Día 3 ⚔ Tabaco

La pestilencia emanaba desde las entrañas de la fortaleza y tal era su furia que comió todo lo bello a su paso y le arrancó cualquier indicio de vida y esperanza. Las cosas se ponían interesantes en el oeste. Días después del rescate del Señor Oscuro, se hizo un gran esfuerzo por levantar un poco de lo que antes fue Angband. Se le regresó a la morada del demonio un poco de su atemorizante fachada de otro tiempo.

El lugarteniente, enfundado en sus ceñidas ropas con un poco de armadura, se encaminó por varios pasillos en penumbras. La recién llegada de Melkor, desde días atrás, había convocado instintivamente a todos los monstruos que dio vida hacia años, o bien, siglos. El pobre Maia se sentía tan atareado como nunca; mandaba por un lado y gritaba de estrés por el otro.

Fue de este pobre modo que el desgraciado Mairon, siendo consumido por la oscuridad y perdiendo aquella belleza con la que era conocido, llegó a una pequeña torre elevada cerca de unos ocho o nueve metros. Era lo mejor que con las prisas se pudo levantar en tales tiempos tan apremiantes.

No le tomó demasiado encontrar a su señor, como siempre, perdiendo el tiempo y con la cabeza perdida. Era realmente difícil entender las ideas del Vala y seguir sus órdenes, que en muchas ocasiones, ignoraban el valor de la vida. Mairon se llevó las manos a las caderas, observó molesto la espalda de su mayor en estatura y edad.

—Sabía que aquí te iba a encontrar —gruñó el pelirrojo dando unos cuantos pasos en dirección de Melkor—. Haciéndote el imbécil y para colmo, fumando tabaco ¿De dónde sacaste esa cosa?

El tono de Mairon gozaba de ira e indignación, en función de haber tenido que hacer de todo mientras Melkor seguía con la cabeza entre las ramas, o al menos eso pensaba el Maia. Melkor giró en su propio eje, levantó una ceja y le dio despreocupado otra calada a la pipa que le había robado a Irmo antes de correr como alma que lleva el diablo de Valinor.

—¿Qué? ¿Qué hay de malo? —respondió el vala restando a las palabras de Mairon, toda importancia —. Sólo pensé en tomar un descanso.

¡¿Había dicho un descanso?!

—¡¿Perdón?! —dijo Mairon, soportando las ganas de arrojar a su señor por el barandal—. ¿Acaso llevas todos estos días adiestrando a esas malditas bestias? ¿Has hablado con los capitanes? ¿Siquiera te has dedicado el tiempo para limpiarte el culo?

En Mairon emanaba una aura asesina, casi tan venenosa como el humo que expedía Angband. Pero para Melkor eso no era más que el berrinche de un niño de cinco años, dio otra calada cínicamente frente a Mairon y le arrojó el humo en la cara.

Pasaron cerca de dos minutos, dos minutos en los que Melkor parecía tan despreocupado como sí se tratara de un chiste. Extendió la pipa en mano.

—¿Quieres un poco de hierba? —le preguntó—. Te vendrá bien, es una buena cosecha. Así aligeras esa cara horrenda que tienes.

—¿De verdad? ¿Hablas en serio? —se atrevió a conjurar el otro con las lágrimas asomando de sus ojos.

Melkor asintió. Entonces los ojos de Mairon tomaron un brillo propio, rojo con degradado a amarillo. Levantó sus brazos y Melkor retrocedió, tan temeroso como un hombre frente al Señor de los Nazgûl. El lugar comenzaba a calentarse y el cuerpo de Mairon parecía el mismo corazón de un volcán activo.

—¡No, Mairon! —gritó Bauglir—. ¡No te atrevas!

Y en el momento en que Melkor daba la vuelta para salir corriendo del lugar y salvarse, Mairon sonrió; De un sencillo pestañeo quemó hasta las cenizas la pipa de su señor. De esta patética forma fue como llegaron a su fin los días de pereza para Melkor, teniendo que soportar el mismo estrés que Mairon o incluso algo peor, porque fue cuestión de tiempo para que las huestes de los Noldor tocaran la misma tierra en la que orgulloso había gobernado, hecho y deshecho a su voluntad.

La historia de la Tierra Media comenzaba y Melkor había perdido su preciada pipa. Lo único que le traía consuelo, casi como un chiste, era esa pequeña bolsita repleta de tabaco que guardaba entre sus ropas.

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