El olor de la muerte

Mientras Magnamalo viajaba sobre la inmensa espalda de Wailord, su mente estaba en calma...pero algo lo inquietaba. Un olor desconocido llegó a su sentido del olfato, algo que no había percibido antes en ninguna cacería o batalla. No era el hedor de la podredumbre o carne descompuesta, sino algo mucho más inquietante...el olor de la muerte. No era una muerte común, como la de los pokemon o criaturas que había cazado; este aroma era algo más profundo, una esencia que le resultaba indescriptible. Era como si ese olor no perteneciera a este mundo.

Intrigado, Magnamalo levantó la cabeza y olfateó el aire, intentando localizar el origen. Pero mientras más lo intentaba, más incomprensible se volvía el olor para su conciencia. A pesar de la curiosidad que comenzaba a crecer en su mente, decidió ignorarlo por ahora. Su prioridad era llegar a Melemele.

El viaje no fue corto. Durante cuatro largos días, Wailord avanzó incansablemente sobre las olas, cruzando el vasto océano que separaba Akala de Melemele. El Magnamalo, que nunca había dejado de entrenar y mantenerse alerta, aprovechó esos momentos sobre el agua para reflexionar, aunque siempre con ese persistente olor en el aire que nunca desaparecía del todo.

Finalmente, la silueta de Melemele se dibujó en el horizonte, rodeada de majestuosos acantilados y playas doradas. Era una zona aislada, un lugar perfecto para desembarcar sin ser detectado por los humanos. Cuando Wailord alcanzó la costa, Magnamalo observó con detenimiento la tranquilidad del lugar. Era justo lo que necesitaba.

Deslizándose con agilidad por el costado de Wailord, Magnamalo tocó la tierra firme de Melemele por primera vez. Con un gesto de respeto, levantó su poderosa cola y la agitó suavemente, despidiéndose de su compañero de viaje. Wailord, comprendiendo el gesto, emitió un suave sonido antes de darse la vuelta y sumergirse nuevamente en las profundidades del océano.

"Gracias, amigo." pensó Magnamalo mientras lo veía desaparecer bajo las olas.

Con la partida de Wailord, Magnamalo se giró hacia los bosques espesos que se alzaban frente a él. Su viaje por Akala había llegado a su fin, pero la siguiente etapa de su aventura acababa de comenzar. Sabía que Melemele escondía nuevos desafíos, pero esta vez, estaba preparado para lo que viniera...aunque el olor de la muerte seguía rondando en el aire.

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Mientras Magnamalo avanzaba por el denso bosque, su mente vagaba entre los sonidos tranquilos y las imágenes del pasado. Uno que otro pokemon pequeño cruzaba su camino, alejándose con temor ante su imponente presencia, pero él no les prestaba mucha atención. Sus pensamientos estaban en otra parte.

De repente, su mirada se posó en un árbol robusto, y en ese momento, una memoria distante se activó. La imagen de un ataque brillante, elegante y devastador: Tsubame Gaeshi. Una técnica perfecta que permitía realizar tres cortes simultáneos, una "espada infinita" que trascendía el espacio y el tiempo. En su mente, recordó cómo esa técnica creaba múltiples respuestas correctas en un solo movimiento, una forma de desafiar lo que era posible y forzar a cualquier oponente, incluso a los dioses, a enfrentar lo inevitable.

El guerrero dentro de él reconoció el poder de esa técnica...pero ahora, con su nuevo cuerpo, sentía que podía ir más allá. Observó las cuchillas en sus patas delanteras, las cuales podían moverse con increíble precisión, y luego dirigió su atención a su cola, cuya punta afilada asemejaba la de una lanza letal. En ese momento, supo lo que tenía que hacer.

"Owari no kikan..." pensó, el nombre resonando en su mente como un eco. El retorno del final. Una técnica que no solo cortaría en múltiples direcciones como el Tsubame Gaeshi, sino que arrasaría completamente a su enemigo con un solo ataque devastador.

Satisfecho con su decisión, continuó avanzando por el bosque, listo para perfeccionar su nueva técnica. Sabía que su próximo combate sería la oportunidad perfecta para ponerla en práctica.

Con la idea clara en su mente, Magnamalo se movía con determinación a través del bosque, su agudo olfato en busca de algo que le ayudara a perfeccionar la técnica que acababa de imaginar. Necesitaba un objetivo, algo rápido y ágil, algo que pudiera imitar las condiciones de la "golondrina" del Tsubame Gaeshi. Después de un largo rato husmeando entre los árboles y matorrales, lo encontró...un Taillow.

El pequeño pokemon volaba cerca, rápido y errático, justo lo que Magnamalo necesitaba. Este es el momento...pensó, mientras su cuerpo se tensaba y sus cuchillas brillaban con una leve energía. El objetivo estaba al alcance, pero sabía que solo tenía una oportunidad. El Taillow era veloz y si fallaba, escaparía sin dudarlo.

Magnamalo se preparó, sus músculos listos para ejecutar el ataque. Visualizó los tres cortes simultáneos, las múltiples direcciones que debían impactar al mismo tiempo, rompiendo las limitaciones del espacio. Tres...dos...uno...

Con un rugido contenido, lanzó su ataque, las cuchillas cortando el aire con una velocidad feroz. Pero...justo en el último segundo, el Taillow lo anticipó. Con un movimiento súbito, el pequeño pokemon viró en el aire y esquivó el ataque. Magnamalo apenas alcanzó a ver cómo las plumas del Taillow se alejaban rápidamente, mientras el pokemon huía despavorido, desapareciendo entre los árboles.

Frustrado, Magnamalo se quedó quieto por un momento, el eco de su fallido ataque resonando en su mente. Fallé...pensó. Pero en lugar de desanimarse, sus ojos se llenaron de determinación. Sabía que estaba cerca...más cerca de lo que nunca había estado de dominar su nueva técnica.

La próxima vez no fallaré.

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Cada día que pasaba, Magnamalo sentía cómo la perfección estaba al alcance de su mano, pero no la lograba. Sus ataques se volvían más rápidos, más precisos...las hojas que caían eran cortadas con una finura que antes no había imaginado posible. Sin embargo, había algo que le impedía llegar al nivel definitivo. Ese pequeño retraso en la coordinación, esa fracción de segundo en la que no conseguía que los nueve golpes simultáneos se completaran como debía.

Comprendía bien lo que había experimentado Sasaki Kojirou, aquel legendario espadachín que había creado el Tsubame Gaeshi. El camino para atrapar a esa golondrina esquiva no era solo físico, sino mental. A pesar de que cada golpe era refinado, de que su técnica parecía impecable en teoría, la ejecución todavía estaba incompleta. Debía alcanzar ese punto donde cuerpo, mente y espíritu se unieran en un solo movimiento perfecto. Magnamalo sabía que no era cuestión solo de fuerza, sino de percepción total, una sensibilidad absoluta.

"Nueve golpes simultáneos..." pensaba mientras afilaba su concentración. Tres cortes rápidos con la cuchilla de su pata izquierda, tres con su cola en forma de lanza, y tres más con la cuchilla de su pata derecha. Cada uno debía ser perfecto, ejecutado en un mismo instante, sin que ninguno se adelantara ni un milisegundo. Todo tenía que fluir en un solo acto de destrucción y creación.

Sus ojos brillaban con intensidad, sus sentidos agudizados al máximo. Su olfato captaba hasta el más mínimo cambio en el aire, sus oídos escuchaban el crujido de cada hoja al soltarse del árbol, sus ojos seguían cada movimiento con precisión. Todo debía estar alineado.

Sabía que estaba cerca, muy cerca...pero aún faltaba algo, ese último empujón para romper la barrera que lo separaba de la perfección. "Aún no...todavía no es suficiente." Cada entrenamiento lo acercaba, pero no era el final. Magnamalo estaba decidido a no detenerse hasta que su técnica estuviera completa, hasta que los nueve golpes se convirtieran en uno solo, perfecto e inevitable.

Cada fibra de su ser estaba enfocada en ese objetivo. Magnamalo sabía que el camino para lograr el movimiento perfecto no sería fácil, pero su determinación era inquebrantable. Mientras se movía entre los árboles y repetía su rutina de entrenamiento, su mente comenzaba a visualizar algo más allá del simple ataque físico. No era solo cuestión de fuerza bruta o velocidad...era sobre entender y sentir el flujo del mundo, el espacio y las posibilidades que cada acción generaba.

"El punto...ese punto que rompe el espacio...una espada infinita que encierra todas las posibilidades..." Sus pensamientos eran claros mientras entrenaba, pero también llenos de preguntas. Cómo lo había logrado Sasaki Kojirou? Cómo había dominado el arte de crear posibilidades infinitas con un solo acto?

Cada movimiento que hacía, cada hoja que caía frente a él, le mostraba pequeñas señales, pequeños indicios de cómo podría lograrlo. Pero también sabía que su instinto sería su mejor guía. Era una combinación entre la brutalidad salvaje de Magnamalo y el refinado arte de la espada. En su mente, visualizaba las posibles respuestas, las infinitas formas en que podría atacar...pero solo una sería la correcta.

"Ver el todo...entender el todo..." Magnamalo cerraba los ojos mientras seguía entrenando, dejando que sus instintos lo guiaran. Ya no era solo una cuestión de técnica; tenía que dejar que su cuerpo y su mente se sincronizaran de una manera que nunca antes había experimentado. La espada infinita que Sasaki había alcanzado no solo era una técnica, era un estado de ser. Un momento donde todas las realidades posibles convergían en un solo punto de acción.

"Romper el espacio, desatar los 9 ataques simultáneos..." pensaba, mientras visualizaba el ataque en su mente, sintiendo que, poco a poco, estaba más cerca de ese estado. Cada posibilidad debía nacer y morir en el mismo instante, encerrando al oponente sin escapatoria. Era como si pudiera sentir el flujo de las posibilidades entre sus garras, entre su cola...ese punto perfecto estaba ahí, solo tenía que alcanzarlo.

El tiempo, en su mente, ya no importaba. Lo único que importaba era ese momento de perfección, ese instante en que todas las posibilidades quedarían selladas en su técnica.

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Time skip:

Cuatro meses de incansable entrenamiento habían transcurrido. Cada día, Magnamalo se había sumergido más en la perfección de su técnica, acercándose al borde de lo que creía posible. Ya no era solo una cuestión de fuerza o velocidad; era como si hubiera alcanzado una nueva comprensión del flujo de la batalla, de las posibilidades infinitas que podían nacer en un solo instante. Y ahora, solo quedaban dos meses antes de la llegada de Ash a Alola.

En ese momento, mientras recorría el bosque, sus sentidos lo alertaron. Lo reconoció al instante: era el mismo Taillow que había escapado meses atrás. Su presa, aquel que lo había obligado a fallar, había regresado, ignorante del peligro que se cernía sobre él.

Magnamalo se detuvo, sus ojos centrándose en el pequeño pokemon. Sintió cómo todo alrededor se desaceleraba, cada hoja cayendo parecía moverse en cámara lenta. Su mente comenzó a visualizar el ataque...las infinitas posibilidades, los 9 golpes. Todo se alineaba perfectamente. Esta vez no había lugar para el error.

"Este es el momento...el punto perfecto." pensó, su mirada fija en el Taillow, que volaba desprevenido.

Con una precisión absoluta, su cuerpo se movió. Las cuchillas de sus patas delanteras y la punta de su cola se sincronizaron. En un solo instante, lanzó su ataque definitivo: Owari no kikan.

El vacío se manifestó alrededor de él, envolviendo el espacio con una frialdad indescriptible. El Taillow no tuvo tiempo de reaccionar. Los 9 golpes simultáneos cayeron sobre él como una tormenta ineludible, rompiendo el espacio y sellando su destino. En un solo latido, el pequeño pokemon cayó, vencido, sin vida...una prueba del poder devastador de la técnica que Magnamalo había perfeccionado.

El silencio dominó el lugar. Magnamalo observó los restos del Taillow, sintiendo una mezcla de satisfacción y reflexión. Había alcanzado el punto perfecto, había logrado dominar lo que tanto había buscado...pero al mismo tiempo, comprendió el peso de su poder.

"El retorno del final..." murmuró en su mente. Ahora era verdaderamente un guerrero, uno que dominaba una técnica letal. Pero con ese poder venía una responsabilidad, una que apenas comenzaba a comprender.

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Después de haber alcanzado el estado de vacío como guerrero, algo en Magnamalo había cambiado profundamente. Ya no sentía la misma urgencia que antes, esa necesidad implacable de perfeccionar su técnica o de probar su fuerza en cada movimiento. Había tocado el borde de la maestría, del poder absoluto...y ahora, con ese logro en su haber, su vida había caído en una rutina más simple, casi mecánica.

Cazar, comer, dormir...esas eran ahora sus principales preocupaciones. Los días pasaban, y él repetía el ciclo sin mucha variación. Los pokemon del bosque ya no lo veían como una amenaza activa, sino más como una presencia inamovible, un depredador silencioso pero constante. Solo cazaba cuando lo necesitaba, asegurándose de mantenerse alimentado y en forma, pero ya no se veía impulsado por el deseo de confrontar o demostrar su fuerza.

Entrenaba de vez en cuando, más por mantener su cuerpo en condiciones óptimas que por la búsqueda de mejorar. Las hojas seguían cayendo, los árboles seguían recibiendo sus cortes precisos...pero cada día, la intensidad disminuía un poco más. Los golpes se volvían más calculados, menos frenéticos. Era un guerrero que había alcanzado su cumbre y, al mismo tiempo, había encontrado en la repetición de lo básico un extraño consuelo.

La llegada de Ash a Alola estaba cada vez más cerca, pero Magnamalo apenas lo notaba. Su mundo se había reducido a un ciclo constante de supervivencia y equilibrio. Había encontrado paz en la rutina, aunque no dejaba de ser consciente de que en algún momento, algo más grande volvería a sacudir su vida. Pero por ahora, estaba satisfecho.





FIN.

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