28.- Cómo Hacerle Daño a Alguien Intocable (1/2)
Me encontré con mis amigos a la salida del estadio. Coni me dio un abrazo, Jrotta se acercó como para hacer lo mismo, pero se detuvo al último instante y terminó dándome unas palmaditas en el hombro.
Entre los dos terminaron de darme los primeros auxilios ahí, me llevaron a la enfermería de la universidad y me esperaron mientras me atendían. Luego fuimos a almorzar. Comimos algo tarde, pero contentos. Aunque no fuese una victoria definitiva, era una victoria de todas maneras y nos sentíamos bien que hubiese terminado así.
—¡Estuviste espectacular!— exclamó Coni.
—¡Derrotó a Aurelio Balurto! ¡¿Sabe cuántos pueden decir lo mismo?!— bramó Jrotta.
Ambos parecían emocionados, más de lo que habría esperado.
—Fue bastante difícil, es fuerte— admití.
—¡Y tú lo eres más!— aseguró Coni.
—¿Pero... qué pasará ahora?— inquirió Jrotta— Él todavía tiene el control sobre el expediente de Coni.
Miré alrededor por si acaso. No había mucha gente en el casino a esa hora, nadie lo suficientemente cerca, pero de todas formas les dije que se acercaran. Hablé bajito.
—Tengo a unos amigos trabajando en eso— les dije— no puedo decir mucho, pero algo debería surgir pronto. Los mantendré informados.
—¿Un contacto misterioso?— se extrañó Jrotta.
—Si no tuvieras a todo un mundo apoyándote, no te creería eso de que tienes a "otros amigos"— me espetó Coni.
—¡Coni! ¿Cómo dices eso de Arturo?— se quejó Jrotta.
—¿Qué? ¿Crees que hablaría con alguien más si no estuviéramos nosotros? De no ser porque la biblioteca tiene un horario de cierre, seguro se quedaría ahí una semana entera sin darse cuenta.
—¡Eso no es... — Jrotta iba a defenderme, pero se detuvo— está bien, es un caso probable.
—¡¿Qué?! No, para nada. En la biblioteca no se puede comer— alegué.
—Y eso es lo único que te preocupa desmentir— se lamentó Coni.
Dejó caer su cabeza como si se lamentara, mas luego me lanzó una sonrisa bella, tan rápida y efectiva como un as bajo la manga.
—Pero no serías nuestro Arturo si fueras más sociable— me espetó. Luego me guiñó un ojo— ¿Tienes planes para esta noche?
—Descansar— le espeté.
—¿Necesitas compañía para descansar?— inquirió él.
Iba a responder que obviamente no, pero entonces me di cuenta que me estaba proponiendo acostarse conmigo. Quise decirle que estaba muy cansado para hacerlo, pero tras pensarlo un momento, reparé en que no me haría mal sentir su cuerpo suave junto al mío.
Abrí la boca para decir que sí, cuando Jrotta golpeó la mesa con las manos.
—¡Coni, por favor!— exclamó.
—¿Qué... qué pasó?— inquirí.
Coni hizo rodar los ojos.
—Nada, solo que Jrotta se ofende fácil— indicó.
—¡Hay temas que no se tocan en la mesa!— exclamó ella, enfadada.
—¿No podemos hablar sobre descansar?— inquirió Coni.
—¡No estaban hablando de eso! ¡No te hagas el tonto!— bramó ella.
Me pasé una mano por la cabeza, algo confundido. Al menos entendía que a Jrotta no le agradara que habláramos de sexo.
—Está bien, Coni. A veces es mejor ocultar cierta información. Pero sí, ven a mi habitación más tarde.
—¡Ghaaah!— exclamó Jrotta, enfadada.
—¡Ya, ya! No diré nada más— le prometí.
—No la mimes— alegó Coni.
—Pero no tiene nada de malo— le espeté— todos tenemos algo que no nos gusta.
Coni suspiró.
—Como quieras. Tú eres el ganador de hoy.
Jrotta se giró a él, aunque ni idea de qué manera lo miró. Parece que Coni sí sabía, porque le sonrió devuelta como si compartieran un chiste. Me habría gustado que lo explicaran, pero más importante, me agradó que pudieran llevarse bien entre ambos sin que yo hiciera de intermediario. No podía creer que hacía poco estuvieran al borde de odiarse.
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No hicimos mucho después de comer; yo tenía la mente frita y el cuerpo agotado. Mis heridas no estaban recuperadas del todo, puesto que el tratamiento acelerado de la medicina moderna requiere del trabajo sobre esforzado de las células, lo cual las gasta más rápido de lo normal, así que los tratamientos solo avanzan de esa manera hasta que la herida deja de ser crítica. Yo podía caminar, pero correr o hacer cualquier tipo de esfuerzo me hacía doler todo.
No hicimos mucho, solo conversamos, jugamos un par de juegos y vimos una película. Luego cayó la noche y partimos hacia nuestras habitaciones; Coni no fue con nosotros porque tenía que arreglarse antes. Entonces me di cuenta que él se arreglaba cuando nos acostábamos juntos, pero yo no, o quizás no mucho, nada más me afeitaba los tres pelos que me crecían en el mentón y me daba una ducha rápida. Aunque hubiera tenido una pelea difícil, yo no tenía excusa para no andar arreglado también, aunque no sabía muy bien qué es lo que él querría. Me hice una nota mental de preguntarle, pero no de inmediato. Quizás a la mañana siguiente.
—Mago Arturo, si no le molesta hablar sobre esto ¿Cuáles son sus planes con Coni?— preguntó Jrotta mientras volvíamos a los dormitorios de magos.
—¿Mmm? ¿Planes? Pues... no sé, creo que no lo había pensado— admití— aunque para serte sincero, ni siquiera tengo planes para mí mismo. No estoy muy seguro de qué es lo que el destino me depara.
—Usted podría llegar a cualquier alto cargo en alguna empresa importante, o en el gobierno de Luscus, incluso en el directorio de magos— me espetó— ¿Alguno de esos le atrae más que los otros?
Me pasé una mano por la cabeza.
—Ninguno. Quizás... no sé, quizás podría volver a mi mundo para ayudar a integrarlo a la red.
Lo primero que se me vino a la mente fue que podría enseñar magia a mentes prometedoras, aunque no tenía idea de cómo podría lograrlo, si yo recién había comenzado mi aprendizaje. Ni siquiera sabía si habría otras personas capaces de abrir su mente o que quisieran. Tal vez hasta cambiaba de opinión de aquí a unos años más; no es que la idea me emocionara mucho, solo me parecía una manera en que podía aportar a la gente de Madre.
—¿Por qué lo preguntas?— quise saber.
—Na-nada importante, Arturo. Solo pensaba que sería lindo que... bueno... que quizás usted y... y yo...— se sujetó el brazo, algo incómoda— quizás pudiéramos trabajar juntos.
—Mmm. No sé si trabajar juntos— indiqué— pero mantener el contacto, de todas maneras.
—¿Qué? ¿De verdad?
—Claro. No quisiera que dejáramos de vernos— le aseguré— para eso están los amigos ¿No?
—Oh, Arturo. Sí, odiaría perder contacto con usted— exclamó en un tono ansioso.
—Entonces no lo hagamos— le espeté.
Le tomé el hombro del otro lado como gesto de confianza. Entonces noté a través de sus extensiones cierta tensión, pero también mucha alegría. Pobre Jrotta, había vivido mucho tiempo falta de amistades. Al menos ya tenía a dos con conmigo y Coni.
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Luego de despedirme de ella en el pasillo y entrar a mi habitación, me tumbé un rato en la cama para descansar. Pensé en los días venideros y en la molestia que me causaba el estrés de no saber bien qué vendría a continuación; confiaba en que mi maestra consiguiera disuadir a Aurelio de mandonearnos a mis amigos y a mí, pero no estaba seguro de cuánto tiempo se tomaría ni de si esto provocaría consecuencias que no conseguía imaginarme aún. Las ansias me carcomían por dentro y me mantenían alerta, lo cual me agotaba aun más.
—Solo espero que se solucione todo— pensé mirando el techo.
Parpadeé.
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Mis ojos se volvieron pesados, mi boca se secó de un momento a otro, la temperatura había bajado un poco.
Me senté, extrañado. Vi la hora en mi reloj de mesa: eran las 3 de la mañana. Me había quedado dormido sin querer.
Me restregué la cara con una mano. Se había sentido como un mero parpadeo, pero había dormido unas 4 horas. Aún tenía toda la ropa puesta. La luz de la habitación estaba encendida.
—Coni debió verme así y me dejó que descansara— pensé.
Pero de inmediato surgió una duda a esa certeza: ¿Por qué Coni no habría apagado la luz?
Miré de nuevo arriba, aunque no hacía falta; la luz seguía encendida.
—¿Scire?— la llamé— ¿Vino Coni?
—No, Arturo. No ha venido nadie desde que te quedaste dormido— me espetó.
Me rasqué la nuca, extrañado. Me pregunté si Coni se habría olvidado de mí, pero se había ido a arreglar para nuestro encuentro, era imposible que se olvidara de venir. Luego pensé que pudo haber tenido algún problema. Se me ocurrió ir a verlo, pero si solo se había quedado dormido como yo, entonces solo lo interrumpiría.
Pero Coni no había participado en el torneo. Hasta donde sabía, no había tenido mucha actividad física ni tenía motivos para estar especialmente cansado. Si iba a verlo y solo se había quedado dormido, entonces podría despertarlo, pero si no se había quedado dormido ¿Por qué no habría aparecido?
La respuesta me golpeó como un hacha en la frente: Los Balurto.
—¡Esos desgraciados! ¡Más les vale no haberle hecho nada! — pensé furioso.
Alarmado, abrí la ventana de mi habitación para salir. Sin embargo, al aterrizar con mis extensiones, noté la presión extra que cargó mi mente; aún tenía el cerebro frito por la enorme cantidad de magia que usé en el torneo. En ese estado me era más difícil valerme de mis extensiones. Pensé en usar mis piernas en vez de ir flotando, pero mi cuerpo estaba tan maltrecho como mi mente, así que, flotando a unos centímetros del suelo, partí a toda velocidad. Crucé casi toda la universidad; los espacios grandes, generalmente llenos de gente, ahora estaban vacíos, callados y apenas iluminados por los leves focos junto a los caminos. Un pequeño dolor comenzaba a molestarme en la cabeza.
No podía creer que había sido tan imbécil de pensar que los Balurto no intentarían su venganza de inmediato. Aurelio había salido furioso del torneo, Jonás tenía varias razones para hacerme daño y Qabera me habría matado con sus propias manos si tuviera la oportunidad. A pesar de la fatiga mental y física, ese descuido era completamente mi culpa.
En unos minutos llegué al dormitorio de los aprendices. En la entrada tuve que pasar por la caseta de guardia, donde una señora entrada en edad estaba de turno. La noté asustada.
—¿Qué hace aquí? No puede entrar a esta hora a los dormitorios de los aprendices— me dijo.
—¿Coni ha salido?— le pregunté.
—¿Perdón?
—Conicalín Dópoty ¿Ha salido? ¿Sigue en su habitación? ¡No tengo tiempo! ¡¿Está Coni aquí?!
—¡No lo sé! ¡No conozco a todos los estudiantes!— se excusó.
Decidí ignorarla y entrar de todas maneras.
—¡Espere! ¡No puede entrar!— exclamó ella.
—¡Esto es de vida o muerte, señora! ¡Coni podría estar en peligro!
—Entonces puede esperar a la mañana y dirigirse a...
La enterré para que se dejara de hablar y continué mi camino. No me importaba lo que le pasara a esa señora con tal de que Coni estuviera bien.
Rápidamente avancé por las escaleras y el pasillo hacia la habitación de Coni, pero al llegar, noté la puerta abierta. Encendí la luz; el velador estaba tumbado en el piso, la lámpara rota, el maquillaje y cosméticos esparcidos por todos lados. El corazón me dio un vuelco.
—Raptaron a Coni.
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