45) Un doloroso recuerdo

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Bueno, aquí vamos.

(Por favor escuchen la canción mientras leen)

Caminé con la poca fuerza que me quedaba hasta la puerta trasera de la cocina. Cuando estuve ahí me deslicé contra ella hasta llegar al piso. Me rodeé las piernas con las manos y dejé que lo que no pasaba hace diez años, se diera.

Todo el dolor que antes fracturó mi corazón ahora lo rompía, y sus pedazos hicieron estragos en mi pecho. Mis ojos volvieron a arder. Dejé que las lágrimas se agolparan en ellos y salieran a su voluntad. Dejé que después de diez años el dolor me consumiera. 

Y aunque me dije que no volviera a ese lugar, mi mente me llevó ahí.



A la hora de la salida entré al baño del segundo piso y comencé a llorar otra vez. Lo vi, y a él no pareció importarle nada lo que pasó, no pareció importarle lo que me hizo ayer.

Me dieron ganas de gritarle, de reclamarle el mal ser humano que era. Me había invitado a salir, después de tanto tiempo y tanta de mi ilusión por él, Marco Hawkins me había invitado a salir. Me emocioné mucho cuando, después de la hora de salida se acercó sin que Jayden lo viera (porque le tenía un miedo terrible) y me invitó a un restaurante de la ciudad.

Me pasé toda la tarde arreglándome y convenciendo a mis padres de que me dejaran salir con él. Se mostraron un poco renuentes, pues apenas tenía quince años, pero de verdad quería salir con él. Era un año mayor que yo, pero ese no era inconveniente, el inconveniente eran mis padres que no se fiaban de dejarme tener una cita. Al final los convencí y estaba por toda la casa con una sonrisa y una emoción que animaba a los demás.

Eso era algo que descubrí, que cuando era muy feliz podía contagiar a los demás con mi felicidad, y podía incluso sacarles una sonrisa.

Salí de la casa a las ocho en punto, bajo las miradas todavía inquieta de mis padres. El chofer que me llevaba a todas partes me dejó en el restaurante, y ahí comenzó mi espera, una que sin saber,  duraría toda la noche.

Lo esperé dos horas completas, y lo hubiese llamado, pero en ese momento me di cuenta de que no tenía su número ni la forma de comunicarme con él. Volví a casa con el corazón hecho trizas. Lloré gran parte de la noche hasta que me quedé dormida a eso de as tres de la mañana.

Y pensé que al verlo esta mañana me daría una explicación, se justificaría por no poder llegar, o por lo menos me saludaría. Pero no hizo nada de eso, y me recordó por qué... Algo que jamás me había avergonzado.

La puerta del baño se abrió cuando me miré en el espejo y vi las lágrimas que estaba derramando por él.

Ay, pero que patética se ve la ratoncita de la escuela llorando. —Esa voz provocó que mi cuerpo se tensara.

Mi corazón se aceleró y me giré a ella, pensando cómo saldría se ahí sin ser humillada por mi nacionalidad. Pero al ver cómo ella y sus tres amigas entraban y cerraban detrás de ellas, supe que no saldría de ahí sin recibir una de sus humillaciones. Porque a ellos les gustaba recordarme de dónde venía, yo lo recordaba con mucho cariño, pero no a todo el mundo lo aceptaba tan bien como Génesis. La chica que tenía en frente me odiaba por no ser estadounidense. Me llamaba ratoncita porque decía que eso hacían los ratones..., eran seres que nadie quería en su casa pero siempre encontraban la forma de entrar.

Odiaba a Dafne. 

Dafne era capaz de despertar mi repudio.

Limpiándome las lágrimas porque sabía, estar en un espacio cerrado con ella no era seguro, me acerqué con la intención de salir de ahí e irme a mi casa a comer un poco de helado y ver películas románticas. Pero ella no tenía esos planes. 

Me tomó del brazo cuando intenté pasar a su lado, y con un empujón me devolvió a mi lugar.

Empecé a temer.

Dafne: No, ratoncita, tú no irás a ninguna parte. —Se acercó junto a sus amigas. En su mirada había repudio y maldad, mucha maldad—. ¿Qué te parece si te damos buenos motivos para llorar?

Cuando dos de sus amigas me tomaron los brazos desde atrás mi corazón se disparó. Me golpearía, lo sabía. Jamás me habían golpeado en la vida, y saber que esa chica que estaba frente a mí lo haría sin darme la oportunidad de defenderme, me llenó de miedo, porque sabía, ella no sería amable conmigo, nunca lo era.

Vane: ¿Q-qué vas a hacer? Mi voz salió temblorosa.

Ella sonrió en respuesta, se acercó más, y con aquella repugnante sonrisa, me miró a los ojos y lo dijo:

Dafne: Te enseñaré que a los inmigrantes como tú no se le debe tener respeto ni consideración, porque son unos arrimados. Pasan las mil y una en su país y después quieren venir a infectar el nuestro con su nauseabunda presencia. Tú creíste eso, creíste que por estar aquí podía tener cosas, y no —Negó con la cabeza— no, ratoncita, no es así, y te lo voy a enseñar.

Antes de poder detenerla tenía su puño en mi cara, volteándola. A ese primer golpe le siguieron otro, y otro, y otro. Ya no era solo ella, su otra amiga también me golpeaban. No se apiadaban de mis quejidos, de mis lágrimas, no se apiadaban de mí y me golpearan como si yo tuviese la culpa de algo, como si las hubiese provocado de alguna forma. Y dolió, no solo físicamente, dolió darme cuenta que las personas no eran buenas y no eran capaces de cambiar, me dolió derrumbar mi mundo para darme cuenta de la realidad.

Cuando mi cuerpo no resistió tanto maltrato físico me dejaron caer de cualquier forma al piso. Me quejé por todo lo alto, deseando que me dejaran tranquila y no me hicieran sufrir. Pero ese era solo el comienzo...

Ella no se detendría porque estuviese suplicándole con la poca voz que me quedaba que se detuvieran.

Me patearon por todas a la vez.  No sabía dónde dolía más, solo sabía que dolía. Dolía en la pierna, dolía en la espalda, dolía en los brazos porque me estaba pisando, y dolía, dolía en el corazón.

Me cubrí la cabeza con las manos para que no me golpearan ahí, aunque ella parecían estar muy entretenidas con el resto de mi pequeño y débil cuerpo. Podía escuchar su risa al hacerme daño, podía sentir mis huesos doler, y quise estar inconsciente..., no sentir para que mi cuerpo descansara como tanto quería, y para que mi corazón dejara de apretarse tanto.

Solo cuando se cansaron se detuvieron.

Sostuve mi estómago mientras me encogía como un feto en mi lugar. Lloré con tanta fuerza que en el primer piso debieron escucharme, pero a ellas, a esos monstruos, no les dolía ver cómo me deshacía en lágrimas, a ellas les hacía feliz verme deplorable.

El entumecimiento me impidió levantarme.

Dafne: Así es cómo deben tratarse a las personas como tú, como la miseria que son. Y si tanto te molesta puedes volver al lugar de donde saliste, no le harás falta a nadie, mucho menos a Marco. —La mención de su nombre hizo que todo mi cuerpo se tensara, y después se quejara por el dolor. Me tomó de la cara importándole poco haberme roto algo, y me hizo levantarme un poco. Mi cuerpo pidió un descanso—. ¿Sabes? Las personas como tú no debería llorar. En vez de añoranza o lo que sea, dan risa. Lloran como cerdos. —Se rió, y sus amigas la acompañaron—. Tú no perteneces aquí y ya te lo había dicho. Pero que hayas creído que podías salir con Marco Chasqueó la lengua, eso fue atravesar los límites. Y espero que hayas aprendido, porque la próxima vez no seremos tan amables contigo, ratoncita. Y si te atreves a decirle a alguien que te hice esto, bueno..., te arrepentirás con creces —y sin más me empujó al suelo.

Mis huesos temblaron ante el impacto, y con mucha fuerza de voluntad evité gritar.

Con una última mirada de burla salieron del baño y me dejaron ahí, pudriéndome en dolor.

Volví a llorar en silencio mientras me sostenía el estómago y me hacía feto. Me dolía tanto que las personas no me aceptaran. Sabía que no podía agradarle a todo el mundo, no era perfecta y cometía errores, ¿pero hacer eso? ¿Qué clase de persona hace eso? ¿Qué clase de persona cree que tiene el derecho para golpear y maltratar a otro tanto física como mentalmente? Siempre quise creer en un mundo mejor, en el que todos se respetaban, tal vez no se aceptaban, porque no podemos obligar a nadie a aceptar a nadie, pero sí que respetara sus derechos, sus decisiones, su forma de ser. Pero el mundo no era así, no todos eran buenos y algunos llegaban al punto de lastimarte.

Cuando mi cuerpo se sintió más capaz de levantarse y los golpes, ahora frescos, comenzaron a dolerme más, decidí levantarme del piso del baño y salir. 

Con mucho cuidado puse una rodilla en el suelo. Hice una mueca, pero no me rendí. Puse el otro pie en el suelo, y sosteniéndome del lavabo me levanté con lentitud.  

Al estar de pie fue como si me hubiesen arrojado toneladas de sacos al cuerpo y tuviera que recibirlos todos.

Me miré en el espejo. Yo no merecía eso, no tenía la culpa de ser de dónde era, y no tenía la culpa de ilusionarme como todas las niñas a mi edad. ¿Entonces por qué? ¿Porque mis padres habían triunfado? ¿Porque era feliz? ¿Por eso lo hacían, porque no podían verme feliz?

Por primera vez odié ver lágrimas en mis ojos. Por primera vez comprendí que esta le provocaban risa a lo demás, y de que a pesar de derramarlas, los demás seguirían haciendo lo que hacían. Traté de no alterarme porque hasta respirar era un martirio en ese momento.

Tomé fuerza y caminé hacia la salida del baño. Otra vez sostuve mi estómago. Sosteniéndome de las paredes con la otra mano caminé por los solitarios pasillos del segundo piso. Al llegar a las escaleras quise llorar otra vez. Pero me llené de valor. Me dije que después de esto estaría bien y debía hacer un poco más de esfuerzo.

Me tomó quise minutos, pero ya estaba abajo. 

Para evitar la vergüenza que me daban las marcas en mi cuerpo me fui por el pasillo trasero. Así evitaría que me vieran.

Iba tan perdida en mis ganas de llegar pronto a casa que cuando mi cuerpo chocó con otro el dolor amenazó con atravesarme el cuerpo como un rayo. Me quejé mientras me alejaba.

Al levantar la vista lo encontré ahí.

Vane: Marco exhalé.

Marco: ¿Qué te pasó? —Contrario a lo que esperé encontrar, vi burla en sus ojos. Cuando pareció comprender algo empezó a reír con fuerza—. No me digas que Dafne te hizo esto. ¿En serio lo hizo? —Volvió a reír, pero esta vez más fuerte. En ese momento quise escupirle en la cara—. Es que te pasas, Vanessa, en serio. ¿Cómo llegaste a pensar que saldría contigo? No eres un patito feo, lo reconozco, pero ya por ser una ratoncita es suficiente para querer mantenerte lejos, sino no es que mandarte al lugar de donde viniste. —Se acercó con una mirada maliciosa, puso su mano sobre mi hombro, y sonrió—. No vuelvas a acercarte a mí, es un consejo. No conoces a Dafne, no sabes de lo que es capaz, y créeme, te evitarías muchos problemas por mí... Ah, y por favor, la próxima vez que vayas a salir con alguien, asegúrate de aunque sea tener su número, para que no te quedes dos horas esperando como un perrito faldero. —Palmeó mi hombro a consciencia de mi dolor, y se alejó. Casi cuando iba a doblar el pasillo se detuvo y se giró a verme—. Y ya deja de llorar por favor, das mucha risa..., ratoncita.

Cuando desapareció de mi vista mis sentimientos se fueron con él. Caminé hacia la salida trasera de la escuela, una vez ahí llamé al chofer y le pedí que me recorriera. El auto llegó poco después, y ante su mirada atónica, entré con cuidado de no herir más mi cuerpo. Ni siquiera fui capaz de ponerme el cinturón de seguridad. Alzar las manos y los brazos me ardía, y estaba segura de que si ponía ese elástico sobre mi pecho traería más sufrimiento.

Vane: Llévame a casa por favor, Moon susurré.

Con una última mirada desde el retrovisor se puso en marcha. 

Al pasar frente al colegio vi a Jayden y a Génesis buscándome con la mirada. Tal vez debería sentirme mal por abandonarlos de esa forma, pero no quería a nadie cerca de mí, necesitaba estar sola. Vieron el auto pasar sin detenerse, lo miraron con el ceño fruncido, y antes de que se fueran de mi percepción tenía mi teléfono sonando a mi lado. Lo ignoré.

Al llegar a casa el chofer me ofreció su ayuda, pero yo sabía que me iba a doler más si me tocaba, así que negué y con la voluntad que pude juntar bajé del auto y subí a mi habitación en silencio.

Los minutos comenzaron a pasar y yo me rehusé a salir de ahí. Mi hermano tocó mi puerta varias veces, pero yo no respondí. Mi celular no dejó de sonar con las llamadas de Jayden y Génesis, y las ignoré.

La noche se hizo presente y yo aún no salía de mi habitación, estaba sufriendo en silencio. Hasta que mis padres llegaron del trabajo y forzaron la puerta. Se horrorizaron al verme, y lo primero que hicieron fue llevarme al hospital. Allí dijeron que tenía una costilla fracturada, además de los moretones ya evidentes en casi todo mi cuerpo.

Me preguntaron varias veces sobre cómo me había hecho eso, pero yo era tan cobarde y tenía tanto miedo de que Dafne cumpliera su promesa que mentí y dije que había caído por las escaleras de la escuela a la hora de la salida. Mis padres me regañaron por no decirle a Jeyson que me llevara al hospital antes, pero yo no sabía que tenía nada roto, solo sabía que dolía, todo dolía.

Aquella fue la última noche en la que lloré. No dejaría que nadie viese que me hacía sufrir, que nadie disfrutara de ello... Ya no más.



Un sollozo salió de mis labios con fuerza. ¿Cómo fui capaz de permitir eso? ¿Por qué no hablé con mis padres o la directora? ¿Por qué preferí quedarme callada sabiendo que eso no estaba bien? Le tenía miedo a ella, no era buena, no era caprichosa, ella era un monstruo y todos lo sabían. Pero dolía, dolía tener que guardar ese secreto y sufrirlo en silencio, guardarlo en lo más profundo de mi mente para no recordar la forma en la que fui humillada y maltratada en la escuela. No sabía cómo podían existir personas así. ¡Éramos adolescentes por Dios!

Mis ojos ya estaban hinchados de tanto llorar, me dolía la cabeza e incluso se me había entumecido el cuerpo, pero yo no podía dejar de derramar mis lágrimas, no solo por lo que pasó, sino por lo que seguía pasando, lo que seguía permitiendo.

Esmeralda: ¡Dios mío! —Levanté la cara para ver a Esmeralda entrar en la cocina a pasos apurados. Su rostro se contrajo mientras se llevaba las manos a la boca con sorpresa—. Dios, niña, ¿pero qué haces ahí tirada?

Me ayudó a ponerme de pie y, no resistiendo todo lo que había dentro de mí, la abracé con todas mis fuerzas.

Vane: Ya no puedo más, Esmeralda.

Ella me acarició sin vergüenza, y me sorprendió que no dijera nada sobre la cordura en mi palabras.

Esmeralda: Ya está, pequeña, tranquila. —Me abrazó un poco más y siguió acariciando mi espalda. Me tranquilicé un poco entre sus brazos—. Sé que cuando estamos enamorados todo parece un problema y todo es malo, pero esas cosas cambian.

Vane: Ya no sé si mi corazón resista un golpe más. Sé que este amor no es bueno, no me va a hacer feliz, pero duele mucho alejarse, duele más de lo que pensé.

Me aferré a ella.

Esmeralda: Hay veces en las que pensamos que todo está acabado, que es mejor dejarse llevar por el dolor porque es más sencillo, ¿pero sabes qué me ha enseñado el tiempo? Que las mejores vidas son aquellas que pasan por mucho. Puedes preguntarle a cualquiera si ha sufrido en alguna vez, incluso a los famosos actores de cine, todos ellos han pasado por algo. Y si quieres un ejemplo más cercano, mira a tus padres. No creas que para ellos fue todo fácil, pero jamás se rindieron. No me gusta verte así, eres una niña muy buena, y aunque tengas defectos, eres una mujer fuerte y llena de luz. Así que no te desanimes por esto. Sé fuerte, lucha contra lo que te duele y sal adelante, verás que cuando menos lo pienses, estarás siendo feliz y recordando este momento como algo del pasado y una prueba superada. Así que ahora irás a tomar un baño, te tomarás un té para calmarte, y después te irás a dormir, ¿queda claro?

Con un poco menos de tristeza asentí. No iba a decir que fuese fácil, pero ella tenía razón, vi a mis padres luchar por su sueño, y aun después de tener la compañía formada pasaron por muchos momentos malos. Pero ahí seguían, no se rindieron en su momento y ahora ven los resultados. Si se hubiesen rendido antes no tuvieran nada de lo que tenían ahora. Esa era mi convicción hasta que las cosas cambiaron con Jayden, y debía volver a ella.

Lavé mi tristeza con un baño, me tomé el té de Esmeralda antes de verla irse a su casa, y cuando estuve lista me acosté en la habitación de abajo. Jayden no volvería, pero no quería estar en esa habitación, debía alejarme de él, y después de programar una alarma me acosté..., a llorar por segunda vez.



Sinceramente no tengo palabras. Así como me ven, no me gusta escribir este tipo de escenas, y cuando la edité (todas las veces que la he editado), he sentido un vacío en el estómago terrible. Yo también me siento mal por Vanessa.

Aquí pueden expresar sus sentimientos por este capítulo.

Aquí dejar el odio hacia las personas como Dafne y Marco, que aunque no parezca, sí existen en la vida real, de diferentes formas.

Y bueno, eso es todo...

Publicaré el siguiente en media hora para darnos un poco de tiempo a todos.


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