Los orcos habían replegado sus fuerzas. Los pocos vivos corrieron atemorizados de vuelta a Angband pero ninguno de ellos se esperaba ser perseguido por Fëanor envuelto en llamas de euforia y poder; orgulloso de poder mantener la frente en alto ante lo que alguna vez había manifestado de los Valar.

Empoderado sobre su corcel, llegó a Angband junto con otros poco y dieron muerte a otros orcos más. La victoria podía saborearla, más su destino ya escrito habló de otro modo. Las puertas de la fortaleza fueron abiertas y un nuevo ataque envió Morgoth; Gothmog, Señor de los Balrogs se dio el lujo de atormentar a Fëanor. Sin embargo, Melkor viendo ya cerca la muerte del Noldo, jamás se esperó que sus hijos volverían a rescatarlo. Y así fue, de una u otra forma Fëanor fue retirado de ese lugar aunque el gusto le duró poco; estaba herido de gravedad. Así fueron los últimos momentos de vida en Beleriand de Fëanor, Hijo de Finwë.

Mientras tanto, hubo un orco que presenció su muerte y logró volver con su señor. Se presentó ante Melkor y tras una mal hecha reverencia, le habló.

—Se logró señor... Sí, se logró —su voz era aguda y poco entendible:— El sucio animal está muerto. Fue muy bien herido por el Señor de los Balrogs. Felicitaciones mi señor.

Gritos de júbilo se alzaron en ese momento. Los lobos aullaron y los Balrogs bramaron inflamados en dicha. Mairon se limitó a sonreír y cuando levantó su mirada carmín, observó en Melkor una felicidad que jamás había notado en él; el Vala sonrió pero cuanto más iba ampliando el gesto hasta casi llegar a sus orejas.

¡Su enemigo estaba muerto! Esto era digno de un festejo, al menos para Melkor. Y vaya que se dieron el lujo; los orcos trajeron grandes barriles hasta el tope de una sustancia negra que bebieron y Mairon encendió a más de uno en feroces llamas. En cuanto a Melkor, simplemente le causaba deleite toda la agresión que había a su alrededor y la dicha de la muerte. No había noticias mejores para este Vala.