Caballero y ninja
Entre las nubes de Unova, una vasta estructura flotante se alzaba silenciosa y majestuosa. Desde el suelo, nadie habría imaginado su existencia, oculta por las vastas alturas y la lejanía que la resguardaba. Aquella fortaleza, inmensa y compleja, tenía una arquitectura que evocaba la majestuosidad de una ciudad antigua y poderosa, un castillo de mármol y acero que parecía entrelazarse con el mismo cielo.
En el salón principal, una figura imponente se encontraba en el centro de aquella edificación. Sentado en un trono blanco y brillante como el mismo firmamento, se hallaba el dueño de esa estructura celestial. Su cuerpo era el de un Malzeno Primordial, un dragón de proporciones colosales y una elegancia cruel que emanaba en cada movimiento. Sus escamas, contrastadas con relucientes tonos dorado, proyectaba un aura de poder absoluto. Sus alas, plegadas alrededor de su figura, relucían con un un gran brillo y elegancia.
Pero había algo más en sus ojos, algo que los hacía diferentes...este no era cualquier Malzeno Primordial. Había en su mirada una profundidad humana, un vestigio de pensamientos y recuerdos, algo que solo aquellos que han conocido dos vidas pueden reflejar. Al igual que Magnamalo, él también había sido humano, reencarnado en esta forma aterradora. Aunque a diferencia de su compañero guerrero en Alola, su esencia había encontrado su propósito en las alturas de Unova, observando desde lo alto y juzgando este nuevo mundo.
Este Malzeno no era una bestia cualquiera. Su reencarnación había alimentado en él un poder y una sabiduría distintos, una paciencia que lo mantenían firme, esperando. Desde su trono, veía más allá de las nubes, a las tierras que pronto le pertenecerán. Sin embargo, una sensación peculiar le llego, algo que resonaba con el pulso de su poder...sabía que no era el único de su especie en este universo. Había alguien más...alguien más además de...el.
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En las profundidades de sus recuerdos, Malzeno apenas podía recordar sus primeros momentos en aquel nuevo cuerpo. Todo había sido brumoso, casi como un sueño que comenzaba en el vacío y se expandía en formas y colores desconocidos. Sin embargo, su vida tranquila y plácida fue arrebatada en una sola noche, en el mismo instante en que, bajo la luz fría de una luna llena, perdió algo más preciado que su nueva forma: su propio corazón, el centro de su identidad y humanidad.
En aquella época, él no era un ser temido ni aterrador; era un alma serena que había encontrado satisfacción en los placeres simples. Quizás observaba los campos y ríos de ese mundo desconocido, tal vez se perdía en los sonidos de la noche o se dejaba envolver por el viento entre las montañas, buscando en esas pequeñas cosas la paz que había anhelado. No deseaba poder ni grandeza; solo una vida sin sobresaltos, sin conflictos, sin más necesidad que la de existir.
Pero aquel encuentro en la oscuridad, en una noche en que la luna bañaba todo con su plateada indiferencia, lo cambió para siempre. Perdió algo dentro de sí, algo vital, un sentido de conexión y propósito que lo hacía humano incluso en su nuevo ser dracónico. Desde entonces, su esencia se tornó sombría, apática, y lo que una vez fue un espíritu bondadoso se extinguió, quedando solo un cascarón sin emoción. Su existencia se convirtió en un ritual vacío, una continuación de algo que no podía sentir.
El mundo, en su nueva forma, dejó de parecerle maravilloso. No hallaba más belleza en el cielo ni en los paisajes; solo le quedaba el propósito frío de existir y observar desde las alturas, sin motivo ni apego alguno. La tranquilidad de antaño había sido reemplazada por una indiferencia inmensa, un abismo sin fondo en el que su humanidad se desvanecía cada día más.
Y, aun así, en lo profundo de su ser, quedaba una sombra de memoria...algo que le susurraba que había sido alguien más, alguien capaz de sentir, de conectar, de vivir.
Asterion, el nombre que él mismo había elegido, resonaba en su mente como una cruel ironía. Se proclamaba "rey santo," el soberano de aquel bastión oculto entre las nubes, una estructura imponente en la que los pokemon que encontró y protegió habitaban en paz. Para ellos, Asterion era un líder generoso y poderoso, un guardián al que reverenciaban y en el que confiaban. Desde las alturas, el castillo, conocido como Vimoksha, flotaba sereno, como un fragmento de otro mundo, apenas visible para cualquiera que mirara hacia el cielo. Su presencia pasaba desapercibida, oculta en lo alto y envuelta en nubes, mientras él vigilaba desde su trono sin expresión, como una estatua viviente.
Asterion se encargó de cada pokemon en Vimoksha con la precisión y dedicación de un monarca sin corazón. Recordaba cada nombre, cada rostro, cada habilidad...incluso si no deseaba hacerlo. El peso de estos recuerdos, acumulados con el tiempo, no era para él una fuente de gozo, sino una carga, una obligación que asumía sin pasión ni consuelo. Ellos lo veían como un líder sagrado, alguien dotado de un poder inmenso y con una autoridad incuestionable. Los pokemon de Vimoksha nunca se dieron cuenta del vacío que lo consumía por dentro.
La paradoja era evidente: Asterion, un rey sin emociones, guiaba a los suyos con la certeza de un deber silencioso. Lo que había comenzado como un acto de generosidad sin propósito terminó por moldearlo en el líder que todos necesitaban, aunque dentro de él solo quedaba la sombra de lo que alguna vez fue. Era incapaz de verse a sí mismo como algo valioso, y sin embargo, ese mismo sentimiento lo mantenía en movimiento, impulsándolo a construir un refugio para otros, aun si para él no significaba nada.
Asterion, el "santo rey," velaba desde su trono, contemplando el brillo de su propio reino. El castillo de Vimoksha era tanto su creación como su prisión, un lugar donde aquellos que habitaban encontraban paz y seguridad, mientras él, sentado en el centro de todo, permanecía anclado en una existencia sin sentido.
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Las llamas de la inutilidad, como él las llamaba, eran el reflejo sombrío de su propia percepción: un poder absoluto y devastador, nacido de su control magistral sobre el elemento Draco y de la naturaleza misma de este mundo. En su percepción, estas llamas simbolizaban el "Zero," una fuerza que arrasaba con todo sin dejar rastro, una existencia convertida en nada. Por eso, aquellas llamas no se podían curar, no se podían apaciguar; no tenían consuelo para aquellos que las tocaban. Era una combustión pura y despiadada, como si absorbiera la esencia misma de lo que ardía.
Para Asterion, su propia inutilidad era lo único que quedaba tras perder lo que una vez lo hacía único. En sus ojos, las llamas eran inútiles porque él mismo lo era, y su poder, tan abrumador y absoluto, le resultaba tan vacío como el mismo. Aquellas llamas de Zero solo dejaban destrucción y desolación, una marca imposible de borrar, incapaz de sanar, sin importar la fuerza o la voluntad de su víctima. De esta manera, se convertían en el recordatorio de su condición, del rey sin propósito que, aun habiendo logrado construir un reino flotante y bendecido, no encontraba ninguna razón en su propia existencia.
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Asterion seguía sumido en sus pensamientos, como si cada fragmento de su memoria se desplegara página por página, una narrativa que leía en la penumbra de su mente. "Qué sentido tiene todo esto...?" pensaba, dejando que aquel cuestionamiento se perdiera en el eco de su vasto castillo.
De pronto, una presencia a su lado interrumpió su introspección: Negin, la Hatterene a quien él mismo había rescatado y nombrado en su tiempo, se encontraba a su lado, esperando pacientemente para darle los informes semanales. Su expresión era calmada, casi serena, y su voz resonó en la mente de Asterion con una suavidad psíquica única, haciendo que alzara la mirada de su trono.
"Mi señor Asterion, he venido con los informes que solicitaste." Comenzó Negin, sus palabras eran precisas y claras, sin un atisbo de emoción.
Asterion asintió lentamente, como si su mente aún vagara entre pensamientos distantes.
"Adelante, Negin." Respondió él, en su tono grave y pausado.
"Todo ha marchado como se esperaba, mi señor. El ala norte del castillo ha sido reforzada, y los pokémon más jóvenes están progresando en sus entrenamientos. Han mostrado interés en seguir aprendiendo, algunos incluso han manifestado deseos de explorar más allá de los límites del castillo." Negin hizo una pausa, observando la reacción de Asterion, quien la escuchaba sin interrumpir.
Él se quedó en silencio por un momento, asimilando las palabras de Negin. "Interés...explorar...anhelos" pensó, como si esas palabras fueran ajenas a él. Finalmente, habló con un tono distante:
"Y...los demás?" Preguntó Asterion "algo más que deba saber?"
"Los cultivos de bayas han crecido con éxito, y todos los habitantes del reino han colaborado con entusiasmo en las tareas de mantenimiento. Sin embargo..." Negin dudó un momento antes de continuar "los pokémon de los niveles inferiores han estado mostrando una especie de inquietud. Algunos mencionaron haber visto...sombras."
Asterion levantó una ceja, apenas interesado en aquellas sombras, pero también consciente de que cualquier perturbación en su reino merecía su atención.
"Sombras, dices..." murmuró, sus pensamientos vagando nuevamente "crees que se trate de algún peligro, Negin?"
La Hatterene inclinó ligeramente la cabeza y, con su característica calma, respondió:
"Por ahora, no puedo asegurar que sea una amenaza. Sin embargo, si tú lo ordenas, puedo encargarme de que se mantenga la vigilancia y asegurarme de que cualquier movimiento extraño sea reportado de inmediato."
Asterion asintió con lentitud.
"Hazlo, Negin. No podemos permitir que nada amenace este...reino."
Negin hizo una pequeña reverencia, aunque su mirada permaneció fija en él.
"Como desees, maestro. Siempre estaré a tu disposición para cualquier cosa que necesites."
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La oscuridad envolvía un bosque denso y profundo en Kanto, donde un suave susurro rompía el silencio en intervalos casi calculados, como si formara parte de un ritmo natural. Entonces, entre las sombras, surgió una mirada feroz, perspicaz y casi juguetona, que parecía centrarse en algo...o alguien. Era como si esa mirada, feroz pero extrañamente amigable, pudiera traspasar la propia realidad.
De pronto, la criatura emergió completamente de entre los árboles, dejando ver su silueta ágil y poderosa, con pelaje brillante que se mezclaba casi a la perfección con la luz de la luna. Era un Nargacuga lunar, su pelaje plateado brillaba débilmente bajo la escasa luz de la luna, como si cada fibra de su ser estuviera diseñada para moverse entre ese brillo. Sin embargo, este Nargacuga no era una simple bestia: era uno más de los reencarnados, con la misma chispa de vida y experiencia pasada que poseía Magnamalo.
Con un destello en su mirada y una sonrisa ladina en su rostro, comenzó a hablar, como si pudiera ver más allá del límite de su propia realidad, como si su voz pudiera cruzar dimensiones:
—Oh, parece que tenemos audiencia...interesante. Bienvenidos, lectores. Puedo verlos, aunque... —su aparente sonrisa se hizo un poco más amplia, su tono desenfadado y casi cómplice— no me pregunten cómo lo sé. De alguna forma, puedo observarlos...aunque no puedo predecir qué pasará. Ese es el misterio de todo esto, verdad? Ni yo mismo sé lo que me depara el destino.
El Nargacuga se estiró un poco, como quien se acomoda para una larga charla.
—Les aseguro que no causaré problemas —dijo, con un tono carismático y una actitud relajada— acaso no es más divertido así? Poder conversar sin intenciones ocultas...quizá incluso descubrir juntos un poco más de mi?
Con un último destello en su mirada, el Nargacuga lunar dejó que su voz flotara en el aire, creando una conexión inexplicable con quien leía. Sin embargo, su enigma, su habilidad para ver más allá de la narrativa sin visualizar el futuro, quedaba claro: él no podía predecir lo que vendría, pero sin duda planeaba disfrutar cada momento de esta extraña y emocionante historia.
El Nargacuga lunar dejó caer sus palabras con un tono casi filosófico, inclinando su cabeza de un lado al otro, pensativo.
—Se cuestionan si comprendo, no? Comprender, eh...no, no puedo comprender nada ni a nadie —dijo con voz suave, aunque sus ojos brillaban con algo más profundo— veo cosas que no tienen sentido, figuras que parecen vivas pero...son como dibujos sin alma, pedazos bidimensionales que se mueven sin que yo sepa por qué. Un misterio que simplemente...no puedo entender.
Su risa resonó entre las sombras, un sonido gutural pero de tono liviano, como si la mera idea de compartir esto fuera un chiste entre él y su desconocida audiencia. Dio un paso hacia adelante, bajando el tono, casi susurrando con una sonrisa traviesa.
—Y por qué hablo como un humano? —preguntó, inclinando la cabeza, como si realmente meditara la respuesta— digamos que...es una habilidad que obtuve hace un tiempo. No me pregunten cómo, ni por qué. Son secretos que, quizá, no revelaré tan fácilmente.
A continuación, soltó una carcajada, una risa única y despreocupada que resonó por el bosque. La luna, su eterna compañera, parecía iluminarlo justo en ese momento, dándole un aire casi sobrenatural.
—Les soy sincero, ver todo así, como figuras de papel...es inquietante. Como si nada aquí estuviera realmente vivo —se interrumpió, alzando una garra frente a él y observándola, como si, de alguna manera, se incluyera a sí mismo en esa reflexión— pero...no es eso lo que hace la vida interesante? Ese misterio, esa falta de comprensión...
Con un último vistazo hacia su invisible audiencia, el Nargacuga lunar parecía disfrutar de cada palabra, cada mirada que lanzaba, como si estuviera interpretando un papel en su propia historia, un personaje al que nadie, ni siquiera él, lograba comprender del todo.
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El Nargacuga lunar suspiró, sus ojos de un brillo enigmático se apagaron por un instante mientras sus pensamientos se sumergían en aquella memoria incompleta. Un combate, hacía dos años...un adversario cuya imagen era apenas una sombra difusa en su mente, y sin embargo, sentía que ese enfrentamiento había sido crucial. De alguna manera, en ese momento, había absorbido algo del ser que enfrentó. Su identidad, tal vez, su esencia...incluso sus sentimientos.
Ahora, esos mismos sentimientos le resultaban una carga sin propósito. En medio de la vasta oscuridad de su vida, los veía como una anomalía, una suerte de eco de otro ser que, a diferencia de él, quizá sí supo alguna vez lo que significaba tener una conexión verdadera. No era su naturaleza tener esos pensamientos y, sin embargo, ahí estaban, cada vez más presentes, cuestionando su propósito y subrayando su soledad.
"De qué sirve esto?" pensó, sin emitir ningún sonido, como si ni siquiera su propia voz debiera oír tal pensamiento. Su mirada vagaba por el vacío, reconociendo una realidad fría y solitaria, una que no se había atrevido a enfrentar hasta ahora. No tenía compañero, no tenía a nadie que lo entendiera. Incluso si hablaba y se expresaba como un humano, ese talento tan peculiar carecía de valor cuando no había nadie con quien compartirlo.
"No...tengo...nada." La idea resbaló de sus pensamientos, cruda y cortante.
Por un momento, el Nargacuga se permitió cerrar los ojos, deseando que ese vacío dentro de él pudiera disiparse, aunque fuera un segundo. Sin embargo, al abrirlos de nuevo, nada había cambiado. El paisaje seguía tan enigmático y oscuro como siempre, reflejando de algún modo su propio corazón.
—Supongo que esto es lo que me toca —murmuró finalmente, con una sonrisa forzada— fingir que todo está bien, como si tuviera algún sentido...como si no fuera una pieza incompleta en un mundo que nunca he entendido.
Y, con ese pensamiento, avanzó entre las sombras, ocultando su tristeza tras una expresión despreocupada, un juego que había aprendido a interpretar mejor que nadie.
Vartan, el Nargacuga lunar reencarnado, parecía llevar un peso invisible en su mirada, un reflejo de su extraño y único poder. Su habilidad de "tomar algo" de otros para integrarlo en sí mismo le daba una fachada de conexión, de cercanía, que en realidad no lograba sentir. Este pequeño acto de apropiación era un consuelo, una forma de fingir que la distancia entre él y el resto de las criaturas era menor de lo que en verdad era.
Mientras continuaba hablando a la audiencia que podía sentir, aunque no ver del todo, un atisbo de melancolía asomaba en sus palabras. "Cuánto vale tener estos ecos de otros en mí si ni siquiera sé quién soy? Solo un fragmento de aquí, otro de allá...y sin embargo, siempre tan lejos."
Solo tengo máscaras para adornar mi ser...
FIN.
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