7.- Días Entretenidos en la Universidad (1/2)
Coni y yo fuimos a clases. Llegamos atrasados, pero no pareció importarle al profesor. Jonás y sus amigos estaban en la última fila, cuchicheando entre ellos. Nos miramos un momento cuando ingresé, no se veía muy contento. Coni y yo nos sentamos en la primera fila.
Me fijé en Coni un par de veces, preguntándome si estaría intimidado por la presencia de Jonás. Lo pillé intentando mirar hacia atrás en un par de ocasiones, pero además de eso, lo noté concentrado en lo que decía el profesor.
Las clases durante la tarde no fueron más que tonterías de nivelación. Nuestros compañeros alegaban a los profesores que pasaban la materia muy rápido, pero a mí poco me importaba. Después de todo, ya sabía sobre matemáticas y física, y los pocos detalles que no había aprendido en mi mundo, los había leído en la biblioteca.
—¿Cuándo vamos a aprender magia?— me pregunté.
Me sacudí la cabeza para espabilarme. Estaba siendo muy impaciente. Ya vendría la magia, no había duda.
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Luego de terminar las clases, fui a cenar con Coni. La hora de la cena era más relajada que la del almuerzo o la mañana; era más larga, dado que se desarrollaba en el tiempo libre de los estudiantes, y eso significaba menos gente en el comedor.
Entre los dos tomamos nuestras bandejas, nos servimos comida y nos fuimos a sentar. De inmediato comencé a buscar una mesa vacía, pero entonces una mano alzada llamó mi atención. Se trataba del profesor Hista.
—¡Ah, profesor!— exclamé.
Me senté frente a él sin pensar. Coni me siguió.
—Arturo, Sr. Dópoty, qué gusto verlos— nos saludó.
—¿Usted cena aquí, profesor?— se sorprendió Coni.
—Suelo quedarme tiempo extra para avanzar en mis investigaciones— explicó— lamentablemente, el tiempo se hace corto y mucha gente necesita mis resultados.
—¿Investiga además de enseñar? ¡No lo sabía!— exclamó Coni.
—Solo enseño a un par de clases, es un requisito que la universidad me impone para investigar. Además, tengo un par de ayudantes.
—Vaya, parece que aquí tratan mejor a los profesores que en mi mundo— comenté.
—¿En serio?
—Sí, apenas les alcanza el tiempo con sus propias clases, y no he escuchado mucho sobre asistentes.
—¡Qué mal! Ya sé dónde no ir a buscar trabajo de profesor— comentó de una manera histriónica que nos sacó una risita a Coni y a mí.
—¿Qué está investigando, profesor?— inquirió Coni.
—Solo puedo decir que estoy buscando un método de resolver la fatiga energética de los magos— comentó— lo demás es confidencial... aunque podría compartir los detalles si contratara a un estudiante calificado como asistente.
—¡¿De verdad?!— salté.
Resolver la fatiga de la magia se oía como una aventura académica de la que no me podía perder.
—Lamentablemente, los estudiantes solo pueden postular a cargos de ayudante desde el segundo semestre, y eso con muchas recomendaciones. Con unas pocas excepciones, solo he visto que comienzan desde tercer año en adelante.
—¿O sea que tengo que esperar medio año para postular?— alegué.
—Tranquilo, siempre hay algo que investigar. Además, aún estoy en fase de preparación. Si te luces este semestre, es bien probable que consigas ese cargo pronto— me espetó.
—¿Quieres ser ayudante del profesor Hista?— se sorprendió Coni.
—¡¿No te emociona?!— alegué— ¡Es participar en el descubrimiento de algo nuevo, algo que podría cambiar la práctica de la magia como se la conoce! ¡Es una investigación muy importante!
—Vaya, no lo había pensado así— admitió— ¿De qué dijo que se trataba?
—La fatiga energética que sufren los magos— repitió el profesor— es un malestar que se da por... bueno, porque los magos usan mucha energía a través de la magia, especialmente para la magiorbis.
—No tenía idea— admitió Coni— ¿Es por eso que ustedes dos se sirvieron tanta comida?
Me fijé en la bandeja del profesor, luego en la de Coni. No lo había notado hasta ese momento, pero Coni era el único que comía como una persona normal. El profesor se había servido tanto como yo.
—Sí, así es— aseguró el profesor Hista— y si tú llegas a abrir tu mente a la magiorbis, no serás distinto a nosotros.
—Yo... me gustaría ser un vitamago— contestó.
No había escuchado ese término anteriormente, pero me imaginaba que significaba un mago que practicaba una o más áreas de la magivita.
—Sabia elección— comentó el profesor— ¿Hay un área en particular que te llame la atención?
—Mmm... sanación— indicó.
—Ah, admirable, Sr. Dópoty. Siempre se necesita de sanadores.
Coni sonrió radiante.
—Gracias.
De ahí conversamos un poco sobre las clases, pero más que nada nos dedicamos a devorar lo que teníamos en las bandejas. Yo aproveché de hacerle un par de preguntas de gases.
—¿Cómo maneja los flujos para dirigirlos a todos en una sola dirección?— quise saber— siempre que lo intento, pierdo presión y el cúmulo de aire termina esparciéndose.
—¿Mmm? Es fácil, solo tienes que tomar en cuenta la dirección en que el aire pueda huir y devolverlo a tu flujo.
Me quedé un poco perplejo con su respuesta. Creo que lo notó en mi cara, porque intentó explicarse.
—Simplemente corriges los pequeños errores que van surgiendo. Practícalo harto, ya verás a qué me refiero.
—Ah... está bien.
El profesor Hista terminó su plato rápidamente después de eso.
—Me disculparán, chicos, pero se me hace tarde y tengo que obtener resultados.
—Adelante— contestamos.
El profesor Hista se levantó con su bandeja, dejándonos solos en la mesa. Afortunadamente, como había menos gente en el comedor, nadie se sentó con nosotros.
—¿No quisiste hablarle al profesor de tu encuentro con Jonah?— le pregunté a Coni.
—Oh, no. No creo que debería decírselo a nadie.
—¿Eh? ¿Estás seguro?
Él me miró como si mis palabras no tuvieran sentido.
—Él es un noble. Yo solo... solo soy un bimbión de un mundo pobre.
Me quedé callado, intentando entender. Afortunadamente, Coni continuó explicando.
—Quizás no lo sepas porque eres un mago, pero los plebeyos como yo debemos tener cuidado con cómo tratamos con los nobles y los magos. Si intentara acusarlo con alguna autoridad, lo más probable es que no harían nada. Pero cabe la posibilidad de que me tomen como un extorsionador que trata de sacarle provecho a alguien con dinero, y podrían expulsarme de la universidad.
—¡¿Qué?!— salté— pero... eso es espantoso ¿No cuenta que ambos sean estudiantes?
Coni me miró confundido.
—¿No habías escuchado de la nobleza de Luscus? Perdóname que lo diga, Arturo, pero hablas como si acabaras de llegar aquí.
Me pasé una mano por la cabeza.
—Bueno, llegué hace dos semanas— admití— aunque no he hablado con mucha gente.
Coni abrió los ojos de par en par.
—¡¿Entonces no sabes nada de la nobleza de Luscus?!— saltó.
Suspiré, no muy animado con el tema.
—He visto que algunas personas tienen esclavos a quienes llaman "sirvientes" para pasar desapercibidos por la ley que prohíbe esclavos en Luscus. Más que eso, no. No sé nada.
—Vaya... sí, eso es verdad. Entonces comprendes que estos nobles tienen cierto poder, ciertas ventajas ¿No?
—¿Pero la universidad los deja hacer lo que les dé la gana?— alegué.
Coni apretó los labios, pensativo.
—No todo lo que les dé la gana. Hasta donde entiendo, los deja hacer lo que quieran mientras no llame mucho la atención. Abusar de estudiantes pobres no es problema de la universidad, pero si llegara a saberse de algo más severo como un asesinato, dudo que intentarían esconderlo. También depende del poder e influencia de quien causa el alboroto, como todo en la vida.
Me pasé una mano por la cabeza, consternado.
—¿O sea que... ellos pueden ser unos abusones y nadie les dirá nada?— alegué.
—Sí, lamentablemente. Las reglas dicen que no, pero la práctica es otra cosa.
Apoyé ambos codos en la mesa para sujetar mi cabeza. Nunca había esperado que el sistema funcionara perfectamente, pero esa clase de fallo constituía un problema abismal. Me giré a Coni, inquisitivo. Se me ocurría una solución, pero no me atreví a decirla, no estaba en posición de hacerlo. Tampoco me parecía estar en posición de exigirle a él dar con una solución.
—¿Entonces estás expuesto a que te ataquen?— alegué.
—Lamentablemente. Nunca pensé que un noble buscaría problemas conmigo el primer día de clases.
—¿Qué fue lo que pasó, a todo esto?
Coni suspiró, claramente descontento.
—Solo... le hablé— admitió— aquí mismo, en el casino. Cuando él y sus amigos me llevaron a ese rincón, antes de que llegaras, me dijeron que había sido un atrevido y un descarado por sentarme en la misma mesa que "gente de bien" como ellos... yo solo quería hacer amigos.
Apreté los puños, frustrado.
—Ese desgraciado— me lamenté.
Quise proponerle mi solución; que se mantuviera a mi lado para que Jonah no pudiera hacerle nada, pero eso sonaba incómodo si a Coni no le parecía. No podía simplemente decirlo, ni siquiera estaba seguro de si sería lo mejor para él.
—Me pareció que tú también has tenido problemas con él ¿O no?— inquirió Coni.
—Algo así— admití— hace casi un año, Jonah me compró como esclavo, luego de que mi mundo fuera invadido por el imperio noni.
—¡¿Qué?!— saltó Coni.
—Entramos a la red de mundos hace muy poco— agregué.
—¡Con razón no sabías sobre la nobleza!— exclamó él— ¿Pero cómo... ¿Cómo te hicieron un esclavo, si eres un mago?
—No, me convertí en mago después de que me comprara. Íbamos en un tren que se descarriló, fuimos atacados por monstruos, y cuando buscamos refugio, nos encontramos con un lúmini que abrió mi mente.
—¡No puede ser!— exclamó— ¿Entonces... cuántos años pasaste preparándote en tu mundo?
—¿Preparándome?— repetí.
—Sí, preparándote para abrir tu mente ¿Tenías una escuela de magia donde vivías? ¡No me digas! ¡¿Eres un noble en tu mundo?!
—Ja. No, para nada. No me preparé... al menos no conscientemente. Pero siempre me ha gustado aprender de todo. Desde chico he leído mucho sobre ciencia y matemáticas. Creo que fue eso lo que me preparó a abrir mi mente.
—¡No puede ser! ¡¿O sea que el lúmini te convirtió en mago sin ceremonias ni nada?!
Me encogí de hombros.
—Sí, creo. Fue una experiencia bastante rara.
—Con razón te ganaste una beca aquí. Nunca había escuchado de una persona que se convirtiera en mago en un solo día— comentó— eres único, Arturo.
—Gracias.
—Dime...— Coni se encogió de repente— ¿No te molestaría tomarme como tu sirviente? No necesitas pagarme, solo... preferiría mantenerme a tu lado por protección. A cambio, puedo limpiar tus cosas y hacer tus recados.
—¡No!— exclamé— ¡¿De qué hablas?!
—Oh... disculpa— musitó, cohibido.
—¡No, no quería decirlo así!— me corregí— Digo... ¿No prefieres que seamos amigos?
Coni me miró con desconcierto.
—¡¿Amigos?!— saltó.
—Si... si te interesa— agregué, para no sonar raro.
—¿Serías amigo de... de un pobre bimbiom como yo?
Me fijé en sus orejas, las puntas se contraían con ligeros espasmos irregulares ¿Quién no querría ser amigo de un lindo chico de orejitas peludas? Pero no podía decirle eso, sonaría como un viejo verde.
—Sería amigo de un tipo amable como tú— le corregí.
Alcé una mano para sellar el trato. Coni la miró, luego me miró a mí, se limpió el sudor en su palma y me la estrechó con ganas.
—¡No te arrepentirás!— me aseguró— ¡Seré el mejor amigo que hayas visto!
—No es necesario exagerar, en serio.
—¡Aun así, ya verás que la pasarás bien conmigo!
No pude más que reír entre dientes con su tierna convicción. Apenas lo había conocido ese día, pero ya me agradaba.
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Pasamos el resto de la tarde hablando en un banco frente a una fuentecita. Coni se mostró bastante interesado en mi mundo; muy poca gente en Nudo me pregunta por Madre, fue extrañamente refrescante hablar sobre el lugar de donde provengo. Le hablé sobre los sistemas de gobierno, algunas de nuestras costumbres, tecnología y qué nos faltaba que en Nudo se consideraba normal.
Coni me contó bastante sobre el suyo también; me comentó que era un mundo sin muchos recursos ni puentes, por lo que había permanecido relativamente pobre desde que se integró a la red de mundos hacía 600 años. Me dijo que los bimbiom vivían generalmente en tribus de 4 a 21 personas, que un grupo de varias tribus formaba una comunidad, y que lo más parecido a una moneda que tenían eran favores.
—Hace unos ochenta años, mi mundo fue infestado por monstruos, cuando otro mundo se puso a exterminarlos en su territorio y los obligó a desplazarse. La única salida que encontraron fue a través de un puente que conectaba a mi mundo, que en ese momento nadie había descubierto. Lamentablemente, la gente en mi mundo no tenía manera de defenderse de los monstruos; tenemos pocos recursos y nuestra milicia es primitiva. Por eso vine aquí. Mi aldea juntó dinero por años y pagó por mi viaje y parte de mi colegiatura. Debo convertirme en mago rápido para ir a ayudar.
—¡No me digas!— exclamé— ¿O sea que eres una especie de defensor de tu mundo?
Coni rio disimuladamente.
—No creo que pueda defender a mi mundo entero. Solo soy un bimbiom.
Suspiré y miré al cielo violeta, sorprendido. Coni era como yo, pero altruista y dedicado a la causa por completo. En cambio, yo simplemente me aprovechaba de mi posición para aprender más. Aunque no es como si no fuese a ir corriendo a mi mundo si me avisaban que aparecía una plaga de monstruos; mi familia vive allá.
—Aun así, eres genial, Coni— le espeté sin mucho pensar.
Transcurrieron unos segundos de silencio. Extrañado, me giré a él y lo encontré mirándome extrañado.
—Eres el primero que conozco en Nudo que se molesta en saber de mí— admitió— en mi aldea, la gente es amigable, pero desde que llegué a Nudo pareciera que a nadie le importan los demás. Por aquí solo hay nobles abusones y sirvientes cansados de sonreírles.
—Sí, hay mucho de eso, pero debe haber personas buenas. Te lo aseguro.
—¿Qué te hace pensar eso?— quiso saber.
Dibujé una especie de campana en el aire con la estela de mi dedo.
—Por la curva de distribución normal, que indica que al medir una variable en una población, en este caso qué tan abusivos son, la mayoría de las personas se mantendrá dentro de un nivel medio, mientras que apenas unos pocos irán a sus extremos, tanto buenos como malos. Tiene que haber personas buenas.
Coni se aguantó una risita.
—No creo que nadie más intentaría levantarme el ánimo usando estadísticas— dijo.
—Oh... lo siento.
—¡No, está bien! Me caes bien, Arturo.
Vaya, no me esperaba agradarle a alguien, menos tan rápido. Nunca me consideré alguien especial para hacer amigos, y esa ocasión no fue una excepción; de los dos, era Coni quien tenía las habilidades sociales suficientes para conectar conmigo. Aun así, si él decía que le gustaba mi presencia, decidí creerle.
—Lo mismo digo, Coni.
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