6.- Coni, el Chico de Orejas Largas (1/2)


A la mañana siguiente me desperté temprano, dos minutos antes que la alarma. Suelo despertarme temprano los primeros días de algo; son los nervios, nunca me dejan. Sabía que solo iban a ser clases, más encima era algo que yo quería, pero no podía evitar sentirme raro. Iba a estar rodeado de gente que había sabido de magia toda su vida, quizás hubiera otros magos en la clase.

Me duché, me vestí con algo que no oliera mal y fui a desayunar. De inmediato me llamó la atención que en los dormitorios se escuchara movimiento general; me topé con al menos tres personas en el pasillo de mi piso, y eso que pensaba que iba con tiempo. En el patio me encontré con varias otras personas, la mayoría se hallaban conversando en grupos de tres a cinco. Me llamó la atención que varios se veían más viejos que yo.

En el comedor no fue muy distinto; atrás habían quedado los días de calma y soledad en que podía ir tranquilamente, elegir la comida que se me diera en gana y sentarme donde se me ocurriera. Ahora había que hacer fila para servirse un plato, y si pasaba mucho tiempo meditando en qué iba a comer, atrasaría a los que venían después, incluso tenía que fijarme de no acaparar mucho de algo para que no se acabara antes de tiempo y me miraran feo. No es que me atreviera a ver a otros y confirmar mis sospechas, pero no importaba, la sola posibilidad me superaba. La presión me estranguló desde esa hora de la mañana.

—En las clases podré descansar— me dije.

Afortunadamente, las cantidades de comida no disminuyeron para cada persona. Claramente los cocineros y la universidad en general estaban acostumbrados al ejército de comensales, porque las montañas de comida en los cajones de buffet habían crecido considerablemente, y apenas una llegaba a la mitad, los cocineros venían de inmediato a rellenarla hasta el tope. Eso me calmó un poco.

Sin embargo, después de servirme tuve que dirigirme a una mesa. Necesité caminar un buen tramo balanceando mi bandeja, esperando que no se me cayera. Dado que la bandeja y la comida eran materia orgánica, no tenía posibilidad de atajarlas si se me caían. Después de un rato de buscar, encontré una mesa vacía, casi al fondo. Algo aliviado, me senté a comer, pero pocos minutos después apareció un grupo de jóvenes que conversaban y bromeaban animadamente entre ellos, se notaba que eran amigos, y se sentaron en la mesa conmigo. Tuve que comer mientras se quejaban de sus vidas y de la vida en la universidad. Me pareció que eran de segundo año, pero no podría importarme menos. No quería oír sobre sus vidas, quería conversar con Scire tranquilo y preguntarle sobre todos los temas que había pensado antes de quedarme dormido la noche anterior.

Por supuesto, no tuve mucho tiempo, así que comí rápido y me eché una pastilla lava dientes a la boca antes de pararme y salir del casino.

Me dirigí por el pasillo a mi sala, una sala normal como cualquier otra en la universidad. Me sentía de regreso en la universidad de mi mundo, con gente normal, con una vida normal, sin saber de fortemes ni múnimas ni encadenador ni nada raro. Entré por la puerta abierta, me encontré un número desperdigado de jóvenes, un par de adultos. La mayoría eran vole, pero no tantos como había esperado; había al menos un noni, dos lontes, dos fupos, cinco picos y cuatro humanos además de mí. No había especies de reptiles como nagas o lartos. Me pregunté si podían convertirse en magos. Al menos en mi mundo se sabía que los reptiles no eran muy inteligentes.

Pensé en ir a uno de los asientos de arriba, atrás de todo, porque ya estaba muy inseguro y necesitaba sentir una pared contra mi espalda para sentirme mejor. Sin embargo, mi obsesión por aprender me obligó a tomar uno de los asientos del frente, que en ese momento estaban todos desocupados. Desde ahí tenía la mejor vista a la pizarra y podía llamar la atención del profesor si me surgía cualquier duda.

Poco a poco fueron llegando más compañeros. Algunos conversaban entre sí, pero no había tantos grupos como me esperé. Supuse que nadie se conocía.

Tomé mi holoteca para leer un poco mientras esperaba que llegara el profesor, levanté la mirada a la puerta para esperarlo, preguntándome si nos tocaría el profesor Hista.

Lo que me encontré en su lugar fue a un chico de mi edad, de melena trigueña, ojos chicos y marrones, de mentón grueso y cuerpo robusto. Vestía con una túnica negra de capa amarilla, ropa muy bonita. Él estaba parado, consternado, mirándome directamente con el ceño fruncido y los ojos abiertos de par en par como si yo hubiera intentado matar a su perro o algo así de terrible. Creo que era yo quien debía mirarlo así, pues la última vez que nos vimos, yo era su esclavo.

—¿Jonah?— lo llamé.

—Me llamo Jonás, idiota— exclamó en voz baja para no llamar la atención.

Puso una cara de asco. Creo que no esperaba verme ahí.

—No me dirijas la palabra— me pidió, aunque sonó más como una amenaza.

Tras decir esto, se marchó. Yo lo miré subiendo los escalones a uno de los puestos de atrás.

Vaya. Recordaba haber supuesto alguna vez que Jonah debía encontrarse en la universidad, pero nunca esperé verlo en la primera clase.

—¿Pero no que vino aquí un año antes que yo? ¿No debería estar con los de segundo?— me pregunté.

No me importaba, aunque admito que su presencia me molestó por el resto de la clase, y me molestaría aun más por el resto del día. No me había olvidado que una vez ese sujeto me había comprado como esclavo y que, luego de verse obligado a liberarme, había mandado matones para vengarse de mí.

Afortunadamente, pronto llegó el profesor, que no era el profesor Hista. Noté que era un mago, el único en la sala aparte de mí. Me imaginé que él también lo notó, pero no dijo nada. Nos explicó un poco en qué consistiría el ramo y nuestro primer semestre en la universidad de Luscus. Nos dijo que hay varias maneras de convertirse en mago, pero que lo más normal es estudiar mucho y prepararse a través de rituales que se realizan en presencia de lúminis, conocidos como recibir la "granalis" o "luz del conocimiento". No explicó en detalle en qué consistían estos rituales, pero nos indicó que servían para preparar la mente y abrirla poco a poco. Nos dijo que también había magos que podían entregar "granalis" a aprendices, incluso se sabía de magos que podían abrir la mente de otros o de magos que habían sido "elegidos" por jueces y se habían convertido en magos de la noche a la mañana. Me quedé sorprendido al enterarme de que había tantas maneras de formarse como mago, siempre había dado por sentado que los lúminis discriminaban a quién abrían la mente y hasta ahí llegaba el tema. Tomé nota mental de repasar temas que me imaginaba que ya sabía, por si se me había escapado algo.

También nos dijo que comenzáramos a estudiar desde ya, dado que el primer ritual de la granalis se realizaría dentro de un mes, y nos puso una lista de contenidos generales de biología, química, zoología, botánica y matemáticas para guiarnos. Admito que había algunos temas de botánica y zoología que no conocía bien, y no es que fuera un experto en biología a través de todas las especies inteligentes de la red de mundos, pero aun así no pude evitar sentir que el nivel de contenidos que nos pedían era pobre, más pobre de lo que había esperado de una universidad de magia.

—Cálmate. Solo es el primer día— me dije— seguro se pone más entretenido conforme avancemos este mes.

Sí, eso debía ser. El profesor seguro no quería asustar a los nuevos estudiantes con una torre de contenidos.

Después de eso nos hizo tomar evaluaciones cortas. Dijo que nada más los hacía para ver cuánto necesitaba concentrarse en la nivelación.

No podía creer que necesitábamos perder tiempo de clases en nivelaciones. Para más remate, las preguntas que nos dio para el examen parecían un chiste; "describa el sistema cardiovascular de especies de nivel 9", "explique cómo funciona el ciclo de alimentación de plantas carnívoras" o "desarrolle una derivada desde su definición de límite". Al menos las preguntas eran tan fáciles que el profesor daría por sentado que no necesitábamos nivelación.

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Entregué mi evaluación antes que nadie. El profesor me dijo que podía esperar afuera, así que salí.

Fui a comprarme un dulce a una máquina vendedora. Después de mi aventura del día anterior, no me había bastado el desayuno para compensar las calorías perdidas.

—Comes mucho, Arturo— me hizo ver Scire— pero tu masa corporal es menor a tu peso ideal ¿Tienes problemas digestivos?

Miré a los lados para asegurarme que no había nadie muy cerca. Aun así hablé bajito.

—Realizar magia me cuesta energía— le expliqué— tengo que comer constantemente para compensar lo que hago, sobre todo si uso mucha en un solo día.

—Entiendo.

—Ahora que lo pienso ¿Puedes leer mis niveles de glucosa en la sangre?— quise saber.

—¡Por supuesto!

—¿Te puedo pedir un favor, entonces? Si alguna vez sientes que me queda poco para desmayarme por hipoglicemia, te agradecería que me avisaras.

—Entendido.

Con el dulce en la mano, me giré para regresar a la sala. En eso noté a una persona en quien no había reparado anteriormente; se trataba de un... ser, supongo que un chico, media cabeza por debajo de mí, de contextura delgada, ojos grandes y rojos; pelo blanco, enrulado y esponjoso, y dos grandes orejas alargadas que se extendían al menos unos 30 centímetros hacia arriba.

—Oh, hola. Tú fuiste el primero en terminar ¿No?— me dijo con una voz aguda y armoniosa, de un chico.

Era muy bonito; su cara era redonda e infantil, y su boca estaba permanentemente torcida como una ligera sonrisa. Más encima olía muy bien.

—Eh...— musité, sin palabras— hola.

—¿Cómo te fue con la evaluación?— continuó él.

—Ah... bien. Bien ¿Y a ti?— fue todo lo que pude contestar.

—No tan bien como había esperado. Me tomó por sorpresa— indicó— pero al menos no es un examen oficial. Me parece bien que el profesor quiera ver el estado de la clase antes de comenzar la nivelación. Al menos nos dará tiempo para estudiar ¿No?

—Sí... sí, claro.

—Gusto hablar contigo, señor. Yo me llamo Conicalín Dópoti, por si acaso, pero todos me dicen Coni.

—Emh... Arturo. Yo me llamo Arturo— respondí con la boca seca.

—Entonces nos vemos en la siguiente clase, Arturo.

Me guiñó un ojo y continuó su camino hacia la máquina vendedora. Me lo quedé mirado mientras pasaba. Su pelaje se veía suave y esponjoso. Sentí unas repentinas ganas de tocarlo, de sentirlo entre mis dedos.

Me volteé hacia el frente y continué a paso rápido, antes que Coni pensara mal de mí por mirarlo raro.

Al menos había alguien simpático en la clase.

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El resto de la mañana consistió en introducciones y presentaciones sobre los contenidos del semestre. En nuestro horario teníamos ramos que ya me esperaba, como medicina mágica, afecciones y malestares, matemáticas y física, pero también tenía algunos que no había visto venir, como historia de la magia y ética en la práctica de magia. Me pareció interesante que esto entrara en la malla curricular.

Después llegó una de las mejores horas del día: el almuerzo. Por los lúminis, recuerdo un tiempo de mi vida en que no me sentía tan desesperado por comer. Había notado que mientras pasara más tiempo sin usar magia, mi hambre más tendía a regresar a lo normal de un ser humano. Sin embargo, el día anterior había tenido que exprimir mi cabeza al límite para huir vivo de los robots asesinos, y aunque comí montañas de comida al desayuno, para las once de la mañana el hambre ya comenzaba a distraerme de lo que decía el profesor.

Apenas terminó la última clase de la mañana, me dirigí directo al casino, mas ni con eso conseguí evitar a las multitudes. Ya había mucha gente reunida, el espacio que antes me pareció extenso, ahora se sentía chico y asfixiante. Al menos aún había algunas mesas vacías.

Fui a servirme una buen poco de todo lo que había, formando una montañita en mi bandeja, y me fui a sentar en un lugar libre. Para mi mala suerte, casi de inmediato apareció otro grupo como el de la mañana que hablaron animadamente entre ellos, sin dejarme pensar ni disfrutar del todo mi comida.

Estaba frustrado de la vida, cuando en cierto momento noté un par de orejas largas sobre un montón de cabezas de colores fríos.

—Ah, es ese conejo— pensé.

No es que él me llamara especialmente la atención, tampoco, así que continué intentando saborear mi comida. Si bien me habría gustado relajarme al comer, por lo menos la conversación a mi lado no quitaba la satisfacción de llenarse el estómago.

Cuando levanté la vista de nuevo, noté que orejas largas se sentaba en una mesa con otras personas. El tipo conejo de inmediato se puso a conversar con la gente que ya estaba ahí.

Qué sociable ¿Ya se hizo amigos?— pensé— ¿O quizás está haciendo unos nuevos?

Sin embargo, en ese momento noté a los otros comensales; un grupito de nuestros compañeros, todos vestidos de la misma manera rara: petos de terciopelo que iban sobre la camisa, botones brillantes y cuellos de tela que los obligaban a mantener los cuellos estirados. No suelo fijarme mucho en la ropa de la gente, pero a veces me llama la atención lo mucho que se esfuerzan algunos por vestir algo que claramente les incomoda, como los tacones o los collares ajustados. No es que tenga nada contra esa gente, solo me llama la atención.

Entonces noté que una de las personas en esa mesa se trataba de Jonás.

—Agh, qué desagradable— pensé.

Volví a concentrarme en mi almuerzo, pero no mucho después, una exclamación en otra mesa me llamó la atención; el conejo se puso de pie, no parecía muy cómodo, y se marchó a toda prisa del casino. Jonás y sus amigos de cuello estirado rieron y le dijeron un par de cosas a la espalda, pero el conejo los ignoró. Incluso dejó su bandeja con su comida, apenas si la tocó.

No soy un experto en relaciones sociales, pero claramente le habían dicho algo feo que lo insultó. Pobrecito. Supongo que es bueno que se distancie de gente como esa desde antes.

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