cabeza-. No le des importancia, ¿vale? Hacía tiempo que no explotaba algo, no seríamos científicos haciendo experimentos sin explosiones de vez en cuando.
Se rieron. Yami estaba aliviada, Troy no sospechaba de ella.
- Si no es inconveniente, creo que debería irme a casa a descansar estos días. ¿Me firmáis el permiso?- pidió ella.
- ¿Irte a casa?
Troy no lo había visto venir. No podía permitir que se fuera después de lo ocurrido, si decía algo, tendrían mala reputación, podrían involucrarse las autoridades incluso. Tampoco estaba al 100% seguro de que ella estuviera convencida de que lo que vio fuera un sueño. Se acercó a ella y decidió hacer uso de su atractivo para convencerla para quedarse.
- Quédate conmigo aquí, por favor...
- ¿Cómo?- enrojeció Yami.
- Sería una pena dejar de verte tanto tiempo... Te echaría de menos. Descansa aquí estos días, no vayas a casa.
- Lo siento, pero se trata de mi salud, no puedo estar aquí sin hacer nada- dijo Yami nerviosa, empezando a temer que no volvería a salir de ahí y la tendrían bajo observación.
- No sabemos cómo podría haberte afectado la explosión, tenemos que ver cómo te recuperas, al fin y al cabo nos sentimos responsables- trató de convencerla.
- Si noto algo raro, volveré y os lo haré saber- dijo levantándose.
No quería pasar ni un minuto más ahí. Sentía una urgente necesidad de escapar.
- No te vas a ninguna parte- Troy le agarró el brazo y la hizo sentarse de nuevo-. No puedes contar a nadie nada de esto.
- No lo haré, lo prometo. Además, no tengo intenciones de dejar de trabajar aquí...
Eso último sonó bastante falso, por lo que Troy estaba decidido a retenerla ahí.
- Si no te estás quieta tendré que encerrarte aquí. Necesitas descansar, ¿de acuerdo?
Dicho aquello, se marchó y cerró la puerta. Yami se quedó en silencio, esperando escuchar el sonido de una llave, pero alguien le llamó para bajar enseguida y no le dio tiempo. "No podría irse lejos cojeando", pensó él. Yami decidió quedarse ahí dos días sin dar señales de querer irse. Empezaron a tranquilizarse y a pensar que había asimilado que tendría que quedarse. Ya podía caminar bien, pero fingió que todavía necesitaba descansar. De esa forma, no se preocupaban de que pudiera irse. La noche del cuarto día tenía planeado escapar, pero la noche de antes, tenía algo que hacer para satisfacer su curiosidad: averiguar dónde tenían encerrado a ese extraño conejillo de indias.
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