30.- Romper, Sanar y Matar (2/2)
Avanzamos hacia las escaleras, haciendo el menor ruido posible y siempre atentos a cada esquina, cada nuevo ángulo desde donde pudiera aparecer un enemigo. Pocas veces había estado tan nervioso y por tanto tiempo. Avanzábamos despacio, lo cual aumentaba el esfuerzo que necesitábamos y el estrés que nos causaba, pero era preferible a arriesgarse a cometer un simple error.
Había escaleras junto al ascensor que no pensábamos tomar, pero también sabía de unas cerca de la entrada principal. Si tomábamos esas, tendríamos a menos gente esperándonos y más posibilidades de huir, o eso esperaba.
Cruzamos una intersección, pero entonces, por mi derecha aparecieron dos personas desde una sala. Me paralicé y preparé mi pistola, pero se giraron en la otra dirección sin siquiera mirarnos. Casi se me salió el corazón del susto.
Me giré hacia Coni. Él tenía la pistola a medio apuntar, indeciso. Con una seña le dije que avanzáramos, así que continuamos sin hacerles nada. Eso nos obligó a ir un poco más rápido, pero al menos nos evitaríamos un tiroteo; mientras más de esos evitáramos, más probabilidades teníamos de salir vivos.
Avanzamos hacia las escaleras, comenzamos a bajar, pero al girar a la mitad, notamos un par de ojos que nos miraban abiertos de par en par. No eran de cualquier persona, tampoco, sino que del mismísimo mayordomo.
Coni y yo echamos a correr de inmediato, de vuelta hacia arriba. Escuchamos la estructura del edificio crujir y roer a nuestro alrededor, mientras el mayordomo formaba pilares del suelo y las paredes para detenernos, nos arrojaba bloques de concreto y botaba las linternas del cielo. Procurábamos mantenernos fuera de su vista, pues de esa manera no él no podía encerrarnos fácilmente o levantar una pared desde el piso sin aplastarnos. Corrimos a todo dar por el pasillo, giramos en una intersección y continuamos corriendo. Recordé que por ahí habíamos visto a los mercenarios caminando, pero en ese momento eran la amenaza menor. Aun así, no alcanzamos a verlos, dado que de pronto el suelo se abrió bajo nuestros pies y nos botó al primer piso.
Caímos junto a escombros, rasmillándonos en casi todo el cuerpo y llenándonos de polvo. Caer esa altura nos dolió bastante, pero no nos imposibilitó de movernos; nos pusimos de pie con cierta dificultad para continuar corriendo. En ese momento advertí que, frente a nosotros, había un grupito de mercenarios cortándonos el paso. Luego miré atrás, donde dos más preparaban sus armas. La única salida que nos quedaba era una puerta doble a un costado.
Corrimos hacia allá, la cruzamos y nos hallamos en el casino: se trataba de un espacio grande, con varias mesas largas dispuestas una junto a la otra, unidas a un banco por lado. También tenía varios pisos de alto, tanto que llegaba hasta el techo del edificio. Arriba, en el cielo, se filtraba la luz de las lunas por un enorme ventanal de varios metros de diámetro. Coni y yo avanzamos a toda prisa por el pasillo central entre las mesas. Una herida en la pierna me impedía apoyarme bien en ella, pero no había nada que pudiera hacer por el momento, así que hice un esfuerzo de ignorar el dolor y la incomodidad, y corrí con todas mis fuerzas.
Escuché a los mercenarios persiguiéndonos a través de la puerta. Antes de lo que esperaba, noté una sección alta de la pared rompiéndose. Al darme la vuelta, noté al mayordomo acercándose a toda prisa a nosotros a través de una plataforma flotadora; igual a como yo usaba mi magia. El mayordomo atravesó el aire sin problemas, surfeó sobre las mesas y aterrizó unos metros detrás de nosotros. Al mismo tiempo, una pared ancha se erigió desde el suelo frente a nosotros, impidiéndonos el paso. Intentamos rodearla, pero se ensanchó aun más.
—Hasta aquí llegaron, mago Gavlem, señor Dópoty— nos espetó— por favor regresen a sus celdas y nadie sald...
En ese momento un fuerte ruido de vidrio rompiéndose nos hizo voltearnos a todos, hacia arriba. Desde ahí cayó un esqueleto grandote: Kutor, quien llevaba en brazos a Jrotta. Los presentes nos cubrimos para evitar los vidrios, momento en que Kutor aterrizó sobre el mayordomo.
Jrotta se bajó de los brazos de su sirviente y corrió a nosotros.
—¡Están vivos!— exclamó, contenta.
Se acercó con los brazos abiertos, emocionada, pero se paró en seco al último segundo y se apartó, de repente rígida.
—Eh...— musitó un momento, dubitativa— me alegra que estén bien.
En ese momento se me ocurrió: Jrotta era una nigromante, es decir que podía manejar magia de sanación y control; más importante, uno de los hechizos avanzados de sanación era precisamente "alivio", que servía para disminuir el dolor del paciente de algunas enfermedades, pero también para eliminar afecciones mágicas como bloqueo.
—¡Jrotta, estoy bloqueado!— exclamé, pues no había mucho tiempo de explicar todo— ¡¿Puedes quitármelo?!
Ella se paralizó un momento.
—¿Qué?
La tomé por los hombros para expresarle la importancia que tenía que me quitara el bloqueo, pero entonces tres pilares surgieron en diagonal junto al mayordomo y destrozaron a Kutor, otra vez. Entonces este se levantó, erigió tres paredes más a nuestro alrededor y nos encerró en una habitación de concreto. Las paredes tenían cerca de dos metros cada una; podíamos escalarlas si nos dábamos impulso entre los tres, pero no podríamos huir muy rápido.
Luego, de la pared que nos separaba del mayordomo, surgieron varios hoyos a la altura de nuestras caras para que él pudiera vernos.
—Me ha ahorrado el trabajo de ir a buscarla, maga Permani. Por favor, ahora quédense ahí tranquilos. Mi señor Balurto no tardará en aparecer por la mañana.
—¡No!— exclamó Coni— ¡No puede ser!
Pateó la pared, pero no consiguió moverla; pues estaba fija al piso a través de miles de pequeñas uniones, debajo de la superficie. Era un truco de los magos de sólido para evitar que las estructuras que construíamos se cayeran.
—No te rindas, Coni— le espetó Jrotta.
Ambos nos giramos a ella, extrañados. Luego un extraño murmullo me llamó la atención; algo que hacía tres segundos era muy bajo, pero que se hacía más fuerte con el pasar del tiempo; era algo que se acercaba. Los mercenarios y el mayordomo también se vieron confundidos. Intenté mirar alrededor, pero solo teníamos un lado de la celda improvisada para ver.
De súbito, una alimaña similar a una rata entró corriendo por la puerta, atravesó a los mercenarios y se dirigió directamente con el mayordomo. Creo que intentó morderle el tobillo, pero él la pateó antes de que pudiera hacer nada. Aun así, en el instante que tuve para mirarla, me pareció que tenía algo malo: se notaba que era una especie de mamífero. Debía ser una prata, un roedor muy similar a las ratas de mi mundo, pero su cola y su parte posterior se veían... faltas de carne, y de piel, y de órganos. De la mitad para atrás era huesos.
Entonces me di cuenta, me giré hacia Jrotta, en ese momento concentrada. De pronto, un río de animales muertos apareció desde la puerta e inundó el lugar. Las pratas muertas atacaron a los mercenarios y al mayordomo; les subieron por los pantalones para morderlos por todos lados. Al mismo tiempo, unas cuantas escalaron las paredes que nos contenían y comenzaron a inundar la celda.
—¡No!— exclamó Coni.
—Párense sobre ellas— nos ordenó Jrotta— apóyense en la pared. Rápido.
Al verme inundado hasta las rodillas de roedores muertos y medio podridos, me dieron ganas de vomitar, pero hice lo que Jrotta me decía de todas maneras y pisé uno de los montones que se formaban. Para mi sorpresa, el montón creció rápidamente como un manantial, desde abajo. Creo que mi peso era demasiado para algunas pratas muertas, porque de cuando en cuando escuchaba el crujir de huesos chiquititos, como pequeñas ramitas, pero eso no evitaba que siguieran levantándome. En pocos segundos alcancé el borde de la pared, que habría bastado para subirme en condiciones normales, pero mi cuerpo no me respondía como en condiciones normales, por lo que necesité un poco más de ayuda de las pratas. Coni y Jrotta se subieron más o menos al mismo tiempo, y de esa manera huimos de la celda improvisada.
—Mis sirvientes los distraerán por un rato. Aprovechemos de huir— nos apremió Jrotta.
Ambos asentimos, pero en vez de dar media vuelta y volver sobre nuestros pasos, nos dirigimos a la puerta frente a nosotros para evitar hacer contacto con nuestros captores. Estábamos en el primer piso, de todas maneras; debía de haber alguna ventana que pudiéramos usar.
Atravesamos la puerta a toda prisa y corrimos a través de un corto pasillo como el anterior, pero en vez de otro camino común y corriente, nos encontramos con una sala de tres pisos que se abría hacia abajo, al subterráneo. La única pasarela que tenía, nos conducía hacia el fondo de la sala de producción, mientras que las ventanas se mantenían sobre nuestras cabezas, a menos de un metro debajo del cielo de la cámara. No teníamos forma de subir y fugarnos desde ningún punto en el camino descendente.
Sin embargo, nuestra pausa dubitativa nos costó preciosos segundos, en los cuales escuchamos la puerta a nuestras espaldas abriéndose con ferocidad. El mayordomo se había librado de las pratas muertas y retomaba su persecución.
—Jrotta, baja con Arturo y desbloquea su mente— le ordenó Coni— yo distraigo a este sujeto.
—¡¿Qué?!— exclamamos.
—¡Vayan, rápido!— exclamó.
Disparó al mayordomo, el cual bloqueó el primer rayo láser con un trozo de roca y le quitó la pistola antes de que pudiera disparar de nuevo. Jrotta se giró hacia mí.
—¿Puedes hacerlo?— le espeté— el hechizo de alivio.
Ella se quitó el velo de un tirón, me tomó de la cabeza y juntó nuestras frentes con un poco más de fuerza de la necesaria.
—Concéntrate en tus extensiones. Solo tomará un momento— me espetó.
Intenté mirar a Coni de reojo. Justo en ese momento escuché un golpe fuerte y una exclamación de su parte, pero no pude ver qué ocurría. Traté de girarme involuntariamente, pero Jrotta me sujetó con fuerza y me impidió ver.
—¡Concéntrate! ¡Es importante!— me espetó.
—Bien...
—¿Qué están...— escuché al mayordomo— ¡No! ¡Una nigromante!
Comencé a sentir algo similar a lo que había experimentado cuando Prípori me mostró el poder de sus extensiones; pero también una fuerte presión que me hizo doler la cabeza, como si Jrotta me golpeara directamente la mente en el plano mágico. Escuché el levantar de un cubo de concreto entre nosotros y el mayordomo.
—Va a interrumpir el hechizo— pensé.
Intenté moverme para que lo esquiváramos, pero Jrotta me mantuvo firme. Escuché el silbido del aire que hizo el proyectil de concreto hacia nosotros. Al menos debía protegerla a ella con los brazos.
—¡Concéntra...
En un instante, todo volvió a mí. Mi mente se extendió alrededor como una explosión de tentáculos, buscando, explorando todo a su paso. También advertí la forma, la textura y la masa del pedazo de concreto que nos había arrojado el mayordomo y lo detuve apenas antes de que nos golpeara. Jrotta se alejó al ver lo cerca que había llegado.
También noté a Coni, tendido en el suelo con un hilo de sangre brotándole desde la cabeza. Mientras tanto, el mayordomo asumió una pose de pelea.
—Le recuerdo que ya perdió contra mí— me espetó— con o sin magia, no tiene posibilidad de huir.
Tenía razón en que las condiciones apenas habían cambiado. Sin embargo, ese cambio era crucial; ahora él se enfrentaba a un Arturo que ya había perdido contra él, un Arturo que había sufrido las lágrimas de un inocente.
—Arturo, tengo un energizante conmigo— me espetó Jrotta— solo necesitamos distraerlo un rato para que te lo tomes.
—¡No te lo permitiré!
El mayordomo flotó hacia nosotros a toda velocidad sobre una plataforma de concreto. Al mismo tiempo, sentí que el suelo bajo mis pies se deformaba para darse la vuelta. Eso nos habría hecho caer de espaldas, pero lo controlé antes, tomé a Jrotta en brazos para evitar que cayera y levanté el pedazo de suelo para quitarle el control al mayordomo. Este nos arrojó pilares para derribarnos a golpes, pero yo los desvié hacia él. Rompió los pilares en el aire antes de que le llegaran y continuó hacia nosotros. Apenas le quedaban un par de metros.
Yo no estaba seguro de si podría retenerlo el tiempo suficiente para tomarme el energizante, pero entonces dos brazos se colgaron de su cuello por la espalda y lo asfixiaron. Era Coni, quien no se había rendido. El mayordomo necesitó de unos segundos para lidiar con él, momento que aproveché para agarrar la botella que me pasó Jrotta y tomármela rápidamente. Entonces el mayordomo se deshizo de Coni, se giró a nosotros y nos mandó un pedazo grande de concreto para empujarnos hacia atrás. Mientras caíamos, noté las pratas muertas de Jrotta apareciendo por la puerta del comedor. En el aire me giré hacia la nigromante, la tomé en brazos y luego tomé control de las suelas metálicas de mis zapatos para negar nuestra caída. La energía comenzaba a volver a mí de a poco.
Me elevé con ella en brazos. El mayordomo se asomó desde el borde, listo para darnos el golpe de gracia. Intentó golpearnos con otro pilar, pero yo se lo bloqueé. Seguidamente le tomé los pies con garras de concreto para enterrarlo en el suelo. Él se resistió, pero mi mente fue más fuerte y conseguí arrastrarlo. En ese momento, las pratas de Jrotta se le encaramaron a la cabeza y le bloquearon la vista. Si lo mordieron hasta matarlo o no, dejó de importarme. Me dirigí hacia Coni, el cual se encontraba sentado, sanando sus propias heridas. Dejé a Jrotta en el suelo para examinarlo.
—¿Estás bien?— le pregunté.
—Sí... estaré bien— aseguró.
Le extendí una mano para ayudarlo a levantarse, pero en eso sentí la mente del mayordomo librándose desde su prisión en el suelo.
—¡No me derrotarán tan fácil...
Tomé control de todo el pasillo a nuestro alrededor para formar un puño de diez toneladas junto a mí, me giré a él y se lo mandé a máxima velocidad. Mi puño gigante lo mandó volando a través de toda la sala de producción hasta que se estrelló con la pared del otro lado.
Los escombros cayeron pesados y llenaron la zona de polvo. Si estaba vivo, muerto o solo inconsciente, al menos supuse que ya no nos molestaría.
Me giré a Coni, preocupado, pero este y Jrotta me abrazaron con alivio. Volver a sentirlos contra mi pecho de esa manera se sentía como un sueño del que iba a despertar en cualquier momento. Ya no me importaba nada, solo ellos.
—Vámonos de aquí— me espetó mi lindo novio.
—¡Sí!— exclamé.
Los tres regresamos hacia el comedor para recoger a Kutor. Los mercenarios se hallaban en el suelo, inmóviles, rodeados de un montón de cadáveres de pratas. Tampoco pude sentir las mentes de los magos entre ellos, aunque los tenía cerca.
Encontrar los huesos de Kutor fue rápido. Es más, ellos vinieron a nosotros, gracias a un nuevo hechizo de Jrotta. Cuando estuvimos listos, nos retiramos por una ventana y nos fuimos flotando en una plataforma de concreto hacia un lugar más seguro.
Habíamos conseguido huir.
Aterrizamos en una placita cercana para tratar nuestras heridas y revisar nuestra extraña situación. Pero antes que nada, Jrotta me devolvió a Scire.
—¡Arturo! ¡Estás vivo!— exclamó ella.
Su avatar holográfico saltó y lanzó challas holográficas en celebración.
—Fue increíblemente útil— me espetó Jrotta— es más, creo que me habrían encerrado como a ustedes de no ser por ella. Incluso se le ocurrió que fuera al río cercano para buscar a todas las pratas muertas que había cerca.
—Tenía el dato del promedio de alimañas muertas que se encuentran todos los meses en viaductos y me pareció una buena idea comentárselo— indicó Scire.
—Pues lo hiciste estupendamente, asistente— le espeté.
—Ay, qué cosas dices. Harás que me sonroje.
—Si usted no me la hubiera pasado en ese momento, creo que ahora estaríamos todos encerrados y esperando nuestra ejecución— comentó Jrotta— fue una excelente idea, Arturo.
—Gracias, pero aquí la gran heroína fuiste tú— le espeté— tú y tu legión de pratas muertas... y Coni— le puse una mano en el hombro— ¡Estuviste estupendo! De no haber distraído al mayordomo cuando lo hiciste, creo que nos habría derrotado otra vez.
—¿Eh? ¿Tan importante fui?— dijo en tono sarcástico— está bien, Arturo. No necesitas realzar la importancia de mis contribuciones.
—No, Arturo tiene razón. Fuiste clave, Coni— aseguró Jrotta— ¡Y muy valiente! Le saltaste encima a pesar de que era un mago de sólidos ¡Y dos veces! Casi no me podía creer que fueras tú.
—¡Ya, está bien, acepto sus cumplidos! ¡Soy lo mejor que hay!— Coni se tiró de las orejas, algo incómodo siendo el centro de atención.
Jrotta tenía razón. Recordé nuestro primer encuentro con los polímatas y su pánico al encontrarse ante el peligro. Coni había crecido mucho en muy poco tiempo.
—Más importante, tenemos que pensar qué haremos ahora— reclamó él— Aurelio tiene la excusa de que invadimos su propiedad y le hicimos daño a su mayordomo. Eso es todo lo que necesita para expulsarnos a los tres, quizás hasta enviarnos a prisión, y con eso puede mandar a alguien a matarnos cuando le dé la gana. Quizás deberíamos... huir.
Coni lo dijo todo muy serio, pero no parecía contento con el resultado. Jrotta se puso pálida, más de lo que ya era. Aún no me acostumbraba a ver su cara bajo ese velo.
—No había querido pensarlo hasta ahora, pero mi familia tendrá que desheredarme si quieren sobrevivir a las noticias— comentó— es posible que ellos también deban huir para evitar la ira del mago Balurto.
En eso ambos se giraron a mí.
—¿Crees que podamos mudarnos a tu mundo?— inquirió Coni.
—Lo siento, Arturo. No veo otra solución— indicó Jrotta.
Pero yo tenía la respuesta ardiendo en mi pecho. Había querido sacarla desde hacía ya un rato.
—Yo sí— les espeté— los dos son más que bienvenidos en Madre, incluso sus familias, estoy seguro que mi mundo aprendería mucho de ambos, pero no quiero esto, no quiero que lo usen para esconderse, sino que vayan porque quieren. No, Aurelio ya nos ha causado demasiados problemas, él y toda su maldita familia.
Apreté los dientes de la rabia que me invadía de solo recordar todo lo que nos habían hecho sufrir.
—Voy a matar a ese infeliz. No me importa si toda Luscus intenta detenerme, no descansaré hasta que vea su cabeza rodar.
Levanté la mirada, listo para defenderme de los argumentos de mis amigos. Ambos se veían sorprendidos, pero luego, para mi sorpresa, terminaron asintiendo.
—Tendremos que prepararnos— indicó Jrotta.
—Tampoco podemos demorarnos mucho. Aurelio podría irse a cualquier lugar una vez termine el torneo, pero hoy asistirá para las últimas peleas y las premiaciones— apuntó Coni— conociéndolo, seguramente se habrá comprado uno de los tres primeros puestos.
Yo abrí los ojos de par en par.
—No, esperen... ¿Están bien con eso? ¡No, no! Más importante: no me parece bien que vayamos los tres. Es muy peligroso.
—Claro que es peligroso— me espetó Coni— para ti también.
—Es un noble de una familia muy poderosa. Será difícil completar la misión, mucho más huir con vida— comentó Jrotta— pero es lo que usted decidió, y me parece adecuado, Arturo.
—Los tres estamos en las mismas circunstancias, así que los tres iremos— dijo Coni.
Tragué saliva.
—No sé si pueda mantenerlos a salvo y matar a Aurelio al mismo tiempo. Lo digo en serio.
—Entonces no se preocupe en protegernos— alegó Jrotta— yo cuidaré de Coni.
—Y yo me mantendré libre de peligro— indicó él— ahora vamos a prepararnos. Necesitaremos todo lo que podamos encontrar si queremos tener una oportunidad de matarlo.
Jrotta asintió. Con eso, ambos comenzaron su marcha.
Yo me quedé parado unos momentos, dubitativo. No quería restarle peso a la situación, y de verdad pensaba que sería mejor si lo hacía yo solo, pero tampoco podía reprocharles la facilidad con que se lo tomaban; estábamos entre la espada y la pared. Huir o pelear, no había otras opciones y nada nos aseguraba que huir fuese viable. Pelear se veía como un suicidio, con la seguridad que seguramente rodearía al hijo mayor de una familia noble de magos, pero era una opción y era lo que los tres queríamos.
Tomé aire. Noté que la iluminación del lugar comenzaba a cambiar. Ya comenzaba a amanecer.
—Aurelio no verá otra noche.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top