26) Rabia

Sorpresa para mis lindxs lectorxs por su paciencia 😌 Este no se viene tan largo.

Mi corazón se aceleró como un tren. Si no fuese porque la habitación estaba iluminada por la luna, afuera, desde hace un rato, hubiese notado el sonrojo que me asaltó. Y ni siquiera sabía por qué me sonrojé.

No estaba bien sentirme así, pero saber que él me quería aquí hacía que mi corazón se acelerara mucho más. No me importaba quedarme sentada en una silla con tal de estar a su lado, asegurarme de que esta bien y, como hice toda la noche, ayudarlo si necesita algo.

Sin embargo, el destino parecía estar en nuestra contra, pues no bien abrí la boca para responderle, la puerta de la habitación se abrió, llamando nuestra atención. La sangre se me subió a la cabeza, y casi echando humo por las orejas me giré hacia Jayden, quien también miraba la puerta.

Me contuve para no soltar algo de lo que me arrepentiría después.

Vane: Creo que ya tienes con quién pasar la noche. Pero tranquilo, volveré mañana. —Apreté los puños un poco más cuando sus ojos viajaron a los míos y trató de decir algo. No lo dejé. Me alejé de él y caminé hacia la puerta, conteniéndome para no decir más que—: Buenas noches, Verónica.

Escuchando la misma respuesta de su parte, salí de la habitación y posteriormente del hospital. Pedí un taxi. Mientras esperaba comencé a tiritar y no de frío. Esta vez el frío no era mi problema, sino otro que quería sacar a toda costa de mi cabeza y se empeñaba con quedarse ahí.

Cuando el taxi llegó le di la dirección de mi casa.

En el camino estuve pensando en lo que pasó en el hospital ya sin poder evitarlo. ¡Como me enfurece esa chica! ¡Por Dios! Tenía que reconocerlo de una buena vez. Me enfurece, siempre tiene que estar cerca de Jayden, siempre cerca, jamás deja nada pasar. Es como si tuviera algún especie de sensor por el que supiera el momento justo en el cual interrumpir. ¡Y ya me tiene cansada!

Una de las cosas que más me enfurecían de ella era que era así, no se molestaba, no trataba de restregarme el poder que tenía en la cara, no me insultaba ni me miraba mal. Era como si supiera cuánto afectaba a Jayden y fuese más que suficiente.

¡La detestaba!

La detestaba por ser tan linda, por tener los ojos azules que a Jayden tanto le gustaban, por ser tan delicada a la hora de hacer cada maldito movimiento. La detestaba porque era lista, demasiado para mí que de tenerla en frente me es imposible disimular mi enfado.

Y estaba rabiosa con él, porque no había una ocasión en la que la detuviera. ¿Y por qué debería hacerlo? A fin de cuentas ella es su novia, yo solo su amiga. Y aun así, ¿no respeta nuestra amistad? ¿No respeta que debe elegirme a mí a veces? ¿Qué yo también soy importante?

Es como si se compaginaran para hacerme sentir mal. Él ponía la situación perfecta, y ella interrumpía en el momento justo.

Sin importarme dejarle una buena propina al taxista salí de ahí y entré a casa. Toda la noche, pensé en quedarme con él toda la noche y ella llega y todo se desmorona.

Azoté la puerta de la habitación y rabiosa con la ropa y todo en general, me la saqué de arriba como pude. Una vez en ropa interior fui al baño a lavarme los dientes, desmaquillarme y soltarme el cabello.

Me acosté en esa cama tan grande sola, con un sentimiento pesado en el pecho. No dejaría que pasara a más. Si él quería estar con ella que estuviese con ella. Yo era su amiga, ¡su amiga! No tenía derecho a enojarme demás y sabía que mi enojo no era el de una amiga, ni mi frustración con Verónica tampoco.

Es por ello que me di a la tarea de dejar estos sentimientos de lado de una vez por todas. No eran buenos para mí ni para ninguno.

( * )

Bajé a la cocina a eso de las siete de la mañana. Hoy tocaba trabajar y quería ver a Jayden por lo menos unos minutos antes de irme. A pesar de todo lo que pensé anoche me seguía preocupando por él, y nada mejor para restablecer las cosas como estaban, que haciéndole una amistosa visita.

El personal me preguntó por él, con una sonrisa les respondí que estaba bien y les dije todo lo que sabía. Si no me equivocaba, mañana saldrían los primeros resultados.

De camino al hospital hice una escala para comprarle unas galletas de chocolate, pensando que quizás a esta hora estuviese durmiendo todavía y por lo menos le dejaría eso, para que supiera que estuve ahí. Era un gesto amistoso.

Una vez dejé el auto en el estacionamiento, me registré y subí en el ascensor. Lo que quise bloquear llegó a mi cabeza. ¿Y si ella estaba ahí? Era lo más probable. ¿Y si los encontraba besándose? ¿O dormidos juntos?

La idea me produjo ácido en el estómago.

Pero ya estaba ahí, y si quería probarme a mí misma que podía con esta amistad, debía entrar ahí como si nada. Es por ello que, sintiendo a mi corazón latir con anticipación, abrí la puerta.

La luz de la ventana al fondo alumbró toda la blanca habitación, dejándome detallarla un poco más. El sofá en la esquina izquierda, la mesita frente a este. La silla junto a la cama de Jayden, y Jayden, sentado en la cama con una cara de aburrimiento que me dio gracia. Gracia que quedó suspendida cuando noté algo en particular... Ella no estaba ahí.

No estaba ahí.

Los ojos de Jayden se dirigieron a los míos, justo cuando mi corazón comenzaba a latir feliz, y sin saber muy bien qué demonios estaba haciendo, me acerqué a él y lo besé, sorprendiéndonos a los dos.

Después de un segundo, Jayden puso su mano derecha en mi mejilla, inclinó la cabeza hacia un lado profundizando en tierno, cálido y suave beso que decía "buenos días", con todas las letras, o bien, sin ellas.

Al separarme me di cuenta de que tiré mis palabras a la basura de forma voluntaria. Que deje que me besara, y no solo eso, sino que yo fui quien se atrevió a besarlo, a sentir esas cositas en el estómago cuando estuvimos en contacto. Y aún peor, queriéndolo una vez más.

Sus ojos se dirigieron a los míos, me miraba de tantas formas que me perdía en él, en sus ojos avellana que brillaban, que me miraban como si le hubiese dado el mejor regalo del mundo.

Y sin esperarlo volvió a besarme.

Me derretí, me derretí por completo cuando sus labios se movieron sobre los míos y se aferraron a estos como si sentirlos fue una recompensa de la que se le privó mucho tiempo. Eso me hizo pensar, ¿cuándo fue la última vez que nos besamos?

En el instante se me olvidó todo, hasta cómo respirar. Mi estómago se contrajo cuando se acercó mucho más. Me senté en la cama y tomé su bata con cuidado, disfrutando tanto de esto, de sus labios sobre los míos y cómo estos se movían, me hacían estremecerme y me decían tantas cosas en silencio.

Con la respiración agitada se alejó de mí, sin alejarme mucho. Un segundo después sentí su frente sobre la mía.

Jayden: Buenos días —exhaló.

Vane: Buenos días —exhalé yo también, embriagada en todo lo que se podía sentir con tan solo un beso. Sin pensar mucho en ello ni en mi arrebato me alejé de él, para sentarme en la silla. Sus cejas se alzaron al no entender por qué me alejé. Necesitaba espacio—. Te traje algo. —Le extendí las galletas, viendo cómo sonreía.

Jayden: Gracias. 

Abrió la bolsa en la que estaban y tomó una, después me extendió la bolsa.

Vane: Solo una porque ya desayuné. —La tomé—. Y hablando de eso, ¿Tú ya desayunaste? No estaría bien que comieras esas cosas así con el estómago vacío.

Jayden: Ya desayuné. No debes tener cargo de consciencia por dármelas —Resopló antes de llevársela a la boca.

Vane: ¿Cómo amaneciste? —la pregunta salió sola, y aun así sabía por qué. Por alguna razón quería saber qué pasó después de que me fui, por muy masoquista que sonara. También quería saber por qué Verónica no estaba aquí.

Jayden: Bien, supongo.

Mis cejas se alzaron con incredulidad.

Vane: ¿Supones?

Jayden: No te quedaste —recordó. Me pregunté si era tan imbécil por naturaleza o solo se hacía. ¿En serio me estaba diciendo esto?

Vane: Verónica lo hizo.

Jayden: No lo hizo —afirmó con la vista al frente, pero no mentía, parecía distraído en sus pensamientos.

Eso me desconcertó. Sino vino a dormir con él, ¿entonces a qué? Era muy tarde para hacerle una última visita antes de irse a dormir.

Vane: ¿Ah no? —cuestioné, sus ojos viajaron a los míos.

Jayden: No, vino a traerme algo que le pedí nada más. No te pediría que te quedaras sabiendo que ella lo haría. —Sus ojos cambiaron, parecía ofendido—. ¿En serio me crees capaz de algo así?

Vane: Yo... Lo lamento. Pensé que lo haría, como llegó tan tarde —Suspiré—. Debí preguntar, ¿no?

Pero en ese momento no estaba en condiciones de preguntar, me recordé.

Jayden: No te preocupes. Tampoco puedo decirte nada, yo te puse en esa situación.

Suspiró. Mi atención se quedó en sus palabras y en la conversación.

Vane: ¿Ella se quedó? —Negó— ¿Por qué? Digo, si me fui pudo quedarse.

Él volvió a mirar hacia el frente.

Jayden: Es complicado. Estamos pasando por... cosas —No lo dijo con todas las letras pero lo entendí... Se pelearon.

Mi interior, por muy mal que estuviera, se sintió feliz de ello.

Vane: ¿Todo bien? —pregunté, como la hipócrita que me estaba volviendo.

Jayden: No —y como si nada, volvió a verme, con una sonrisa relajada—. Pero esas cosas no deberían importarte. Mejor dime, ¿Qué se siente dormir sin mí?

Mal.

Vane: Dormir en una King size yo sola, ¿tú cómo crees? —Sonreí divertida.

Jayden: Por favor, sé que me extrañaste.

Estaba bromeando, pero no sabía cuánta razón tenía.

( * )

Los días siguientes se quedó en revisión, esperando los resultados de los estudios. Cuando estos llegaron y aseguraron que además del brazo, los moretones en la cara y la molestia en el cuello, que no era una fractura, por lo que le quitaron el cuello ortopédico que le pusieron cuando lo fui a ver, le dieron de alta y pudimos volver a casa.

Una vez ahí Jayden suspiró como si le regresaran la vida y yo sonreí con diversión. Como dije antes, él odiaba los hospitales. Subió a nuestra habitación a dormir en una cama de verdad, como él mismo dijo. Yo aproveché para ir por el almuerzo que le pedí a Esmeralda para él.

Con la bandeja repleta en las manos, subí a la habitación y lo encontré en la cama, con la mano derecha sobre la frente. La izquierda la tenía a unos centímetros de su cuerpo, enyesada.

Me sentí junto a él y levantó la vista. Una sonrisa se apoderó de sus labios al verme y yo me derretí por dentro. Esas sonrisas me mataban.

Vane: ¿Qué tal?

Jayden: Extrañé esta cama como no tienes idea.

Reí.

Vane: ¿Solo la cama? —insinué.

Jayden: No vaya por ahí, Vanessa, estoy seguro de que no tienes una idea de las respuestas que podría darte a esa pregunta —me respondió sin dejar de mirarme, divertido.

Yo hice un puchero.

Vane: Me refería a la comida. ¿Qué respuestas me darías?

Jayden: También extrañaba la comida. —Se incorporó sin responder mi pregunta.

Vane: Jayden —reprendí.

Jayden: Olvídalo.

Suspiré con hastío.

Vane: Como digas. Ya ni ganas de darte esto tengo, lo arruinaste.

Jayden: ¿Yo? —cuestionó con diversión—. Yo no hice nada.

Vane: No vayas por ahí, Vanessa. Olvídalo —fingí su voz con molestia, pero también con diversión, por dentro esto, aunque me intrigara, me divertía—. Lo arruinaste.

Jayden: No, lo arruinaré si te digo. Ahora déjame ver esto porque muero de hambre.

Sabiendo que no tenía remedio discutir con él, dejé la bandeja sobre sus piernas, y lo que era el principio de una gran sonrisa, se congeló a medio camino.

Vane: ¿Qué?

Jayden: No puedo comer esto. Soy un asco con la derecha. —Señaló su brazo, molesto.

Cierto. conociéndolo debía estar maldiciendo a todo sobre esta tierra por estar invalido. Él odiaba quedarse quieto, o no poder hacer las cosas, eso lo fastidiaba mucho.

Pero tenía una ventaja, y era que yo estaba aquí.

Vane: Pero yo no —le respondí. Sus ojos viajaron a los míos y mi corazón se detuvo un segundo—. Ahora yo seré su enferma, doctor Hernández, y me esforzaré para ser la mejor.

Él rio.

Jayden: No puedo creer que vaya a hacer esto —dijo cuando dirigí la cuchara a su boca para que comiera.

Vane: Pues vas a tener que creerlo y cometerlo todo, porque sino no hay postre —le dije, antes de cerrar la tarde llena de bromas y ayudas, unas que se extenderían durante tuviese el yeso puesto.

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