Epílogo.- Danza con el Aire (1/3)


Cierta mañana fuimos a un lugar despejado, no muy lejos de la casona. Prípori y el resto de mis compañeros fueron a ver, incluso Jrotta y Coni. Me daba algo de vergüenza tener público, especialmente porque no estaba seguro de poder hacerlo bien. Lo peor es que todos parecían confiar en mí, y eso me preocupaba más.

—Descuida, piensa que es otra sesión de entrenamiento— me espetó Prípori.

—Sí, ninguno de nosotros puede usar magia de mutación— indicó Marisa— excepto Silvina, ella sí.

—No me atrevería a decir que no es una de nosotros, pero no es una de nosotros— le corrigió Aversa.

—¡Y lo dijiste igual!— saltó Marisa.

—Owo— agregó Otoor.

—Muy cierto. Al menos alguien de nosotros es lo suficientemente madura para decirlo— le espetó Aconte.

—¿Qué dijo?— inquirió Jrotta.

—Que las probabilidades de perderse en su forma animal son casi nulas— tradujo Coni.

—¡¿Cómo sabes tú lo que dijo?!— alegó Jrotta.

—En mi mundo hay varios fufos— aseguró Coni— Además, su lengua es fácil de aprender.

Yo también me había sorprendido la primera vez que se pusieron a hablar.

Pronto llegamos al valle donde solíamos entrenar. Desde ahí podrían verme corriendo si se me ocurría huir, Prípori no tendría problemas en regresarme a mi forma original.

—Tómate el tiempo que necesites, nosotros te esperamos— me espetó ella, como si la presencia de tanta gente no significara nada.

Intenté ignorar las expectativas puestas sobre mí para relajarme y avancé unos pasos hacia el valle. Primero me quité la ropa y la dejé a un lado. En unos segundos repasé lo que había estudiado al respecto; visualizar los distintos sistemas de mi cuerpo, luego el animal en que quería transformarme, ejecutar el hechizo. Separé brazos y piernas, dejé de pensar en cosas complicadas y me enfoqué en el momento, en lo que percibía, apenas la superficie de mi mente.

—¡Mutare!— exclamé.

Al mismo tiempo, llevé la totalidad de mis extensiones mentales a mi cuerpo entero. Debía "esconder" mi cuerpo de verdad dentro de una dimensión superior. El animal resultante era una proyección material que se originaba en esta misma dimensión. Por eso mi mente no cambiaba a pesar de tener el cuerpo de otra especie.

Mi peso y estatura disminuyeron, pero mis sentidos del olfato y el oído mejoraron un montón.

Me encontré sobre la tierra; el pasto que antes me pareció tan insignificante se sentía ahora como una densa jungla. Mis proporciones y postura eran distintas.

De inmediato me llegaron los olores que no había notado antes. Me había convertido en un ratón.

—Hasta ahora todo bien— pensé.

Me miré el cuerpo; mi pelaje era marrón como mi pelo humano, mi cola y mis patas eran rosaditas. Aun con lo distintas que eran de sus contrapartes originales, me gustó cómo se veían.

Pero de pronto comencé a pensar en que estaba algo expuesto ahí, que algún ave podría pasar y raptarme sin problemas.

—No, no. Tengo a todos mis amigos aquí. No dejarán que me cacen— me dije.

Me giré a verlos, ahora gigantes que podrían aplastarme de un pisotón. Mi primer impulso fue de dar media vuelta y echar a correr, pero me detuve después de unos pasos.

—Son mis amigos— me insistí— no me harán nada.

¿Pero qué ocurría con las aves? Tenía que buscar refugio pronto. Estaba expuesto.

Me sacudí la cabeza, me pasé las patas delanteras por la nariz. Mis bigotes eran grandes y me ayudaban a percibir el pasto alrededor.

Comencé a sentir ansiedad. Me embargaba el impulso de esconderme bajo tierra, en el primer hoyo vacío que viera, quizás bajo una raíz, pero sabía que no debía hacerlo. Debía quedarme ahí.

Esto es una batalla entre mi consciente y mi subconsciente— me recordé— aplacar mis miedos; dominar mi forma animal.

Es verdad. Eso apenas estaba comenzando. Tenía toda una vida en mi forma humana, no podía simplemente abandonarla porque quería esconderme, buscar comida y reproducirme con ratoncitas. Aún necesitaba abrir mi mente a tantos tipos de magia y debía ayudar a mis amigas a enfrentarse a los encadenados, y saldar mi deuda con Prípori.

Recordé todas las veces que la había visto como dastal. Seguro ella también había tenido que sobrepasar su instinto animal, pero lo había conseguido. Yo debía seguir su ejemplo.

Así que me quedé quieto y lancé un chillido.

Luego me volví hacia mis compañeros y me obligué a pensar que, aunque les tuviera miedo, no me harían daño. Me acerqué a ellos lentamente, aún cauto, pero constante. Entonces Prípori se agachó para ofrecerme su mano, sobre la cual yo subí. Ella me levantó, los demás se acercaron a mirarme.

Me puse nervioso cuando se cerraron sobre mí, sus cabezas enormes, en cualquier momento podrían devorarme si querían. Sin embargo, sabía que algo tan ridículo nunca se les pasaría por la cabeza. Solo eran mis histerias de ratón.

Son mis amigos. Son mis amigos. Son mis amigos...— me repetía una y otra vez para evitar huir, porque no quería caer a esa altura, y porque debía superar esa transformación.

Me acercaron sus enormes dedos y me rozaron el lomo y la frente. Sentí su tacto suave sobre mi pelaje. Ya lo había visto, pero no reparé en que sentiría sus caricias a través de mi capa de pelos. Se sentía extrañamente bien.

Comencé a relajarme. De pronto, ya no tenía la desagradable sensación de que me iban a matar.

—¡Lo has hecho excelente, Arturo! ¡Ya dominas la mutación completa!— exclamó Prípori.

Con cuidado, me dejó sobre el suelo.

—Ahora intenta regresar por tu cuenta.

Yo ya había pasado suficiente tiempo como un ratón, así que me centré en mi forma original.

—¡Mutare!— exclamé en mi mente. De mi hocico apenas salió un chillido.

Volver era más sencillo, pues es la forma con la que uno más está cómodo, es el molde perfecto. Tampoco hay posibilidades de terminar con defectos, como una nariz más grande u ojos de distinto color, puesto que el cuerpo propio no es una proyección, sino que hay que regresarlo al plano material desde la dimensión superior.

Al regresar a mi forma original, los demás me dieron palmaditas y me felicitaron por dominar otro tipo de magia. Aún había mucho que me faltaba por aprender sobre la mutación, pero al menos ya podía transformarme por completo en un animal.

El resto de la jornada la pasamos entrenando como de costumbre; primero avanzamos por nuestra cuenta y luego tuvimos un par de duelos de práctica, siempre hincando el diente en lo que fuera que Prípori nos hubiera dicho; Marisa y Aversa intercambiaban calor la una entre la otra, Aconte y Otoor hacían carrera entre ellos para aumentar su potencia y velocidad, mientras que Coni, Jrotta y yo nos centramos en ejercicios de sanación. Ese día, además de dominar la mutación, aprendí a desintoxicar un cuerpo. Ahora podía eliminar veneno de mi propio cuerpo si lo detectaba a tiempo, incluso alcohol. Era un truco muy útil y relativamente fácil de realizar, pero no era muy discutido en la universidad. Jrotta ya lo había estado practicando, pero le gustó oír una explicación de parte de Prípori, mientras que Coni apenas comprendió la teoría. Pobrecito, pero ya lo conseguiría.

Luego de entrenar volvimos a la casona a cenar. Comimos bien como siempre, solo que una tarea pendiente me taladraba la cabeza y no me dejaba pensar en nada más.

—Prípori— la llamé en la mesa— quiero aprender magia de gases ¿No crees que ya he dominado bien los sólidos y los líquidos?

Ella me miró un momento con la boca abierta para meterse un pedazo de lomo, pero lo bajó y asintió.

—Sí, tienes razón. No quería hacerte pasar a otra fase antes de un torneo, pero ahora que terminó, podemos continuar.

—¿En serio?

—Sí. Los métodos anteriores no han funcionado, así que intentaremos con algo más... extremo. Prepárate, mañana salimos temprano.

Me llené de alegría. No podía esperar.

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Por la noche me tomó un buen rato dormir. Comencé a ponerme nervioso por la creciente posibilidad de que al otro día estuviera muy cansado para hacer cualquier cosa por la falta de sueño. Sin embargo, cuando Scire me despertó, me puse de pie de inmediato y partí a la ducha listo para lo que fuera. Me sentía en óptimas condiciones.

Prípori me dio un buen desayuno. Luego salimos de la casa y me llevó por el aire hacia el norte. Nunca había ido directamente en esa dirección, ni me había alejado tanto de la casona. En unos minutos recorrimos varios kilómetros; árboles y ríos pasaron bajo nosotros en menos de un parpadeo. De pronto nos introdujimos en un cordón montañoso, algunas de sus cimas estaban blancas por la nieve. Las montañas se volvieron cada vez más altas, incluso la temperatura de nuestra burbuja disminuyó un poco. Luego de las escarpadas montañas, pasamos a un vasto desierto. Estaba lleno de torres de roca y cañones abismales; las nubes oscurecían el lugar y dificultaban el crecimiento de vegetación. A la lejanía, divisé un tornado.

Prípori comenzó a desacelerar y a descender. Finalmente me dejó con cuidado sobre el suelo, cerca del borde de un cañón tan grande que sentía que podría contener un mar entero adentro. El viento en la superficie ya era fuerte, y eso que no estábamos ni cerca del tornado.

—He estado pensando en lo que me dijiste, sobre bailar— me espetó, alzando un poco la voz sobre el silbido de las brisas— hay algunos estudios que buscan estructurar las distintas maneras en que los magos perciben la magia. Aún están muy verdes para tomarlos completamente en serio. Sin embargo, si son ciertos, es posible que tú seas del tipo que la siente más visceralmente; a pesar de que se les llame extensiones mentales, no solo crecen desde la mente, sino que desde todo el sistema nervioso. De ahí que se haga más fácil realizar hechizos con ciertos movimientos, pero en tu caso creo que está un poco más acentuado.

—Oh...

—Si ese es el caso, es posible que necesites algo un poco más fuerte para abrir tu mente a los gases. De ahí este entrenamiento— apuntó al tornado a lo lejos— ten cuidado, las masas de aire en este valle suelen formar fenómenos como ese. Le llamamos el Valle del Tornado Eterno, ya te imaginarás por qué.

Tragué saliva.

—¿O sea que nunca se detiene?— alegué.

—O sea que siempre hay un tornado en pie— indicó ella— dijiste que los sólidos te mueven por su cuenta y que los líquidos son tímidos y necesitas guiarlos ¿No? Pues creo que los gases son distintos. No estoy completamente segura de cómo será como compañero de baile, pero dudo que vaya a buscarte; tú eres el que debe ir y perseguirlo.

Yo asentí. Al menos de eso estaba seguro; los gases me habían eludido desde que traté de manejarlos.

—Vendré a dejarte comida y agua, y te vigilaré cada cierto tiempo, pero en la práctica estarás solo, tenlo en cuenta y sé cuidadoso. Hay monstruos, así que deberás protegerte y siempre mantener algo de energía de reserva. Intenta buscar una fuente de comida y agua de todas maneras ¿Bien? Si tienes suficiente y quieres regresar, puedes usar esto.

Me pasó tres bolitas de metal con un botón detrás de una pantalla de seguro. No necesitaban instrucciones; se notaba que para activarlas, debía deslizar la pantalla y apretar el botón.

—Son bengalas. Cuando las enciendas, procura estar en un lugar al aire libre; ascenderán directamente al cielo y le enviarán un mensaje al dron. Desde ahí debes quedarte en una zona visible desde donde está la bengala y yo te podré encontrar ¿Entendido?

Yo asentí. Ella me tomó la cara.

—No necesitas hacerlo bien al primer intento. Si fallas, vengo a recogerte, analizamos qué pasó, y tratamos otra vez.

Sonreí, agradecido de haber encontrado una maestra tan buena.

Nos despedimos con un abrazo.

—Ten cuidado.

—Sí.

Me dedicó una última sonrisa y se fue volando. La miré mientras se marchaba, luego me giré hacia el tornado. El ruido del viento llenó mis oídos rápidamente.

Estaba solo, nada más yo y la tremenda fuerza de la naturaleza.

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