8.- Granalis: La Luz del Conocimiento (3/3)


Nos habíamos pasado toda la clase del profesor Hista en el ritual de la granalis, por lo que no habíamos tenido tiempo de practicar nada. Por eso Coni y yo, impacientes, fuimos a mi habitación a hacer un poco de magia.

Afortunadamente, en clase de medicina nos habían asegurado varias veces que los aprendices podían practicar su magivita de medicina con plantas en vez de seres vivos, pues la manera de sanar era la misma para las extensiones mentales.

Probamos cortar la hoja de una planta para reponerla. Coni partió; para usar sus extensiones mentales se hincó y recitó el encantamiento básico para sanar heridas superficiales que nos habían enseñado en clase de medicina.

—Sanar— exclamó.

Admito que me sorprendí la primera vez que lo leí, pero al parecer, las palabras no eran fijas; bastaba con decir lo que se quería hacer, aunque había ciertos trucos, pero esa tarde nos bastaba con practicar lo básico.

Mientras sujetaba la hoja cortada junto al tallo que la había sostenido hasta ese momento, noté que parte de la línea que dividía ambos pedazos comenzaba a desaparecer. La solté, expectante. La hoja se cayó, pero no del todo. Un pedazo quedó colgando del tallo.

—¡No puede ser!— exclamó Coni.

—¡Lo lograste!— salté— ¡Sanaste la planta!

Coni se me tiró encima y me apretó el cuello en un abrazo. Estuve a punto de caer de espaldas.

—¡Lo logré! ¡Usé magia! ¡Por primera vez usé magia!

Pero se paró en seco, se separó y me miró confundido con los brazos bien extendidos.

—Di... disculpa— me espetó.

—Tranquilo— contesté— Está bien celebrar, este es un momento importante.

Él me sonrió, conmovido.

—¡Sí, tienes razón!— volvió a mirar la planta— ¡Sigue ahí! ¡Todavía no me lo creo!

—Muy bien hecho, Coni.

—Gracias. Pero ahora inténtalo tú. Será tu primera vez usando magia de sanación ¿No?

Esta vez él sujetó la hoja en la posición que correspondía. Yo me fijé en la zona cortada y repasé todo lo que sabía sobre el comportamiento de las células vegetales. Intenté hacerme un diagrama mental de lo que ocurría en ese mismo tallo. Necesitaba que los enlaces entre células recuperaran su fuerza para reparar el tallo, lo cual pasaba por generar más células en ambos lados del corte y hacerlas crecer a una velocidad acelerada.

—Sanar— dije.

No podía verlas, pero sabía qué ocurría y qué debía hacer. Por fortuna, eso pareció ser suficiente para trabajar a través de mis extensiones mentales; el surgimiento de miles de células de un momento a otro permitió que se formaran enlaces a la zona cortada a través de toda la zona dañada. Pronto hubo suficientes enlaces para sujetar la hoja igual a como estaba antes.

—¡No puede ser! ¡Lo volviste a pegar!— exclamó Coni.

Me miró emocionado.

—¡Eres un genio!

Yo reí bajito.

—Seguro se debe a que tengo más práctica con mis extensiones mentales— le aseguré.

—No, no, no, no. No te dejaré huir tan fácil ¡Arturo, reparaste la planta por completo! ¡Eres un mago genial!

Quise responder, pero no supe qué decir. Al final terminé rindiéndome.

—Gracias— dije al fin.

Me sentí afortunado de tener a alguien tan alegre como Coni conmigo. Noté que él tenía algo que yo no, tanto él como Liliana podían... no sé, leer mejor a las personas, entrar en su mente, hablarles en el lenguaje que más les acomodaba. Me habría gustado estar a su nivel para entregarle algo similar, en ese aspecto me sentía un poco infantil junto a él. Pero si me consideraba su amigo, tampoco debía ser tan malo en esto de la amistad, esperé.

Desde ahí continuamos practicando hasta que quedamos con los cerebros fritos. Para mi sorpresa, llegué a mi límite mucho antes de lo que había esperado, aunque supuse que se debía a practicar un tipo de magia nuevo para mí. No es que me faltara energía como cuando me sobrelimitaba con magiorbis, sino que más bien sentía que mi mente no aguantaba más esfuerzo.

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Estaba emocionado por la dinámica de las clases desde ese momento; ahora había un puñado de aprendices capaces de usar magia, aunque de forma limitada y sin experiencia. Pero podían, y los profesores nos iban a enseñar todo tipo de trucos y ramas y maneras de usarla que nunca se me hubieran ocurrido y que no estuvieran en ningún libro.

La primera clase de sanación tras el ritual de la granalis llegó al siguiente día. Mi corazón se puso a palpitar con fuerza cuando la profesora apareció desde la puerta. Me pregunté si nos harían sanar animales chicos o plantas, si partiríamos por lo básico, si habría pruebas, si algún día iríamos a un hospital a realizar prácticas.

—Abran su libro en la página 37. Habíamos quedado en el sistema respiratorio ¿Verdad?— dijo como si nada.

Comenzó a escribir materia en la pizarra; nombres de las estructuras comunes de los sistemas respiratorios de las especies de nivel 9, algunas variaciones, algunos dibujos y diagramas.

Debía haber algo mal. Me pregunté si quizás no se había enterado de que el curso había pasado por el ritual ¿Cómo nos podía seguir pasando materia para principiantes?

Levanté la mano.

—Pro...— alcé la voz— profesora.

—¿Sí?

—Eh...— mi voz se cortó un momento. No había elegido mis palabras. Pero tenía que decirlo— ¿No va a... ¿No va a enseñarnos magia?

—Eso hago ¿No lo ve?

—Eso no es magia, profesora. Solo es sistema respiratorio.

Ella miró la pizarra, se rascó la cabeza.

—¿Y cómo vas a reparar un sistema respiratorio con magia si no sabes dónde va qué cosa?

Quise responder que yo si sabía, pero comprendí que ella se refería al nivel del curso en general. Agaché la cabeza, compungido. Había estado tan emocionado por la muestra de avance, que se me olvidó que la mayoría de mis compañeros no estaban preparados para dar el siguiente paso. Qué iluso había sido.

La profesora tomó mi silencio por una respuesta y se giró de nuevo hacia la pizarra.

—Profesora— la llamó Coni.

Me giré a él, sorprendido.

—¿Dígame?— contestó ella con un tono latoso.

—¿Cuándo vamos a comenzar a usar magia en clases?— preguntó él.

—El próximo semestre— contestó a secas— primero tienen que aprender sobre todo lo que van a controlar, luego podrán modificarlo con magia ¿Eso contesta su pregunta?

—Sí— dijo un resignado Coni.

Un semestre entero sin aprender nada de magia ¿Cómo podía ser?

Recién en ese momento reparé en lo que la señora de los ramos me había dicho; yo había tomado el paquete de ramos correspondiente a magivita, no para un solo semestre, sino para varios años ¿Cuántos años? Creía recordar ver la malla curricular de los ramos de magivita. Si se aprobaban todos a la primera, alguien podía demorarse seis años en llegar a dominar la magivita, solo que la mayoría de los aprendices se tomaban dos o tres intentos para cada ramo, y muchos se quedaban estancados al final, pues nunca conseguían abrir su mente, por lo que si se quería dominar toda la magivita, un estudiante común tendía a demorar de 14 a 21 años. Por eso la mayoría tomaba una sola área y se especializaba en ella, y si no lo lograban pronto, se rendían.

Aunque estaba seguro de que pudiera pasar todos los ramos a la primera, igualmente tardaría seis años en lograrlo. Estaba listo para aprender ¿Por qué tenía que perder tiempo en materia que ya sabía?

—Gracias— me aseguré de decirle a Coni, por haber preguntado lo que me interesaba a mí.

Pero no me sentía muy bien.

Durante la tarde, en la biblioteca, comencé a pensar sobre mi propósito ahí.

—¿Qué sucede?— quiso saber Coni.

—La malla está hecha para seis años ¿Verdad?— quise saber.

—¿No eran cuatro?

Lo miré, confundido.

—Para perfeccionar un tipo de magia se necesitan cuatro años ¿No? Tenía entendido que esa era la regla— dijo él.

—¿En dónde sale eso?— quise saber.

—En ninguno, es lo que se dice.

Abrí los ojos de par en par.

—¿Eso se dice?— pero me llevé una mano a la sien— sí, tiene sentido.

—¿Te parece mucho?— me preguntó.

—Sí, la verdad. Yo aprendí a controlar sólidos de inmediato, y los líquidos en unos meses. Ahora también puedo sanar, pero deberíamos practicarlo si queremos desarrollarlo del todo. No puedo pasarme años aquí.

Alcé mi mano para pegarle a la mesa, pero me detuve. Estaba frustrado, necesitaba una manera sana de desahogarme.

—Scire ¿Podrías revisar si hay alguna manera de que me pueda adelantar cursos?— inquirí.

—Lo siento, Arturo. Ya lo verifiqué. La única manera de hacerlo es convalidando cursos similares que hayas realizado en instituciones que la universidad apruebe. No hay atajos en este aspecto.

—Sí, me lo imaginé— gruñí.

Me detuve un momento. Érica seguramente encontraría una manera de adquirir más timitio, pero me pregunté si Liliana estaría experimentando el mismo problema en ese momento. La pobre era la única de los tres a la que le desagradaba el hecho de haber sido separada de Madre en primer lugar. Más encima encontrar la ciudad de fantasmas no podía ser fácil.

Me sacudí la cabeza. Érica seguro tendría sus propias preocupaciones también. No podía estar quejándome por un mero contratiempo, no servía de nada. Lo que debía hacer con mi gran cabezota era buscar una solución a mi problema. Quizás podía tomar trabajos en el mural de recompensas, como solía hacer con las chicas para ganar dinero. También podía buscar grupos de magos que quisieran practicar, como yo. Seguro había algo así en la gran ciudad estado de Luscus. Por último, si todo iba mal, podía aprender de libros en mi tiempo libre y consultar con el mismo Yahriel. Seguro abría mi mente a los gases en algún momento, y a los varios tipos de energía, quizás hasta conseguía controlar materia orgánica.

—¿Arturo?

Me giré, noté que Coni me hablaba, pero no supe desde cuándo.

—Lo siento ¿Dijiste algo?

—Dije que podemos pensarlo en el fin de semana. Prometiste llevarme a comer ¿Te acuerdas?

—Ah... ¡Claro! Sí, sí, claro. Vamos a celebrar que puedes usar magia— recordé.

Menos mal que lo mencionó, pues ya había comenzado a programar con exactitud de horarios los libros que iba a leer esos días.

Al día siguiente, Coni se quedó preparando un informe que debía haber hecho antes. Yo me tomé un descanso de la biblioteca para ir a caminar, y en eso me encontré con el profesor Hista, sentado en un banco.

—Oh, Arturo.

—Hola, profesor.

—¿Cómo te va todo? Ven, conversemos un rato.

Le dio unas palmaditas al puesto junto a él. Yo no tenía razón para negarme, así que me senté a su lado.

—¿Cómo están las cosas? ¿Qué piensas de la universidad ahora que has probado algo de su "magia"?

No pude más que mirarlo con desgano. No sabía si hablaba con entusiasmo de verdad o solo estaba siendo sarcástico.

—Admito que esperé más.

—¿No me digas?— saltó. Supongo que lo de antes no era sarcasmo.

—Es... menos eficiente de lo que pensé— comenté— al menos para mí. Entiendo que los ramos estén estructurados de la manera como están para ayudar a los aprendices a surgir sin que se pierdan en el camino, es solo que me gustaría que todo fuera más rápido.

—Sí, para un mago como tú debe ser frustrante— concordó él— al menos las mías parecen aburrirte.

—¡No, no me refiero a eso!— alegué.

Pero al mirarlo, él me devolvió una sonrisa pícara. Exhalé una bocanada de alivio y enfado combinados.

—Solo bromeaba— aseguró— es claro que tienes tu vista puesta más allá de simples notas; tú quieres aprender de verdad, no como el resto de los jóvenes.

—Pero ellos también quieren aprender, seguro— le rebatí.

Entonces el profesor Hista levantó las cejas y torció la boca en un gesto que indicaba que no me creía mucho.

—¿Estás seguro?

Admito que antes de que me preguntara eso, no me lo había planteado. Para mí era obvio que todos querían ir a aprender a la gran y renombrada universidad de Luscus.

—¿No quieren? ¿Y por qué están aquí?— quise saber.

—La mayoría viene por obligación; porque son hijos o nietos de magos y necesitan continuar la tradición familiar. Al menos así es al principio, luego maduran y entienden su rol en la sociedad— me explicó— los magos somos una clase especial, Arturo. Tenemos mucha responsabilidad que cumplir hacia aquellos que no tienen nuestros dones. Nuestra vida es dura, nuestra labor muchas veces se da sin que otros nos agradezcan, pero entendemos que tenemos que hacerlo de todos modos. Nadie te obligará a hacerlo si no quieres, solo te pido que lo consideres.

Lo miré sorprendido. Eran pocas las veces que las palabras de otro me dejaban pensando.

—Hasta ahora no había considerado mi estatus de mago como una... responsabilidad— admití— en mi mundo solo esperan que los defienda de monstruos y terroristas.

—¿Hay otros magos en tu mundo?— preguntó.

—Ninguno. Yo soy el único.

—¿Lo ves? Sería lo mismo si hubiera cien o mil como tú, nunca somos suficientes. Los igno... las personas básicas buscan a quien los pueda defender de las amenazas y liderar hacia la esperanza. A ti te pondrán en esa posición, lo quieras o no. Para eso necesitas prepararte en esta universidad. El conocimiento está bien, por supuesto, pero también debes digerirlo, procesarlo, entender de qué se trata vivir como un mago y lo que conlleva.

Me quedé mirando el suelo, desconcertado.

—Eh... sí— comenté— tendré que pensarlo mejor.

El profesor me dio unas palmaditas en la espalda.

—Tú serás un mago ejemplar, estoy seguro.

Me giré a él de nuevo. No lo entendía bien, pero algo en sus movimientos, en sus gestos, en su confianza hacia mí me producía cosquillas de felicidad. Recién lo noté con esas últimas palabras. Ese Hista era un sujeto agradable.

—Y si no te gusta la universidad, siempre podrías intentar unirte a la milicia mágica.

Casi se me cayó la mandíbula al suelo.

—¿Milicia mágica?

Intenté recordar algo que hubiera leído sobre esa institución, pero no me venía nada a la cabeza.

—Sí, no es algo que se discuta mucho en Luscus— hizo un gesto general con los brazos, como señalando a todo a su alrededor— los magos aquí tienen dinero y poder suficiente, así que esta universidad se creó para hacer magos nobles, pero hay otras universidades en otros mundos, que admiten alumnos de menos recursos. Como pago por su educación, los magos formados sirven unos cuantos años a la milicia mágica. El ritmo de aprendizaje es distinto, son un poco más... estrictos. Pero la calidad es la misma.

—¿Y estas otras universidades enseñan más rápido?— inquirí.

—Depende mucho del aprendiz, pero lo que puedo asegurar es que enseñan mucho más enfocadas a la práctica que a la teoría. No les interesa tanto que un mago entienda sobre química, sino que pueda detener balas o rayos láser ¿Entiendes?

Me quería caer de poto en ese momento. Era exactamente lo que yo necesitaba.

—¿Cómo sabe tanto de estas universidades? ¿Enseñó en una de ellas?

—Enseñé y me formé en una de ellas, hace mucho tiempo.

—¡Noooo! ¡¿O sea que fue un mago soldado?!

Me dirigió un guiño de asentimiento. No lo podía creer.

Admito que la idea de "soldado" no me agradaba mucho, pero la idea de una milicia llena de gente intelectual que buscaban entender y resolver problemas en vez de causarlos y agravarlos, debía significar que era una institución justa. Más encima les enseñaban a usar su magia de verdad. Noté mi respiración acelerándose.

—¿Cuál recomienda?

—Bueno... te puedo mostrar sus panfletos, tenemos unos cuantos en la oficina de profesores. Pero todas son igual de buenas, te lo aseguro. Por ahora piénsalo bien, esta universidad tampoco está tan mal, solo es un poco más... lenta.

—¡Sí! Sí, lo pensaré.

Pero era una mentira. Ya lo había pensado: me iría a la más estricta. No podía creer que los subordinados de Tur me habían traído a la peor universidad de magia ¿Lo habrían hecho de esta manera porque estaba en Nudo? ¿O quizás porque querían evitar que yo hiciera servicio militar para otra institución? No me importaba, con todo y servicio, tardaría menos años allá que acabar con todos los ramos en Luscus.

Nos despedimos y nos fuimos cada uno por nuestro lado. Parecía haber sido una conversación normal, pero iba a cambiar mi mundo.

De inmediato le pedí a Scire buscar todo lo que pudiera sobre estas universidades alternativas. No podía esperar a elegir una.

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