6.- Coni, el Chico de Orejas Largas (2/2)


Luego de eso fui al baño y me preparé para ir a la siguiente clase, pero en mi camino advertí algo raro; Jonás y sus amigos se dirigían a uno de los rincones alejados de un patio cercano, un lugar chico y menos cuidado que el resto, que a nadie le servía mucho. Un chico grandote, uno de los amigos de Jonás, llevaba al chico de orejas largas con un brazo sobre sus hombros como si fueran buenos amigos.

—Qué raro ¿Habrán hecho las paces?— me pregunté.

El lugar a donde fueron estaba relativamente oculto del resto de la universidad, por lo que, si yo quería ir a confirmar mis sospechas, tendría que hacerme ver, y entonces tendría que dar explicaciones de por qué estaba ahí, y la situación podía ponerse muy incómoda.

Continué mi camino hacia la sala de clases...

Pero me detuve ante del umbral del edificio de salas. Cabía la posibilidad de que el chico de orejas largas estuviera en buenos términos con el grupo de Jonah, pero también era posible que lo hubieran llevado ahí a la fuerza. No sería difícil; eran cuatro contra uno, y el conejo debería pesar menos de 45 kilos. Si ese era el caso, ocurriría algo muy malo. Evitar ese caso valía la pena de unas miradas incómodas.

Así que los seguí. Doblé antes del umbral, siguiendo la pared del edificio por unos 50 metros hasta la zona escondida. Ahí me encontré al grupito de Jonah rodeando al conejo, lo tenían contra la pared. Ninguno lo estaba sujetando precisamente, pero no parecía que pudiera simplemente irse.

No podía creer que hubiera tantos abusones aquí. En mi mundo no era así, no tan obvio. Quizás en Luscus era normal y yo simplemente no me había enterado. No importaba; no iba a dejar que hicieran lo que les diera la gana.

—¿Chicos?— los llamé, con una voz mucho más suave de lo que había esperado. Carraspeé y tomé un poco de aire para repetir— ¡Chicos!

Dos de los cuatro me miraron, los otros dos mantuvieron los ojos sobre orejas largas. Di un paso al frente, pero Jonah de inmediato se adelantó para interceptarme.

—Ándate— me dijo— esto no te incumbe.

Quise contestarle de alguna manera inteligente que lo dejara en ridículo, pero estaba tan sorprendido de su actitud abusiva caricaturesca, que no se me ocurrió nada. Solo podía preguntarme cómo no veía lo malo de esa situación.

—¿Qué te pasa? Te dije que te fueras— insistió.

—¿Por qué haces esto? ¿Qué te hizo él?— dije al fin.

—¡Te dije que no te incumbe!— alegó, aumentando el volumen de su voz para sonar amenazante.

—¿O qué? ¿Me vas a detener?— lo confronté.

Me preparé para un ataque sorpresa; la cara de Jonah se veía como que me iba a arrojar un combo en cualquier momento. Entonces uno de sus amigos se acercó; se trataba de un sujeto grande, robusto y obeso, de cejas gruesas.

—¿Quién es este tonto, Jonás?— le preguntó.

Claro, se llama Jonás.

—Nada más que un plebeyo entrometido. Ya se iba ¿Verdad?— me miró con una ceja arqueada, como si esperara que yo hiciera lo que me decía.

—No— contesté extrañado— dejen ir a ese chico. Lo digo en serio.

—Tus amenazas no valen nada— se jactó Jonás— está prohibido usar magia contra otros en la universidad.

—¿Qué?— saltó el chico obeso— ¿Magia?

Luego me miró.

—¿Eres un mago, un plebeyo como tú?

—Conozco las reglas, las leí en el manual— recordé— pero eso no cambia nada. Déjenlo ir.

—¿O qué?— bramó Jonás.

Suspiré. No tenía tiempo ni energía para jugar a eso todo el día. Me asomé para ver al conejo al otro lado. Me devolvió una mirada de miedo, su cuerpo encogido, sus brazos contra su pecho. Hasta ese momento no lo había pensado, pero él debía estar contando conmigo. Pobrecito, y yo lo había tenido esperando ansioso todo ese tiempo.

—Tú, apoya tus manos en el suelo— le dije.

—¡No, no lo hagas!— demandó Jonás— ¡Que no haga lo que este le dice! ¡No lo dejen!

El chico de orejas largas se encogió como rana. Precisamente lo que yo necesitaba. Antes de que los chicos de Jonás pudieran reaccionar, tomé control del suelo debajo del conejo, lo comprimí y luego lo elevé. El chico ascendió varios metros en el aire con un chillido de susto, fuera del alcance de los abusones.

Jonás se giró hacia mí, lo vi preparar un combo, pero tomé control del suelo debajo de mis pies y me arrastré rápidamente un metro hacia atrás, esquivándolo.

—¡Maldito!— exclamó.

Su amigo se arrojó sobre mí. Sin perder tiempo, tomé de nuevo control sobre el suelo debajo de mis pies y esta vez me elevé como el conejo. De pronto ambos nos vimos suspendidos unos cinco metros en el aire. El chico de orejas largas se sujetaba agachado a su plataforma. Yo que tenía el control y estaba más acostumbrado, me balanceaba sin problemas de pie. El chico exhalaba rápida y sonoramente, claramente emocionado.

—¡Esto es increíble!— exclamó.

Entonces me miró, asombrado como si hubiera visto a una celebridad.

—¡¿Eres un mago?!— preguntó.

—¡Desgraciado! ¡Baja aquí en este instante!— exclamó Jonás.

—¿Por qué no subes tú?— contesté.

Aunque fuera tonto, se sintió bien tener algo que responder.

—¡Esclavo desgraciado! ¡Nunca serás más que un sucio y mugriento plebeyo!

No escuché más de sus insultos, porque me largué con el chico de orejas largas hacia el sexto piso del edificio junto al que estábamos.

Aterrizamos en la azotea, fuera de peligro. Los gritos de abajo se oían como ruido de fondo.

—¿Te hicieron algo?— le pregunté.

Noté que me miraba absorto.

—¿Estás bien?— volví a preguntar.

—¡Ah! ¡Sí, sí! ¡Estoy bien!— exclamó, avispándose.

—¿No necesitas ir a la enfermería?

—No... no alcanzaron a hacerme nada... gracias a ti. Así que... gracias.

Le sonreí, suponiendo que eso era lo que debía hacer en ese momento.

—Vamos a avisarle a algún profesor, yo te acompaño— me ofrecí.

—¿Avisarles?

—Sí, avisarles de lo que te hicieron esos tontos. No podemos dejar que no les pase nada, solo volverán a abusar.

Me dirigí a la puerta para bajar, pero entonces noté que el chico no me seguía. Me giré a confirmarlo. El muchacho miraba el suelo, no muy contento por alguna razón.

—Quizás... quizás no deberíamos hablar con profesores sobre esto— sugirió.

—¿Eh? ¿Estás seguro?

Él se tomó una oreja, la dobló y restregó su pulgar en la punta, a la altura de su cara.

—Es que... bueno, yo soy un bimbiom. No creo que les importe.

Por Bimbiom, me imaginé que hablaba de su especie. Si "no les importaba" a los profesores que un bimbiom fuera maltratado, debía ser que su especie tenía, al menos en práctica, menos derechos que una persona normal. Sin embargo, era un estudiante de la universidad; debía tener los mismos privilegios básicos, como seguridad en el campus.

—¿A qué te refieres?— inquirí.

—Bueno... bueno...— musitó.

Me acerqué. Quise hacerle entender que lo que yo proponía era la mejor idea. Sin embargo, en ese momento noté sus ojos cristalinos y sus labios formando el inicio de un puchero. Suspiré, nervioso ¿Estaba así por el maltrato o yo había causado su estado de alguna manera? Ay, cómo extrañaba a Lili en ese tipo de situaciones.

—Ah... está bien, no tenemos que decirle a nadie— le espeté.

¿Cómo se calmaba a alguien compungido? Hice memoria: cuando yo tenía emociones muy fuertes que no me servían de nada, lo más rápido para quitárselas era distraerse. Debía ser lo mismo con él.

—Oye ¿Quieres...

Pensé en invitarlo a algún lado, pero entonces recordé que teníamos clases. Más encima, aunque tuviéramos tiempo libre, los únicos destinos entretenidos que se me ocurrían eran lugares dentro de la misma universidad; la biblioteca y la sala del conocimiento, ninguno particularmente hecho para ir en grupo.

Creo que me tomé más tiempo de la cuenta pensando en algo, porque él tomó la palabra.

—¿Te gustaría sentarte conmigo en la clase?— me pidió.

—¿Eh? ¿Solo eso?— me extrañé.

—Es que...— juntó sus manos, parecía tímido— eres el primero que me ha ayudado aquí.

Hay algo que tiene la gente atractiva que me pone nervioso a su alrededor, como que me hacen pensar en los errores que podría cometer frente a ellos y parecer tonto. Supongo que no soy más que un burdo animal social que busca aprobación. El chico de orejas largas era increíblemente lindo, pero por alguna razón no me ponía nervioso. Quizás se debía a que ambos éramos hombres y yo lo pasaba en peso y altura, quizás era el escenario nuevo en donde lo encontraba, quizás mi fascinación con la magia me distraía lo suficiente y me abstenía de esperar cualquier satisfacción social proveniente de él. Me habría gustado tener un científico monitoreando mi cuerpo y que me dijera exactamente qué ocurría en mi mente. Entonces recordé que tenía a Scire, quizás ella podía decirme. Pero más tarde, cuando no fuera raro preguntarle, quizás de noche.

En fin, ese chico me agradaba.

—Claro. Podemos ir a todas las clases juntos— le aseguré.

—¡¿De verdad?!— exclamó, aparentemente contento.

—Aún no entiendo por qué esos tontos te atacaron, pero si no te sientes seguro contándoselo a los profesores, no necesitas hacerlo. Mientras estés conmigo, yo los ahuyentaré.

Él me tomó de la mano y la apretó con emoción.

—Muchas gracias, Arturo ¡Eres el mejor!

Esta vez me salió una sonrisa de verdad.

—Ahora vamos, estamos atrasados para la clase.

—¡Sí!— dijo contento.

Bajamos por las escaleras.

—Ah, y otra cosa ¿Cómo te llamas?— le pregunté.

Él se giró hacia mí, sus ojos abiertos de par en par como si hubiera activado una trampa.

—¿No te acuerdas?

Me pasé una mano por la cabeza.

—Lo siento, no soy muy bueno con los nombres— me excusé.

—¡Me llamo Coni!— exclamó— ¡No es tan difícil! ¡Coni!

—Muy bien.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top