31.- Qué se Necesita para Romper una Promesa (1/2)
Antes que nada, fuimos a comprar máscaras. Para mi sorpresa, no fue nada difícil hallarlas; nada más fuimos a una tienda de disfraces.
Las máscaras no eran tan avanzadas como los yelmos que usaban los polímatas, pero nos cubrían la cabeza entera. En los ojos tenían lentes que ajustaban el filtro de luz dependiendo de la luminosidad del lugar y sobre la boca había un aparato que mantenía el volumen de la voz estable a pesar de que estaba escondida. No estaban prohibidas porque no eran consideradas armas. Además, según nos explicó el vendedor, se podían romper fácilmente. También nos compramos abrigos grandes y gruesos que nos cubrían el cuerpo entero.
No nos pusimos las máscaras de inmediato, pues sería sospechoso caminar así por las calles. En vez de eso, las guardamos para el momento adecuado. En cambio, nos pusimos los abrigos para que no se viera nuestra ropa debajo. La idea era que, al dirigirnos a matar a Aurelio, nos pondríamos las máscaras y nos quitaríamos el abrigo, cosa de vernos completamente distintos.
Luego fuimos a tomar desayuno. Fue algo rápido, nada más unos sánguches de un quiosco que encontramos en el camino, pero eso tendría que bastar. Con eso y los energizantes que había conseguido Jrotta, estaríamos bien.
Desde ahí nos dirigimos al estadio en bus. En el camino nos inventamos un plan.
—¿Cuándo crees que será la mejor manera de... "hacerlo"? — preguntó Coni.
Noté que evitaba decir "matar" para no llamar la atención. Me pareció una buena idea, dado que aunque había poca gente a esa hora, no sabíamos quién podría estar escuchando. En una de esas nos topábamos con alguien con interés en mantener a Aurelio a salvo, o un agente de la policía en su día de vacaciones.
Medité un momento sobre su pregunta.
—Tengo entendido que él duerme en su mansión— indiqué— de ahí se trasladará al estadio. Nuestra pelea se dio en la última ronda del día de ayer, así que hoy continúan. Como yo no estoy, él avanzará a la próxima ronda aunque haya perdido.
Me detuve un momento para pensar una segunda y una tercera vez sobre lo que iba a proponer. Se oía loco, pero era lo mejor.
—Tenemos que "hacerlo" en ese momento, cuando se presente a su pelea.
—¿Enfrente de todos en el estadio?— exclamó Jrotta.
—Es la mejor ventana que tenemos; antes y después de eso, estará protegido por su séquito de guardias. Y nunca podríamos infiltrarnos en su mansión. La pelea es la única instancia en que no tendrá protección— les hice ver.
Coni y Jrotta se miraron, alterados.
—Yo entraré primero— propuse— Avanzaré hasta el centro justo antes de que comience la pelea. Puedo hacerlo en unos segundos, así nadie tendrá tiempo para detenerme.
—¿Y qué pasa si alguien te detiene?— saltó Coni— recuerda que ese sujeto también es fuerte. No te dejará "hacerlo" así de fácil.
—Es verdad. Es muy posible que los guardias se acerquen antes de que lo consiga— observó Jrotta.
—Eso espero. Por eso solo seré la distracción— les hice ver— Jrotta, ahí entras tú ¿Tienes cabeza para otro ejército de pratas?
—¡¿Otro?!— exclamó.
—¿Puedes?— inquirió Coni.
Ella lo meditó un momento.
—Creo que sí, pero necesitaré prepararme antes. No fue fácil reunir todos esos cadáveres la vez anterior.
—Tenemos algo de tiempo antes de la pelea. El torneo ni siquiera ha retomado su segundo día— le espeté.
—Entonces... sí, es posible. Pero ni aunque estemos los dos juntos podremos con todos esos magos.
—Por eso es que tú serás la segunda distracción.
—¿Otra distracción?— saltó Coni— Entonces...
—¿Todavía tienes el... "aparato" que conseguimos en la fábrica?— inquirí, mientras hacía el gesto de apretar un gatillo.
Coni asintió al tiempo que se palpaba un bolsillo.
—Tú te acercarás junto con los otros magos— le expliqué— haz como que vas a ayudar a Aurelio, pero acércate desde su espalda. Jrotta, necesitaremos que tus muertos nos eviten.
—No los tocarán— aseguró.
—Eso te facilitará el desplazamiento, Coni, mientras que los guardias y el resto de los magos lo tendrá difícil. Solo tienes una oportunidad para hacerlo, así que asegúrate de acercarte lo suficiente. Recuerda respirar hondo y apuntar bien. Tú eres la clave del plan.
Coni me miró con los ojos abiertos de par en par. Creo que no se esperaba tanta responsabilidad.
—Pero... pero si crees que es mucho, quizás podría...
—¡No!— exclamó— Yo lo haré, descuiden. Es un buen plan.
—Sí, también me gusta— indicó Jrotta.
Yo asentí.
—Cuando lo hagas, habrá gente que se dé cuenta de inmediato, mientras que a otros les tomará más tiempo. Aun así, no tendremos más que un par de minutos para marcharnos. Yo los tomaré conmigo y me los llevaré. Jrotta, tú encárgate de cubrirnos con tus cadáveres. Nos llevaré debajo de la tierra un buen tramo, pero nada nos asegura que huyamos sin problemas. En cuanto volvamos a la superficie, nos dirigiremos a un espacio público, nos quitaremos las máscaras y nos meteremos en el parque de diversiones. Las entradas ahí tienen fecha, pero no registran la hora de compra, así que podemos fingir que estuvimos ahí desde la mañana "celebrando". Scire puede editar videos para hacerles creer que estuvimos ahí al momento de nuestro "asunto", pero nada nos asegura que cualquiera de estos pasos nos salga bien, mucho menos todos juntos. Si algo sucede... los llevaré a Madre y los esconderé ahí hasta que sea seguro. Lo prometo.
Ambos asintieron.
—¡Estoy listo!— exclamó Coni.
—¡Qué rebeldía! ¡Me estoy emocionando!— saltó Jrotta.
Yo sonreí, aliviado de que entendieran.
—Juntos, podemos lograrlo.
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Nos dirigimos al estadio y comenzamos nuestras preparaciones. Antes que nada, recorrimos las calles alrededor y nos dirigimos al parque cercano, donde encontramos varias alimañas. Fue difícil esconderlas del público a pesar de que había relativamente poca gente, dado que eran muchas. Avanzaron por sí solas, pasando entre arbustos y drenajes. En los caminos en que no había ningún lugar en que se pudieran esconder, las llevamos con sacos que encontramos por ahí. Olían horrible y seguro estaban llenas de enfermedades, así que luego de que terminamos la tarea, fuimos al baño del estadio a lavarnos bien las manos.
Nadie vería las pratas de momento; las escondimos bien en cada uno de los rincones menos imaginables del estadio, y aunque las vieran, solo encontrarían uno o dos cuerpos; nada que afectara nuestra misión.
No tuvimos problemas metiendo la pistola de Coni al estadio, solo nos dirigimos a una zona del patio, separada de la calle por una reja; la tiramos sobre la reja y la controlé para que cayera justo entre los arbustos. Luego solo tuvimos que entrar como todo el mundo, ir al patio desde adentro y tomar la pistola.
Una vez terminamos de lavarnos, notamos que la cantidad de gente comenzaba a aumentar. Pronto el estadio se saturó, el segundo día del torneo daba inicio y la pelea de Aurelio sería una de las primeras.
—Será mejor que vayamos a nuestros puestos— indicó Jrotta.
Coni asintió, pero yo los tomé por los hombros.
—Esperen— les pedí.
Sin esperar sus respuestas, los acerqué hacia mí con cuidado y les di un abrazo a ambos. Resultaba fácil cuando yo era el más ancho de los tres.
—Tengan cuidado— les dije— nos veremos otra vez.
—Je. Claro, Arturo— contestó Coni.
Jrotta solo me apretó con sus brazos flacuchos, pero parecía igual de animada.
Listos, nos separamos y partimos a nuestros puestos. Ambos debían dirigirse a la zona del público, dado que no les permitirían ir a otro lado.
Por mi parte, fui a la parte más alta de las gradas. Pensé en dirigirme al techo para interrumpir más fácilmente, pero noté que había drones en el cielo, transmitiendo el evento en vivo. Si me elevaba antes de tiempo, me notarían en unos minutos y tendría problemas. Necesitaba permanecer escondido hasta el momento oportuno.
Así que me quedé ahí, esperando. Hubo una pequeña ceremonia de apertura para el segundo día, luego retomaron el torneo libre en donde había quedado. La primera pelea fue entre dos magos que no conocía. Nada espectacular.
Para la segunda pelea llamaron a Aurelio. Sin embargo, su contrincante era alguien a quien no me esperaba.
—Mago Hitrasta Caristillo— dijo la animadora— Mago Caristillo, por favor acercarse a la arena.
Mi cuerpo se tensó entero. Se me había olvidado que el profesor Hista era un mago competente y con experiencia en combate; por supuesto que competiría en un torneo así ¿Cómo no lo había previsto?
Me llevé una mano a la cabeza. Comenzaba a ponerme nervioso. Como no me interesaba el torneo, no me había fijado en la lista de participantes, mucho menos en los grupos de magos a los que no necesitaría enfrentarme, porque planeaba retirarme desde el principio. Sin embargo, la presencia del profesor lo cambiaba todo. El profesor intentaría detenernos, y no sabía si tenía el corazón de luchar contra él o la habilidad para vencerlo.
—¿Debería abortar la misión?— me pregunté.
Me sacudí la cabeza para espabilarme. La seguridad de Coni y Jrotta dependían de que todo saliera bien. Además, no teníamos un medio de comunicación efectivo entre los tres; no podíamos discutir nada con esta nueva información... o quizás siempre supieron que tendrían que enfrentarse al profesor y lo aceptaron de todas maneras.
No importaba. La presencia del profesor no importaba en la ecuación. Nuestra misión seguía siendo la misma.
Aurelio y el profesor Hista se juntaron en medio de la arena. Esa era mi señal.
Sin esperar otro segundo, me puse la máscara, me quité el abrigo y tomé control del suelo bajo mis pies. Impulsé la superficie con un grueso pilar de concreto, lo más rápido que pude para darle un impulso grande. Mi plataforma voló sobre las cabezas de la gente en un arco, luego cayó pasada la mitad de las gradas, pero no le hice daño a nadie, puesto que floté el resto del camino. Me dirigí a toda prisa hacia la arena. Yo era la distracción, pero si conseguía matar a Aurelio por mi cuenta, la misión sería un éxito de todas maneras.
Rápidamente crucé la distancia hasta el centro del estadio, donde el profesor Hista, Aurelio y el árbitro me esperaban sorprendidos. Sin siquiera aterrizar, formé una estaca de la plataforma que llevaba y la disparé contra Aurelio, pero el profesor Hista se interpuso y la destruyó de un manotazo. Yo aterricé con cuidado, pues necesitaría de todas mis extensiones disponibles si quería enfrentarlos a ambos.
—¡¿Arturo?! ¡¿Qué te pasa?! ¡¿Estás loco?! —exclamó el profesor— ¡No puedes ir atacando a la gente así!
Me quedé paralizado al ser reconocido tan rápidamente. Tarde me di cuenta que, a pesar de que mi cara estaba cubierta, el resto de mi cabeza y mi silueta seguían igual que antes; no sería raro que alguien acostumbrado a recordar a muchas personas, como un profesor, pudiera ver a través de mi disfraz.
—¿Arturo Gavlem? —se extrañó Aurelio.
No importaba, ya era muy tarde.
—Quítate, Hista— le reclamé— voy a matar a ese desgraciado. Aurelio secuestró a Coni y trató de matarnos, a él y a mí. No dejaré que salga vivo de aquí.
El profesor abrió los ojos de par en par, luego se giró a Aurelio, el cual le sonrió con petulancia.
—Mentiras, obviamente. El mago Gavlem siempre ha tenido una enemistad con mi familia. Ahora que ha aprendido un par de trucos en la universidad, seguro cree que puede hacer lo que quiera. Qué chico más problemático ¿No crees?
—Mago Balurto ¿Me asegura que lo que dijo el mago Gavlem es mentira?— inquirió Hista.
Aurelio se encogió de hombros.
—Yo no les he hecho nada, ni a él ni a su amigo. Es él quien intenta matarme ¿Por qué me tengo que defender?
Le mandé una estaca desde el suelo, que consiguió esquivar a duras penas. Le mandé otra hacia el cuello, pero algo la bloqueó; era el profesor Hista, que forzaba su control de los sólidos sobre el mío.
—Váyase de aquí, mago Balurto. Yo manejaré las cosas con mi estudiante.
El árbitro tocó su silbato y se adelantó para enfrentarme también. Noté a un montón de otros magos y guardias aproximándose.
—Sería un buen momento para tu entrada, Jrotta— pensé. Lástima que no podía comunicarme directamente con ella.
—¡Tú, intruso, retírese en este instante!— exclamó el árbitro.
—¡Arturo!— bramó Hista.
—¡Hay un mago que intenta entrometerse en este combate! ¡¿Por qué ataca al concursante Balurto?!— soltó la animadora del evento.
Tomé los pies de Hista con garras sólidas para arrastrarlo hacia abajo, pero él transformó las mismas garras en una plataforma de roca y arena para elevarse. El árbitro me arrojó una potente ráfaga de aire para botarme de espaldas, por lo que tuve que rodearlos rápidamente controlando las suelas de mis zapatos. En eso, Aurelio me disparó un láser que conseguí bloquear por los pelos, pero Hista retiró mi escudo improvisado y me encerró en una prisión de roca.
—¡Ya basta! ¡No permitiré que nadie lastime a nadi...
Sin embargo, en ese momento una bruma negra se sumió sobre el estadio y se centró sobre la arena, capturando la atención de todos los magos que corrían hacia nosotros y de los que nos encontrábamos en el medio. Esa no era una bruma, sino que un ejército de pequeños cadáveres, algunos podridos, otros completamente en los huesos, todos brillando con un leve gas verdoso.
—¡¿Qué es esto?!— exclamó Aurelio.
Él, Hista y el árbitro fueron rodeados por el ejército de pratas muertas de Jrotta, las cuales se les encaramaron encima para morderlos por todas partes. Aproveché para liberarme. Entonces noté una figura cerca a la que los muertos no atacaban; era Jrotta. Movía sus brazos alzados al aire en elipses mientras recitaba hechizos. Supuse que necesitaría concentrarse para adaptar el comportamiento de sus sirvientes conforme se acercaban más enemigos a ayudar.
De inmediato me fijé en el árbitro, el que estaba más cerca en ese momento, y lo enterré en el suelo para que se dejara de molestar. Luego fui a por la cabeza de Aurelio, pero por un costado, Hista surgió inmutable a las alimañas y me arremetió con una ráfaga de aire tan potente que me mandó a volar varios metros, junto con una decena de pratas muertas. Más que una ráfaga, sentí que me golpeaba con un ariete sin superficie.
Quise levantarme, pero el suelo me agarró los tobillos y los levantó, lo cual me mandó de boca al suelo. Apenas conseguí amortiguarlo al aumentar el volumen del suelo bajo mi cara, pero me dolió de todas maneras.
Sin perder el tiempo, deshice las garras que me sujetaban los pies para volver a incorporarme, pero para cuando levanté la cabeza, un ariete de roca voló hacia mi cara y me golpeó como un caballo.
Caí de espaldas. No sentía la cara, solo un líquido caliente chorreando junto a mis orejas. Tosí, noté unas gotitas rojas junto con mi saliva. Comencé a sanarme, pero no estaba seguro de si podía darme el lujo de usar parte de mi mente en algo que no fuera defenderme de Hista.
Este volvió a encerrarme en una prisión de roca; torció el suelo para que creciera alrededor de mi cuerpo en una espiral. Al menos tuvo la decencia de levantarme, quizás porque necesitaba mi cabeza recta para no ahogarme con mi sangre.
—Estoy enormemente decepcionado de ti, Arturo. Sé que has tenido que aguantar mucho, sé que duele ¡¿Pero cómo se te ocurre tratar de asesinar a un noble?!
Desde esa posición miré al resto de la arena. Se suponía que yo fuera la mayor distracción. Sin mí, los magos y guardias se apilaron contra Jrotta. En ese momento la sometían, con dos sujetos grandes sujetando su espalda y sus muñecas. Las alimañas habían dejado de moverse. Así de rápido, nuestra revolución había acabado, pero eso no significaba que fracasáramos del todo. Aún quedaba la pieza clave.
Noté que una figura pequeña avanzaba entre los magos que se habían reunido ahí, había conseguido acercarse a Aurelio sin que nadie lo notara. Los guardaespaldas del noble, que habían acudido a protegerlo, estaban preocupados por la amenaza de Jrotta y por mí. Ninguno advirtió la figurita enmascarada y de sombrero largo que se acercó por detrás y le apuntó con su pistola.
—¡Sí! ¡Ganamos!— exclamé en mi mente.
El profesor Hista se giró hacia donde yo miraba. Tarde me di cuenta que había estado siguiendo mis ojos. Sin embargo, ya era muy tarde; ni siquiera él podría detener lo que se aproximaba.
—¡Mier...
Coni apretó el gatillo. De su pistola surgió un rayo láser que viajó hacia Aurelio, pero se desvió al último momento.
—¡¿Qué?!— exclamé— ¡NO!
Los guardaespaldas notaron el ruido del disparo y se giraron a Coni. Este apuntó con su pistola, pero esta se desarmó en todas sus pequeñas partes en ese mismo instante. Cinco hombres se le lanzaron encima, pero yo los mandé a volar con golpes de pilares. Luego hice lo mismo con Jrotta y le mandé un golpe al profesor Hista para darme tiempo de quitarme su prisión. En un momento tomé a mis amigos con garras de roca y los acerqué a mí. Desde ahí formé una plataforma donde pudiéramos huir, pero esta se rompió apenas la elevé unos centímetros del suelo; había demasiados magos alrededor, mi magia era prácticamente nula si no la usaba de sorpresa.
No podíamos huir.
Intenté atacar a los magos alrededor, pero los pilares que formé fueron destruidos antes de acercarse a ellos. Había demasiados.
—Ya deténganse— me espetó Hista— están rodeados. No se resistan.
Otros magos también nos ladraban órdenes e insultos.
—¡No teníamos otra opción!— exclamé— ¡¿Crees que ese infeliz nos dejaría vivir después de lo que hizo?!
—¡Sí, tenías más opciones! — bramó el profesor— ¡Pudiste aguantar desde el principio, pudiste dejar pasar sus insultos, pero preferiste tu orgullo! Y ahora, por tu culpa, tus amigos también se verán afectados ¿No ves que tú hiciste todo esto?
Aunque estaba derrotado, me dieron ganas de darle un combo ahí mismo ¿Cómo podía tener la osadía de clamar que algo de eso había sido mi culpa?
—Qué importa. Intentaron matarme— apuntó Aurelio— reclamo el derecho de vengarme, si no les molesta, damas y caballeros.
Los magos entre nosotros se hicieron a un lado. Aurelio nos apuntó con sus dedos. La luz a su alrededor poco a poco fue disminuyendo.
—Hasta nunca, insolentes— se despidió el noble.
Nos disparó su láser. Yo levanté una pared para hacer de escudo. Alcancé a protegernos, pero los magos la destruyeron inmediatamente después. Intenté levantar otra en vano; entre varios magos de sólidos me impedían tomar control del piso alrededor. Aurelio volvió a apuntar. Protegí a mis amigos con mis brazos. Ya no tenía ideas.
Esperé unos segundos, nada ocurrió. Pensé que estaría jugando con nosotros, así que me giré para reclamarle. Sin embargo, Aurelio estaba más confundido que nadie; lanzaba sus láseres, pero estos se desvanecían apenas unos centímetros desde sus dedos, como si la luz no pudiera permanecer unida en una línea recta.
—Hay un mago desperdigando la luz del láser— comprendí de inmediato.
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