paradigma oculta (parte 4)

Las palabras apenas se habían disipado en el aire cuando ambos se lanzaron como proyectiles hacia el otro, una explosión sónica marcando el inicio del choque. El impacto fue tan brutal que ambos retrocedieron varios metros, dejando una onda de fuerza que sacudió el suelo y levantó una cortina de polvo y escombros.

Asterion, con su mirada fija y calculadora, dirigió rápidamente su atención al mar que se extendía hasta el horizonte. Su mente procesó un plan en un instante. Sin perder tiempo, desplegó sus enormes alas, el aire alrededor de ellas crepitando con una energía ominosa.

Antes de que Vartan pudiera reaccionar completamente, Asterion se lanzó hacia él como un relámpago, sus cuatro patas extendiéndose para atrapar al nargacuga lunar en un agarre implacable.

—Qué haces ahora, viejo amigo? —se burló Vartan, su tono goteando sarcasmo incluso mientras forcejeaba contra la fuerza titánica del malzeno primordial.

Pero Asterion no respondió. Con un rugido que resonó como un trueno, aceleró a una velocidad casi inimaginable, llevando a ambos hacia el mar. La fricción del aire se convirtió en una barrera incandescente que los rodeaba, y en un parpadeo, impactaron contra la superficie del océano con la fuerza de un meteorito.

El impacto generó una onda de choque masiva que apartó las aguas en un radio de 200 metros, creando un enorme cráter líquido que dejó al descubierto el lecho marino durante unos segundos. Rocas, corales y criaturas marinas quedaron expuestas, mientras el agua se suspendía momentáneamente en el aire, formando una muralla cristalina alrededor de ambos combatientes.

El cráter de agua comenzaba a cerrarse lentamente, las paredes líquidas colapsando hacia el centro como si el mar intentara devorarlos. Los dos titanes tenían solo unos 40 segundos antes de ser sepultados nuevamente en el abismo.

Vartan, atrapado en las profundidades del impacto, dejó escapar una risa ahogada mientras sus ojos brillaban en un tono desafiante.

—No está mal, amigo mio... —dijo entre dientes, ajustando su posición— pero te olvidas de algo: yo también soy una criatura de las sombras.

El nargacuga comenzó a envolver su cuerpo en un manto plateado que parecía consumir incluso la poca luz que quedaba en el lugar, mientras Asterion permanecía impasible, su aura carmesí comenzando a brillar con una intensidad cegadora, como un faro en medio del caos.

La batalla estaba lejos de terminar, y ahora, con el océano como su nuevo campo de combate, ambos sabían que cada movimiento sería decisivo.

Asterion exhaló un profundo suspiro, y con ello, sus llamas carmesí emergieron, cubriendo su cuerpo en un espectáculo de destrucción pura. Estas no eran llamas comunes; eran las llamas de la inutilidad, un fuego primordial capaz de consumir hasta lo eterno, ignorando regeneraciones e inmortalidades. Alrededor de los titanes, el fuego se expandió formando una barrera de 200 metros de radio, sellando el campo de batalla y manteniendo las aguas del océano al margen, como si estas temieran ser tocadas por aquel poder.

Asterion, imperturbable y envuelto en su manto de fuego, levantó la mirada hacia Vartan, esperando el próximo movimiento. Pero en un parpadeo, el nargacuga desapareció. Su velocidad era tan extrema que incluso los agudos sentidos del malzeno primordial no podían seguirlo del todo.

El wyvern plateado entrecerró los ojos, intentando analizar la trayectoria de su enemigo. Sin embargo, antes de que pudiera reaccionar, sintió un golpe brutal en la parte trasera de su cabeza, como si una montaña lo hubiera embestido. Era el coletazo de Vartan, ejecutado con tal fuerza que Asterion fue lanzado contra el suelo del cráter, enterrando su rostro en la roca expuesta del lecho marino.

El impacto fue catastrófico, provocando una nueva onda de choque que resonó incluso a través del fuego circundante. Grietas enormes se expandieron por el suelo bajo él, y el estruendo del golpe dejó claro que Vartan no había contenido nada en su ataque.

Desde las sombras del fuego, la risa maniática de Vartan llenó el aire.

—JAJAJAJAJAJAJA!! Qué pasó, gran rey? —se burló con su característico tono sardónico— tu majestuosidad ya no puede seguirme el ritmo?

Asterion, aún con el rostro contra el suelo, no respondió de inmediato. Pero el fuego a su alrededor se intensificó, arremolinándose y expandiéndose como si respondiera a una furia inexistente en su ser. Lentamente, el malzeno primordial se levantó, sacudiendo los escombros de su cabeza. Sus ojos brillaban con un resplandor carmesí tan intenso que parecía perforar las sombras que rodeaban a Vartan, sus llamas causaron una lenta deformación en el espacio mismo, y una voz resono de el, como si la realidad misma temiera tanto a su fuego que permitiera cualquier autoridad que el decidiera hacer.

—Tu velocidad no te hará ganar esta batalla, Vartan... —dijo Asterion con voz baja, pero cargada de una autoridad helada— yo soy el fuego que consume incluso a Dios mismo.

Con un rugido que reverberó como un trueno, Asterion levantó su cuerpo al máximo, extendiendo sus alas con majestuosidad. Las llamas que lo rodeaban comenzaron a retorcerse y condensarse en esferas flotantes que rodearon el campo de batalla. Cada esfera parecía pulsar con un poder destructivo inimaginable, marcando la declaración de su próxima jugada.

Vartan, desde las sombras, dejó escapar una carcajada.

—Fuegos artificiales? Es todo lo que tienes? —dijo mientras su silueta se desdibujaba nuevamente, preparándose para atacar de nuevo.

Pero esta vez, Asterion estaba listo.

El enfrentamiento alcanzó un nuevo nivel cuando ambos desaparecieron en un borrón casi incomprensible para la vista. Asterion, envuelto en sus devastadoras llamas de la inutilidad, y Vartan, moviéndose con tal velocidad que parecía un parpadeo fugaz de sombras, chocaban una y otra vez. El espacio alrededor de ellos se distorsionaba visiblemente, como si la realidad misma no pudiera soportar la presencia de esos dos titanes. Las ondas de choque resonaban con cada colisión, rompiendo incluso las leyes físicas que intentaban mantener el equilibrio.

Las llamas de Asterion creaban halos incandescentes a su alrededor, retorciendo el aire y generando explosiones con cada movimiento de sus alas. Vartan, en contraste, era un relámpago que se deslizaba entre las grietas del espacio, atacando con precisión quirúrgica y esquivando los contraataques de su adversario por fracciones de segundo.

El wyvern lunar dejó escapar una risa estridente mientras sus ojos brillaban con una astucia inquietante. Aprovechando una pausa fugaz entre los golpes, su voz resonó en el aire, cargada de sarcasmo y desafío:

—Dime, Asterion, alguna vez has escuchado hablar de los vectores?

Asterion no respondió de inmediato, manteniéndose en completo silencio mientras giraba su cuerpo en el aire para interceptar el próximo movimiento de Vartan. Pero sus llamas, como si fueran una extensión de su voluntad, parecían intensificarse ante la provocación, pulsando con un calor casi insoportable.

Vartan continuó, su tono lleno de una mezcla de burla y diversión:

—Por supuesto que no. Tú, con tu solemnidad de "rey sin corazón", no entiendes nada más allá de tus preciosas llamas...pero yo, amigo mio, yo entiendo los vectores. Fuerzas, direcciones, y todas esas pequeñas leyes que controlan la realidad...y, sabes qué es lo mejor de todo?

El nargacuga lunar se deslizó detrás de Asterion en un movimiento que desafió toda lógica, atacando con un golpe de su cola que apenas fue bloqueado por el malzeno primordial.

—Yo las domino —terminó, su voz cargada de una convicción que helaba incluso las llamas más ardientes de Asterion.

Asterion, aún inmóvil y sin ceder ni un ápice de su postura, finalmente habló.

—Dominar leyes no te hace libre, Vartan. Eres un prisionero de tu propia arrogancia.

El combate estalló nuevamente, pero esta vez, las palabras de ambos se quedaron resonando en el aire, como una batalla filosófica que se libraba paralelamente al choque de titanes.

En medio del caos absoluto de su enfrentamiento, mientras la tierra y el mar se doblegaban ante la fuerza de sus ataques, Vartan soltó una carcajada que resonó como un eco siniestro a través del campo de batalla ardiente. Moviéndose a una velocidad casi imposible, su voz cargada de emoción y desafío alcanzó a Asterion.

—Sabes, Asterion? En una de mis vidas pasadas, yo controlaba los vectores. No solo comprendía el movimiento, lo dominaba por completo. Fuerzas, magnitudes, direcciones...eran simples juguetes para mí.

Vartan se deslizó a su alrededor, evadiendo los intentos de ataque de Asterion con una gracia casi burlona, continuando su monólogo con una confianza inquietante.

—Aunque ya no posea aquel cuerpo, mi desarrollo mental sigue intacto. La matemática y el análisis no desaparecen, se graban en el alma, y yo...yo soy un maestro de ambos.

Asterion rugió con algo que nunca pensó iba a recuperar...su irá, sus llamas intensificándose al punto de hacer hervir el aire a su alrededor. Con un movimiento calculado, el malzeno primordial lanzó un zarpazo envuelto en fuego, un ataque cargado de una fuerza destructiva que buscaba acabar con su enemigo en un solo golpe.

Sin embargo, antes de que el ataque alcanzara a Vartan, un sonido ensordecedor resonó. BOOM! Las garras envueltas en llamas de Asterion explotaron en un destello violento, deteniéndose a escasos metros de Vartan. Asterion retrocedió ligeramente, sorprendido por el resultado inesperado.

Vartan, con una sonrisa llena de burla, apareció a un costado, intacto.

—Oh, te sorprende? —dijo, con una calma irónica mientras giraba su cola lentamente, marcando cada palabra con un toque de dramatismo— mi desarrollo mental me permite replicar, de cierta manera, lo que hacía en esa vida pasada. Ves esto? —Señaló el espacio vacío entre ambos con una de sus garras— es un campo vectorial...una barrera invisible que manipula las fuerzas de cualquier cosa que me toque.

Asterion observó con sus ojos fríos e impasibles, sin responder de inmediato, pero sus llamas parecieron arder con una mayor intensidad, como si reconocieran el desafío y la amenaza que representaba Vartan.

—Tú puedes golpear con toda tu fuerza, mi viejo amigo —continuó Vartan, dando un paso hacia él, la barrera reluciendo momentáneamente como una ondulación apenas visible— pero la fuerza...esa siempre será mi dominio.

El combate continuó, pero ahora la batalla no solo era física, sino un enfrentamiento entre voluntades y conocimientos que desafiaban las leyes mismas de la realidad.

Asterion se detuvo por un instante, su figura irradiando un poder tan antiguo y colosal que incluso la naturaleza a su alrededor pareció contener el aliento. Las llamas de la inutilidad que lo envolvían comenzaron a girar de manera violenta, como si respondieran a su intención. Vartan, siempre confiado, observó con cautela mientras la presencia de Asterion parecía trascender el campo de batalla.

El malzeno primordial alzó la cabeza, su voz resonando con la fuerza de un trueno y un eco que parecía provenir de los confines de la existencia misma:

—Soy Asterion, el rey de Vimoksha...aquel que perdió su corazón y sus emociones en el abismo. El que camina más allá de lo que incluso Arceus puede ver.

Con esas palabras, Asterion extendió ambas alas, y el caos comenzó a manifestarse. A su derecha, un círculo de llamas apareció, pulsante e interminable, representando la expansión infinita, un lugar donde las leyes de la materia no podían sostenerse. A su izquierda, un punto negro de fuego comprimido hasta su límite absoluto surgió, un agujero de contracción infinita, donde todo lo que existía colapsaba sin remedio.

Ambas anomalías giraron en sincronía, acercándose lentamente una a la otra, como si el universo mismo temblara ante su unión.

—Mira bien, Vartan —dijo Asterion, su voz ahora gélida y cargada de una amenaza infinita— pues este es el juicio de aquel que perdió todo y se alzó más allá de las estrellas.

Mientras las anomalías convergían, su mandíbula de dragón se abrió lentamente, y dentro de ella se manifestó un brillo que creció rápidamente hasta tomar la forma de una espada ardiente. Era como si un fragmento del sol mismo hubiera sido arrancado del cielo y moldeado en un arma.

La hoja, envuelta en un fuego oscuro y malgino, vibraba con una intensidad que retumbaba en el aire. Asterion murmuró su nombre, un eco de un poder perdido, casi como una invocación.

Dios me abandonó, pero yo invoqué su juicio. Descendencia Divina, Kirin no Tsuki!!!

Con un rugido ensordecedor, Asterion alzó la espada, y las dos anomalías finalmente chocaron, liberando un estallido de energía tan colosal que el mar retrocedió cientos de kilómetros, dejando un cráter en su lugar. La barrera de llamas y el campo vectorial de Vartan vibraron al unísono, ambos resonando con fuerzas que parecían destinadas a destruirse mutuamente.

Vartan, por primera vez, mostró un atisbo de seriedad mientras el ataque convergía hacia él. Sin embargo, incluso en medio de un peligro tan inimaginable, una sonrisa apareció en su rostro, más grande y más desquiciada que nunca.

—Vamos, Asterion! Enséñame si el vacío que dejé en tu corazón puede aplastarme! —rugió Vartan, preparándose para enfrentar el apocalíptico ataque que el rey de Vimoksha había desatado.

Cuando el choque de fuerzas alcanzó su clímax, Vartan se movió instintivamente. Su barrera de vectores, hasta ahora impenetrable, comenzó a agrietarse con un sonido que resonó como un lamento del propio tejido del universo. Apenas en el último instante, logró esquivar el espadazo descendente de Kirin no Tsuki, dejando que la hoja cortara el espacio que ocupaba un milisegundo antes.

El impacto de la espada contra el vacío generó un pulso devastador, desintegrando la barrera de vectores con una facilidad alarmante. El aire se distorsionó mientras el tiempo y el espacio parecían temblar ante la presencia del arma. Vartan, a una velocidad que escapaba incluso a los ojos de un ser como Asterion, se detuvo a una distancia segura, observando con detenimiento lo que acababa de ocurrir.

Su mente, un torbellino de análisis y cálculos avanzados, procesó lo que veía frente a él. Aquella espada no era simplemente un arma; no pertenecía a la realidad que ambos compartían. Sus propiedades trascendían las dimensiones conocidas, existiendo más allá de la percepción sensorial y de las leyes mismas del cosmos.

—Qué clase de monstruosidad has invocado, Asterion? —murmuró Vartan, su voz con una mezcla de fascinación y desdén. Su sonrisa permanecía, pero detrás de ella había un reconocimiento genuino del peligro que enfrentaba.

La espada, que brillaba con una intensidad cegadora, parecía poseer una autoridad divina, un poder que rivalizaba con el de Giratina, el maestro del Mundo Distorsión. Vartan podía sentir cómo la mera existencia del arma alteraba la estructura de la realidad a su alrededor, imponiendo un peso abrumador en su propio ser.

—Eso no debería existir —Vartan entrecerró los ojos, ajustando su postura mientras sus garras brillaban con una energía negra y plateada. Había enfrentado horrores antes, pero nada como esto. Sin embargo, lejos de intimidarse, su sonrisa se amplió aún más.

Asterion, sin cambiar su expresión imperturbable, dirigió su mirada hacia él.

—Kirin no Tsuki no necesita existir —respondió Asterion con una voz profunda, amortiguada por la espada en su mandíbula— simplemente está aquí para cumplir un propósito: borrar lo que no debe ser.

Vartan soltó una carcajada, una risa desquiciada que resonó por toda la zona devastada.

—JAJAJAJAJA!! Es irónico que seas tú quien diga eso, el vacío personificado!! —gritó, extendiendo sus brazos mientras se preparaba para contraatacar. Su barrera de vectores, aunque debilitada, comenzó a reformarse a su alrededor, esta vez con patrones complejos y fractales que parecían desviar incluso la misma luz.

—Ven, Asterion. Demuéstrame que esa espada puede alcanzar algo que no puede ser atrapado —su cuerpo desapareció en un borrón de velocidad, moviéndose en círculos alrededor de Asterion mientras buscaba un punto débil en su defensa.

El choque entre Asterion y Vartan trascendía la lógica, alcanzando un plano donde las leyes de la física eran meras sugerencias. Sus movimientos eran tan rápidos que ni el mismo tiempo podía seguirles el paso; cada colisión de sus fuerzas generaba ondas de impacto que reverberaban a través de realidades. En este campo de batalla, el espacio se curvaba y se rompía, el horizonte se fragmentaba, y las dimensiones mismas parecían llorar bajo la presión de su poder.

La espada de Asterion, Kirin no Tsuki, vibraba con una energía que no solo atravesaba la realidad, sino que la reescribía en cada golpe. Sus llamas no quemaban, sino que deshacían las estructuras fundamentales del mundo, separando las capas de existencia como si fueran páginas arrancadas de un libro cósmico. Cada movimiento del Malzeno primordial era un acto de destrucción y creación simultánea, su poder resonando incluso en el Mundo Distorsión.

En ese lugar aparte, Giratina alzó su mirada mientras el impacto de las energías de Asterion rozaba los límites de su dominio. Con un rugido ensordecedor, el regente del mundo inverso desplegó su autoridad para contener la amenaza que casi desbordaba su reino.

Mientras tanto, Vartan, en medio del caos absoluto, mantenía su mente enfocada. A pesar de estar enfrentando una fuerza que superaba incluso el entendimiento de un dios, su capacidad analítica seguía siendo su mayor arma. Sus cálculos imaginarios "conceptos abstractos que ni siquiera tenían sentido en términos matemáticos tradicionales" fluían como un torrente en su mente.

"Si esto es un ataque que existe fuera de la realidad...entonces también puede ser contenido fuera de la realidad."

Con esa conclusión, Vartan comenzó a alterar las propiedades de su barrera de vectores. Sus fractales se expandieron y contrajeron, absorbiendo y redirigiendo las ondas de energía que emanaban de Kirin no Tsuki. Era una hazaña imposible, pero Vartan no era un ser común. Sus aparentes alas comenzaron a brillar con un resplandor oscuro, un reflejo de su voluntad de desafiar incluso lo inevitable.

—Tus llamas de inutilidad no significan nada para mí, Asterion! JAJAJAJAJAJAJA!! —exclamó Vartan con una risa salvaje, su voz resonando en cada rincón de la batalla. Su barrera, ahora reforzada por una lógica incomprensible, repelió uno de los golpes de la espada, generando un estallido de energía que sacudió todo a su alrededor.

Asterion no respondió, pero su mirada se endureció. Sin pausa, giró en el aire, desatando un arco llameante con la espada que rasgó el espacio hacia Vartan. Este último, anticipándose al ataque, esquivó con precisión milimétrica, pero no sin sentir el roce de un poder que no debería existir.

Ambos combatientes, empapados en la inmensidad de sus poderes, sabían que este enfrentamiento no era solo un choque físico. Era una batalla de ideas, de conceptos que trascendían lo tangible. El destino del entorno, e incluso de las realidades adyacentes, dependía de quién pudiera superar al otro en este combate que desafía toda comprensión.

Mientras se lanzaban de nuevo el uno hacia el otro, las grietas en la realidad misma comenzaron a expandirse. 

El aire se cargó de una tensión palpable cuando Vartan y Asterion detuvieron sus ataques al unísono, sus cuerpos inmensos suspendidos a unos metros de distancia. Ambos sintieron la presencia de dos figuras acercándose rápidamente, sus energías distintas, pero igualmente imponentes. Se miraron en silencio, con un entendimiento tácito de que algo importante estaba a punto de ocurrir.

Ambos giraron sus cabezas al mismo tiempo para ver cómo las figuras aterrizaban con una gracia feroz. Kian, el cazador de monstruos, y Arkalion, el depredador Magnamalo, hicieron su entrada al campo de batalla, sus presencias dominantes creando un contraste fascinante entre la destreza humana y la magnificencia monstruosa.

Kian, de pie junto a su compañero Magnamalo, llevaba su clásica armadura forjada de Rathalos plateado. Su mirada era aguda y calculadora, su postura exudaba la experiencia de alguien que había enfrentado lo imposible una y otra vez. Arkalion, por su parte, caminaba a su lado con una elegancia intimidante. Sus llamas purpúreas danzaban alrededor de su cuerpo, proyectando una luz espectral que hacía que el escenario pareciera aún más apocalíptico.

Asterion y Vartan observaron a los recién llegados, evaluándolos en silencio. Aunque la comunicación era imposible con Arkalion, Kian tomó la palabra, su voz rompiendo el silencio pesado del campo de batalla.

—Parece que estamos interrumpiendo algo importante, pero la realidad misma está sufriendo por este enfrentamiento. No podemos permitir que este caos continúe sin una resolución adecuada.

Vartan soltó una risa breve y sarcástica, su mirada fija en el cazador.

—Y qué planeas hacer tú, humano? Este no es un conflicto que puedas manejar con tus herramientas y armaduras. Lo que ocurre aquí trasciende todo lo que tú o tu compañero pueden entender.

Kian no pareció inmutarse. Dio un paso al frente, su mano descansando sobre el mango de su espada.

—Tal vez no sea tan simple como crees. He cazado todo tipo de cosas. Arkalion y yo no estamos aquí para detener la pelea, sino para asegurarnos de que el resultado sea algo que no destruya todo lo que existe a su paso.

Arkalion rugió, su sonido grave y lleno de autoridad resonando como una advertencia. Aunque sus palabras no podían ser entendidas por los presentes, su intención estaba clara: él estaba listo para intervenir si era necesario.

Asterion observó la escena con cautela, manteniendo su espada llameante lista. Su mirada se encontró con la de Arkalion por un momento, una conexión tácita entre dos seres que entendían la esencia del poder y la destrucción.

El campo de batalla se llenó de un silencio tenso, las cuatro figuras evaluándose mutuamente. Nadie hacía el primer movimiento, pero la atmósfera era como una cuerda a punto de romperse. Finalmente, Kian habló de nuevo, su voz calmada pero cargada de determinación.

—Antes de que esto se descontrole aún más, sugiero que aclaremos nuestras intenciones. Porque si seguimos así, no habrá mundo que quede para vivir.

El desafío estaba lanzado. La pregunta ahora era: cómo responderían Vartan y Asterion a esta nueva e inesperada intervención?




FIN.

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