Epílogo.- Danza con el Aire (2/3)
Me senté ahí mismo para meditar. Quizás todo ese viento despertaba algo dentro de mí.
—Tengo que ir a buscar a los gases ¿Eh?— pensé.
Medité sobre la naturaleza de los gases, la aerodinámica, su densidad a niveles de presión normal, cómo se formaban los tornados, incluso intenté especular cómo es que ese valle mantenía ese clima "eternamente", según afirmaba Prípori. Se me hacía difícil de creer que siempre había un tornado, quizás se aclaraba en algún momento durante la noche o algo por el estilo.
Sin embargo, después de veinte minutos me di cuenta que solo me estaba helando sin conseguir nada. Ya había intentado "comprender" al aire, tratando de malabarear todas sus propiedades en mi mente y esperando que con eso se me abriera la puerta mental hacia los gases. No, no iba a ser tan simple. Pero para eso estaba ahí. Nada me ataba, solo estábamos el viento y yo, así que podía intentar lo que quisiera.
Más relajado, recordé las palabras de Prípori: "tú eres quien debe ir y perseguirlo". En esa ocasión no tenía la ayuda de un juez o un lúmini que forzaran mi mente dentro de un espacio metafórico, era yo quien tenía que resolver el puzle por mi cuenta.
Experimenté levantando un bloque de roca. Lo giré en el aire sin problemas, al mismo tiempo que intentaba observar el comportamiento de mi mente; siempre me imaginé que salía una mano invisible de mi cabeza y movía el sólido que yo quería mover, aunque ahora sabía que no era tan así.
Descendí usando mis zapatos de suela metálica y exploré el fondo del abismo. La profundidad era enorme. Los riscos eran roca pura, apenas se veían unos arbustos pelados a la distancia, separados unos de otros. En el fondo había muy poca luz, dado que el cielo ya estaba cubierto de nubes y las grandes torres rocosas bloqueaban lo que quedaba. Sin embargo, Prípori me había dado un bolsito con cosas que podría necesitar; entre las cuales había un puñado de linternas. Me pegué una a la frente y no volví a tener problemas para ver.
Al poco de andar, escuché el ruido de agua corriendo, así que fui a ver. Resulta que por ahí cerca había una tenebrosa cueva, que al final tenía un chorro que salía de la pared y se metía por un hoyo a un túnel subterráneo, no más ancho que el diámetro de mi brazo.
—Todo bien hasta ahora. Creo que estas cosas se me dan bien— pensé, antes de darme cuenta que había sido quizás demasiado fácil.
Me pregunté si Prípori me había dejado en ese punto por coincidencia o porque sabía sobre aquel chorrito. De cualquier forma, tomé nota mental de esa fuente de agua. No podía beber directo de la fuente, porque seguro que me enfermaría horriblemente, y la botella que tenía ya estaba llena, pero seguro me vendría muy bien si llegaba a necesitar más agua.
Por mientras, tomé control de un litro y comencé a jugar; lo revolví en el aire, lo hice tomar distintas formas y lo retuve mientras analizaba mi mente otra vez; en vez de imaginarme a mis extensiones como manos, cuando controlaba líquidos solía imaginarlas como el mismo líquido, pero de la manera en que quería que estuvieran un instante a futuro. Era como si mis extensiones fueran un espacio vacío, que el mismo líquido debía llenar; o también, como si los líquidos fueran un pescado y mis extensiones el anzuelo que los tiraba.
También sabía que no era precisamente el caso, pero era la manera más cómoda de imaginarlo.
Sin embargo, no podía distinguir el aire de sí mismo, y por tanto no tenía manera de saber qué forma darles a mis extensiones para controlarlo.
—Con sólidos me imagino manos, con líquidos me imagino una caña de pescar ¿Qué puede ser con gases?
En ambos casos, me imaginaba algo que tiraba, pero no se me ocurría nada que pudiera tirar del aire además de con un extractor, que a su vez no era más que un ventilador.
Salí de la cueva, levanté una estaca de roca y le colgué un pañuelo de prueba. Sin embargo, ya había viento. Si quería probar que tenía control sobre el aire, necesitaba un lugar quieto. Alrededor erigí cuatro sólidas paredes que detuvieron todo el viento. Solo así me pude concentrar.
Entonces me imaginé un ventilador grande que girara a máxima potencia, justo frente al pañuelo, pero este no se movió. Intenté cambiando de posición y distancia, de tamaño, grosor de las aspas y velocidad, pero nada ocurría.
Derribé una de las paredes y me hice un asiento de roca para descansar un momento y pensar. Claro que mis extensiones no tomarían forma de ventiladores, solo era una manera de mover mi mente de la manera necesaria para controlar los gases, pero no podía ser tan fácil.
Me pasé una mano por la cabeza, preguntándome otra vez qué me faltaba.
En eso, recordé que la mayoría de los magos no suelen aprender más de un área de la magia ¿Y si yo ya había llegado a mi límite? Conocía dos tipos de magiorbis y dos de magivita. Era bastante... mas no suficiente, no para mí.
Me sacudí la cabeza para quitarme ese pensamiento de la cabeza. Prípori no se había rendido conmigo, así que yo tampoco lo haría. Necesitaba explorar todas mis opciones una y otra vez hasta dar con algo.
Solo tenía que ser creativo.
—"Yo debo perseguir el aire"— me dije.
Hasta ese momento había pensado que se refería a mi metáfora de la danza, pero entonces se me ocurrió que quizás, solo tal vez, había intentado decirme que literalmente fuera y persiguiera el tornado.
Pero no, eso era muy peligroso y no tenía sentido. Prípori podía ser poco ortodoxa a veces, pero nunca me mandaría al ojo de un huracán.
Aunque me había dejado ahí cerca.
Mientras pensaba en esa extraña posibilidad, unas pisadas por detrás me llamaron la atención. Al girarme, noté un hocico aproximándose a mí a toda velocidad. Apenas conseguí levantar una estaca directa del suelo para enterrársela. La roca le atravesó el hocico, salpicándome sangre a los ojos.
—¡Monstruos!— exclamé en mi mente.
No podía abrir los ojos por la sangre, pero no podía arriesgarme a quedarme ahí. Escuché más pisadas. Debían ser un grupo de bestias cuadrúpedas, una especie de reptil.
De un tirón me elevé en el aire, bien alto para que no me alcanzaran. Me obligué a abrir los ojos a pesar del picor. No veía mucho, pero mi linterna alcanzó a iluminar un lomo emplumado. Por la cornisa del ojo noté algo acercándose, así que lo esquivé; se trataba de un lagarto de patas largas. Tenían plumas en el lomo y las patas. Sin embargo, no parecía que pudieran saltar mucho.
Aun así, procuré mantenerme a la mayor altura posible mientras me alejaba. No tenía ganas de enfrentarme a ningún monstruo. Pronto subí por la pared de roca de vuelta a la cima, o al suelo, depende de cómo se viera.
Revisé que no hubiera otros monstruos rondando por ahí. Luego de verificar que estaba solo, formé un par de paredes de defensa, solo por si acaso. Me quedé vigilando un rato, pero nada vino.
No pasó mucho tiempo para que mis nervios comenzaran a esfumarse; era obvio que esos monstros vivían en lo profundo del abismo y no ahí en la zona superior. Ya más tranquilo, me senté y continué con mi entrenamiento.
Pasé un buen rato meditando, probando, experimentando, pero nada. Incluso armé un ventilador de roca usando magia de sólidos, pero obviamente, no sirvió.
De repente comenzó a darme mucha hambre. Le pregunté a Scire qué hora era, ella me dijo que las 16:00, y yo ni siquiera había comenzado a preparar el almuerzo. Saqué lo que tenía en la mochila que me dio Prípori; un par de conservas, sánguches, frutas y dulces. No estaba mal, pero no era lo mismo que los banquetes que nos zampábamos en la casona.
Sacudí enérgicamente la cabeza. No podía pensar así; Prípori había tenido el detalle de programar a los robots para que hicieran todo eso, no podía ser un mal agradecido y quejarme, aunque fuera en mis pensamientos.
Después de almuerzo, junté toda mi basura y la metí en mi mochila para deshacerme de ella más tarde. Dejé la mochila enterrada, debajo de una pequeña torre de tres metros que podría identificar a la distancia. Así no atraería alimañas o monstruos que pudieran desparramar todo mientras yo no estaba.
Listo con eso, partí para acercarme al tornado, tan solo un poco. Quizás vientos más fuertes me ayudaran a encontrar lo que necesitaba. Me puse una protección para los oídos, pues mucho viento podía causar daños.
Desde la distancia noté que siempre pensaba en términos de "acercarme" o "alejarme" del tornado, pero era imposible que este permaneciera siempre en un mismo lugar. Comencé a preguntarme qué tan lejos estaría para yo tener que percibirlo en el mismo lugar, y con eso, qué tan grande debía ser para verse a tamaña distancia.
—Bueno, al menos no tengo que ir literalmente al ojo del huracán— pensé.
Me desplacé por la cima de las torres de roca y por debajo, en el profundo y oscuro valle del cañón. Me encontré con un par de grupos más de lagartos de patas largas. Se me hizo más fácil evitarlos al verlos venir, aunque tuve que matar a un par más que se acercaron demasiado antes de que yo pudiera huir. Matar nunca era muy agradable, aunque fueran monstruos.
Sin embargo, de pronto noté unas motas en el cielo, como pedazos de algodón, pero lo suficientemente grandes para que yo los pudiera ver a cientos de metros de distancia. Curioso, me acerqué al lugar donde los vi, pero para cuando llegué, ya se habían ido. Me di cuenta que se iban desplazando con el viento, de todas maneras.
Desde la cima los busqué con la mirada por varios minutos. De repente aparecieron detrás de otra de las torres de roca, un grupo distinto; confirmé que usaban las corrientes de aire para ir de un lugar a otro. Se me pasó por la cabeza que solo se dejarían llevar como el polen, pero luego de observarlos un poco más, me di cuenta que parecían tener cierto grado de control.
—Son monstruos— confirmé.
Se veían como motas de algodón, pero debían ser monstruos. No había otra explicación, o ninguna que se me ocurriera en ese momento. Me acerqué un poco más, cuidándome de las fuertes ráfagas de viento; los monstruos de algodón no tenían alas, simplemente una especie de plumaje especial, muy similar a motas de algodón bien grandes con las cuales se mantenían a flote. También tenían una pequeña cola con la cual podían cambiar de dirección y unos picos chiquititos que se asomaban desde sus plumas. Parecía que se iban a estrellar contra las montañas de roca en cualquier momento, pero ni se les acercaban. Era como si el mismo tornado cuidara de no enviarle vientos que los hicieran estrellarse. Sin embargo, supuse que debían ser ellos quienes evitaban corrientes que los acercaran a zonas peligrosas, como si estuvieran tan acostumbrados a viajar de esa manera que pudieran predecir la dirección del viento. Era fascinante verlos, pero más importante, quería estudiarlos. Me pregunté si Prípori tendría algún libro al respecto.
Pero aun con toda la curiosidad del mundo, necesitaría esperar; había transcurrido un buen rato ya desplazándome y peleando, y me imaginaba que era hora de almorzar. Además, el silbido del viento comenzaba a irritarme.
Regresé a la zona en donde Prípori me había dejado. Para mi sorpresa, noté una cápsula a lo lejos que no había visto antes. Al acercarme advertí que se trataba de una cámara sellada y bien reforzada, de más o menos medio metro de diámetro. Adentro había comida pre hecha, agua y todo lo que necesitaría por el siguiente medio día.
—Gracias, maestra— susurré.
Comí la mitad y puse todo mi empeño en guardar el resto para la noche. Luego guardé la cápsula bajo la estaca de roca que había erigido, junto con mi mochila.
Descansé un poco sobre la torre más alta, donde no hubiera monstruos que pudieran atacarme. Reposé cerca de quince minutos, luego partí otra vez hacia el tornado; estaba impaciente y necesitaba estudiar más a esos monstruos de algodón.
A medida que me acercaba, fui sintiendo los fuertes vientos en mi cara otra vez. Podían llegar a ser molestos, pero al menos comenzaba a acostumbrarme a la sensación.
Avancé hasta que vi otra vez a los algodones, de esa manera comencé a llamarlos mientras no supiera su nombre de verdad. Había más grupos que los que había creído en un principio; flotaban tranquilamente a pesar de los fuertes vientos y las vertiginosas velocidades que llegaban a alcanzar. Se desplazaban a merced de las corrientes de aire y, sin embargo, nunca chocaban contra las enormes y numerosas torres de roca.
Me senté a mirarlos por varios minutos, quería entender cómo lo hacían; si aleteaban con sus apenas visibles alas o si se inclinaban de alguna manera para viajar por las corrientes. Luego cambié de torre para estudiarlos desde otra perspectiva. Así recorrí varios lugares, deteniéndome un buen rato cada vez para intentar comprender cómo se movían esos monstruos tan raros. Antes de que me diera cuenta, el tornado se puso a girar en mi dirección. Esto me pareció extraño, puesto que era la primera vez que lo veía hacer eso a pesar de todo el tiempo que llevaba mirándolo, pero entonces me di cuenta que era la primera vez que lo notaba porque no había estado tan cerca hasta ese momento.
—Tengo que alejarme.
Di media vuelta y eché a andar a toda prisa. Sin embargo, para hacerlo tuve que deslizarme junto a una de las paredes de roca verticalmente, lo cual me costó valiosos segundos, para luego huir a través del suelo. Lamentablemente, mi control sobre los sólidos no me permitía levitar a menos que estuviera cerca de una gran masa sólida como el suelo. Por esto no pude alejarme muy rápido. A mi alrededor el viento se hizo tan fuerte que comenzó a levantar rocas. De pronto escuché una torre derrumbándose a un costado; una roca se estrelló en una pared frente a mí. Podía meterme dentro de la tierra, pero no a una profundidad suficiente, y eso solo me desaceleraría. Entrando a asustarme, bajé mi centro de gravedad y me desplacé a la máxima velocidad posible, esperando lo mejor. Sin embargo, al mirar hacia el lado por donde venía el viento, advertí un par de rocas grandes acercándose a toda prisa a mí. Las desvié rápidamente, pero otra surgió por sorpresa detrás de las dos primeras. No conseguiría desviarla, así que aumenté su volumen para disminuir su densidad. La roca me golpeó el torso. El impacto no fue muy fuerte, pero se sumó al empuje del viento y consiguió desconcentrarme el tiempo justo para perder mi conexión con el suelo. Mi cuerpo salió volando. No había nada a lo que pudiera agarrarme. Intenté tomar control del suelo, pero yo me movía muy rápido y no podía fijarme en un solo punto, además de que estaba muy alto para hacerlo en tan poco tiempo. No tuve de otra que dejarme llevar. No podía hacer nada.
Mi cuerpo continuó elevándose. Miré hacia donde me llevaba el tornado: en mi dirección general había varias torres delgadas, no estaba seguro de si me estrellaría con una o pasaría de largo. Me acerqué a la primera peligrosamente rápido, me preparé para el impacto, pero mi cuerpo pasó a menos de un metro por el costado. El viento me hizo girar a grandes velocidades, desorientándome; pero si me quedaba así, no podría reaccionar a tiempo al momento de un impacto. Intenté estabilizarme, mas no funcionaba. Tuve que contorsionarme más de lo que debería a medida que giraba, solo así pude ver la segunda torre a la que me acercaba, y alcancé a disminuir la densidad de la roca para amortiguar mi impacto. Inmediatamente, y antes de que el viento me llevara nuevamente, le arranqué un buen pedazo de roca, la tomé en mis manos y la comprimí lo más posible para aumentar mi densidad. Luego me encogí sobre mí mismo. Comencé a caer. Sin embargo, algo me golpeó desde la espalda; una roca que no había visto.
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