Día 28 ⚔ Magia

La insistencia de las mujeres y su coraje no pudieron ser mitigados ni siquiera por los consejos y buenas palabras del rey. Morwen insistía en buscar a su hijo en cuanto supo que estaba cerca, y Niënor no quiso dejar sola a su madre y la curiosidad por su hermano la impulsó a seguir el paso a la compañía que mismo Mablung había formado para llegar lo más próximo a Nargothrond y conseguir un poco de noticias.

Un montón de reveses sucedieron y una neblina apestosa apareció cuando Glaurung, el Padre de los Dragones, se percató de la presencia de los merodeadores. Su vista era tan buena que supo a dónde se dirigían y algunos estaban en la cima de Amon Ethir. El dragón se arrastró directo a la colina, y al arrojarse a las aguas una pestilencia se alzó y recorrió toda la planicie, pero un elfo fue el valiente y logró pasar desapercibido para el dragón.

Aquellos quienes estaban apostados en la colina mandaron de vuelta a las dos mujeres pero nada más bajar a la falda de la colina, su vista se vio comprometida. Nadie podía ver cual era el camino correcto, ni los elfos o las mujeres. Fue entonces donde Morwen y Niënor se vieron por última vez, porque ambas tomaron distintos caminos; Niënor logró montar un caballo pero este pronto se encabritó y arrojó lejos a la jinete.

Una vez la rubia logró ponerse en pie, caminó a solas porque le pareció que era inútil gritar, y encontró el inicio de la colina. Casi ayudándose con las manos logró subir de nuevo hasta la cima, pero su sorpresa fue grande cuando el mundo volvía a la nitidez de siempre y ella se encontraba frente a frente con Glaurung. La cabeza del dragón era tan grande que bien podría parecer una pequeña loma.

El dragón resolló, aferrándose a la montaña como un gusano a la fruta.

—¿Qué quieres de aquí? —dijo el dragón con tono burlón.

Niënor se vio quizá, bajo un sortilegio, porque se sintió obligada a responder. Dio su nombre y le habló sobre Túrin y el tiempo que lo llevaba buscando. Entonces él dragón respondió:

—Puedo o no conocerlo —dijo—. Más recuerdo a un hombre cobarde que dejó morir a sus compañeros. Tan débil, mentiroso y hablador. Salió corriendo justo cuando todo mundo lo necesitaba.

—¡Mentiroso! —acusó la mujer retrocediendo.

Entonces Glaurung gritó su nombre además de ofender a la familia de la mujer y Túrin. Atrajo toda la atención de Niënor a esos enormes y resplandecientes orbes de serpiente. Y Niënor desapareció en su interior, su voluntad se esfumó. De nuevo una extraña ceguera la carcomió y sus sentidos se apagaron. Había caído en las garras del dragón y su cruel designio.

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