32) Mi turno
Jeje, como que llegué tarde.
Lo siento, lo siento, me cuesta acostumbrarme a los horarios. Ya me iré acostumbrando, ya lo verán. También, después de esta historia, porque se vienen muchas más locuras por mi mente, seré más activa en mis redes y notificaré cada que vaya a publicar, si tuve algún inconveniente, y así, para no tenerlxs en el aire.
Pueden seguirme si gustan, los links están en mi perfil.
Y espero que les guste este capítulo tanto como a mí 🤭. Mañana contestaré los comentarios del capítulo anterior, y si dejan alguno en este también. Muchas gracias por el apoyo que me están dando, no saben lo feliz que me hace ver que cuento con el apoyo de tantas lindas personas.
Ya vayan a leer, y disfruten.
Me froté los ojos mientras me incorporaba. ¿Qué era ese extraño sonido? Miré hacia mi lado buscando a Jayden, pero no estaba, su lugar en la cama estaba vacío, y cuando escuché el ruido otra vez lo comprendí todo.
Me puse de pie y me apresuré a tocar la puerta del baño con cautela.
—Vane: ¿Jayden?
Pensé que no contestaría. No obstante, tras unos segundos su voz carrasposa se hizo oír casi en un susurro.
—Jayden: Está abierto.
Al abrir la puerta lo encontré arrodillado frente al sanitario, vomitando. Su piel se veía pálida, sudaba ligeramente y trataba de contener las arcadas, pues lo odiaba con todo su ser.
Dejando de la lado la sensación que me barrió el cuerpo me acerqué a él, me agaché a su lado y le acaricié la caliente espalda desnuda hasta que dejó de vomitar, minutos después cuando su cuerpo no tuvo más que expulsar. Bajé la palanca, mientras él exhalaba largo.
—Vane: Llamaré a George.
—Jayden: No es necesario —susurró exhausto, sin levantar la vista.
—Vane: Yo creo que sí —y sin más me puse de pie, dispuesta a salir de la habitación y llamar al doctor.
—Jayden: Vanessa...
No lo dejé terminar, salí del baño y busqué mi celular, el cual cargaba junto a la cama. Que no llamara al doctor, que no llamara al doctor, ja. Debía agradecer que me controlé ahí adentro y no le demostré mi preocupación.
No se me conocía por ser precisamente buena con las personas enfermas.
George Ortiz, el doctor de Jayden desde que tiene memoria, contestó la segunda vez que lo llamé y afirmó que vendría en una hora, pues ahora estaba en una cita. Yo le agradecí mientras veía como Jayden, con el rostro demacrado, caminaba hacia mí a pasos lentos.
Colgué, mirándolo con las cejas alzadas.
—Vane: ¿No era necesario?
—Jayden: No —Sacó las sabanas de la cama y se metió en ella—, se me pasará pronto.
Y como si la vida estuviese en desacuerdo, estornudó. A ese le siguieron una serie de estornudos, una coloración en la nariz y las mejillas que me alarmó y un estado febril en el que apenas podía abrir los ojos. Me pidió que encendiera el aire mientras se quitaba las sabanas, su piel más sudada que antes.
Me preocupé más.
Las defensas de Jayden eran prácticamente impenetrables, y dentro del baño no vomitó el alma porque era prácticamente imposible, sino. Sus ojos se cerraban solos, debajo de ellos se empezaron a formar unas ojeras violetas.
Con un suspiro encendí el aire, entendiendo que este era mi turno de cuidar de él. Después fui por un vaso de agua ya que tenía la boca seca, y después otro, y otro. Tenía mucha sed.
Una hora después, como había prometido, el timbre de la casa anunció la llegada de George, así que dejando a Jayden revolviéndose en la cama, con algunos pañuelos usados a su lado, bajé a abrirle la puerta al señor de edad avanzada y aire de abuelito, aunque apenas pasara los cincuenta y se viera dispuesto a soportar unos buenos años más.
—Vane: Buenos días —saludé con una sonrisa.
—George: Buenos días, Vanessa. Me alegra verte.
—Vane: Lo mismo digo. ¿Qué tal el trabajo?
Él suspiró largo mientras entraba a casa. Curiosa cerré la puerta.
—George: ¿Qué te puedo decir? Las cosas no son las mismas de antes. Pero se sobrelleva. ¿Cómo estás tú? ¿Y la familia?
—Vane: Todo bien, hace unos días que no los visitó pero planeo hacerlo pronto, ya sabes cómo se pone mamá cuando no paso tiempo con ellos. ¿Qué tal tu familia? —Le hice una seña para que me acompañara con la escaleras. Si era sincera conmigo, me sorprendía tranquilidad con la que llevaba la enfermedad de Jayden, él no era de los que se enfermada, y yo era de las que se desesperaba porque alguien tosiera a su lado. Qué pareja ¿no? —. Escuché que tu hija terminó la universidad hace poco.
—George: Así es. —Sonrió, en sus ojos y labios había un orgullo que me conmovió—. Será una gran agrónoma.
—Vane: Así que estudió Agronomía —Él asintió, en tanto llegábamos al segundo piso—. Eso está muy bien, hace falta mucha mano de obra en el sector alimenticio. ¿Y qué me dices de la pequeña? Evelyn, ¿no?
—George: Sí. Está muy bien, el año que viene termina la secundaria. Está en el equipo de baloncesto de la escuela, le va muy bien. Su madre quiere que lo explote, pero ella no se ve muy entusiasmada. Y bueno, hay que entenderla. Con todo esto de la tecnología y la modernidad, son muchas los cosas que hay por hacer, muchas tendencias, y exigencias. Me sorprende ver que niños que aún no pasan la pubertad ya tienen una imagen pública ante las redes. Es muy impresionante.
—Vane: Y que lo digas —estuve de acuerdo. Quise hacer un comentario al respecto, pero ya estábamos en la puerta, y, prometiendo dejar la conversación para después, abrí la puerta, dejando a la vista a mi esposo que estaba acostado en la cama con las sabanas hasta el cuello, aunque su frente sudaba—. Jayden —llamé. Sus ojos se entreabrieron—, George ya está aquí.
Resopló y dejó caer la cabeza hacia atrás.
—George: ¿Cómo estás? —le preguntó amable, entrando en la habitación.
—Jayden: Perfectamente. Estaba pensando jugar un partido en la tarde. ¿Te anotas?
—George: Hablo en serio.
—Jayden: Y yo también. Esto no es necesario, George, estoy enfermo, eso es todo. Por más que quieras no moriré.
—George: Por supuesto —ironizó. Sin importarle las quejas de Jayden, dejó el maletín sobre la cama, a su lado, y de él sacó algunas cosas que no identifiqué con nombres. Solo distinguí la cosa con la que escuchaba los latidos de nuestro corazón.
Jayden se incorporó en la cama con esfuerzo. Me desalmó verlo así, tan desmejorado, tan enfermo. Era como si le hubiesen quitado la vida en un suspiro y quedase alguien a quien le costaba incluso abrir los ojos.
—Jayden: Ya que estás, ¿Puedo decirte algo?
George asintió sin verlo, concentrado en sacar sus cosas.
—George: Claro.
—Jayden: Vanessa. —Un tanto confundida lo miré. ¿Qué le pasaba ahora por la cabeza? Él abrió la boca, durante un segundo no dijo nada, y después simplemente lo soltó—: ¿Podrías dejarnos solos por favor?
Mis cejas se alzaron.
¿Como?
—Vane: Claro. —Le sonreí, y con la misma calma que tengo desde que lo encontré en el baño salí de la habitación y cerré la puerta detrás de mí. Fuera de la habitación apreté los puños y rebuzné.
¿Qué los dejara solos? ¿Para qué quería él que los dejara solos?
Durante unos minutos me quedé esperando fuera de la habitación, caminando de un lado a otro y de vez en cuando, comiéndome las uñas. Pensaba en lo que tuviese que decirle a George. Tal vez fuese un consejo. George era como un segundo padre para él, siempre que tuvo una emergencia médica estuvo ahí, y tenían bastante confianza, así como yo con él porque de vez en cuando también me atendí con él y mis padres eran amigos suyos.
Pero mientras más pasaba el tiempo más pensaba que en vez de un consejo, le estaba confesando todos los pecados que cometió durante su vida.
¿Qué estaba pasando ahí adentro?
Me miré las uñas, e hice una mueca. No volvía a hacerlo.
Minutos más tarde, cuando empezaba a imaginar que Jayden le estaba contando cómo fue su primera vez, la puerta de la habitación y, con una sonrisa modesta, George me hizo una seña para que para que pasara.
Así lo hice. Y no bien entré mis mejillas se sonrojaron.
Era una estúpida.
Jayden no se estaba confesando... Se estaban bañando.
Volvía a estar acostado en la cama, pero su piel ya no sudaba y se veía más fresco. Además, su cabello estaba mojado. Me mordí el labio al imaginar a Jayden pidiéndole a George que lo ayudase a bañarse, la reacción de éste, y después el baño. Me contuve para no reírme.
Debía avergonzarlo pedirle algo así delante de mí, me recriminé.
—Vane: ¿Y? —pregunté en su lugar.
George me explicó que ni siquiera las defensas de Jayden pudieron resistir una tarde en el agua como lo hizo ayer. Era algo común, un poco de gripe, se pasaría con los días y las pastillas que dejó sobre la mesita de noche a su lado. Según el médico, las reacciones tan extravagantes eran producto de las pocas veces que Jayden se enfermaba, su cuerpo no estaba acostumbrado al estado de reposo ni a las bacterias que pudieron causar la fiebre.
—George: Espero que te tomes las pastilla —le aconsejó a Jayden en tanto guardaba sus cosas dentro de su bolso.
—Jayden: Lo haré —contestó, menos cansado.
El doctor me miró a mí.
—George: Por favor asegúrate que se las tome.
—Vane: Lo haré —le contesté con una sonrisa divertida. Por cosas como estas me agradaba George, compartíamos las mismas ganas de molestar a Jayden.
—Jayden: Ya dije que me las tomaré.
—George: Te escuché —contestó impasible. Un segundo después se colgó el maletín al hombro.
—Jayden: ¿Entonces?
—George: Ah, es que lo dices y no lo haces. Te conozco más que tú mismo, hijo. —Le sonrió con diversión y Jayden hizo una mueca de desagrado que me hizo sonreír a mí—. Con permiso.
Lo acompañé a la salida, hablamos un poco sobre el estado de Jayden, los horarios de las pastillas, y el comentario pendiente sobre su hija. Lo que era un comentario terminó siendo una conversación de unos minutos frente a la puerta, y después de despedirse con una sonrisa, se fue a cumplir con su trabajo, pidiendo que si pasaba algo lo llamara.
Al subir a preguntarle a Jayden si quería una sopa lo encontré dormido, por lo que descarté la idea y me senté en la esquina de la habitación, moví la mesita de cristal con cuidado y la puse frente al cristal negro que estaba ahí, busqué mi laptop, y mientras él dormía, yo trabajé un poco desde casa, para no atrasarme.
Un mensaje de Erick me sacó de mi tarea unos minutos después. Mi ceño se frunció un segundo. Erick. Vino hace relativamente poco y apenas teníamos tiempo para vernos. Me propuso salir, pero no pude aceptar porque estaba cuidando a Jayden y trabajando.
Lo entiendo.
Fue su respuesta. Me sentí mal por dejarlo de lado. Yo quería y quiero mucho a Erick, estar a su lado era como encontrar la paz que le hacía falta a la vida de cualquiera.
Pero podemos salir el próximo fin de semana.
Propuse. Al poco tiempo llegó su respuesta.
De acuerdo. Y por favor habla con tu hermano.
Mi ceño se frunció.
¿Por?
Con el historial que tenía Jeyson mi corazón se apretó en un puño. Ya había entendido que mi hermano no era la persona más tranquila del mundo, y vaya que me costó creerlo.
No me deja en paz.
Me llevé una mano a la boca mientras reía bajito para que no me escucharan.
¿Qué te hizo ahora?
¿Qué no me hizo? No deja de mandarme trabajo, creo que está más obsesionado que antes. Mira esto.
Y adjunto mandó una foto suya en la sala de su departamento con una montaña considerable de papales, y una infaltable taza de café a su lado.
A veces siento que trabajo más que él.
Otra vez me cubrí la boca mientras reía bajito.
Durante un rato me quedé hablando con Erick, y en la tarde, dos horas después, nos pusimos de acuerdo para vernos el próximo fin de semana y salir por ahí a dar una vuelta. Mientras lo acordábamos me pareció una gran idea, pero cuando dejé el celular de lado, y levanté la vista hacia Jayden, algo horrible se centró en mi pecho. Sentí como si hubiese hecho algo malo. Como si estuviese planeando verme con mi amante a escondidas de mi esposo y la idea me estremeció de pies a cabeza.
Yo no engañaba a Jayden, nosotros no éramos nada, ¿no? Sí, quizás no le agrade Erick, pero a mí no me agradaba su... ¿novia?, y no le decía nada al respecto.
Diciéndome que dejara esa sensación de lado me quedé mirándolo un lado, sus ojos cerrados, rodeados de unas violetas ojeras, su nariz sonrosada, sus mejillas del mismo color, y su boca agrietada. Aun así me pareció lindo, sereno, y mi corazón se aceleró tanto que me llevé una mano al pecho, desconcertada por la fuerza con la que reclamaba su cercanía.
( * )
Sus desiertos se abrieron unas horas después, cuando empezaba a oscurecer. Bostezó, se pasó una mano por el cabello y después registró la habitación, en busca de algo... O de alguien.
Cuando dio conmigo, sentada en el mismo lugar, sonrió.
—Jayden: Hola.
—Vane: Hola —le contesté con una sonrisa, perdida en la imagen que me daban sus ojos brillantes, a pesar de su estado.
—Jayden: ¿Qué hora es?
Miré la hora en la laptop sobre la mesita.
—Vane: Casi las siete. —Cerré la laptop, conforme con el avance hasta ahora—. Tienes que tomarte las pastillas a las ocho, pero antes debes comer algo.
—Jayden: No tengo hambre —se quejó mientras se incorporaba y se estiraba, a mi vista, de mis ojos, fijos en él y sus movimientos.
Con las mejillas sonrojadas miré hacia otro lado.
—Vane: Le diré a Esmeralda que te prepare una sopa, la que me hizo me ayudó mucho y era deliciosa. De seguro que también te gusta.
Con un suspiro accedió. Bajé a pedirle a Esmeralda que preparara la sofá, mientras esta se hacía me senté a hablar con ella y muy amablemente me preguntó si quería la receta. Esa mujer era una maravilla, era cálida, modesta, sabia, y siempre estaba lista para darte una sonrisa, un té y un buen consejo.
Cuando la sopa estuvo lista subí a la habitación. Jayden se comió la sopa sin quejas, yo bajé la bandeja y después preparé su baño.
—Jayden: Gracias —dijo, parado en el marco de la puerta del baño, mientras yo regulaba el calentador a unos metros.
—Vane: No hay de qué.
—Jayden: No, en serio, gracias. Por esto que estás haciendo, es lindo.
Por un momento no supe qué hacer, pero mi corazón sí. Encendió sus motores y empezó a correr.
—Vane: No digas esas cosas, solo me preocupo por ti.
—Jayden: Y lo aprecio mucho. Es lindo tener a alguien como tú en mi vida.
Inspiré con fuerza. ¿Qué le pasaba? Pero no lo negaré, escuchar esas palabras se sintió bien, se sintió muy bien. Ni siquiera Kennedy en sus mejores momentos dijo algo así de lindo.
Toma eso, Laura, mi esposo me dice cosas lindas, no me "folla" cada vez que estamos solos en una habitación.
De inmediato me di cuenta de mis pensamientos y me arrepentí nada más soltarlo. Ya veía a Laura mirándome con suficiencia y diciéndome con falsa lástima:
—Pobre.
Bueno, bueno. Salí de esos pensamientos al comprender la pena que daba por tener veinticuatro años y una vida sexual en la inexistencia.
—Vane: Ya basta, harás que me sonroje. —Le resté importancia con la mano.
—Jayden: Quizás es lo que busco —y así como lo dijo tuvo mis ojos en él—. ¿Ya está listo?
Tragué saliva.
—Vane: Así es.
Él me miró unos segundos, después simplemente negó y cuando empezó a quitarse los pantalones de dormir tomé esa como mi señal para salir de ahí. Poco después escuché el hermoso sonido de su voz gritando mi nombre con molestia. De seguro ya debía estar sintiendo el agua fría.
La venganza era tan buena.
Una sonrisa, una disculpa y un abrazo fue lo que utilicé para que me perdonara. Incluso me incliné lo más que pude y le di un beso, y al final terminó por sucumbir.
El resto de la noche me encargué de cuidarlo, y para cuando dieron las diez yo estaba recostada del espaldar de la cama, con Jayden acostado en mi pecho, jugando con una de mis manos mientras que con la otra, yo leía algo para él, aprovechando que lo tenía a mi merced y podría quitarle el trauma por los libros que le dejó la escuela.
No tenía nada que ver con mi lectura actual. Kennedy y su venganza estaban pausados en aquel fogoso capítulo y hasta el momento no tenía intenciones de seguir leyendo con Jayden en frente.
Cuando empezó a darme sed dejé la lectura de lado. Mañana aprovecharía para leerle otro poco.
Nos quedamos así otro rato; él hablaba y yo escuchaba, yo hablaba y él escuchaba. Con el tiempo el sueño comenzó a hacerse presente en mi cuerpo, algo tenían que ver las manos de Jayden jugando con una de las mías, la cómoda posición, y el calor emanado del cuerpo de mi esposo.
—Jayden: Me gusta estar así —susurró, adormilado.
—Vane: A mí también.
Bostecé.
—Jayden: Olvidé decírtelo ayer, y quizás no lo recuerdes, pero tenemos algo que hacer.
Mis ojos se cerraron solos, mientras otro bostezo se me escapaba.
Me moría de sueño.
—Vane: ¿Ah sí? —Afirmó—. ¿Qué?
Dijo algo que apenas entendía, solo escuché padres, casas, días, y el resto se vio tergiversado por esa deliciosa nebulosa que invitaba a dormir.
Por supuesto, no podía hacerlo sin cometer una estupidez.
—Vane: Jayden... Me gustas.
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