Día 2 ⚔Flores
Posteriormente de dos combates, de la destrucción de las lámparas y el debilitamiento de Valinor; Melkor huyó a su escondrijo en Utumno. Ni bien sintió que había escapado nuevamente, se vio atrapado por la fuerza de Tulkas, el campeón, quien lo encadenó y llevó a presencia de un juicio.
Ahora bien, se acordó que la mejor idea era encerrar en una bóveda al azabache, atado con las cadenas de Angainor. Así fue, y pasó un largo tiempo solo; pensando y planeando una revancha. Se le había desnudado a excepción de un pequeño taparrabos harapiento.
Melkor pensó que estaba soñando cuando sintió una figura acercarse a sus espaldas. Bajó la mirada, en medio de la penumbra no tenía la intención de recibir una sola visita.
—Hermano —lo llamó la voz que menos quería oír.
Lo detestaba a tal punto de querer arrancar su cabeza de sus hombros con los dientes.
Melkor no respondió al instante. La luz en la habitación fue incrementando a tal punto de que el resplandor que venía de la ventana en la que Melkor se pasaba el tiempo, parecía minúscula.
—¿Debería sentirme dichoso? —burló el Vala oscuro.
Se dio la vuelta con las cadenas en las manos y encontró a Manwë vestido de azul y blanco, en mano con un ramo de flores.
—Ah, ya entiendo. Puedes irte, Irmo ya intentó lo mismo y no le fue nada bien.
Manwë endureció la mirada y la fuerza en el agarre a las flores aumentó. En respuesta, Melkor sonrió con el rostro ensombrecido.
—Así que fuiste tú quien quemó parte de su jardín —acusó Manwë. Caminó en dirección de Melkor con ciega confianza y se colocó en el otro extremo de la ventana.
—Yo llevo en este lugar todo el tiempo —respondió elevando sus brazos como sí lo hubieran atrapado con la masa en las manos.
El albino no siguió más con el juego de Melkor, estaba consciente de que incluso en Valinor su hermano mayor tenía más de un aliado que bien pudo haber arremetido en contra de las tierras del Feanturi más joven.
—Claro —masculló el menor extendiendo las flores —. Mira, convencí a Mandos de que si logro probar que tienes un poco de corazón, podríamos dejarte caminar por nuestras tierras —aunque ahora ya comenzaba a arrepentirse, pero al ser el menor aún creía un poco de su hermano que antaño amó—. Dime, ¿Qué sientes al ver estas lindas flores? Puedes tocarlas si quieres.
Melkor entrecerró los ojos, incrédulo a que la inocencia de su menor era más que su cuidado. Sí ahora lo quisiera, podría dañar a Manwë. Sin embargo, no lo hizo y en cambio, sintió un poco de asco por la tierna expresión del peli plata.
—Bien, dime ¿Qué sientes? —insistió Manwë con un delicado brillo en su mirada azulina y una tierna media sonrisa que contorneaba sus mejillas.
—Ganas de...
El corazón de Manwë se aceleró en guisa de emoción porque Melkor extendió sus manos, dispuesto a tomar el ramo. De repente la vida escapó de las flores y estas se secaron hasta caer a pedazos.
—Matarlas.
Y Melkor se echó a reír por tan buen engaño al que sometió al menor. Y Manwë, viendo que no sería nada fácil, dejó caer lo poco que quedó de las flores y se encogió de hombros.
—Eh, mocoso —le llamó Melkor rompiendo con el incomodo silencio. No le dolía ver así a Manwë pero al menos no lo quería tener frente suyo, por lo que su delgada y pálida mano apuntó fuera de la ventana—Mira quién es, allá está tu mujer la gruñona.
E instintivamente, Manwë alzó el cuello y elevó la mirada en busca de la linda figura de su Varda. Melkor volvió a reír, sonrojando a Manwë.
—Dije gruñona y supiste muy bien de quién hablaba.
—¡Cállate! —alzó la voz aún con el carmín en sus mejillas. Frunció el ceño y se encaminó fuera de la habitación—. Por eso nadie quiere estar contigo... ¿Qué te pasa Melkor?
Con tono lastimero, escuchó Melkor la pregunta y ninguno se dirigió la mirada. Manwë negó levemente y cerró la puerta, llevándose consigo la luz que le permitió conocer el estado tan famélico en que Melkor se encontraba.
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