paragidma oculta (parte 3)

El gimnasio de Sabrina estaba silencioso, como era usual después de una sesión de entrenamiento. La atmósfera psíquica impregnaba cada rincón del lugar, y las luces brillaban con un leve resplandor púrpura. En un rincón oscuro del gimnasio, Vartan, el imponente nargacuga lunar, descansaba cómodamente.

No había pedido permiso para instalarse allí, pero tampoco lo necesitaba. Sabrina, la enigmática líder de gimnasio, no había mostrado ni una pizca de interés en su presencia, lo que a Vartan le resultaba tanto intrigante como ventajoso.

Cuando la líder terminó su sesión de entrenamiento y se sentó en el centro del gimnasio, aparentemente meditando, Vartan decidió que era hora de hacer su movimiento. Se levantó con un andar fluido, casi felino, dejando que las sombras del lugar lo envolvieran antes de avanzar hacia Sabrina.

—Te importa si interrumpo? —preguntó con una voz suave pero claramente audible, la voz de alguien que sabía cómo hacerse escuchar.

Sabrina abrió los ojos lentamente, observando a Vartan con su típica mirada indiferente. Sus labios se movieron apenas al responder:

—No suelo tener visitas tan...extravagantes. Qué quieres, Vartan?

El nargacuga lunar dejó escapar una risa baja, casi como un ronroneo, mientras daba vueltas alrededor de Sabrina, moviendo su cola en un vaivén hipnótico.

—Oh, no te preocupes, querida Sabrina. Solo pensé que sería cortés agradecerte por tu hospitalidad. No todos los días uno encuentra un lugar tan...acogedor como este gimnasio.

Sabrina arqueó una ceja, aunque su expresión seguía siendo neutral.

—Hospitalidad? No recuerdo haberte invitado.

Vartan hizo una aparente sonrisa, mostrando sus colmillos blancos y afilados.

—Claro que no, pero tampoco me has echado, verdad? Eso cuenta como invitación en mi libro.

Sabrina cruzó los brazos, su tono frío pero ligeramente curioso.

—Y por qué aquí, de todos los lugares? Qué busca un ser como tú en un gimnasio psíquico?

El nargacuga lunar se detuvo frente a ella, inclinando ligeramente la cabeza como si estuviera evaluándola.

—Busco... tranquilidad, por supuesto, si si. Este lugar tiene una energía única, un equilibrio entre lo sereno y lo inquietante. Perfecto para alguien como yo. Además —añadió, con un destello en los ojos— los desafíos no me intimidan, y tú, Sabrina, eres un desafío andante.

Sabrina esbozó una ligera sonrisa, apenas perceptible, pero no dijo nada. Vartan tomó eso como una señal para continuar.

—De hecho, me preguntaba si podríamos llegar a un...acuerdo.

—Qué tipo de acuerdo? —respondió Sabrina, su voz carente de emoción, aunque su interés estaba claro.

—Te ofrezco mis habilidades. A cambio, me permites quedarme aquí tanto como quiera. Sé que tienes tus pokemons psíquicos, poderosos, sin duda, pero hay cosas que ni siquiera ellos pueden anticipar. Ahí es donde entro yo, con mis sentidos...y mi encanto natural, claro está.

—Y por qué debería confiar en ti? —preguntó Sabrina, su mirada perforándolo como si estuviera buscando algo más allá de sus palabras.

Vartan ladeó la cabeza, su sonrisa más amplia que nunca.

—Porque soy un ser de palabra, Sabrina. Cuando digo que haré algo, lo hago. Además, no creo que te moleste un poco de compañía...carismática, por así decirlo.

Sabrina lo miró fijamente por unos segundos, evaluando la propuesta. Finalmente, dejó escapar un suspiro casi inaudible.

—Haz lo que quieras, Vartan, pero te advierto: no intentes manipularme.

El nargacuga lunar se inclinó en una reverencia burlona.

—Manipularte, querida Sabrina...jamás lo haría.

Mientras se alejaba hacia las sombras del gimnasio, Vartan no pudo evitar sonreír para sí mismo. Había ganado un lugar en el corazón del gimnasio de Sabrina, y aunque ella no lo admitiera, sabía que su presencia sería más útil de lo que aparentaba. Y en cuanto a sus verdaderas intenciones...eso ya ella lo iba a descubrir.

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El gimnasio, sumido en un silencio inquietante después de unas horas de trabajo, se tornó más frío a medida que Sabrina se acercaba a Vartan, quien aparentemente descansaba en una esquina oscura del lugar. Su postura relajada, con sus brazos extendidos para reposar su cabeza. Pero Sabrina, siempre curiosa y desconfiada, había decidido aprovechar esa calma para resolver sus dudas.

Sin emitir un sonido, extendió sus manos hacia la cabeza del wyvern, sus dedos apenas rozando las escamas plateadas que reflejaban débilmente la luz púrpura del gimnasio. Cerró los ojos y concentró su energía psíquica para penetrar la mente de Vartan.

Al principio, todo estaba en blanco, un vacío abrumador que parecía absorber sus pensamientos. Sabrina frunció el ceño, empujando con más fuerza su habilidad psíquica. Entonces...lo sintió.

Una grieta.

Era como si hubiese forzado una puerta que no debía abrirse. De pronto, su mente fue invadida por un torrente de imágenes y voces, un eco interminable que repetía un solo nombre: Vartan.

Sabrina dio un paso atrás, pero era demasiado tarde. Las imágenes continuaban fluyendo en su cabeza, cada vez más aterradoras y desconcertantes. Vio un chico de cabello blanco y ojos que reflejaban locura, un demonio envuelto en fuego que arrasaba con todo a su paso, un esqueleto de sonrisa macabra que danzaba entre cadáveres...millones de Vartans, cada uno diferente, pero todos unidos por un mismo propósito incomprensible.

Su respiración se volvió errática, y su mirada palideció. Sus ojos, usualmente llenos de control y compostura, se achicaron como si estuviera contemplando un horror cósmico más allá de toda lógica. Cada una de esas consciencias parecía mirar directamente a ella, y en sus voces había algo que la desgarraba por dentro.

Vartan...Vartan...Vartan... —repetían en un cántico infinito.

Finalmente, Sabrina soltó un jadeo ahogado y retrocedió varios pasos, alejándose del wyvern. Su conexión mental se rompió de golpe, como si hubiese sido expulsada violentamente por algo que no quería ser descubierto.

Vartan abrió los ojos lentamente, un brillo carmesí destellando en ellos por un breve instante.

—Satisfecha con lo que viste? —preguntó, con un tono tan tranquilo que resultaba escalofriante.

Sabrina no respondió. Se llevó una mano a la cabeza, intentando calmar el temblor que se había apoderado de su cuerpo. Nunca antes había sentido algo tan vasto, tan...inhumano. Su mente, acostumbrada a enfrentar entidades psíquicas de todo tipo, apenas podía procesar lo que había ocurrido.

Vartan se incorporó con calma, sacudiendo sus brazos adormilados. Dio un paso hacia ella, inclinando la cabeza con una aparente sonrisa ligera, aunque sus ojos seguían siendo perturbadoramente intensos.

—Deberías tener más cuidado al invadir la mente de alguien, Sabrina. Nunca sabes lo que podrías encontrar.

Ella lo miró con una mezcla de temor y fascinación. Las palabras estaban atrapadas en su garganta, y por primera vez en años, la líder de gimnasio sentía que estaba completamente fuera de su elemento.

—Qué...eres tú? —murmuró al fin, su voz apenas un susurro.

Vartan se limitó a reír suavemente, dando media vuelta para regresar a su rincón oscuro.

—Soy...lo que tú quieras que sea, Sabrina. Un huésped, un aliado...o algo más. La elección es tuya.

Con esas palabras, el wyvern lunar se perdió nuevamente en las sombras, dejando a Sabrina con una pregunta que no podría responder ni siquiera con su vasto poder psíquico.

Cuando Vartan volvió a perderse entre las sombras, su voz resonó en el gimnasio, firme y envolvente, como si proviniera de todas partes a la vez.

—Ya has visto suficiente, Sabrina...más de lo que cualquiera debería. Me sorprende que tu cerebro no haya colapsado o reiniciado después de exponerse a tanto —un tono burlón acompañó sus palabras, pero había también un matiz de genuina curiosidad.

Sabrina, aún temblorosa, se llevó una mano a la cabeza, intentando procesar lo que acababa de escuchar. Pero antes de que pudiera reaccionar, Vartan continuó, su tono volviéndose más introspectivo.

—No es mi primera vida, sabes? —dijo con un dejo de nostalgia, como si estuviera recordando algo distante y agridulce— he tenido muchas vidas antes de esta, incontables...y cada una fue entretenida a su manera. Algunas más cortas, otras más largas, pero todas dejaron su marca.

Sabrina lo escuchaba en silencio, su atención completamente capturada. Su confusión inicial había comenzado a dar paso a una especie de fascinación mórbida.

—Lástima que no pueda conservar los poderes de mis vidas anteriores —Vartan suspiró, casi con melancolía— hubiera sido divertido, no crees? —Una pausa cargada de significado siguió, antes de que su tono volviera a teñirse de un matiz astuto— aunque no me quejo. Mi habilidad actual es más que suficiente.

La líder de gimnasio alzó la vista, intrigada.

—Qué...habilidad?

Vartan rió suavemente, su silueta apenas visible en la penumbra.

—La capacidad de robar cualquier cosa —su voz bajó un tono, casi susurrante, pero con una intensidad que envió escalofríos por la columna de Sabrina— poder, conocimiento, habilidades...incluso la esencia de alguien. Si lo gano, es mío.

El gimnasio quedó en completo silencio tras esa declaración, excepto por el leve crujido de las patas de Vartan pisando el suelo. Sabrina tragó saliva, sintiendo cómo un nuevo peso caía sobre ella. Ahora entendía por qué su intento de leer la mente de Vartan había sido un error colosal.

El wyvern lunar dejó escapar un leve suspiro antes de continuar.

—Supongo que te preguntas qué haré contigo ahora que lo sabes —una semejante risa ligera rompió la tensión— no te preocupes...por ahora, prefiero mantener la paz. Después de todo, este gimnasio es bastante cómodo.

Sabrina apretó los puños, intentando recuperar algo de su compostura, pero sus palabras salieron tambaleantes.

—Por qué me lo estás diciendo?

Vartan volvió a reír, esta vez con un tono más juguetón.

—Porque me divierte verte intentar entenderlo. Y porque, Sabrina, a veces es más interesante jugar con las cartas sobre la mesa...al menos al principio.

Con esas últimas palabras, Vartan se sumió en completo silencio, dejándola sola con sus pensamientos, preguntas y un temor que no podía ignorar.

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Asterion, el Malzeno primordial y rey de Vimoksha, se encontraba sentado con una calma imperturbable en el suelo de la casa de Cynthia. La luz del atardecer se filtraba por las ventanas, iluminando sus escamas con gran intensidad. Frente a él, Cynthia sostenía una taza de té, observándolo con la mezcla de fascinación y cautela que solo alguien con su experiencia podía manejar.

La campeona había logrado establecer una conexión psíquica con Asterion gracias a un Reuniclus que mantenía discretamente guardado en una de sus pokebolas. Sin embargo, incluso con ese puente mental, las conversaciones eran escasas.

—Te resulta incómoda esta forma de comunicación? —preguntó Cynthia con amabilidad, buscando romper el silencio.

Asterion giró levemente su cabeza hacia ella, sus ojos  brillando con un aire de infinito conocimiento y un vacío de emoción.

"No me resulta incómoda. Es simplemente... algo que no necesitaba del todo, pero a fin de cuentas lo puedo comprender." Su voz resonó en la mente de Cynthia, grave y etérea, como si proviniera de un lugar más allá del tiempo.

Cynthia esbozó una pequeña sonrisa, intentando descifrar al enigmático ser frente a ella.

—Innecesaria tal vez para ti, pero para mí, esto es la única forma de entendernos —hizo una pausa, estudiando su reacción, aunque el rostro de Asterion permanecía tan impenetrable como siempre— eres un ser fascinante, Asterion.

El dragón no respondió de inmediato, sus garras se entrelazaron mientras apoyaba el mentón en ellas, adoptando una postura casi pensativa.

"Fascinante?" repitió, como si saboreara la palabra "supongo que para algo como yo es curioso."

Cynthia inclinó ligeramente la cabeza, percibiendo la leve sombra de condescendencia en su tono, pero no se dejó intimidar.

—No solo por lo que eres, sino por lo que representas. Un rey? Un ser de poder incalculable que parece no entender nada?— Cynthia observó su expresión, buscando alguna reacción, pero no hubo cambio alguno.

Asterion permaneció en silencio por unos instantes más, su mirada perdida en el horizonte que se veía a través de la ventana.

"Mi reino es algo que puedo comprender, tengo que hacerlo a fin de cuentas." Sus palabras eran crípticas, pero firmes "un rey tiene que conocer cada nombre de sus ciudadanos después de todo."

La campeona apoyó su taza de té en la mesa frente a ellos, su curiosidad aumentando.

—Entonces, qué buscas ahora?— preguntó con suavidad, pero sin rodeos.

Este no cambio en nada, solo algo indiferente que cruzó en los ojos de Asterion.

"No busco nada. Solo observo en silencio."

Cynthia asintió lentamente, comprendiendo que intentar sacarle más información sería en vano.

—Interesante respuesta...aunque, si me permites decirlo, suena solitaria.

Asterion volvió a mirarla, su expresión manteniendo la neutralidad de siempre.

"La soledad no es un problema para aquellos como yo. Es un estado...natural."

Cynthia no pudo evitar sentir una mezcla de respeto y lástima por el ser frente a ella. Aunque parecía imperturbable y distante, había algo en su presencia que sugería una historia compleja, llena de pérdidas y victorias que solo él podía comprender.

Decidiendo cambiar de tema, se recostó ligeramente en su asiento, su tono más relajado.

—Entonces, qué opinas de este mundo? Lo que has visto hasta ahora, al menos.

Asterion cerró los ojos por un momento, como si considerara su respuesta.

"Un mundo joven...caótico, pero con potencial." Sus ojos se abrieron nuevamente, fijos en los de Cynthia "Tal vez valga la pena observarlo un poco más."

Cynthia sonrió levemente. Aunque no lo decía abiertamente, estaba claro que Asterion no era indiferente al mundo que había comenzado a explorar. Y para alguien como ella, eso ya era un pequeño triunfo.

Asterion, con su porte imponente y su calma habitual, se puso de pie en un movimiento fluido de sus cuatro patas, las garras de sus patas resonando ligeramente contra el suelo de madera. Aunque su expresión no cambió, había una energía diferente en su postura, una tensión contenida que indicaba que algo había captado su atención.

"Me retiro." Su voz resonó en la mente de Cynthia, fría y sin espacio para debates.

La campeona, acostumbrada a lidiar con todo tipo de personalidades, intentó interceder, dando un paso hacia él.

—Retirarte? Por qué tan de repente? Aún hay mucho que podría...

La mirada de Asterion se posó sobre ella, sus ojos brillando con una intensidad helada que la hizo detenerse en seco. Era una mirada que no necesitaba palabras, una advertencia silenciosa que incluso alguien como Cynthia no podía ignorar.

En el siguiente instante, sin más explicaciones, Asterion se impulsó hacia el techo con una fuerza devastadora. Las vigas de madera se rompieron con un estruendo ensordecedor, mientras tejas y escombros caían al suelo como si hubieran sido arrasados por un huracán. El Malzeno primordial salió disparado al cielo, su forma escarlata desdibujándose en el aire por la velocidad que alcanzaba.

Cynthia se quedó inmóvil por unos segundos, observando el enorme agujero en el techo de su casa, mientras fragmentos de madera y polvo aún caían alrededor. Luego, llevó una mano a su frente con un suspiro profundo, tratando de mantener la compostura ante lo que acababa de suceder.

—Genial... —murmuró, su tono una mezcla de frustración y resignación— cuánto me va a costar esto ahora?

Detrás de ella, uno de sus pokemons, un Lucario, apareció para inspeccionar el daño con un gesto curioso. Cynthia simplemente lo miró de reojo y añadió, más para sí misma que para nadie:

—Espero que lo que sea que esté haciendo valga la pena...porque esto no lo cubre el seguro.

Mientras tanto, Asterion surcaba los cielos con una velocidad que ningún ojo humano podía seguir. Las montañas y los valles pasaban como destellos en su visión, mientras su mente analizaba con precisión milimétrica el motivo que lo había sacado de su tranquilidad. Algo se había movido.

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El amanecer bañó Ciudad Azafrán con su luz dorada, mientras los primeros transeúntes comenzaban su rutina diaria. Afuera del gimnasio psíquico, una figura imponente pero elegante se encontraba inmóvil, observando el edificio con una mezcla de expectación y desdén. Vartan, el nargacuga lunar, mantenía la mirada fija hacia arriba, sus ojos brillando como lunas heladas mientras su cuerpo descansaba en una postura relajada pero lista para moverse en cualquier momento.

Los curiosos pasaban a su alrededor, susurrando en voz baja. Algunos lo observaban con fascinación, otros con temor. Su existencia misma era un enigma: una criatura de proporciones colosales, cubierta de escamas que parecían absorber la luz lunar y rodeado de una presencia que desafiaba la lógica. Nadie se atrevía a acercarse demasiado.

La puerta del gimnasio se abrió con un suave sonido, y Sabrina apareció en el umbral. Su mirada tranquila pero inquisitiva se clavó en Vartan. Antes de que pudiera decir algo, el wyvern simplemente desapareció.

El aire explotó con un estallido sónico, acompañado por una ráfaga de viento que desordenó el cabello de la líder de gimnasio y obligó a los presentes a cubrirse el rostro. Vartan había desaparecido en una fracción de segundo, dejando solo una distorsión en el aire y un rastro de destrucción a su paso: adoquines partidos, postes tambaleantes y árboles con sus ramas arrancadas.

Sabrina apenas pudo parpadear antes de darse cuenta de lo que había sucedido. Su rostro, aunque sereno como siempre, mostraba una leve sombra de sorpresa mientras su mirada seguía el camino destrozado que Vartan había trazado.

—Increíble... —susurró, casi para sí misma, mientras observaba la dirección por donde el wyvern había desaparecido— ni siquiera tuve tiempo de reaccionar.

Cerró los ojos por un momento, extendiendo su percepción psíquica para intentar seguir la energía única de Vartan. Aunque pudo captar un rastro tenue, era como intentar agarrar el viento. El nargacuga lunar estaba muy lejos, moviéndose a una velocidad que desafiaba la comprensión humana.

Los murmullos a su alrededor comenzaron a intensificarse, y Sabrina simplemente suspiró, volviendo a entrar en su gimnasio.

—Donde sea que estés yendo, Vartan...espero que no causes demasiados problemas.

Entretanto, Vartan avanzaba sin detenerse, cada zancada impulsada por su energía interna y su habilidad natural. Su destino era claro en su mente, un lugar que había marcado previamente, algo que requería su atención inmediata. El mundo a su alrededor era un borrón de colores y formas, irrelevantes frente al propósito que lo impulsaba.

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El rugido del océano llenaba el aire mientras las olas rompían contra las rocas de la playa desolada. Vartan, el nargacuga lunar, permanecía inmóvil sobre una duna, su mirada fija en el horizonte infinito donde el mar y el cielo se fundían en un solo tono gris. El viento acariciaba su pelaje plateado, pero su atención estaba en algo más allá de lo visible, algo que sentía aproximarse rápidamente.

De repente, el cielo se encendió con un destello carmesí. Una figura se precipitaba desde lo alto, dejando un rastro de energía oscura y crepitante. El impacto fue ensordecedor, levantando una nube de arena y escombros mientras Asterion, el malzeno primordial, aterrizaba como un meteorito a pocos metros de Vartan. La tierra tembló bajo su peso, y las ondas de choque se extendieron por la playa, disipándose en el agua.

Por un instante, los dos wyverns se quedaron en silencio, estudiándose mutuamente. Asterion, con su imponente figura y su aura inigualable. Sus alas se desplegaron ligeramente, y sus ojos resplandecían con un fulgor antiguo y lleno de autoridad.

Vartan, en contraste, relajó su postura. Su habitual carisma se filtró en una sonrisa casi burlona mientras daba un paso hacia adelante, sus movimientos fluidos y controlados como un bailarín bajo la luz de la luna.

—Así que decidiste venir... —murmuró Vartan, con un tono que bordeaba la indiferencia, pero que ocultaba un trasfondo de expectativa— hace mucho tiempo que no nos cruzábamos. Pensé que seguirías escondido en las sombras de tu reino nuevo reino.

El malzeno permaneció en silencio, como era de esperarse. Sin una habilidad para comunicarse verbalmente, su única respuesta fue un leve movimiento de su cabeza, un gesto que transmitía tanto desafío como reconocimiento.

Vartan soltó una risa breve, baja y resonante.

—Siempre tan solemne...alguna vez bajas esa máscara de rey? —sus palabras estaban cargadas de ironía, pero había algo más en su voz, una chispa de curiosidad y respeto que era imposible ignorar— bueno, no importa. Puedo imaginar por qué estás aquí.

El nargacuga lunar dio un par de pasos más, sus garras dejando surcos profundos en la arena húmeda. Su mirada se volvió más seria mientras continuaba hablando, sin apartar los ojos de Asterion.

—Dime, es por lo que ocurrió en el pasado? O simplemente vienes a para matarme?

El silencio de Asterion, aunque impenetrable, parecía resonar con una respuesta que solo ellos dos podían comprender.

Vartan suspiró, girando levemente la cabeza para mirar el océano, como si quisiera evadir la gravedad del momento.

—No te preocupes, mi grandisimo amigo. No estoy aquí para quedarme. Tengo mis propios asuntos que atender...como siempre.

Con eso, Vartan se volteó por completo hacia el horizonte, dejando que el viento nocturno despeinara su melena oscura. Sin embargo, no dio ni un paso más. Esperaba algo, alguna reacción de Asterion, una señal de que este encuentro no era simplemente casualidad.

El ataque llegó como un trueno inesperado. Asterion, sin previo aviso, se lanzó hacia Vartan con una fuerza descomunal, su cuerpo entero envuelto en un fuego oscuro que parecía cortar el aire a su alrededor. El impacto fue devastador, mandando al nargacuga lunar volando como un proyectil hacia el bosque cercano. Árboles se partieron como ramitas y enormes fragmentos de tierra volaron por los aires, creando un cráter en el lugar donde Vartan aterrizó.

Un silencio pesado se apoderó de la playa por un instante, roto solo por el crujido de árboles cayendo y el murmullo del mar en la distancia.

Entonces, desde el centro de la destrucción, surgió una risa desquiciada, resonando como un eco inquietante entre las ruinas del bosque. Vartan emergió de entre los escombros, cubierto de polvo y con un corte superficial en su hombro, pero con los ojos brillando de pura diversión.

—JAJAJAJAJAJAJAJAJAAAAA!!!! —exclamó, sacudiéndose la arena con un movimiento de sus alas— así que todavía tienes algo de fuego en ti, eh, Asterion? Eso fue...refrescante...jajajajajaja...!

Su risa disminuyó hasta convertirse en un susurro antes de que su expresión se torciera en algo más oscuro, más siniestro. Su mirada se fijó en el malzeno primordial, que permanecía inmóvil en el lugar donde había lanzado su ataque, su silueta recortada contra la luz de la luna.

—Pero ya deberías saberlo, queridisimo amigo... —continuó Vartan, su voz cargada de burla y veneno— no importa cuánto te esfuerces, cuánto te enfurezcas...nunca recuperarás tu corazón.

El nargacuga dio un paso hacia adelante, las sombras del bosque envolviéndolo como una segunda piel mientras su tono se volvía más teatral.

—Lo recuerdas, verdad? —su voz resonó, casi como un canto macabro— ese día, cuando te derroté...cuando tomé algo más que tu orgullo. Robé lo único que realmente te importaba: tus emociones.

Los ojos de Vartan brillaron con un destello malicioso mientras continuaba.

—Y déjame decirte algo, Asterion... —añadió, su sonrisa ensanchándose— tal vez las emociones sean un peso innecesario. Incluso yo puedo sentirlo...cada vez que estas malditas cosas me afectan, aunque sean un eco de lo que te robé.

Con un movimiento deliberado, extendió sus alas, sus plumas oscuras reflejando la luz de la luna como cuchillas.

—No lo ves? Esto es un juego que ninguno de los dos puede ganar, pero... —su voz se suavizó, cargada de un tono burlón— por qué no seguimos jugando, por los viejos tiempos?

Sin esperar respuesta, Vartan se preparó, su cuerpo tensándose como un resorte listo para atacar. Las sombras del bosque parecían alargarse hacia él, y el aire a su alrededor se cargó de una energía inquietante, casi tangible. Este enfrentamiento no sería solo una cuestión de poder, sino también de recuerdos, resentimientos y el peso de las decisiones del pasado.



FIN

Dato curioso: Todos los cazadores en esta historia tienen el poder de Kian, ósea que tienen la percepción de la realidad alterada y pueden tanquearse ataques que de normal deberían matarlos. A fin de cuentas solo tenemos que ver a que cosas se enfrentan siempre.

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