30.- Romper, Sanar y Matar (1/2)
Luego de propinarme unos cuantos golpes, me levantaron entre dos y se me acercó uno de los magos. En un principio pensé que querría darme un último combo, pero en vez de agacharse a pegarme, el mago se quedó parado frente a mí. Al mirarlo hacia arriba, noté que sus manos cambiaban de posición con certeza y precisión, flectando o estirando los dedos rápidamente, mientras él recitaba unas palabras que más o menos reconocía de libros. Finalmente me apuntó con una mano.
—¡Bloquear!— exclamó con vehemencia.
Yo estaba tan cansado y tan poco acostumbrado a escuchar ese hechizo que me tardé varios segundos en recordar qué hacía, pero sabía que había leído sus efectos.
Casi al instante sentí mi cabeza disminuyendo en tamaño, mi mundo cerrándose, las respuestas del universo y la realidad escapando entre mis dedos. El mago frente a mí dejó de ser un mago, o al menos ya no podía sentir su mente de mago, de ninguno de los magos ahí presentes. Eso me ayudó a recordar el efecto del hechizo.
—Ah, sí. Bloquea mis extensiones mentales.
O sea que, aunque tuviera energía, desde ese momento mis extensiones quedaban efectivamente anuladas. Creo que había un contra hechizo de sanación que servía para sacar a otros de este estado, o incluso para librarse uno mismo, pero yo aún no lo había aprendido.
Seguidamente me taparon los ojos con una venda y me llevaron por un par de pasillos hacia un lugar sin nadie más, supongo que una especie de celda. Ahí me golpearon fuerte en la cabeza.
--------------------------------------
Creo que me quedé dormido, porque cuando volví en mí, estaba tirado en el suelo, o al menos acostado. Sentía el piso duro a lo largo de mi cuerpo, excepto en mi cabeza. Tenía cierta almohada, una que se sentía como músculo.
Levanté la cabeza, asustado. Miré hacia arriba y encontré a
—¡Coni!— exclamé.
Me lancé sobre él a abrazarlo. No pude separar mis brazos de mi espalda, pero no me importó. Aunque nos encontráramos en un mal lugar, estábamos los dos juntos y eso era lo más importante.
Me separé un poco de él para mirarle bien la cara, pero dado el ángulo en que me encontraba, y ya que no podía apoyarme con mis brazos, me caí sobre sus piernas de nuevo.
—¿Estás bien?— inquirió.
—Sí, sí ¿Pero y tú?— me incorporé de nuevo— ¿Te hicieron algo?
—No, descuida, no me hicieron nada— me aseguró.
Examiné su cara buscando signos de mentira, mas luego recordé que no soy alguien que pueda notar la diferencia, así que decidí creerle. Estaba vivo y podía hablar, era más de lo que necesitaba. Me relajé tanto que me pareció que el estrés dejaba mi cuerpo como sudor evaporado en un día de calor.
Miré alrededor: nos encontrábamos en una pequeña oficina. Había un escritorio chico en un rincón, una silla vieja, una ventana por la cual podríamos pasar dificultosamente. La puerta hacia el pasillo estaba cerrada y era transparente. Más encima, había una pequeña cámara en un rincón de la habitación, sobre la puerta.
—Nos tienen bien vigilados— apuntó Coni.
Me giré a él. Ambos estábamos maniatados, con las manos detrás de las espaldas. Intenté manipular el suelo junto a nosotros, pero nada ocurrió. Ni siquiera podía palparlo con mis extensiones, como suelo hacer al tomar control de algo. Entonces recordé el hechizo de bloqueo al que me habían sometido.
—¿No puedes usar magia?— adivinó Coni.
—¿Te diste cuenta?— noté.
—Sería raro que te dejaran hacerlo, a menos que los hubieras engañado de alguna manera.
Yo negué con la cabeza.
—Usaron un hechizo de bloqueo ¿Te acuerdas de esos?
—Sí, algo ¿Entonces no podrás usar magia hasta... hasta cuándo?
—Depende de la habilidad del mago que lo hizo, pero solo usó el más básico. No debería tomarme más de cinco horas ¿Cuánto ha pasado desde que me trajeron?
—Como hora y media, dos horas a lo más.
No era suficiente, y siempre podrían usar el hechizo de nuevo para asegurarse de que no se disipara con el paso del tiempo.
—¿Viniste solo?— inquirió.
Miré a la cámara.
—¿Pueden escucharnos?— quise saber.
—Supongo, aunque no sé cuánto ¿Scire no puede...
Se quedó mirando mi oreja.
—¿Dónde está Scire?
—No quiso venir. No me creyó cuando le dije que te habían raptado.
Le guiñé un ojo, de espaldas a la cámara, esperando que no notaran mi engaño. Coni asintió con normalidad. Supuse que había entendido; mientras menos información verídica les entregáramos, más ventaja teníamos de salir de ahí sanos y salvos.
—Entonces... ¿Qué podemos hacer?— inquirió— no me gustar pensar en qué nos harán, pero no veo muchas posibilidades. Aurelio puede hacer lo que le venga en gana, ahora que estamos lejos del público.
—Sí, es verdad.
Agaché la cabeza para pensar. Durmiendo me había recuperado un poco, supuse, porque no me sentía muy descansado. Como fuera, nos iban a ejecutar en cualquier momento, seguramente no más de un día. Yo no tenía mi magia, ambos estábamos maniatados, encerrados y vigilados con cámara. Jrotta no estaba con nosotros, o sea que probablemente se habría escondido o se habría marchado a pedir ayuda. Los polímatas podrían venir a ayudar, o quizás estaban ocupados en algo más y no podrían ayudarme hasta después de nuestra ejecución. Tenía algunos elementos a mi ventaja, pero no podía confiarme; si no daba con una manera de salir de ahí rápido, lo más probable es que terminarían ejecutándonos a Coni y a mí.
Pensé en lo que tenía a mano; la magia de Coni, el único ángulo de la cámara, la ventana por donde no podíamos escapar, la puerta transparente, las ataduras que nos tenían con las manos en la espalda.
Me puse de pie y miré por la ventana para abajo: estábamos en un cuarto piso. No podríamos saltar sin hacernos daño y aunque estuviéramos en el primer piso, no podríamos romper la ventana, salir por nuestra cuenta sin herirnos con los vidrios rotos y huir antes de que nos pillaran a través de la cámara.
La ventana, la puerta, las ataduras en las manos, la cámara, la magia de Coni. Lo primero que debía hacer era librarme de las ataduras. Para huir, no necesitaría mucho más; nuestro mayor obstáculo serían los mismos mercenarios que nos habían encerrado. Fuera de eso, la fábrica no estaba hecha para contener personas. El mayordomo no se había molestado en hacernos una prisión especial, así que habían pensado que esta oficina sería suficiente. Él sería el mayor obstáculo de todos; no se me ocurría cómo eludirlo si llegaba a bloquearnos el paso.
—¿Arturo?— me llamó Coni.
Me avispé. Lo noté atento.
—¿Tienes un plan?— inquirió.
—Sí... al menos unas ideas— indiqué— pero eso tendrá que bastar. Mientras más esperemos, más posibilidades tenemos de morir.
Coni asintió, algo tenso. Yo me acerqué a él para darle algunos detalles.
—Necesito que me rompas el pulgar— le espeté.
Él se echó hacia atrás, primero anonadado, luego abrió los ojos de par en par.
—¡¿Qué?!
—Shhh— le pedí silencio para no alertar a los guardias antes de tiempo— no veo otra manera para salir de estas esposas.
—Pero... ¡Pero eso es demasiado!
—Es solo un pequeño paso para sobrevivir— apunté— además, no serviría si no estuvieras aquí.
—¿Yo?
—No podría huir de un lugar como este con una mano machacada. Necesito que la sanes en cuanto la quite de las esposas.
Coni guardó silencio por varios segundos, mirándome intensamente y con los ojos bien abiertos.
—¿Estás seguro de esto, Arturo?— inquirió.
—No veo otra manera— señalé— lo haría yo mismo, pero... no me alcanzo ¿Crees que puedas hacerlo, Coni?
Agachó la cabeza como los niños cuando un adulto los reta por algo que no fue su culpa.
—Preferiría no hacerlo— admitió— nunca pensé que necesitaría hacerte daño. No se siente bien.
Yo asentí.
—Entonces pensaré en otr...
—Pero lo haré.
Su respuesta vino tan de repente que me tomó por sorpresa.
—¿Qué? ¿Lo harás?
Apretó los labios, frustrado.
—Pero entonces, tú también tendrás que romperme las manos a mí— pidió.
—No es necesario— quise decirle.
—¿Cómo vamos a salir los dos juntos, si tú ni siquiera tienes tu magia?— alegó él— si vamos a salir los dos, será gracias a los dos, de principio a fin.
Su determinación me dejó sin palabras por momentos.
—¿No te asusta?— quise asegurarme.
—¡Claro que me asusta! ¡¿Quién crees que soy?!— bramó— pero si tú crees que es nuestra mejor carta, la usaré. Eres el mago más inteligente y bondadoso que he conocido; sé que nos sacarás de aquí.
No podía creer lo mucho que me tenía en estima. Me incliné a él para darle un besito y le conté el resto del plan, al menos para salir de esa celda. No se sorprendió mucho de la segunda parte.
—Muy bien ¿Listo? No tendremos mucho tiempo desde que comencemos— le espeté.
Coni asintió.
Yo me di la vuelta y dejé mis manos sobre el suelo. Coni se paró detrás de mí. Por su respiración, supuse que estaría nervioso.
—¿Qué pasa si no lo consigo a la primera?— inquirió.
—Sigues pegándome con toda tu fuerza hasta que lo consigas— le espeté— lo antes posible.
—Está bien.
Tomó aire, su voz temblorosa.
—¿Listo?
Yo también tomé aire. Pensé un momento en Érica y dejé que su determinación fluyera a través de mí. Pensé en mi propia determinación por ganar en el torneo, herido y cansado, pero dispuesto a todo. Eso no era distinto.
—Sí— dije.
Coni levantó un pie bien alto y lo azotó con firmeza sobre mi mano derecha. Me dolió, pero mi mano resistió.
—¡Otra vez!— exclamé— ¡Con todo!
Volvió a levantar su pie, esta vez pisó con más fuerza, dislocando mi mano. Quise gritar de dolor, pero sellé mi boca y me aguanté. Tuve que tenderme sobre el piso para distraerme, pero el dolor era horrible y no se iba con nada. No podía pensar en otra cosa.
Sentí que Coni me examinaba. Ahora faltaba la segunda parte, igual de horrible. Coni pasó las esposas por mi mano hasta la raíz del pulgar. No podía pasarla más, dado que los pulgares dislocados se inclinan exageradamente hacia atrás. El solo tacto de sus manos se sentía como un centenar de clavos hincándose en mi carne. No podía pensar en otra cosa que fuera el deseo de que todo eso terminara.
Coni tomó mi pulgar y lo giró con fuerza hacia adentro para dislocar la articulación, disminuyendo el perímetro por el que necesitaban pasar las esposas. Seguidamente las tomó y las tiró para sacarlas, pero aun con mi pulgar magullado en dos zonas distintas, mi mano apenas cupo en el aro. La presión sobre mi mano herida casi me llevó a vomitar del dolor.
De pronto las esposas salieron, yo me vi libre. Coni de inmediato tomó mi mano para comenzar a sanarla.
La mano me palpitaba con fuerza. No sabía bien cuánto tardaría en estar completamente recuperada; no teníamos mucho tiempo.
—Con eso debería bastar— dijo después de varios segundos. Su voz sonaba quebrada.
Yo me puse de pie y la moví. La sentía hinchada, tiesa y aún dolía mucho, pero mis articulaciones parecían haber vuelto a su lugar. Me giré a él; se veía miserable, dolido. La culpa me embargó, pero no podíamos detenernos ahí.
—Me toca a mí— me espetó, sus ojos cristalinos.
Quise decir que no, que nos detuviéramos, que con uno era suficiente, pero ya se lo había prometido.
—Sí— contesté sin muchas ganas.
Extrañamente, recién en ese momento comencé a ponerme nervioso. Antes sabía que tenía a Coni para sanarme, por lo que no me preocupaba mucho el proceso en sí, pero ahora tendría que hacer algo muy desagradable y tendría que hacerlo bien.
Coni se sentó dándome la espalda, yo me paré detrás de él. Apunté a su mano.
—¿Listo?— inquirí, esperando que se arrepintiera al último instante.
—Sí— contestó sin dudar.
Tragué saliva, tomé aire. Tenía que hacerlo bien. Tenía que hacerlo rápido, eficiente, certero.
Levanté un pie, ignoré por completo el dolor en mi mano y me preparé a usar todos mis músculos a su máxima potencia. Lo pisé con todo lo que tenía.
Sentí un chasquido. Coni gritó.
Me apresuré a agacharme. Examiné su mano, su pulgar estaba dislocado con las dos últimas falanges mirando hacia afuera. Solo tuve que tomarlo en mis manos, pero eso hizo que Coni saltara otra vez.
—No me puedo distraer ahora. Tengo que hacerlo rápido— me dije.
Cambié mi tacto suave por uno firme, ignorando su dolor, ignorando mis lágrimas; tomé su pulgar y lo forcé con un giro de mi muñeca. Coni volvió a exclamar. Lo noté comenzando a llorar. Yo no podía relajarme en ese momento.
Rápidamente tomé las esposas que lo apresaban y se las quité a tirones, como si lo exorcizara de un demonio. Finalmente conseguí quitárselas.
Lo tomé entre mis brazos mientras él se sanaba. Aunque no tuviéramos mucho tiempo, no podríamos avanzar si los dos estábamos muy adoloridos para hacer nada.
—Sánate, sánate todo lo que puedas— le susurré mientras le hacía cariño.
Coni sollozó mientras se sanaba la mano. Su dolor y su miedo se me clavaron en el pecho como dagas de fuego y alimentaron mi odio hacia el culpable. Aurelio podría habernos dejado tranquilos desde el principio, pero había dado prioridad a su absurdo ego y ahora Coni lloraba de miedo y dolor. No había manera en que pudiera perdonarlo.
Aurelio iba a pagar.
--------------------------------------
Luego de que Coni se recuperara lo suficiente, se puso de pie con cierta dificultad.
—Nos habrán visto a través de las cámaras— me espetó— tenemos que comenzar tu plan antes de que vengan a revisar.
Yo asentí. Tomé la venda que me habían puesto en los ojos, tirada en el suelo. Luego me dirigí a la silla, la tomé y la llevé junto a la puerta para pararme encima. Sobre mí se encontraba la cámara. Rápidamente até el pedazo de tela alrededor de la burbuja de vidrio que protegía a la cámara para tapar su vista. Con eso apenas bloquearía su visión lateral, y dudaba que resistiera más de unos minutos, pero era todo lo que necesitábamos; ya no podían confiar en la cámara para vigilarnos.
Prontamente me bajé, tomé la silla sobre mi cabeza y la arrojé con fuerza hacia la ventana, rompiendo el vidrio. Luego la volví a tomar y llevé a Coni a la pared contigua a la puerta, cosa que no nos pudieran ver desde afuera.
—Sánate todo lo que puedas— le espeté— tendremos que pelear.
—Está bien.
Coni entonces me tomó la mano dislocada y continuó sanándola. Yo me giré a él, sorprendido.
—No, sánate a ti primero— le pedí.
—Si vamos a huir, nos vamos a estar moviendo mucho. Yo me puedo sanar a mí mismo cuando quiera, pero no puedo sanarte a ti en cualquier momento. Es mejor así— me espetó.
Lo que decía tenía más sentido de lo que había esperado. Aun así, quise insistir, pero en el momento en que me giré a él, el ruido de una mano empujando la puerta me sobresaltó. De inmediato me volví hacia la entrada de la oficina, justo para ver a uno de los mercenarios entrando. Lo azoté con todas mis fuerzas con la silla en la cabeza. Para mi fortuna, no alcanzó a protegerse con las manos. El impacto lo llevó a apoyar todo su peso contra la puerta de vidrio, rompiéndola. Antes de dejarle recuperarse, levanté la silla y lo golpeé otra vez. Apunté al torso, las manos y las piernas. Prefería inmovilizarlo, pero estaba dispuesto a matarlo si lo necesitaba.
Desde el umbral de la puerta noté a otro mercenario apuntándome directo a la cara. No tenía tiempo para esquivar, así que hice lo primero que me vino a la mente; me cubrí la cara con la silla y se la arrojé a la cabeza.
Inmediatamente me lancé hacia él. Bloqueó la silla con los codos, intentó hacer espacio, pero yo ya estaba lo suficientemente cerca. Justo como había hecho en mi entrenamiento: tomé la pistola con una mano para alejar el cañón de mí, procuré que mi cuerpo estuviera fuera de la línea de fuego y con la otra mano le mandé un combo entre los ojos, que él bloqueó. Tarde me di cuenta que había alejado una mano de su pistola, previendo mi arremetida. Sin soltarme, detuvo mi brazo y comenzó a empujar en la otra dirección. Era más fuerte que yo. El cañón de su pistola giró lentamente hacia mí. Giré para alejarme, pero él también cambió de posición y me apuntó al cuello. Entonces un disparo se oyó en el pasillo. El mercenario cayó con una exclamación de dolor.
Lo vi desplomarse de espaldas en el piso. Se llevó ambas manos a una pierna, casi a la altura de la ingle. Lanzó varias exclamaciones, bien adolorido. Comprendí que Coni le había disparado usando la pistola del primer sujeto al que habíamos inmovilizado. Estuve a punto de girarme a verlo, cuando noté que el sujeto a mis pies intentaba apuntarle con la pistola aún en su mano. Rápidamente le di una patada en la muñeca para obligarlo a tirarla, luego le di otra en la cara para que cesara el fuego. Tomé la pistola, me alejé unos metros y me giré a Coni.
—¿Estás bien?— le pregunté.
Tenía los ojos abiertos de par en par. No dejaba de apuntar al sujeto herido, como si en cualquier momento pudiese ponerse de pie y saltarle encima. Procuré evitar la línea de tiro mientras me acercaba, despacio, evitando alterarlo.
—Coni, está bien, me salvaste— le espeté.
—Sí... sí, estamos bien— contestó algo absorto.
Levantó la pistola y la examinó un momento, como si nunca hubiese visto una tan cerca, que era un caso bastante posible.
—Es... es más liviana de lo que esperaba— admitió.
—Así son las armas láser— contesté.
Yo examiné la que había tomado del sujeto. Había visto varias de cerca, pero nunca había sujetado una. Tomé la posición que había visto a soldados y mercenarios usar, con los pies separados, la espalda recta, los brazos estirados y la mira fija. Apunté al sujeto en el pasillo y noté que sangraba profusamente.
—¿Deberíamos... sanarlo?— inquirió Coni.
Me daba pena dejarlo así. Se notaba que le dolía bastante, pero no podíamos arriesgarnos.
—A veces, la compasión debe tener un límite— le indiqué— y esa es tu seguridad. Dudo que él muera, en todo caso.
Coni lo miró otra vez, nervioso, pero asintió con la cabeza y se giró hacia mí. Ambos partimos y no miramos atrás.
—Seguramente nos encontraremos con más de ellos— le susurré mientras avanzábamos con cautela— recuerda que ellos están bien entrenados y tienen experiencia en esto, así que debemos buscar todo tipo de ventajas que tengamos: anda atento a posibles escondites. Si nos encontramos a uno de ellos, salta a refugiarte de inmediato ¿Entendido?
Coni asintió con la cabeza.
—Nunca apuntes con el cañón a algo a lo que no quieras disparar. Nunca.
Coni asintió de nuevo. No recordaba más reglas sobre pistolas, tan solo lo que había visto en películas y juegos de acción.
Atravesamos el primer pasillo sin problemas, pero cuando nos dirigimos al ascensor, escuchamos el timbre de aviso. Alguien se dirigía a nuestro piso.
Rápidamente nos escondimos cada uno detrás de las paredes frente al ascensor, pegados para que no nos vieran.
—...y se enojó, solo porque le puse piña a la pizza ¿Lo puedes creer?— dijo uno de los mercenarios.
Avanzaron hacia adelante sin prestarnos atención. Aprovechamos su momento de distracción para apuntarles a las piernas y disparamos. Por fortuna, las pistolas láser apenas tenían retroceso, por lo que nuestra puntería no se veía afectada. Conseguimos atinarles, Coni al muslo, yo al poto. Ambos cayeron al piso. Nosotros nos apresuramos a entrar al ascensor, antes de que se recuperaran de la sorpresa y trataran de dispararnos. Nos refugiamos contra las paredes de cada lado, apreté el botón del segundo piso y las puertas se cerraron.
Ambos exhalamos una bocanada grande de alivio.
—Lo estás haciendo bien— le espeté.
—Gracias. Espero que no muramos antes de salir de aquí— admitió con una voz temblorosa.
—Sí. Mantengámonos atentos; evita relajarte hasta que estemos bien lejos.
Coni asintió. Luego se fijó en el número del tablero del ascensor que había apretado: el N°2.
—¿Por qué no el primer piso?— inquirió.
—Supongo que tendrán comunicadores— expliqué— y aunque no los tengan, los demás ya deben sospechar que nos fugamos. Nos estarán esperando en el primer piso.
—¡Oh ya veo!— exclamó— Eres muy listo.
—Je. Sí, lo soy.
Aun así, cuando el ascensor se detuvo y abrió sus puertas en el segundo piso, nos asomamos con cuidado, poco a poco y apuntando con las pistolas por si nos esperaban. Para nuestra fortuna, no había nadie.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top